Me mudé a un lugar alejado de la ciudad cuando tenía 25 años, mis padres no podían conmigo y yo tampoco podía con ellos, querían buscarme esposa y tener nietos, pero yo no tenía interés alguno en eso. Así que busqué un hogar en las bastas llanuras para vivir en paz lejos del ruido de la ciudad y la carga que querían darme mis padres.
A pesar de todo lo que eh pasado y la edad que tengo, sigo en buena forma y me mantengo con la caza y cultivo de trigo, mis vecinos me ayudan a venderlo todo en la ciudad y nos repartimos las ganancias equitativamente, así que nunca nos falta nada.
El día de hoy tocaba ir de caza para vender la carne en el mercado, así que tomé mi arco y mi bolsa vacía para regresar con una repleta de carne fresca para el atardecer.
—¿Ya vas de salida Dareen? —dijo uno de los vecinos que ayudaba en el cuidado del trigo.
—Sí, regresaré al atardecer igual que siempre, llevaré tu caballo para que estire las patas, ¿está bien?
—Por supuesto, ya le hacía falta salir.
Bajé la pequeña colina hacia su establo y vi al hermoso andravida que guardaba cuidadosamente. Era negro como el cielo nocturno y veloz como un rayo, pero él decidió ponerle Σαλιγκάρι, Caracol, muy irónico, pero así lo quiso.
—¿Cómo haz estado amigo mío? ¿Quieres salir a cazar conmigo? —Σαλιγκάρι relinchó agraciadamente en señal de aprobación y lo saqué del establo.
Cabalgamos por la llanura hasta llegar a la entrada del gran y espeso bosque, era de mañana, así que todavía estaba un tanto oscuro entre los árboles. Cruzamos el laberinto, esquivamos varias ramas, evitamos las gruesas raíces, y saltamos por pequeños ríos que se nos atravesaban; hasta llegar a donde los ciervos comían.
Me bajé de Σαλιγκάρι y preparé mi arco con una flecha, todos eran tan hermosos, relajados y pacíficos, a no ser claro que hubiera algún macho alfa por aquí. Escaneé la zona con mis ojos en busca de alguno, pero no encontré nada a la vista.
—Esto será fácil.
Busqué al más hermoso ciervo que pudiera encontrar, pero no encontraba al mejor. Cambié de posición unos metros a la izquierda y lo vi, un ciervo tan hermoso como el brillo del sol en el trigo, dorado como el oro. Parecía una criatura de los dioses, que hasta ellos lo habían cuidado tanto, al punto en el que quedase así.
Saqué una flecha y apunté a mi objetivo, tensé la cuerda y al estar seguro, disparé. La flecha voló tan rápido que los ciervos que estaban por delante no la vieron, atravesó los espacios huecos hasta estar a punto de llegar al objeto. Entonces se escuchó un ruido extraño, una mezcla entre el bramido de un ciervo y el de un hombre.
Corrí saliendo de mi escondite y revelando mi posición hasta llegar a donde había estado aquel hermoso ciervo. Pero para mi sorpresa, lo que encontré no fue un bello ciervo, sino un extraño hombre herido por mi flecha. Era imposible que me hubiera confundido y pensado que ese era un ciervo, era definitivamente un ciervo hace tan solo unos segundos.
—¡¿Vas a ayudarme o me vas a despellejar vivo mortal?! ¡Ya uno no puede ni estar tranquilo por el bosque estos días!
No, esto es completamente imposible, no hay forma en la que me haya confundido y disparado a una persona en vez de a un ciervo.
—¿Eres sordo o algo? ¿Tal vez ciego? ¡Hola, aquí un bello hombre herido por tu flecha barata, hola!
—¡No es una flecha barata, además tú te atravesaste!
—¿Quieres culparme por algo como esto? ¿Por qué no mejor dices que me la enterré yo mismo?
—¿Disculpa?
—Vaya, los mortales están en la ruina. ¡Sólo ayúdame a sacarla!
