armini Armini Martínez

Ayakas. Esas extrañas criaturas de las que nadie habla. Algunos dicen escuchar voces, otros ver criaturas en la noche, otros, susurros en los recovecos de las lápidas sin nombres. Las muertes más trágicas sin ser recordadas deambulan entre las cuatro puertas del inframundo. ¿Que son? Solo ellos lo saben. (Puede contener cambios y/o correcciones en un futuro. Historia solo por hallooween)


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#ayakas
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Retroceso

Entre el escenario negro y la oscuridad apenas podría ver sus manos. Un cielo negro sin la esperanza de ver alguna luz se alzaba por toda la ciudad. Los rallos de la luna oculta apenas lograban identificar las sombras de los edificios. Pero hasta la oscuridad más absoluta no impedía a los ayakas discutir en ese momento.


− ¡Tu! Bastardo ¿¡Que has hecho!? −gritó unos ojos llameantes agarrándolo del cuello de la camisa. Él, media cabeza más alto, empezó a mostrar una sonrisa cuadrada mal arreglada que le producía arcadas. Una sonrisa que solo mostraba a veces cuando su plan funcionara antes de irse, dándole la espalda al mundo entero como solían hacer los de su especie, por eso eran tan odiados. Al verlo temió lo peor que podría haber pasado. −Responde, por el amor del Neeras.

−Digas lo que digas, o hagas lo que hagas ahora, ya da igual, −le respondió mientras apartaba su pobre vista dañada a la sombra de uno de los edificios más altos de la ciudad, donde allá, de pie mirando el suelo, había la sombra de alguien. −El último acto de la obra de teatro acaba de dar comienzo. Ya no hay marcha atrás.

− ¡Tu, salvaje! −estalló al salir en carrera bajo sus propios pies por la calle, sabía que no llegaría, pero esperaba que reaccionara y lograr algo de tiempo. Si no fuera por él todo estaría bien, el manejaba todo a la perfección, pero no, tenía que venir una vez más a molestarlo, justamente a él, parecía disfrutar más arrebatarle las cosas que cualquier otra cosa en el mundo entero. −¡¡¡Ann!!!


Aún por todas las veces que le llamara mientras corría no le escuchaba, al final la sombra dio un paso al frente y se precipitó al suelo. Gritó su nombre una última vez sabiendo que no valdría de nada. La impotencia hizo que olvidara que no podía usar su levitación y flotó hasta ella. Pero también olvidara que los ayakas no podían tocar a los humanos y Annie calló al suelo atravesando sus dos brazos extendidos. El estruendo fue tal que a los segundos ya había varias luces encendidas. Se quedó perplejo, durante media hora flotaba sobre el suelo invisible para el resto, una vez más se la había jugado. ¿Porque siempre a él? ¿Por qué solo le pasaban a él estas cosas? ¿Por qué existía los trágicos finales? ¿Cuándo dejarían de pasarle cosas malas solo a él? Se preguntó a si mismo olvidándose de todo lo que le rodeaba, pues todos sufrían, no solo los ayakas, también los humanos, aunque en menor medida.


«Ojos frente al maizal, la torreta del monstruo, el orfanato incendiado, jirones de piel roja, corazón de peluche, sobredosis de sueños, el edificio a la luz lunar...»


Al pensar en eso le invadió la rabia por completo. Apretó sus dientes y sus puños tan fuerte que empezaron a caer gotas de carmín que se mezclaba con el charco de sangre claro que derramaba el cadáver desfigurado.


No dijo un "lo siento" que no sentía, no dijo un "te odio" a, su compañero, como ordenaban llamar, no dijo un "¿por qué a mí?" como si fuera el único que sufriera. Pero cuando vio la luna blanca, brillando entre las nubes negras sin dejar que la ocultaran noto el agua caer por sus mejillas. Era la misma luna burlona que se reía de él aquel día que le arrebataran lo único que tenía, se reía, se reía de él a través de los ventanales del edificio. Ahora él era quien se reía de ella en voz alta, lejos del dolor, del sufrimiento y la muerte ignoradas. Flotó hasta ella por encima de los tejados hacia su resplandor blanquecino, diciéndose que ella tenía algo que ver en todo esto, si no que otra razón tenía para estar allí, volaba de vuelta a casa, regresaba a lo que los ayakas llamaban "hogar".


−Esta me la pagas Miyo. −Declaró a unos oídos sordos mientras veía la luz cegadora entre la vista borrosa, −esta, juro, que me la pagaras por haberme hecho recordar mi lugar.


*****


− «tres...dos...uno...» −sonó el timbre de salida, sin perder un instante salió corriendo por la puerta de clases hacia casa.

