Mi primer hermano era muy malo. La oveja negra de mi familia. Cuando mi gemelo y yo éramos niños nos trataba muy mal. Pero eso nunca nos importó, lo queríamos. Así que, cuando nos pedía algo, lo hacíamos sin chistar. De ese modo acabe llamando a la puerta de mi abuelo, desnudo y asustado, para volver corriendo rapidamente a la pileta de lona, donde mis dos hermanos me esperaban riendo. Más tarde supe que mi hermano mayor denunció a mi querido abuelo por abuso sexual junto con demás afectados.

Me agarré la cabeza ahí, completamente desesperado. Un hombre se cruzó conmigo y me robó mi bolso. Tenía todo: mi celular, mis apuntes, mi dinero... Pero nada me dolió más que mi libro favorito. Me senté en la acera, a punto de llorar, hasta que volvió el ladrón muy avergonzado con el libro en mano para devolvermelo. -Lo siento mucho, este libro es tan valioso para perderlo... Feliz, le dije que no se preocupara y se fue corriendo con mi mochila. Al parecer, también era fanático de Tolkien.

Nos mudamos. -No me gusta como queda ese color en las paredes -¿Por qué? Porque me gustan los colores suaves, como el vestido que llevaba esa noche, antes de que nos volviéramos del color de las nuevas paredes. Pero solo lo pensé, porque después no pude decir ni tocar nada, aunque si podía verlo y escucharlo cuando murmuró, limpiándose inútilmente los labios con las manos todas manchadas y viscosas con lo mismo que hacía de pintura para la cal: -Pense que teníamos los mismos gustos. Imbécil.

Mi gata estaba enroscada a un lado de mi cuerpo, me hacía ver como embarazada desde mi lugar de observación, recostada lateralmente. La cabeza de mi gata se movía suavemente con el movimiento de mi abdomen al inspirar aire y exalarlo tanto como la comodidad del momento me lo permitía. Fue mi error, tenia ambos auriculares puestos a todo volumen. Con solo uno de ellos podría haber convencido a Marcos de no estrangularme, porque despertaría a la gata pero, por suerte, ni se inmutó el animalillo.