Uno de los protagonistas de la historia es un apacible pensionado del estado que un accidente laboral lo dejó en silla de ruedas. Omar resistió con furia las múltiples oportunidades que deseó suicidarse ante la confirmación y desgracia de que no volvería a caminar, consecuencia ocasionada en la caída de un techo que él se encontraba reparando. Hacía adelante nada de lo que vivió se parecería para el maduro hombre de 55 años que siempre se caracterizó por una cantidad enorme de amigos, sus muchas actividades semanales y la adicción al deporte, más precisamente al fútbol.
Pero siguió adelante, con el apoyo de una esposa que se había convertido en su compañera hacía pocos años después de relaciones intensas pero fallidas a raíz de su poco compromiso con las mismas. Ahora estaba en una casa chica y amable, linda, con su estilo, que fue su regio en esos primeros años de tormenta, de rechazo y repulsión a su propia condición. Tres hijos, que aparecieron de manera continua en un plazo de cuatro años, fueron también una excusa hermosa para no terminar con su vida. Sabía interiormente que si terminaba con esa vida terrenal causaría un daño irreparable en esas personas que amaba y que no hallarían respuesta a su determinación.
Observó que el esfuerzo de la mujer que siempre estuvo a su lado era una muestra genuina de que dicha existencia valía la pena a pesar de no ser el de antes, muy a pesar de la mirada clemente del resto de las personas de su círculo. Clemencia que detestaba, odiaba profundamente, pero que comprendía. Clemencia que con el tiempo dio paso a la alegría no solo de nuestro protagonista, sino de todas las personas a su alrededor que admiraban el cambio de actitud positivo de Omar a pesar de su tragedia.
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