−Ann!! −Se giró justo en la entrada del centro, cuando por fin daba un pie fuera del lugar. Ya quería volver de una vez.

− ¿Rousse? −Era una de sus amigas, una chica extrovertida de una gran sonrisa y enormes tirabuzones.

−Habrá dentro de poco una gran fiesta, ¿quieres venir? −dijo acercándose a ella emocionada, seguro no aceptaría un no por respuesta, −vendrán todos los del curso.

− ¿Todos? −la idea le parecía espantosa. −No gracia, preferiría no ir.

−Vamoooos, será divertido −lo sabía, no aceptaría un no por respuesta. Le dio un sobre de invitación en las manos y se alejó todo lo rápido que pudo −bueno tu piénsalo, ¿vale?

Le había obligado a aceptar su invitación al dársela en las manos y marcharse antes de que pudiera decir cualquier cosa, algo muy propio de ella. Llegó a casa y se encerró en su habitación, tiró la mochila rebotando sobre la cama y se sentó a un lado con las manos en la cara.


− «Tengo que buscar el modo de no ir, alguna escusa, −se dijo pensando en algo al ver la carta sobre el escritorio −y más si van ellos».

−Vaya, vaya. −Se burló una voz familiar −alguien ha invitado a la pequeña princesita a una fiesta.

− «Justo lo que me faltaba» −le arrebató la carta de sus manos y lo miró a los ojos, amenazante, −eso no es asunto tuyo.

−Qué más da, qué más da, −repitió sin importancia mientras flotaba cabeza abajo con una enorme sonrisa de tiburón. −Venga vamos, será interesante ir.

− ¿Ir? En todo caso iría sin ti. Márchate de una vez.

− ¿Irme, por que debería irme? −se burló mientras flotaba hecho un ovillo sobre su cabeza como queriendo agarrarla antes de darle la espalda, −que podrías hacer tú, sin mí.

−Mira ya tengo suficientes cosas que aguantar para que tú también me des la vara −estalló −se supone que las criaturas mágicas aparecen en la vida de los demás para ayudarlos, no para empeorarlo.

−Esa es la idea −aclaró chasqueando los dedos y señalándola en forma de pistola. −Creí que ya lo había quedado claro

−No voy a dejar que te salgas con la tuya.

−Eso ya lo veremos −replicó mostrando su sonrisa puntiaguda antes de esfumarse por completo entre humo y una risa diabólica, −ya lo veremos pequeña humana. Ya lo veremos.


Cuando se esfumó en medio del humo gris que se disipó en pocos segundos no quedo nada más salvo ella. Todo quedo en silencio dentro de una habitación solitaria alumbrada por una sola bombilla.

−Odio mi vida −dijo derrumbándose sobre el suelo a punto de estallas en lágrimas. Porqué tendría que aguantar todo eso, porqué le mandarían aquella criatura que lo único que hace era incordiar. Empezaba a aborrecerlo todo, ojalá con un poco de suerte esta vez venga alguien, alguien que la ayude de verdad.


A lo lejos empezaba a escuchar los gritos de nuevo, que cada vez se hacían más y más fuertes al igual que frecuentes, pronto lo mantendría como una simple banda sonora de fondo en su cabeza, pero hasta entonces aún tendría que acostumbrarse. Escuchó un golpe, por instinto sus manos cubrieron su cabeza, un plato rompiéndose en mil pedazos. Sabía que todo tardaría en acabar, y más por el hecho de que solo era el comienzo, que todo irá a más. Aún no llegó lo peor y está por llegar. Pero todo terminará algún día, un día todo acabará, todo.


*****


«La famosa noche de Halloween. ¿Quién no conoce de ella y nunca oyó hablar de la fantasmagórica historia de que los muertos volvían al mundo de los vivos bajo el permiso de la noche? Ya sea para hacer el bien o el mal en las tierras abandonadas. Aunque eso es lo que dicen, no todos lo creen, y otros intentan ver si es cierto, un mal día para todos los ayakas».

Esa misma noche unos pies pendulaban de una barandilla sobre la que alguien se sentaba. Contemplando la ciudad de noche murmuraba pensamientos sin sentidos a simple vista esperando a que algo interesante pasara. Su cuerpo le empezaba a doler, especialmente los ojos, y sentir que se ahogaba en la tráquea, nada que no pudiese solucionar al tragar saliva, por ahora. La noche empezaba a hacerle efecto y sabía bien lo que eso significaba. Su piel volvía al tono verdoso que debería ser el original, por el contrario, sus dientes cuadrados poco cambiaban en su sonrisa deformada, solo caerían algunos para volver a ser como antes. Mientras tanto seguía inmóvil, impasible, pensante en la baranda.


