Del asesinato de Gramoski, todos en Paso De Las Almas conocían cada detalle, porque como todo el mundo sabe, en un pueblo pequeño, los secretos no existen. Pero había una cosa sobre el homicidio que nadie conocía. Algo importante. Lo único que nadie sabía, era quién había matado al viejo.
Todos en el pueblo hablaban del crimen. El asesinato de Gramoski era el único asesinato que había ocurrido alguna vez en Paso De Las Almas. Después de todo... ¿De qué otra cosa se iba a hablar entonces en este tranquilo pueblo?
—Yo creo que lo mataron por su dinero —dijo doña Raquel, la dueña del almacén.
—¡Para mí que fue una venganza! ¡Un hombre como él seguro tenía muchos enemigos! —comentó doña Jacoba, una señora que no hacía otra cosa más que barrer la vereda todo el día.
—¿Y cómo están tan seguros de que lo asesinaron y no fue un suicidio? —preguntaba Ricardo, el único empleado de la pequeña oficina de correo del pueblo, que amaba sentirse más listo que los demás.
—Solo podemos rezar para que su alma encuentre la eternidad —solía repetir el Padre Vega, sacerdote encargado de la pequeña capilla del pueblo.
Todos en el pueblo tenían una teoría sobre lo que había ocurrido, excepto una persona: Juan Moreira. El comisario y jefe del departamento de policía de Paso De Las Almas era un hombre tranquilo con una vida tranquila. O al menos así fue hasta la muerte de Gramoski. Llevaba ya diez años casado con Frida, maestra de la única escuela primaria que el pueblo tenía. Y pese a los problemas que tenían, esos que compartían con todo el pueblo, ellos eran felices.
Antes del asesinato, solía pasar sus días más en las calles que en la comisaría, hablando con los vecinos y ayudándolos en sus quehaceres. Después de todo no había mucho más que hacer para un comisario en ese pueblo. Pero ahora tenía un crimen que resolver, y a diferencia de todos los demás en Paso De Las Almas, él no tenía una teoría, ni un móvil, ni un sospechoso.
Desde la muerte del viejo, el Comisario había cambiado. Harto de que le preguntaran por el caso, ya no paseaba por las calles ni charlaba con los vecinos. Pasaba todo el día encerrado, mirando los mismos archivos una y otra vez en busca de algo que pudiera ayudarlo, pero no había nada. Solo las mismas fotos del viejo muerto en el suelo, y el mismo informe preliminar del forense:
“Causa de la muerte: Disparo en el pecho a corta distancia”.
Entre las personas que le preguntaban por el caso, había una en particular que más le irritaba: Fernando Golsen. Golsen no era oriundo de Paso De Las Almas, y eso era algo extraño en un pueblo en el que parecía que nunca nadie llegaba, y del que nadie se iba. Provenía de Las Luces, ciudad más importante y capital de la región, y a Moreira en general le irritaba la gente de la ciudad. Pero Golsen era más irritante que otros. Amaba ser el centro de todas las miradas y hablaba a los gritos para captar la atención de todos. Era codicioso, irrespetuoso de las costumbres y sobre todas las cosas, estaba dispuesto a todo por llegar lo más alto posible en el mundo. Todas características que Moreira detestaba. Aun así, él debía admitir que Golsen era un hombre tan carismático, que fue capaz de arrasar con las últimas elecciones para alcalde en el pueblo.
El problema era que él único asesinato jamás ocurrido en Paso De Las Almas fue durante su mandato, y él no permitiría que quede sin resolver. Para Moreira, tener al alcalde respirándole en la nuca en cada paso que daba era desesperante. Al menos encerrado en la comisaría estaba a salvo de su acoso. Pero no podía esconderse para siempre, y justo esta tarde no iba a poder evitar a Golsen que lo había citado para una reunión.
El comisario ya conocía la conversación que tendrían, cada palabra sería igual que la de la última charla. El alcalde le preguntaría por las novedades del caso y él tendría que responder nuevamente que no había ninguna. Acto seguido vendría un largo, muy largo, discurso de su parte sobre su incapacidad de resolver un simple homicidio, su falta de preparación para estar al frente de la policía del pueblo, y la posibilidad de buscar a “otro” que se haga cargo de todo.
El pensamiento de Moreira se desvió al oír el crujido de la puerta de la comisaría al abrirse. Era extraño porque nunca nadie ingresaba a ese lugar a menos que sea por algo sumamente importante. Pero desde el asesinato de Gramoski, parecía que nada era importante más que eso. Motivo suficiente para que nadie haya cruzado la puerta en varios días más que el comisario.
El hombre que ingresó era un viejo conocido de Moreira, uno de los tantos vecinos del pueblo con los que hasta hace poco solía charlar por las calles. Su nombre era Miguel Alonso, el profesor de la única escuela secundaria que había en el pueblo.
Alonso se acercó al escritorio de Moreira, donde el comisario miraba los documentos, como lo hacía siempre desde la muerte del viejo.
