Tu Dios no es mi Dios.
Ahora que lo entendí, quiero gritarlo.
en aquel pasado en el que al infierno me enviaste,
quisiera volver y tan niña, abofetearte.
Tal como esa acusación impía,
tu vida que denigraba la mía.
Tú y tus ropas de gala,
yo y mi riqueza de nada.
Me condenaste por ser mundana,
porque mis raíces se persignaban ante una sotana;
te jactabas de nacer en cuna de oro,
de cantar alabanzas en un coro.
Así, tan pequeña, la peor cosa no era pobreza,
era la maldición que dejaste en mi cabeza;
La desgracia fue mía
Tu infierno, mi pesadilla.
Me confesé por la dicha de mi amada,
resultó ser que mi tumba cavaba.
Oh, este suplicio de ser tirada, arrancada,
sentirme de todo, menos aceptada.
Quién diría que un día y por un tiempo,
hablaríamos de Dios en armonía.
Hasta que tu traición, en plena defunción,
resonaría sin culpa ni algarabía.
Escuché de tu boca hiriente,
qué tan mal ser humano había sido;
Mi pecado ardiente, la cruz de mi herejía,
Si tu Dios te perdona y me castiga…
Seré la mala amiga, decreto paganía,
porque si pronuncias
«Que Dios te bendiga»
Estaré segura de que preferiría estar en el averno,
que aceptar consuelo de un Dios ajeno.
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