Me acerqué dudosamente al desconocido y tomé la flecha, lo cual, no le dolió en lo absoluto, o estaba haciéndose el fuerte, una de dos. Me preparé y saqué la flecha rápidamente.
—De verdad lo siento, no sabía que estabas aquí.
—Ya lo noté, tienes muchas agallas como para dispararme a mí, en especial con una flecha.
—¿Eres hijo de alguien importante?
—¡Ja! Ya quisieras…
Se levantó como si nada y miró su herida, parecía curioso y enfadado al mismo tiempo. Luego me percaté de algo, su sangre, o al menos pensaba que era eso. Era dorada, como las historias de los poderosos dioses del Olimpo, miré la flecha y también estaba cubierta de esa sangre dorada. Los niños de una de las que cuidan el ganado me contaron una vez que si bebías de su sangre te hacías inmortal, como un semidiós.
No les creí en ese momento, pero ahora mismo tengo una flecha con un líquido dorado, si no es su sangre, no sé qué es. Acerqué cuidadosamente la punta de flecha hacia mi boca con esa desagradable intención de lamerla.
—¡¿Qué haces?! —El hombre de origen desconocido me arrebató la flecha y luego la desapareció como por arte de magia —¿No eres un asesino enfermo verdad?
—¡¿Qué, por supuesto que no?!
—Oh bueno, entonces, si no te molesta, me voy —dio la media vuelta y se metió en las sombras bosque.
—¡Oye espera, no desaparezcas!
—No voy a desaparecer crédulo —dijo detrás de un tronco ancho.
Di un leve suspiro y sin pensarlo lo seguí, mi curiosidad era mayor que cualquier otra cosa. Pasamos por entre ramas, hojas caídas, hasta por una increíble cascada que no sabía que estaba ahí hasta ahora; hasta que llegamos a una zona de pastizales.
—¿Por qué me sigues?
—No te estaba siguiendo, solo estaba caminando en la misma dirección.
—¿Me crees tan fácil de engañar? —Me quedé callado ante su respuesta y desvié inconscientemente la mirada.
—¿Qué es este lugar?
—¿Un pastizal? ¿En un risco? ¿A lado del mar?
—¿El mar?
Caminó un poco más adelante y lo seguí, hasta quedar al borde de un risco que definitivamente te llevaría a la muerte si llegaras a saltar.
—¿Saltarías conmigo mortal?
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
Definitivamente no debería estar aquí, me hubiera quedado o huido junto con Σαλιγκάρι, no, necesito salir de aquí, tal vez pueda perderlo entre la hierba si corro.
—No lo lograrás.
—¿Qué? —volteé a verlo y sus ojos brillaban de un tono rosado, era aterrador.
Me di la vuelta y corrí lo más rápido que me daban las piernas, sin mirar atrás crucé la cascada, las hojas y ramas, hasta llegar a donde había dejado a Σαλιγκάρι.
—Vámonos amigo, rápido, a casa.
Obedeció y rápidamente volvimos a la llanura, estaba asustado, casi temblando, quién sabe qué cosas me podría haber hecho si me quedaba, pude haber muerto en ese risco, flotando entre las afiladas rocas. Bajé de Σαλιγκάρι y lo metí al corral, al menos uno de nosotros estaba feliz de haber salido.
—¿Volviste tan pronto? —preguntó el dueño de Σαλιγκάρι.
—Se me atravesaron machos en el camino, eran demasiados como para cazarlos.
—Oh, está bien, no te preocupes, de todos modos, tenemos mucho hasta la próxima vez que salgamos a la ciudad.
Salí del establo dejando al señor con su caballo, subí la pequeña colina y entré a mi casa, todavía no terminaba de entender qué era ese hombre, sus ojos habían brillado rosa, eso no era normal.
—Para mí lo es —Su voz se escuchó proveniente de la cocina, mi piel se puso de gallina al instante —No es correcto ignorar a una persona, independientemente de su procedencia mortal.
