citdenoche Citlali Pérez

Se habla de un chico que es querido en su pueblo. La protagonista narra desde su perspectiva como convive con él, ya que es su primo, pero todo empieza cambiar desde que él empieza un romance con una menor de edad.


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J

Él era conocido por el nombre de un personaje que apareció por primera vez en Pep Comics en 1941: Era delgado, de tez clara, estatura pequeña, y sus cachetes parecían de ardilla. Se podría decir que era una adaptación estilo vaquero. Vestía de botas, sombrero y camisa. Llegaba a montar toros en las charreadas y un día se ganó un trofeo por mantenerse más tiempo en el toro. No se perdía los bailes del pueblo, aunque a veces acababa mal por las borracheras que se daba. J siempre fue una persona graciosa. A veces yo decía que hablaba como el burro de Shrek. Recuerdo que a veces se refería a Britney Spears con el nombre de Birny y tenía un peluche en forma de cocodrilo. Decía que era el dios del cielo y la lluvia.

No recuerdo o no sé contar las anécdotas graciosas, pero estoy segura de que si le preguntaras a alguna persona del pueblo le sería fácil contar varios relatos y reírse de recordar valiosos momentos que pasaron con él. J es muy recordado en su pueblo. Conocía a la mayoría de la gente. Sabía en qué casa se tomaba un rico café de olla, con quién podía pedir los mejores consejos de vida, a quién le contaba sus secretos y con quién se podía quedar hasta la madrugada a platicar. A veces conseguía pulque de la mejor calidad. Era el mejor reportero. Cuando se trataba de los días de campaña, él recorría el pueblo, no importaba la hora, fuera de madrugada o de noche. Le gustaba ver qué movimientos hacían los políticos en sus campañas; a veces tiraban panfletos llenos de mentiras o verdades ocultas de los oponentes por suerte o porque lo buscaba, veía cuando los arrojaban. Los levantaba minutos después y le contaba a mi mamá en sus reuniones qué había recogido de los partidos.

Mi hermana me llevaba 10 años. Ella conoció a J desde que él tenía los tres años. El hermano de J y mi hermana llegaron a vivir con mi abuela, jugaban a la gallina ciega y un día me contó que J se pegó en la frente con la pared. Que no estaba aplanada, por lo que J se lastimó y sangró de la frente. En la secundaria J iba a otro pueblo a la escuela y mi hermana se quedó, pero me contó que J fue a la secundaria de aquel pueblo porque mi mamá era directora y podía cuidar a J, pues la mamá de J vivía en el Estado de México. J y mi hermana fueron muy buenos amigos; a veces a mi hermana no la dejaban ir a los bailes del pueblo y le pedía de favor a J que fuera por ella a la casa y así ella pudiera asistir a los bailes sin ponerle objeción. Ya que sabían que J era responsable de cuidar a mi hermana.

J a veces nos cuidaba a mi hermano y a mí. Éramos adolescentes. Recuerdo una de las épocas difíciles por la política; una noche mis padres no estaban en casa; J nos cuidaba; él tenía miedo porque se escucha un ruido: según él, alguien estaba entrando a la casa. Nos sugestionamos y creímos que alguien caminaba en el patio. Nadie se atrevía a salir porque pensamos que era cierta la suposición; nos mirábamos y esperábamos que el ruido cesara. Cada vez se escuchaba más cerca y J veía por las ventanas hacia los árboles tratando de buscar alguna explicación. Yo le dije un poco nerviosa,

—Puedes tomar la pistola y asomarte. Así te puedes defender.

Mi voz temblaba.

Mi hermano me miró con desaprobación y me pellizcó, J se tocó el cabello como si no supiera qué hacer. Vio a mi hermano, a mí y después a la pistola. Bajó la cabeza y dijo:

—No me gustan las armas. Me dan miedo, siento que son muy peligrosas y tal vez se pueden disparar, alguien puede perder la vida. Prefiero agarrarme a golpes. Son más divertidos y duran más tiempo.

