Maracaibazo
Oscuridad.
Entre las calles oscuras se esconden las almas de Maracaibo. Ruidos inentendibles, inexistentes suenan a las orillas del puerto, sonidos que se escapan de los más hondo de la ciudad.
¿De donde viene tanto movimiento? ¿Tanto griterío? ¿Tanto sufrimiento?
Las balas se escuchan a la distancia y luego en la cercanía, hasta que no se escuchan más.
Los niños más jóvenes lloran en la penumbra, los recién llegados al mundo callan en el hospital, sin saber que ahora no son nada, más que un número más.
¿Cuántas horas quedan? Preguntan las doñas escondidas en sus hogares, con solo la luz de la luna a su merced.
¿Cuántas horas más hasta que el sol se asome desde el mar? La respuesta queda en silencio seco, ya que todo suena silencioso ante el griterío en la ciudad.
“¡Guardia nacional!” Gritan los chamos que corren de la pólvora en el aire “¡Dale un alto fuego!” Los vidrios de los negocios se dispersan mientras los militares avanzan “¡No levanten armas, contra el mismo pueblo!”
Sonidos de disparos en la lejanía.
Los niños hacen carreras de bicicleta en lo más profundo de Maracaibo. Van y vuelven sobre las calles de tierra, con cabezas tan grandes que no parecen ser de la Tierra.
Los gritos y los disparos los hacen olvidarse de el hambre y la tristeza, les hace recordar su hogar.
Se arma un río de tristeza entre las botellas rotas de Polar, las balas y la sangre se esconde entre los negocios, que alguna vez fueron los proyectos de vida, de unos y otros.
Los colectivos se esconden entre los tiros, se convierten en el terror de los que no han comido, que ahora sin agua ni luz se han escondido.
Y hace más de treinta horas que una doctora mantiene vivo a un niño. Y otro que esperaba un órgano hace más de dos años lo ve a su lado podrido ¿Quién hace las operaciones entre el calor y el frió, iluminados por la luz de un celular y algún que otro generador que sigue activo? Los doctores de Maracaibo no reciben ni un suspiro.
Día de protesta en el paisaje destruido, lo que alguna vez había sido negocios ahora era escombros, vidrios rotos, balas, cemento, sangre, entre otros.
¿Cuántas horas habían pasado? ¿Cuántos meses? ¿Quién llevaba la cuenta de los cuerpos, de los desnutridos y desaparecidos? Los carteles se levantaban, ciudadanos llorando por medicina y agua, se les daba solamente bala noche y día.
“¿Séptimo apagón?” Pregunta una mujer en la oscuridad, ya había olvidado lo que era vivir con luz de mañana a noche, se había olvidado lo que era la tranquilidad de la madruga, ahora vivía con una pistola escondida bajo su cama.
¿Quién parará la hambruna en los barrios? ¿El sufrimiento de los hospitales? Nadie responde, solo hay sonido de incertidumbre y un deseo interminable de que termine.
Un hombre que alguna vez había vivido esos tiempos oscuros en la capital sonríe por no llorar.
“Como en el Caracazo” se dice a si mismo “pero Maracaibo en su lugar.”
“Maracaibazo” dice su amigo, que se sentaba al lado, ambos muriéndose de calor .
“Sí pana, con ese nombre lo voy a recordar.”
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