Caminé lentamente hasta la cocina y me asomé con terror, para encontrarlo buscando cosas en mi alacena.
—¿Dónde tienes eneldo?
—¿Eneldo?
—Sí, para preparar tzaziki.
Estaba completamente confundido, ¿cómo es que llegó aquí antes que yo?, ¿por qué preparaba un mezedes?, ¿cómo cambió su personalidad tan rápido?
—Podrías calmarte, tu estrés arruina mi rostro y el tuyo.
—¿Qué?
—Me sorprende lo mucho que te haz tardado en descubrir quién soy, por lo regular los mortales me reconocen a penas me ven.
—Está abajo…
—¿Qué cosa?
—El eneldo.
—Oh —rebuscó y sacó un frasco con eneldo dentro.
Dijo que por lo regular las personas lo reconocen, ¿será realmente una persona importante que se escapó de sus responsabilidades? Aunque si lo pensamos bien, su sangre era dorada, como la de los dioses, sus ojos brillaron de un tono rosado, y llegó a mi casa más rápido que yo en Σαλιγκάρι. ¿Entonces, es él un dios?
—¡Listo! Tal vez mi madre sea mejor cocinando, pero sigo siendo el número dos en esta arte.
—¿Está bien?
—Ahora, ¡pruébalos! —tomó uno de ellos y me lo acercó a la boca con intención de que lo comiera.
—¡Está bien, está bien!
—Eres un mortal despreciablemente lento —lo miré extrañado e insultado por su comentario con medio tzaziki en la boca; suspiró y luego dijo —¿Eros te suena de algo?
—¿Eros? —dije tragándome el tzaziki que tenía aún.
Ese nombre se me hacía conocido, no iba mucho a obras en la ciudad, pero sí sabía algo gracias a los niños y los vecinos cuando hacían sus obras improvisadas en medio de la llanura.
—Un segundo, ¿tú eres?
—Sí
—No te creo nada, ¿no será que tus padres te pusieron el nombre de un dios?
—¿De verdad? —Un brillo rosado salió de su espalda y un par de alas blancas aparecieron frente a mis ojos —¿Ahora vas decir que esto es una obra de teatro, no?
Me quedé petrificado ante lo que veían mis ojos, no podía creerlo —Si te desmayas te lanzo al risco mortal
—¿Podrías dejar de llamarme así? ¡Tengo un nombre!
—¿Y ese es?
—Me llamo Dareen, así que úsalo a partir de ahora.
—No puedes obligarme.
—Está bien aldeano.
—¡¿Cómo me llamaste?!
—¿Por qué gritas aldeano?
—Está bien, Dareen.
—Gracias Eros, es no un placer conocerte, ya que casi me matas de un susto.
—Eres el primer mortal en burlarse de mí tan abiertamente.
—¿Qué puedo decir? Soy testarudo, curioso, y no me dejo pisotear por nadie, al igual que trato a todos, independientemente de su procedencia, igual.
Salí de mi casa cerrando la puerta detrás de mí, luego me alejé unos metros y me desplomé sobre mis rodillas, mi cerebro se dio cuenta de lo que pasaba y la jaqueca vino como un rayo. Había un dios en mi casa, un dios había preparado tzaziki en mi cocina, y a parte me había atrevido a hablarle como si fuera normal que los dioses te hicieran bocadillos.
—Oye mortal, digo, Dareen, ¿no te vas a comer el tzaziki? Porque con gusto me lo como yo solo
Mi cabeza no sabía qué hacer en esta situación, así que me levanté y di un paso, luego otro, y otro hasta terminar corriendo a la casa de un amigo que conocí hace tiempo, justo cuando llegué a la llanura, Alcott.
—Tú eres un cisne y tú un pato, pero tú, no tengo idea de qué eres —llegué a su casa y salté la pared de piedra que lo separaba del mundo.
