Erraba por el bosque; su casaca sinuosa, sus botas y su cabello estaban salpicados de puntitos blancos. Era invierno, el solsticio de invierno, una época que reinaba con recuerdos y buenos deseos. Muchas personas se veían afectadas por la nostalgia, y el Lord no era excepción.
Los árboles eran hermosos, empapados de nieve; los senderos níveos y el arrebol era majestuoso. Incluso el aire era más limpio, sin embargo, el Lord no se jactaba por tal belleza.
El Lord había salido del reino antes de que siquiera los pájaros comenzaran a cantar, él partió cuando no había ojos curiosos observando. Tantas horas caminando, ido en sus pensamientos, que sólo despertó cuando una choza se visualizó a la distancia. La chocita era mísera, era tan chiquita y pobre que ni los ladrones de los bosques se molestaban por asaltar.
El Lord esperó detrás de un gran árbol, esperanzado por verla.
La Cazadora siempre había madrugado, le gustaba ser una de las primeras personas en poder sentir el sol acariciando su piel; por ello, abrió la puertita de madera de su casita, con el carcaj en su espalda y el arco atravesado por su pecho salió de su hogar para encontrarse con unos ojos verdes mirándola.
Dio un brinquito, pero velozmente colocó una flecha en el arco apuntando al hombre.
El Lord se halló sonriendo.
—Veo que no has cambiado.
La Cazadora suspiró.
La historia del Lord y la Cazadora era singular y trágica. Hace unos años, cuando ambos todavía eran jóvenes, se enamoraron perdidamente. Pero el amor joven viene con toneladas de desgracias.
—¿Qué haces aquí?
El Lord no contestó, ¿cómo decirle que sólo quería verla? Era una excusa pobre y triste.
—Vine a invitarte a la celebración.
La Cazadora lo miró a los ojos, cosa que hizo que el corazón del Lord se acelerara.
—Odio esta época.
Sin otra palabra que decir, se marchó a cazar.
El Lord la había querido, no había duda de ello, pero cuando logró tomar la valentía suficiente para pedirle matrimonio, su padre ya había violado la libertad del joven. El día de la boda, la Cazadora estaba arreglada con un hermoso vestido blanco, con perlas adornando la seda. Esperó y esperó; su sonrisa fue disminuyendo mientras los minutos pasaban y cuando él no llegó, se puede confirmar que fue la última vez que la cazadora sonrió de verdad. Porque no hay otra cosa que duela más que la primera vez que el corazón se rompe, es funesto y desolador.
El Lord la observó cazar por mucho tiempo, y cuando el sol estaba en su ápice, él se fue del bosque, sin antes dejar una cajita de madera en la puerta de la chocita. ‹‹Un último regalo››, pensó.
Su esposa era la princesa Leah. Su arrogancia se desató cuando se casó con el Lord, porque al igual que él, su corazón pertenecía a otra persona. Leah y su soldado, el general de la legión del Lord, Benjamín. El Lord aceptó que el amor de su esposa no estaba con él, y cuando su hijo nació, él aceptó que no era suyo.
Al llegar al reino, saludó a Benjamín y éste le respondió con un gesto de cabeza, sin rencor entre los dos.
La música sonaba en la habitación del Lord, era de noche y pronto se festejaría la navidad. El Lord sonrió a un retrato de papel que observaba mientras se hallaba en el balcón. ¿Qué es la vida sin amor? El amor es todo, y él no quisiera ver otra navidad sin tener aquello que tanto ansiaba. Así que, con el recuerdo de las caricias de su amada, saltó…
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