Algo que ya nadie me podrá explicar es por qué el motor del refrigerador se encendía siempre que ella pasaba al lado del electrodoméstico, sonando como una risa que se contenía, como alguien tratando de disimular su burla. El refri fue un regalo de boda por parte de mi suegra. Aunque era nuevo (pues llegó directamente de la tienda) creo que ya venía maldito, tal vez estaba maldito de fábrica o algo por el estilo. Yo no sé mucho sobre esas cosas, pero pudiera tratarse de un encantamiento o una condena producto del enojo de un trabajador asalariado que fue despedido injustamente. O tal vez mataron a una persona dentro del refrigerador. No lo sé, realmente no soy bueno inventando historias y las pocas que leo me parecen exageradas.
Son las siete de la tarde con tres minutos y esta mañana sepulté a mi esposa. Seguro eso influye en sentir que tengo más preguntas que respuestas.
Debo contarles algo y para ello solo me queda volver al momento en que mi difunta esposa y el refrigerador se conocieron. Desde el principio hubo una conexión, como pasa con esa mascota que has recogido de la calle una tarde que te da por hacerla de héroe, pero al ver el calendario resulta que ya son más de 6 años con "Quesadilla", "Rocky" o "Firulais", que te va desplazando de tu lugar favorito en el sillón porque no debes despertarlo ya que eso sería cruel, te dicen. Y tu esposa se convierte en la guardiana de un obeso, pedorro y gruñón perro solovino o un gato arrogante que te mira con desprecio.
Hace una semana al volver de las pocas veces que ella y yo salimos a cenar, apenas cruzamos la puerta principal y la enorme caja blanca se encendió como si se tratara de un perro que mueve la cola al notar la presencia de su ama, su compañera, su amiga que le acaricia la pancita sacando un bote con yogurt lleno de mole rojo que nos trajimos de la boda en que estuvimos dos horas el sábado anterior, pero de donde obtuvo comida suficiente para llenar uno de los tres niveles de ese ruidoso aparato. Al que hablaba con cariño y que revisaba su interior a cada rato, pero no como si esperara que algo ya no estuviera ahí, que desaparecería, sino como el niño al que le recuerdan que si no canta no hay pastel, ¿no sé si me explico?
No van a creerme, pero les juro que hablaba con el pinche refrigerador. Incluso, una vez a media noche creí que me estaba siendo infiel con algún vecino por los gemidos que exclamaba desde la cocina, pero bueno, el enemigo dormía en casa y ella solo estaba exaltando los atributos de una fruta picada que se conservó fresca durante todo el fin de semana lanzando halagos como: precioso, lindura, cosita. Recuerdo que le llamé desde las escaleras y ella volteó sin expresión en el rostro, solo unos deslumbrantes, pero en especial escalofriantes ojos blancos. Subí corriendo a meterme debajo de la sábana hasta quedarme dormido escuchando en el piso de abajo el estable sonido de aquel motor y las risas jariosas de ella. Creo que nunca le produje un nivel de placer como el que estaba experimentando mientras yo sollozaba. Y así, los tres producíamos discretos ruiditos que opacaban un silencio traducido en paz que solo se nota cuando el refrigerador suspende su motor.
Estoy casi seguro de que esa no fue su primera ocasión, de lo que sea que estuvieran haciendo, aunque mi única prueba radica en que a la mañana siguiente ella le colocó stickers de refrigeradores haciendo muecas y figuras con imán. Cada cierto tiempo ella colocaba un nuevo adorno, incluso diría que se esforzaba de yo me diera cuenta de su alegría matutina. Como si Frigoberto (el nombre no lo puse yo, fue ella) tuviera que cargar con el peso de 2 kilos de cubitos de hielo y algo de comida altamente procesada que compramos en el super y que en raras ocasiones se destapaba para cumplir su uso, y por dicha labor recibiera "premios" que para mí le asemejan a la grotesca apariencia de los travestis sobremaquillados.
Se preguntarán por qué no hice algo por mi chica. Bueno, no tengo una respuesta. Siendo honestos me hago la misma pregunta desde hace dos años. Pero una vez casi lo intento, recuerdo que fuimos al supermercado y ella desapareció entre el pasillo de enlatados y el de papel higiénico. No fue complicado encontrarla, pues con el tiempo su confianza en sí misma la volvió predecible. Descubrí su atención hipnótica mirando una etiqueta de precio en cuclillas y solo pude imaginar que “algo” enorme saliera de la imaginaria entrepierna del refrigerador, ella se llevara las manos al rostro y dijera algo como: “O my god!” Con la mayor exageración posible y mientras una pista de funk de los 80s suena de fondo para todo el supermercado. Era un refrigerador no más grande, pero sí actualizado en las políticas ecológicas que excitan a cualquiera, un electrodoméstico atlético. Imposible no compararlos y concluir que aquel en casa solo es un holgazán.
