Oficinas, oficinas, oficinas. Oficinas para los que trabajan, oficinas para los que no trabajan y oficinas para los que creen trabajar.
Jefes, jefes, jefes. Tanta necesidad de establecer una jerarquía para que el mundo parezca organizado. El jefe, el jefe del jefe, el jefe del que no es jefe y el que nunca será jefe.
Papeles, papeles, papeles. Papeles con números, papeles con letras y papel higiénico. Parece que necesitamos demasiados papeles. Los árboles terminarán por acabarse de escribir tantos números y letras para luego hacer copias y copias de los mismos. ¿Dónde están los activistas para proteger el planeta?
El anciano del tercer escritorio de la oficina no odia los papeles cuando están en blanco.
Acumula papeles y los coloca en su maletín para su gran momento de la noche. Mira el gran reloj de la oficina. Quedan horas, en su tez no caben más arrugas. Minutos, a veces parece que el reloj no camina. Se acerca, se acerca. Su expectación aumenta. Cada minuto hace que desaparezca una arruga. Segundos, su cabello se oscurece hasta volverse completamente negro. Lo logró, el tiempo alcanzó su meta. Ante la realización de su deseo le inunda una felicidad desbordante.Se sentó como un viejo de setenta y ahora se levanta como un hombre de treinta. Ni siquiera piensa que la carrera del tiempo no tiene fin y al siguiente día odiará ese movimiento eterno.
-Sr. Greth.
¡Qué voz tan desagradable! Molesto por la interrupción de su momento de transformación(de evolución, o involución, como se quiera pensar) Vincent Greth mira con ojos de odio a su interlocutor, un joven con una sonrisa suspicaz.
-Los archivos que me has mandado tienen errores. El objeto de análisis se ha expandido hasta los nuevos sectores sureños.- arrojó el grueso archivo sobre el escritorio.-Los cinco no pueden ser cinco tienen que ser tres.
Vincent lo vio confundido. Tal acción no correspondía a la escena que vivía hace unos segundos, y que se había formado en su mente con tanta ansia.
- Arréglalo antes de irte, para poder enviarlo mañana a primera hora.
-Pero…-empezó a decir, pero su jefe (el jefe del que nunca será jefe) ya había vuelto en sus pasos. No lo escuchó o fingió no oírlo, y agregó con un ademán:
-Cuento contigo.-Tan irónicas palabras como irónica sonrisa.
Vincent se dejó caer en la silla de trabajo, nuevamente canoso y arrugado.
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