Bill llevaba varias horas conduciendo y el sol ya casi se escondía en el horizonte. Agotado por el largo viaje, sentìa como de a poco su cabeza comenzaba a pesarle sobre su debilitado cuello; èsta se tambaleaba de un lado a otro, de adelante hacia atràs, hasta que ya no pudo mantener su posiciòn erguida y su cabeza quedò cómodamente apoyada en el respaldo de su asiento, asì sus ojos que habían hecho un esfuerzo descomunal por permanecer abiertos, se cerraron al fin en un profundo sueño. De pronto, un violento bocinazo lo hizo despertar sobresaltado y él corazón se le salió del pecho cuando divisò ante èl un camiòn que venía a gran velocidad por el mismo carril. Instintivamente dio un brusco volantazo hacia la izquierda, a la vez que pisaba los frenos. El coche patinó unos metros, haciendo insoportable el chirriar de los neumáticos sobre el húmedo asfalto, hasta que finalmente se detuvo sobre la banquina cuando las ruedas traseras se hundieron en una zanja repleta de lodo. Al recobrar el aliento se sintió aliviado de resultar ileso, tan solo su frente le dolía; de inmediato posó su mano en ella y notó que sangraba, pero enseguida dio cuenta que no se trataba de un corte muy profundo: «podría haber sido peor», dijo con voz temblorosa, sin poder contener su respiración agitada al percatarse de lo cerca que estuvo de la muerte. Después de algunos inútiles intentos por desencallar las ruedas del barro, decidió tomarse unos minutos para pensar con claridad, a la vez que tomaba un poco de aire fresco. Miró a su alrededor; se encontraba en un inhóspito y oscuro sendero de tierra rodeado de arbustos secos y árboles desnudos que daban un aspecto tétrico al lugar. Lo extraño fue que desde allí no lograba ver la calzada principal, ni tampoco podía oír los ruidos de los coches sobre la carretera y no encontraba razón para aquello, ya que el coche tan solo se había desviado unos metros de la ruta, o al menos eso pensaba, lo cierto es que se sintió perdido. Caminó unos metros en busca de algún punto de apoyo, pero cuanto más se adentraba en aquel paraje desolado, más desorientado se sentía. Sin poder quitar de su cabeza la vaga sensación de encontrarse en un lugar completamente diferente al de hace apenas diez minutos, decidió retornar a su coche y esperar a que amaneciera, entonces buscaría ayuda, pero su sangre se congeló al notar que su coche ya no estaba allí donde lo dejó, y que en su lugar había un ruinoso letrero de madera vieja, en el que desde aquella distancia y a pesar de encontrarse semitapado por matorrales pudo divisar lo que había en él escrito: "Bienvenido a La Calle Final".
Continuarà...
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