«Todo el mundo siempre espera que toda vaya a mejor, especialmente si las cosas no van bien. Las personas cambian, el tiempo pasa, los sucesos ocurren, todo llega a su fin... Se olvidan de que todo pasa y todo cambia, esto para bien, pero también puede ir a mal y eso se olvida. Si algo va mal y pasa a ir a peor, aún sea en consecuencia, todo solo puede acabar en tragedia.

Los dolores del mundo existen, son reales y palpitan más que la magia misma. Tan solo existen esqueletos metiéndonos en problemas, marionetas guiadas por impulsos y los deseos mundanos. Cuerpos; simples marionetas del alma, tragedias de la vida, simplemente creados para un eterno sufrimiento, nuestra propia condena de la perversidad y el ego. Lo último que verás en la vida serán tus propios recuerdos, y el hecho de como actúes ante ellos será la llave del cielo o del subsuelo, incluso de mi querido infierno. Todo es posible, salvo recuperar lo que una vez se ha perdido, no existen las segundas oportunidades. El mundo es terriblemente cruel».


Sus pensamientos invadían a su mente reflexiva evitando los recuerdos de una vida pasada. Tocó su rostro posando la mano en su mejilla doliente, las yemas de sus dedos debieran tocar un globo ocular bajo la piel, pero esta simplemente se hundió en ella, y como cada vez que lo hacía la mucosidad negra se derramaba de los agujeros cayendo sobre sus brazos, quienes no fueron lo suficiente para salvarle la vida.


*****


Bajo las profundidades, sentado, agitaba un pie nervioso sabiendo que algo estaba a punto de pasar. Apoyaba su mandíbula sobre la palma de la mano encima de uno de los reposa manos, y con la otra sujetaba el lado izquierdo queriendo arrancar el recubrimiento enlatado del trono. Miró los decorados de la sala cuando el sonido del viento le trajo noticias de alguien que se acercaba a su puerta con gran prisa. La historia está a punto de empezar.


Sentía como caminaba todo lo rápido que podía hasta llegar a la puerta de los infortunios, una imponente puerta de hojalata con púas y un candado negro incrustado en el centro. El pasillo estaba completamente a oscuras, tenía suerte de que solo era un pasillo en línea recta, lo mejor era correr y rezar por no caer al infinito hasta ver las dos grandes antorchas que iluminan la enorme puerta.

Sus pasos frenaron cuando vieron la primera chispa de fuego, iluminaba la puerta que en sus marcos tenían inscripto "infortunio" por todas partes. Abrió la puerta y corrió a arrodillarse frente a uno de los líderes. La puerta se cerró al instante tras de sí y con un chasquido se encendieron dos farolillos que lo iluminaban a él y a la gran puerta a su espalda.


−Dime a que se debe tu visita −ordenó una voz grave de entre la oscuridad. El mensajero tragó saliva como si quisiera retener su alma dentro de su cuerpo. Las palabras parecían provenir de todas partes y de ninguna a la vez, pero como todos, sabía que venía de enfrente, justo de la oscuridad a la que los faroles no alumbraban.

−El señor, él ... −trató de decir varias veces, pero sus palabras se quebraban y no lograron salir. −Yo.

−Habla de una vez, no tengo todo el tiempo, −su voz parecía ser invocada desde dentro de su propio cuerpo, como una bomba a punto de estallar y volverlo pedacitos sobre el suelo de piedra. Se tiró al suelo temblando con las manos sobre la cabeza y abrió la boca, temblaba. Unos ojos rojos como dos llamas ardientes de puro rencor aparecieron de entre las sombras, mientras los faroles se encendían uno a uno entre pausas para iluminar la sala.

−L-lo llama. El señor, lo llama −consiguió decir al fin.

− ¡¿Cómo?! −se sorprendió inclinándose hacia delante, mostrando una piel gris y fría junto con un cabello encrespado y oscuro. − ¿El señor? Como no me lo dijiste antes, inepto.

−Lo siento, yo

−Déjate de escusas y márchate de una vez −le interrumpió

−Pero señor, dijo que fuera inmediatamente. −Aclaró mirándolo por fin a clara luz. La criatura de enfrente suya flotar a pocos centímetros encima del trono, algo que no podía controlar con facilidad, el líder más hablador, de aspecto más joven e irresponsable de entre todos estaba presente fuera de la oscuridad. Pero no debía dejarse llevar por las apariencias pues al fin y al cabo era uno de los cuatro subordinados que controlaba la puerta de los infortunios, que contaba con la mayor cantidad de miembros, su poder debía ser muy grande para llegar a tal puesto.

