Me conocen por Adrían el loco, el hombre que siempre deambula por las calles pasadas las dos de la madrugada. Con una libreta en una mano y con una biblia en la otra me encamino hacia lo desconocido. Hay noches lluviosas en las que al pasar por un charco de agua en la acera, miro mi reflejo bajo la penumbra de la luna, y solo veo a un muerto.
Mis recuerdos son difusos, o al menos los de carecen de un esplín golpe en las pelotas. No tengo hogar, no tengo familia. He vivido durante un tiempo indefinido en las calles del distrito I... Refugiándome de la noche en la profunda oscuridad de cualquier plato cóncavo que se alce en medio de la ciudad para cuidarme del frío y la soledad, quedándome en compañía de el, platicandole lo que recuerdo de mi vida, y recibiendo por respuesta un silencio acogedor.
Tal vez sea algo paradójico. En mi juventud viví como un marginado de la sociedad. Odiado por la sinceridad de mis palabras me echaron de un hogar religioso. Oculto bajo una falsa esperanza de una ambigua alegría al tener a un ser querido como receptor, pero eso jamás existió. Nunca tuve la oportunidad de sentir que la calidez de las amables palabras de un humano cubrieran por completo mi cuerpo y mi corazón, pero sé más de amor que todos ellos.
A lo que voy es, lo único que me quedaba era creer en Dios, sin embargo jamás hubo respuesta por su parte. Tal parece que al igual que mis padres me echó a la calle de una patada con mis maletas hacia la inmensidad del mundo exterior. He rezado innumerables veces, he gritado en su nombre recibir baños sagrados que me entreguen una paz. No pido dinero ni familia, solo felicidad.
No paso desapercibido por Dios, todo lo contrario. El me hace regalos, pero ninguno es paz. ¿Será este mi castigo por mi antaña falta de maldad?
Todas las noches las sombras vienen a torturarme, ellas son las enviadas de mi padre santo. Al principio corría por las calles sujetando mi biblia y recitando sagradas oraciones, pero las sombras se alimentaban de estas y rumiaban: Has pecado de no hacerlo, y este es tu castigo, el limbo de los vivos.
Ahora, cansado y desolado, camino a las dos de la madrugada intentando huir, aunque se que no funcionará. Llegó a un baldío y ellos tras de mi. Me sujetan las manos y me desvisten del torso. Con objetos punzocortantes recorren mi piel, dándome cariño, pues es lo más cercano a una caricia que he vivido.
El raro siempre verá a todos como unos. No intento defender mi cordura, puesto que no se si aún me queda, pero de algo estoy seguro: Aquella silueta divina me tortura.
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