Lo vi sorprendida, hasta sentía que no podía dejar de mirarlo. No esperaba esa respuesta. ¿Por qué le daban miedo las armas a un hombre que anda caminando por las noches o en las madrugadas? Pero sólo lo pensé y no lo pregunté.

Otra vez el sonido nos interrumpió. Seguían siendo como pasos, sentíamos que se acercaban. J se asomó de nuevo en la ventana, vio a los árboles y hacia la azotea. Mi hermano veía a J, no hacíamos nada. El viento soplaba. Pasaron como tres minutos. Por fin J decidió salir. Lo veíamos desde la ventaba. Caminaba sigilosamente y agachado. Salió con una lámpara y nos hizo señal con el índice para que guardáramos silencio. Se acercaba poco a poco un bote de plástico, de color negro, de gran tamaño. J comenzó a reírse y nos hacía señas de que fuéramos a donde él estaba. Mi hermano y yo nos veíamos preguntándonos “¿qué pasa con J?”. Mi hermano me empujó a la puerta, yo me dejé llevar un poco y nos acercamos al bote con J.

—Miren, este es el invasor que nos ha estado atormentado.

La risa de J no paraba, al final los tres terminamos carcajeándonos. Un escarabajo nos había hecho creer que una persona caminaba dentro de la propiedad. El pobre escarabajo estaba intentando salir y al intentar salir hacía eco el sonido, que se escuchaba muy fuerte, pero por la sugestión creímos que era más grave. Al final lo sacamos del bote y lo dejamos en el jardín. (Hasta aquí leo para la presentación).

A veces olvido a las personas muy fácil, tal vez por eso digo que no me acuerdo de más anécdotas de J. Es como un mecanismo de defensa para no regresar a un recuerdo doloroso y me digo que así puedo dejar atrás las cosas más rápido.

Con el paso del tiempo mi hermano y yo nos fuimos a la prepa a la ciudad. Mi madre convivía más con J. Nos contaba que él le llevaba té a su trabajo y se ponía a platicar con ella; a veces, cuando no la veía por un tiempo, ella lo buscaba para invitarle de comer pues extrañaba su compañía. Ya eran grandes amigos y se buscaban mutuamente. También era amigo de mi papá y a veces lo acompañaba a ver sus animales.

Mi hermano y yo íbamos en la misma prepa. Cuando volvíamos al pueblo a veces nos visitaba J. Le gustaba hacer parodia del comportamiento de mi padre siempre, decía:

—Soy tu papá, tramé el control

Hacía su tono de voz, se sobaba la panza, y señalaba el objeto, sin hacer ninguna mueca. Nos causaba mucha gracia porque el control estaba enfrente de él y ese tipo de acciones hacía mi padre. Nunca nos cansábamos de esa imitación. Pasaron los años y J seguía siendo el mismo, pero ahora salía con una chica menor que iba en la secundaria. Él le llevaba bastantes años. Ella era menor de edad y su mamá no estaba de acuerdo con la relación porque a J le costaba tener un trabajo estable, sobre todo porque no tenía una licenciatura o eso decían. La verdad, ahora pienso que a veces no importa si tienes carrera, para tener un trabajo o vivir de lo que te gusta, pero J a veces era juzgado por eso.

Mi hermana estaba en busca de trabajo. Decidió estar en la campaña electoral de un presidente municipal. Yo estaba de vacaciones así que la acompañaba en su labor. El lugar tenía los colores de la bandera de México ya que eran los tonos del partido. En esa campaña andaba J. Se veía alegre. Como dicen, “es su mero mole”; andaba de un lugar a otro y no se aburría. Lo llevaban a hacer promoción a varios pueblos y regresaba a la oficina muy feliz. En la noche nos íbamos para la casa en la camioneta de mi hermana, con J y otras primas. A veces al sintonizar la radio escuchábamos La hora nacional y nos poníamos a cantar el himno a todo pulmón, como si estuviéramos en algún concurso de canto, y al terminar el himno nos reíamos. Era muy divertido. Poco a poco me fueron gustando esos días y más porque a mí no me mandaban a los pueblos. Sólo me enfocaba en capturar los datos con otro chico. Mi prima, mi hermana y otros dos hombres estábamos en la misma oficina. J regresaba temprano de los pueblos, se veía cansado, sediento y nos iba a visitar en el área que estábamos. Me decía:

—Te estoy cuidado, porque ese muchacho, el ojos de avestruz, está muy cerca de ti.