−Lo se, lo se. Dile que voy ahora mismo, −el siervo se inclinó ante él y salió de la sala cerrando sus puertas y dejándolo solo. Se sentó sobre el trono frotando su cara con ansiedad una vez que se aseguró que estaba solo. −Mierda, que habré hecho ahora.

−Asique El señor te llama, seguro la habrás cagado otra vez, −reconoció enseguida la voz, una asquerosa voz odiosa que detestaba con todas sus fuerzas se venía a reír una vez más de sus desgracias. −Rápido ve, no valla a ser que te incineren. Aunque todo sería más fácil sin ti por aquí

−Nadie te ha preguntado Miyo. −Interrumpió su burla y risa adjunta a cada una de sus palabras − ¿Qué haces aquí?

−Ha nada, ya sabes, venía a ver que tal le iba a mi gran amigo, −sonrió sin poder evitarlo. −Pero parece que no te va muy bien.

−Estoy bien puedes irte, no necesito de tu ayuda.

− ¿Estás seguro de ello? −preguntó en busca de algo nuevo sobre el que reírse. −No es muy usual que nos llame, y nunca es para nada bueno.

−Miyo −sonó una voz acolchonada más lejana por la misma dirección, −están buscándote.

− ¿He? −murmuró mientras una mujer de pelo corto y flequillo entraba a la sala con un oso de peluche en sus brazos por detrás de él. −Justo ahora que me estaba divirtiendo.


Se marchó deprisa por la cortina de la que había aparecido mientras lo veía alejarse. No era la primera vez que impedía justo a tiempo que ambos empezaran a discutir, siempre lo provocaba y el siempre respondía hasta llegar el punto de formar una pelea y fueran llamados todos frente a la puerta del lamento para el castigo apropiado.

−Gracias −movió su cabeza hacia el suelo y siguió los pasos hacia la salida. Adoraba a esa mujer, siempre evitaba una confrontación entre ambos de la manera más sencilla y sutil de todas, una lástima que nunca pudiera hablar por ella misma, quisiera escuchar su voz alguna vez.

−Date prisa en ir −comunicó mientras levantaba una de las cortinas rojas antes de desaparecer tras ella. −No es buena idea enfadar al Neeras.

−No te preocupes voy ahora mismo −era un gran gusto hablar con esa mujer, al menos era más agradable que Miyo. Al contrario que muchos de nosotros ella merecía el cielo, una lástima lo que le paso, aun así, pobres de quienes confiaran en ella ingenuamente, pues su título de la líder de los imperdonables lo ganara de una forma atroz para sus crédulas víctimas ante su silencio. Solo de pensarlo me estremecía, ni yo podría hacer cosas así.




− ¡Eres un inepto como líder de los Ayakas, un maldito vago que solo busca diversión! ¡¿Cuánto más piensas seguir sin hacer nada, rascándote la barriga?!

−Pero señor, Miyo tampoco...

− ¡Silencio! – gritó proclamando el reinado del silencio en toda la sala −Me importa una mierda lo que haga él, no me interrumpas cuando te hablo. Miyo ha visitado el mundo humano varias veces mientras, tú, te quedabas sentado en la sala demasiado tiempo. Tus súbitos pronto empezarán a pensar sobre tu puesto. ¡Pedazo de vago, bueno para nada!

−Pero si solo sale de paseo −reclamó susurrando para sí mismo, de otro modo se enfadaría más con él, cosa que no sería bueno −solo trabaja para robarme mis méritos, solo tiene engañados a todo, ese rufián...

−Habla alto −interrumpió −que pueda oírte, no en susurros.

−Lo siento señor, iré de inmediato al reino humano y no volveré hasta informaros de los avances.

−Eso esperaba oír, y más te vale conseguirlo esta vez, no falles. De otra forma tendré que pensar sobre tu puesto como líder y tomar medidas al respecto.

−Si −dijo mordiendo su labio inferior y clavando las uñas sobre sus palmas. −Entendido.

−Retírate Rakvar, no falles esta vez.


Salió por la puerta que provoco un estruendo al cerrarse detrás suya, dejándolo fuera en el pasillo a la tenue luz de las antorchas que llameaban sutiles comparada con la rabia que transmitían sus ojos. Las llamas parpadearon cuando su enfado pegó la pared, sus nudillos enrojecieron al rojo vivo sobre la piel gris escamosa, pero más dolía su mandíbula que gruñía y apretaba con fuerza.