—Alcott
—Pero fácilmente podrías ser un ganso que habla como Dareen
—Alcott, no estoy de humor hoy —se dio la vuelta y casi se le cae una vara que tenía en las manos.
—¡No hagas eso! ¿Qué acaso eres el único que no sabe lo que es una entrada? Para eso existen, así que la próxima vez, úsala… por cierto ¿por qué te ves destrozado? ¿Luchaste con una hidra o qué?
—De hecho escapaba de mí, además soy mas bello que una hidra.
—Sí… ¡¿de dónde salió este hombre?! ¡¿Quién eres?! ¡¿Tampoco sabes usar la entrada?! ¡¿Por qué nadie sabe usarla?! ¡¿Y por qué tienes alas en tu espalda?! ¡Usa la puerta!
—Relájate amigo mortal, o vas a terminar atrayendo a Laelaps, lamento no haber usado tu bella y muy bien trabajada puerta, entrada, pero necesitaba alcanzar a este tipo.
—¿Por qué? ¿Te robó algo?
—Mi dignidad y respeto…
—Oh, pensé que la ropa.
—¿Por qué me robaría la ropa?
—No lo sé, siempre se roba mi ropa cuando hay un lago o un río cerca, dice que necesito más limpieza.
—Eso es ridículo en verdad.
Lentamente me fui escabullendo dentro de la casa de Alcott, aprovechando que “Eros” estaba distraído. Pero por graciosas razones, no duró lo suficiente como para escapar.
—¿Qué tal Dareen? ¿Damos un paseo por los aires?
—¿Qué?
En un abrir y cerrar de ojos, Eros me tomó de los brazos y me sacó volando de la casa de Alcott, el cual, seguía distraído con sus emplumadas mascotas. Subimos más y más alto, hasta que el bosque pareciera nada más que arbustos —¡Bájame ya mismo!
—No, heriste mis sentimientos y ahora morirás
—¡¿Qué?! ¡Estás loco!
—Me duele, adiós mortal, espero no tener que volver a verte
—No lo haga-
Me soltó y caí a una velocidad descomunal, lo que una vez pareció un bosque de arbustos, se transformó en un bosque lleno de árboles gigantes que se acercaban rápidamente. Cerré mis ojos viendo mi vida pasar frente a mis ojos, sabía que era mi final, para cuando me encontraran ya estaría hecho polvo contra el suelo.
Pero aún no quería hacerlo, rogué a los dioses su perdón y me dejaran vivir, todavía tenía muchas cosas que quería hacer, tenía que sacar a Alcott de su pequeña prisión y llevarlo a ver el mar que solo había estado viendo por encima del muro. Todavía tenía que mostrarle al mundo y a mis padres que podía con esto.
Caí y me sumergí en agua dulce, había caído en un lago, subí a la superficie y noté que era de la cascada que había visto antes. Agradecí a los dioses y salí nadando de lo que pudo haber sido mi muerte.
—Por Zeus, pensé que caerías más lento, ¿realmente pensaste que mataría a un mortal? Ni siquiera tengo permiso para eso, tendría que hacer mucho papeleo para eso, y no quiero hacerlo.
Lo ignoré por completo y me fui a casa, no debí haber escuchado a este dios desde un comienzo, debí haber huido con culpa, o tal vez sacado la flecha y haberme disculpado, o simplemente no haberlo seguido, si sigue molestándome terminaré en la ruina total.
—No me ignores, tú fuiste el que me hizo caso en un principio, no te hagas que no existo… —No le respondí, ni si quiera lo miré —¿Sabes que puedo dispararte en cualquier segundo no? Puedo hacer que te enamores de la criatura más horrenda que existe en este mundo.
—¿Quieres decir tú? No gracias.
—¿Cómo te atreves-?
—Escuche, no me interesa lo que me diga, solo déjeme como estaba hasta hace unas horas, no quiero que alguien como “usted” me esté amenazando, torturando, siguiendo y molestando todo el tiempo, ¿es eso tanto pedir?