Sé cómo suenan mis palabras, sé que parece mi fantasía y no la de ella. Desde entonces las dudas se han agudizado; ¿es una fantasía, aunque la práctica realmente exista? Es decir, ella amaba más a Frigoberto que a mí, por lo menos eso parecía. Pero mis dudas no paran de surgir, entre ellas está una central: ¿Cómo se dio cuenta el refri que ella coqueteó con otro en el súper? Y en segundo lugar: ¿Cómo pude quedarme de espectador mientras él la mataba en un arranque de celos?
Más preguntas que respuestas. Cuando eres niño está bien, pero de adulto es molesto, porque no son preguntas que se responsan en un foro de internet. O tal vez sí, no lo sé, yo no suelo estar a la espera de los lanzamientos tecnológicos de gadgets.
Aclaro que me parecería extraño, todo el tiempo, nunca dejó de ser algo ajeno al resto de la realidad, tampoco estoy tan pendejo. Pero te acostumbras con el tiempo, al verlo diario se normaliza, es como el guardia en las secundarias, vive ahí, en un rincón donde conserva cosas abandonadas, es raro, da miedo incluso, pero al paso de tiempo se va volviendo "normal", sientes que no te hará daño y entonces bajas la guardia.
Me produce cierta gracia imaginar que murió embarazada de su amante de 12 pies modelo RT32K57. La sepultaron todavía con el abultado estómago que le hacía ver sumamente desagradable, como si sobrara persona en ese cuerpo. Si bien entre nosotros dos hubo poco atractivo físico, en la imagen que me quedará de ella para la posteridad, la vi como una chica que no aceptaría como amistad en el trabajo o le daría la mano en la iglesia.
En nuestra relación fue otra cosa lo que nos unió, sé que no se trató de la apariencia y aunque no puedo atribuirlo a nada en específico, pienso que existe. Hasta donde recuerdo hace no mucho yo estaba terminando la universidad, tuve una cita y luego me casé con la persona muerta por atragantamiento causado, según los forenses, de pánico, ansiedad o depresión. O todas juntas.
Escuché el enojó de Frigoberto desde hace unos días, no se trata de hacer berrinche y dejar de funcionar, tampoco al estilo de “esconder” algunas de las cosas que ella le había colocado. Era (o debería decir, es) como un gruñido, como esos ancianos que se comunican con gruñidos aprobatorios y desaprobatorios, aceptado o negado su sopa de tomate.
Brrrrrrrr, brrrrrr, no me presten mucha atención, brrrrrrrr, brrrrrrr. Mejor traten de recordar el miedo de ir al baño por las noches. En mi caso fue tanto que me acostumbré a orinar en una botella de plástico en lugar de recorrer a solas el pasillo en plena oscuridad, se sentía como si fuera eterno, cuando en realidad solo son cuatro segundos (tiempo que me tomaba llegar hasta el interruptor de luz) con aquel demonio entre las sombras. Por supuesto que sigue sonando irracional, que les parecerá algo producto de la imaginación sin importar cuántas veces lo repita, pero quiero recordarles que el viudo, soy yo.
Tuve pánico de llamar a la policía, “nadie va a creerme” me repetí una y otra vez. ¿Pero qué otra opción tenía? Además, ¡esa es la verdad! El refri la había matado, fui testigo y presencié entre lágrimas cómo ella pataleó los últimos segundos, pero no dejaba de meterse comida en la boca, quedando una escena impresionista y traviesa cuya referencia se me escapa. Por más que insistí para que quedara en mi declaratoria de hechos la culpabilidad de Frigoberto (nombre que anotaron los policías burlándose y moviendo el dedo en círculos al lado de su cabeza cuando creían que no los estaba observando) no hicieron nada, ni quiera se molestaron en ver el desordenado al interior de aquel aparato. Solo hacían ese círculo al lado de la cabeza dando a entender que estoy chiflado, que se me zafaron los engranes o me gira tanto la rueda del hámster que ya se mareó, en fin, que estoy cu–cu, tarolas o “lucas”.
Todos dirán que los refrigeradores siempre suenan de la misma manera, pero saben que no es así, que la mayoría de las ocasiones tienen un ruido que es reconocido, uno que con el tiempo será familiar. Y eso lo sé desde ahora, pues como a quien se le atora una burbuja de aire o algo de saliva en la garganta, haciendo que la voz cambie, Frigoberto solloza unos minutos y se escucha resfriado o lamenta sinceramente lo ocurrido. A ratos, es como si ofreciera una disculpa forzada que no necesito, ni quiero. Total, tendremos que pasar el resto de la vida juntos a no ser que se marche.
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