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A veces creo que soy una romántica.

Romántica que llora con Bécquer, romántica triste,romántica alegre.

Romántica de las que ya no quedan, romántica del siglo XIX, romántica.

Nunca has sido mío, nunca lo serás.
Tus ojos no han sido nunca míos, tu sonrisa no lo ha sido, las yemas de tus dedos (pese a acariciarme las caderas) nunca han sido mías.

Yo nunca he sido tuya. Y nunca lo seré.

No sé. Tengo la costumbre de pensar que los posesivos sólo se utilizan para designar a objetos que son de la propiedad de X persona/s. Tú no eres un objeto. Ni yo. Ni ninguna persona. Los seres son mucho más que eso, son alegria y tristeza, son adrenalina, son nostalgia, son rabia, son cariño. No puedo llamar objeto a un ser que engloba tantos y tantos y tantos sentimientos dentro de sí (somos extraordinarios).

No te voy a mentir. Te quiero. Pero el amor implica libertad. Nunca he estado dispuesta a ofrecértela. No me malinterpretes, si fuera mía te la ofrecería hasta con los ojos cerrados. Pero tu libertad no es de mi propiedad, no te la puedo dar, no es de nadie, sólo tuya, tuya y de nadie más. Y que guapo me pareces cuando eres libre.

Y que bonita mi herida que tiende a sangrar cuando ya tiene la costra formada. Cada vez que se abre, pese a ser asquerosa, me parece una obra de arte abstracto del cuál tu eres el pintor, y eso que no tienes ni idea de arte.

Me gusta el amor intenso, el amor que se basa en la idolatración de la mente, ese, ese amor intenso y que arde a llama viva quiero. El que me haga volar más alto, sin importar la ostia que me llevaré al caer. 

Sin embargo, nunca pensaré que pasar todo el tiempo con una persona ni determinarla como tu propiedad es amor, nunca, jamás. La voz de los poetas muertos se retorcería en la tumba sí el amor fuese cohibir.

Romántica es lo que soy, en el mayor grado posible. Y tú, tú sigues siendo más guapo cuando eres libre.