—¡Buenos días, comisario! ¿Cómo se encuentra hoy? —preguntó.
Moreira lo miró con odio. Él sabía bien cómo se encontraba el comisario. De hecho todo el pueblo sabía cómo se encontraba, y cómo se seguiría encontrando hasta que el crimen sea resuelto y la sombra del alcalde deje de perseguirlo.
—¿Cómo cree que me encuentro señor Alonso? –respondió el comisario— Como ve, estoy ocupado revisando la evidencia. Así que por favor, diga su asunto o no me haga perder el tiempo.
Definitivamente Moreira había perdido ya todos sus modales frente a las preguntas de la gente. Pero si la pregunta le había molestado, lo que le dijo Alonso después de su respuesta llegó a cavar hasta lo más profundo de su paciencia.
—¡Lo felicito entonces comisario! ¡Al fin ha resuelto el caso! –exclamó el profesor.
¿Felicitarlo? ¿Acaso era una broma? Si era así, a Moreira no le parecía graciosa, y su mirada se lo hizo saber de inmediato.
Frente a esta situación, el profesor tuvo que explicar su comentario:
—Pues verá comisario, si lo que está revisando es “evidencia” significa que ya no tiene nada más que investigar. —hizo una pausa para ver la reacción de Moreira— ¿O acaso lo evidente necesita ser investigado?
La mirada de odio del comisario se intensificó frente a estas palabras. Definitivamente no estaba de humor, y mucho menos para soportar una charla sobre el uso correcto del lenguaje, que de por si le hubiese molestado en cualquier contexto.
Finalmente, tomó el aire suficiente para no golpear el rostro del profesor y preguntó:
—¿Puedo ayudarlo en algo?
Alonso dibujó una gran sonrisa. Definitivamente estaba disfrutando del enfado del comisario. Tal vez suponiendo que lograría hacerlo enfadar aún más, respondió:
—Creo comisario, viendo su rostro, que es usted el que necesita ayuda.
Moreira tuvo que volver a tomar aire. Lo que menos necesitaba en este momento era que alguien más se entrometa en el caso.
—Muy bien, dígame lo que usted supone que pasó. Y por favor, no olvide explicarme el móvil del crimen —dijo Moreira esperando que la respuesta de Alonso ponga fin a la conversación.
¿Cuál sería su teoría? ¿Acaso por venganza? ¿Acaso por dinero? Si bien todos en el pueblo tenían una teoría, todas giraban en torno a esas dos causas. Había alguno que se había aventurado a pensar en un crimen pasional, pero Gramoski era demasiado viejo para que le resulte atractivo a alguien. Y claro; no había que olvidar la teoría de Ricardo, que estaba seguro de que Gramoski había fingido su propia muerte.
Alonso no pudo disimular cuanto estaba disfrutando de esa charla. De alguna forma molestar al comisario lo divertía, aun cuando no era a eso específicamente a lo que había ido a la comisaría.
Finalmente, cuando se dio cuenta que Moreira ya no volvería a tomar aire, y tal vez temiendo terminar golpeado por el comisario respondió:
—No he venido a darle ninguna teoría sobre el móvil del crimen. He venido a algo más importante. He venido a decirle quién le disparó a Gramoski.
Súbitamente el rostro de Moreira cambió. La expresión de ira fue reemplazada por toda clase de gestos de asombro. Todo el pueblo tenía una teoría sobre el motivo del asesinato, pero nunca nadie se había atrevido a formular una hipótesis sobre quién podría ser el asesino.
¿Cómo podría alguien acusar a uno de sus vecinos? Después de todo, en Paso De Las Almas, todos se conocían. Y de una u otra forma, todas las familias estaban emparentadas. Pero ahí estaba ese hombre afirmando saber la identidad del asesino.
¿Sería acaso cierto? ¿O tal vez otro de sus juegos para desquiciarlo? Sea como sea, el comisario no podía salir de su asombro. Y sin decir nada, se quedó mirándolo. Mirándolo, y esperando a que diga algo, que de un nombre, o que al menos complete lo que estaba diciendo.
Pero no lo hizo. Simplemente se quedó callado frente a él, con la sonrisa de quien está disfrutando demasiado un momento. Porque si causar la ira del comisario le había parecido gracioso; las cientos de expresiones de sorpresa juntas que estaba viendo ahora eran aún más divertidas. Finalmente, cuando ya habían pasado unos cuantos instantes sin que nadie diga nada completó:
—Fui yo, comisario. Yo le disparé a ese maldito viejo.
Okuduğunuz için teşekkürler!
Ziyaretçilerimize Reklamlar göstererek Inkspired’ı ücretsiz tutabiliriz. Lütfen AdBlocker’ı beyaz listeye ekleyerek veya devre dışı bırakarak bizi destekleyin.
Bunu yaptıktan sonra, Inkspired’i normal şekilde kullanmaya devam etmek için lütfen web sitesini yeniden yükleyin..