¿Desde cuándo te perdí?
Sigue vivo en mí el recuerdo de aquel día en el lago, ese, cuando estabas serio y recargado a la puerta del conductor del auto que no lograste conducir, tus manos dentro de los bolsillos de unos jeans rotos que te hacían lucir despreocupadamente sexy, nunca pude descifrar tu enojo, pero me resultaba sobrecogedora la energía que emanaba de ti, me sentía como Ícaro levitando hacia un sol que, si me acercaba demasiado, terminaría por volverme cenizas.
Tú casual, yo predecible; tú intenso, yo etérea; tú confiado, yo dubitativa; tú, perdido en una nube de pensamientos en tu cielo personal. Y yo...prendada de ti.
¿Acaso te perdí cuando, con el paso de los años, olvidé las tardes infantiles repletas de juegos y risas inocentes que nos volvieron cómplices de ingenuas travesuras? Si, lo confieso, enterré tu imagen en esa fría sepultura de amnesia selectiva.
Tras muchos años, resultó gracioso tocar a la puerta de tu casa buscando a tu padre y encontrarme de frente con tu mirada pueril que no encajaba con ese arrebatado físico, elegante y jovial.
Escudriñé entre mis recuerdos sin obtener registro tuyo, compartimos una charla casual entre sonrisas hasta llegar a confesiones profundas, mediante las cuales, tu alma buscaba sosiego. Tan noble y emotivo como podía sospechar que habías sido siempre, de ese momento hasta ahora, engarzaste en tu aliento a mi obstinado corazón.
Quemaba en mi pecho cada lágrima derramada por tus ojos, cortaba mi garganta el filo de la rabia en tus palabras, mi hombro y oídos estaban prestos para atender tu sed de alivio, anhelaba ser bálsamo para tu frustración, estabas ahí, desnudando tu esencia ante mí como lo hace un enfermo terminal que se aferra a una última esperanza de sanar extirpando ese cáncer que le consume desde dentro. Y yo...resistiendo tu dolor, sumergida en un pantano de impotencia.
Desde aquel instante, en lo más profundo de mi ser, quedó grabado tu nombre enmarcado en oro, quizá por la devoción que profesabas a tu madre, por ser celoso protector de los sueños y virtud de tu hermana, por ser el ingeniero de un mundo de colores chispeantes de amor que creabas para tu hermanito, subsanando las sombras y miedos que él, otrora protector de ese hogar, había invitado a entrar por la puerta de enfrente, y a pesar de todo, inclusive por el respeto guardado hacia tu padre. Tú, todo entrega y abundancia para los demás. Y yo...rezando por ser, algún día, digna de la grandeza de tu espíritu, pero me volví presa de mis demonios, esos que me acusaban de ser impropia, de no estar a tu nivel. ¿Sería entonces, al no estimarme merecedora de ti y alejarme con ese adiós atrapado entre mis labios sellados por el dolor?
No lo sé, acaso haya sido un par de primaveras después en que, convencida de nuestra incompatibilidad, emprendí ese viaje hasta ti, del brazo de quien yo llamaba mi pareja por aquellos días, aún me pregunto si fue mi anhelo de tu amor el que me sembró la idea de tu desagrado por verme con él o si en efecto no te mostraste feliz al saberme ajena a tu galantería. Esa respuesta jamás la obtendré, de modo que juego con infinitas posibilidades según mis sentimientos y mi estado de ánimo me permiten concluir. La vida continuó su curso y más tarde te supe casado, una preciosa bebé ocupaba esos brazos.
Dolió imaginarme viviendo esa historia contigo y saber que no era mi rostro el que contemplabas al despertar. Tú, supongo que viviendo esa vida de ensueño que tantas veces proyectaste en tu mente como el hogar que anhelabas al fin tener. Y yo...arrugando entre mis manos esas imágenes mentales de lo que ya disfrutaba alguien más, a la par que me reconstruía el alma en pedazos, uniéndolos con la idea reconfortante de saberte feliz.
Las cosas así, opté por guardar la esperanza de volver a vernos algún atardecer, sobre todo cuando elegiste ser solo padre y esposo ya no más.
Por amor a Dios, ¿cuándo demonios fue que te perdí? ¿Qué tan esclavizado por la incertidumbre se debe estar para lanzar súplicas al cielo y maldecir al propio infierno en una misma oración en busca de certeza?
Si hasta la época en que ambos recobramos nuestra libertad y me pediste vernos para hablar de todas esas cosas pendientes y, que por azares del destino no logramos coincidir, si aún entonces no te había perdido, lo que sí perdí fue un tiempo valioso, por miedo, inseguridad, orgullo, estupidez, apatía o cualquier veneno que haya estado en turno. No lo supe aquilatar, debió llegar ese día, la alborada más triste de nuestra historia, al menos para mí, cuando anunciaban la noticia que me devastó, el piso desapareció bajo mis pies y un hueco atravesó mi cuerpo dejándome como una materia inerte suspendida en una dimensión sin tiempo, inmaterial, obscura, helada.
Ya no había un mañana para nosotros, el último grano de arena en nuestra historia había atravesado el cuello de ese desalmado reloj que, sin aviso ni demora, recogía un alma prestada. Mi mundo se cimbró, la tierra se partía dejándome suspendida en la nada, pero se negaba a tragarme para llevarme contigo, aún debía pagar con lágrimas y sufrimiento la cobardía de no expresar mis sentimientos por ti, ya no interesaba nada, ni esa estéril pregunta de ¿cuándo fue que te perdí?
Aún elevo mis plegarias para encontrar respuestas sin preguntas, y como eco resuena en el recinto que eso tal vez nunca sucedió, pues imposible es perder lo que no se tiene, inútil es buscar lo que no se ha perdido y yo...yo seguramente tampoco sabré si alguna vez fuiste mío.
Okuduğunuz için teşekkürler!
Ziyaretçilerimize Reklamlar göstererek Inkspired’ı ücretsiz tutabiliriz. Lütfen AdBlocker’ı beyaz listeye ekleyerek veya devre dışı bırakarak bizi destekleyin.
Bunu yaptıktan sonra, Inkspired’i normal şekilde kullanmaya devam etmek için lütfen web sitesini yeniden yükleyin..