−Valla, valla. Parece que alguien se está jugando su puesto −dijo una voz burlesca a su espalda, −se te ve muy enfadado ¿por qué no te relajas un poco en vez de tomarlas con la pobre pared?

−Miyo... −Separó el puño de la pared junto con pequeñas piedras que se desprendieran del impacto, sacudió el puño y giró la muñeca mientras lo veía de reojo. − ¿Acaso te estás ofreciendo? Porque me encantaría, no puedo herirte porque también eres uno de los líderes, pero si me lo pides ¿quién soy yo para negarme?

−Que desgracia la tuya, −dijo después de una carcajada. Al menos el lugar era lo suficientemente oscuro para ocultar la apariencia de los Ayakas, rostros que nadie quiere ver ni que sean vistos por otros. −Pero solo he venido a reírme de ti, tienes un serio problema ¿Qué piensas hacer ahora?

−Como si fuera a decirlo. De todas formas, vendrás cuanto antes para arrebatar mi trabajo como haces siempre, pero esta vez no será así, te lo prometo, ya verás.


Se alejó por la oscuridad del pasillo donde ya no llegaba la luz de las antorchas, sentido contrario de donde estaba el líder de la puerta de los indeseables que se quedó con ganas de reírse un poco más. No quería que se quedara sin su puesto, pero amaba ver como se enfadaba y le mostraba tanto odio, un odio tan vivo y lleno de energía que él mismo nunca conseguiría ni tocar, un odio que le pertenecía solo a él, a su forma de vivir con sonrisas cuando todavía estaba vivo. Un algo, una forma, un ser que odiaba por el simple hecho de ser, y que él nunca podría ser. Solo eso, y solo por eso, esta vez será mejor que nunca robar su trabajo.


−Buena suerte Rak −deseó en voz baja con un nombre que solo usaba a escondidas. −Pero esta vez también me interpondré, pero eso ya lo sabes, y por eso no me verás llegar.



Revolviendo entre los papeles de los archivos llegó al apartado "B" donde se ampliaban enormemente respecto al resto de letras, y cogiendo entre todas leyó una carpeta con el nombre Annie, Ann su apodo y nombre que todos usaban en general. Leyó los datos escritos y confirmo su decisión.

−Cuanto tiempo sin verte buscar trabajo. ¿Aún recuerdas como se hacía? −Preguntó la voz de un osito de peluche a su espalda.

−Por supuesto, es como andar en bici, un ayaka nunca olvida como hacer su trabajo. −Aseguró con la mano en el corazón a la mujer que sujetaba el muñeco, la consideraba como la hermana mayor que nunca pudo tener. −Además, ya tengo a la candidata perfecta.

−Te acompañaremos a la salida, −dijo otro ayaka detrás de ella, su estatura era muy baja y llegaba a la altura de sus codos, por eso siempre pasaba desapercibido por todos. Aunque tal vez eso sea bueno, su piel hecha jirones le producen arcadas hasta al mismísimo Neeras.


Los tres llegaron a la puerta más grande y pesada de todas, tanto que hace mucho tiempo tuvieron que diseñar un mecanismo para que esta se abriera y, una vez logrado, salieron al infierno mismo, un lugar árido y desértico de troncos muertos. Había un portal con forma de pozo en el centro de una pequeña plaza descuidada. Se despidió de los dos líderes y se acercó al pozo inactivo. El agua que se mantenía sucia por dentro sería letal para cualquier ser vivo y no vivo que la tomase, activó una de las runas abriendo un grifo de agua, llenando lo que faltaba del recipiente y la segunda runa de enfrente convirtió el agua en el portal al mundo humano. Había otras dos runas, pero nadie sabía que hacían así que, por temor a destruir algo, preferían no tocarlas. Creado el portal se adentró en el desapareciendo del inframundo salvar su título. Esta vez iría a un lugar tan recóndito que Miyo nunca lo encontraría.

29 Ocak 2023 10:45 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Sonraki bölümü okuyun Una voz atrapada

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Seimur
Seimur

−Ya habeis escuchado, una larga historia, una bomba que arrasó todo hace milenios...− repitió zero. −No volveré a decirlo, la cosa es que no solo le contare la historia a él, la escribire a su vez y así podréis leerlo y preguntarme cuanto querais. −Zero a nadie le importas, entiendelo ya −dijo el hombre encapuchado. −Ya ya chicos no peleeis −calmo la mujer de una gran herida en su cabello. −¿Porque no dejamos que los lectores lo lean de una vez y ya? [Este universo se escribira en paralelo con la historia principal: La úlrima promesa] Hakkında daha fazlasını okuyun Seimur.

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