Ella no se atrevió a abrir la carta de la Agencia Tributaria. Le daba pánico solo de ver la franja negra en el sobre. Había abierto un negocio de tartas caseras que, tras varios años, quebró. Era la ilusión de su vida y se gastó todo sus ahorros y más que dejó a deber, entre impuestos y autónomos.
Por eso guardó la carta en un cajón y se olvidó de ella durante un tiempo.
Volvió a su antiguo trabajo de secretaria. Pasaron los meses y conoció a un chico que trabajaba en el parking. Se enamoraron. Se fueron a vivir juntos. Después de cuatro años, tuvieron un precioso hijo. Se casaron. Fue el día más feliz de su vida. Follaron, se pelearon, se reconciliaron. Su hijo creció y les presentó a su novia y más tarde les brindaron dos nietos.
Hasta que un día, llamaron a la puerta. Eran unos agentes de la ley y le dijeron que venían a ejecutar una orden de embargo. Se la llevaron.
—¿Es que no leyó la carta?.
En la carta ponía que debía 158.000 euros a la Hacienda Pública. Transcurrido el plazo para saldar la deuda, se le embargaría su cuerpo físico, que pasaría a ser propiedad del Estado hasta su resarcimiento completo. Le extrajeron los datos de su mente y los almacenaron en la Nube y le implantaron un nanochip por el cual se vería forzada a hacer cualquier cosa que el Estado le obligara.
La carta la recibió un 22 de Marzo del 2058.
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