Ruego tu memoria no perezca en la penumbra honda de mi olvido; que en el sinsentido de esta vida, puro escombro de anulada fuerza, que a merced aun de la tan funesta horca del penúltimo latido, venga tu recuerdo en compañía ¡Ocaso grato! ¡Suerte divina! Sea este mi destino horrible gesta de infierno, cielo o vida vacía.

Amén del alquitrán vertido por desbocado llanto, epitafio de doloso verbo supurado otrora en camposanto cruento y fallecida tinta, dormitan sobre su miedo en comunión de cadalso y horca, entre lagunas, carmesíes ellas, de profanadas simas, montañas de cuerpos producto de un vil tirano.

Cuán miserable puedo ser, eterna vida mía, incluso ahora subyugado bajo el lóbrego denuedo de Caronte y el arrullo lánguido de Estigia. Cuán perdonable es esta avaricia demostrada hacia lo intempestivo de tu lecho si, a razón de mis sentimientos, de tu mudez perpetua, no he traido mayor ofrenda que la llama de un anhelo cuasi extinto, la insignificancia de un puñado de latidos y el recipiente ya vacío de una muerte que deambula libre por los jardines, sepulcros y catacumbas de nuestros cuerpos.

Pudiere conceder así la intromisión de la mala suerte a su mesa, arriesgarse a invocar al temido maleficio griego en el interior de una simple copa, pero, el comensal, ayuno de opciones etílicas como se encuentra, colige mejor ignorar supersticiones y brindar al fin mediante la insipidez del agua. —Josette, amor mío, brindo por tu lealtad, por tu belleza; brindo por tan exquisito manjar en el que hoy te has convertido, por que haya heredado nuestro hijo la sin igual delicia de tu carne. ¡Salud!

Contemplad, futuro olvido, el sepulcro de la noche hacia lo lejos. El abismo; el camino, su final.

Tras los futuros escombros de la última frontera, la combustión de cien mil gargantas y latidos incinerando a su paso la vasta ruindad del horizonte. A través del cortinaje de cenizas, el puño inhiesto hacia lo horrible de una noche que no cesa, el seísmo de la marcha buscando exterminar un surco de dolores de eterna germinación. Fortaleza adentro, la inminencia de la derrota, el eco de la insurrección anegando cada esquina, la certeza de saberse incapaz de digerir semejante cantidad de rabia.