—Sí, además no pienso obedecer a un simple mortal como “usted” Dareen.
Seguí mi camino con él siguiéndome como un pervertido para todos lados independientemente de lo que hiciera, comiera, dijera o viera, él estaba en cada situación y campo de visión. Era más molesto que un pato cisne de Alcott.
De todos modos, al final terminé aceptando su terrible presencia, hasta el punto en el que comenzó a portarse realmente extraño.
—Voy a llevar algunas cosas a la casa de Alcott, quédate aquí por enésima vez.
—No puedes ir…
—No te pregunté, adiós.
Salí de mi casa con una bolsa llena de cosas extrañas que Alcott me había pedido buscara, como unas flores que crecían en el acantilado y caracolas de color amarillo brillantes. Sus pedidos eran extraños, pero me mantenían ocupado, y al final era divertido ver qué hacía con esas cosas que parecían insignificantes.
—¡Alcott, tengo tus cosas!… ¡Y estoy usando tu puerta!
—¡Por fin llegas! Necesitaba esas cosas para los toques finales —dijo tomando la bolsa de mis manos.
—¿Qué haces ahora?
—Una extensión de mi hermoso jardín del valle en miniatura, mi padre me contó sobre un risco que está cerca de un lugar lleno de flores, así que estaba juntando flores que tenía y lodo para hacer el risco.
—Qué creativo, yo no podría ni imaginar el proceso.
—Para eso te pido los materiales, para que seas parte de mi creación.
—Está bien.
—Ah, por cierto, el palomo está detrás de ti —dijo viéndome de reojo mientras acomodaba las flores.
—Te dije que no me siguieras.
—Y como te hago caso, por eso vine.
—Eres un dolor de cabeza.
—Yo te pedí que te quedaras y no me hiciste caso, solo hice lo mismo.
—¿Qué no tienes tareas de dioses que hacer?
—Eso hago, pero dejarte con el amante de las criaturas con plumas me pone ansioso.
—Como si Alcott pudiera hacerme algo, sólo vete y déjame vivir en paz, ¿o acaso tengo que ofrecer algo a un templo tuyo?
—No hay por aquí, pero si quieres hago uno para ti
—No gracias, tengo suficiente con tu vago recuerdo, ah si me disculpas, ¡¿Alcott, en qué te ayudo?!
—¡Trae a Ganso, Cisne y Pato para que estrenen mi jardín!
—Si tanto me quieres lejos me iré, pero no pienses en si quiera-
—Si, si, ahora fuera de mi vista
Eros se esfumó rápidamente obedeciendo por primera vez, dejando atrás una camelia rosada tirada en el suelo, la recogí y la guardé para después. Ahora por fin era libre físicamente, ya no tenía esas pisadas extra a mis espaldas.
Solté un leve suspiro y me puse a buscar a los emplumados de Alcott, eso me tomó aproximadamente una hora, ya que no encontraba al Ganso por ningún lado, hasta que volví al jardín y lo vi en la cabeza de Alcott en perfecto equilibrio.
—¡Los encontraste!
—Sí, tardé mucho pero aquí están.
—Oye, ¿qué es esa flor que tienes ahí?
—¿Esto? Ah… es para plantarla en el centro de las flores.
—Vaya, entonces dámela para que la plante.
—¿Puedo intentarlo?
—Claro solo ten cuidado con las otras.
Pasé por entre algunas flores y Alcott me enseñó a plantar flores. Pero para mi sorpresa, la camelia comenzó a expandirse por entre todas, dejando pequeños retoños hasta las orillas, era hermoso.
De repente, un recuerdo vago me vino a la mente, era sobre una plática que tuve con la madre de los niños del valle. Ella me contó los múltiples significados de las flores y los colores de ellas, y este color rosado, en específico de las camelias, tenía un significado algo inusual para mí.
Y ese era, amor sincero y eterno.
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