La verdad era muy intuitivo, y yo me hacía la tonta. De cierta manera el chico me gustaba, pero no decía nada; a veces, cuando llegaba a la oficina, el chico ponía música que me cantaba o al menos yo hacía qué no lo veía porque cada que ponía alguna canción se me quedaba viendo y me sonreía.

J andaba en todo. Sabía los chismes. Tal vez se enteró de que yo también le gustaba al chico porque me advirtió que si me atrevía andar con él iba a sufrir mucho; no especificó de qué manera. Un día el chico me agregó a Facebook; tenía un nombre distinto al real, creo que era el nombre de una canción y de ahí tomo un pretexto para hablarme más, ya que no lo había aceptado. Cuando llegaba a ir al baño, las personas que estaban en mi oficina hacían el plan de que él chico y yo nos fuéramos a comer juntos, inventando que todavía tenían trabajo, que nos adelantáramos y que nos alcanzarían en el lugar, pero no llegaban.

Un día el chico me pidió una memoria USB y dijo que me regalaría música que sería especialmente para mí. Los planes de los cupidos de la oficina se incrementaban y había momentos que nos dejaban más tiempo a solas. Me ponía nerviosa si se me quedaba viendo y al parecer él también se ponía nervioso y se sonrojaba. El chico me decía que saliéramos o me preguntaba más de mí, hasta le dijo a mi prima que nos sacara una foto juntos porque sería el inicio de algo mágico.

Los días pasaron, la campaña terminó; el candidato no ganó. Yo no estaba preocupada porque ya había soñado que perdería y no me sentí mal porque al final gané una mejor amiga: mi prima. También inicié una relación de noviazgo con él chico de la campaña. J dejó de andar con la chica de la secundaria. No quise investigar por qué ya que me daba pena preguntarle a J o a mi prima.

Como ya iba en la preparatoria, vivía más en la ciudad que en mi pueblo. Cuando llegaba a ir a mi pueblo, los fines de semana, me ponía de acuerdo con mi prima para ir a caminar a las 6 de la mañana. Íbamos por un camino que pasaba por debajo del terreno de mi casa. Se veía muy verde. Pasábamos por las milpas, que estaban creciendo gracias a la temporada de lluvias. Cuando no platicábamos podíamos escuchar cenzontles, chiquisás, gorriones, huitlacoches y tortolitas. El olor de la vegetación nos envolvía. Algunas veces J iba con nosotras. Nos contaba que se sentía triste y que la mamá de la chica ya no lo dejaba verla, pero eso no era todo. Al parecer la chica ya andaba con otro. Y su mamá lo permitía a pesar de que el otro hombre también era mayor que ella. Lo que cambió la regla fue que él sí tenía dinero. A J se le veía la mirada triste y mi prima trataba de consolarlo diciéndole que él podía encontrar a alguna que no fuera interesada porque en su vida amorosa era la segunda vez que le pasaba eso. A veces mi prima le intentaba contar chistes a J, pero parecía que a él no le daban risa. Con esta chica se había apasionado demasiado.

Un día J recibió el mensaje de la mamá de su ex. No sabíamos qué decía. Él acudió a la casa de la chica, se acercó nervioso a la puerta. No sabía qué podía pasar, sentía que el estómago se le revolvía. Aún no tocaba la puerta. Antes de tocar se asomó por una rendija y vio a la adolescente besándose con un hombre. J se fue de ahí llorando. Al parecer le tendieron una trampa a J. Eso ocasionó que estuviera más triste. Tardó días en contarlo, supongo que por el dolor que le ocasionó ver esa escena. Lo veía cada vez más decaído. Cuando J llegaba a ver mi hermana, sutilmente le preguntaba si con ciertas pastillas se podía quedar muerto, porque ella estudiaba medicina, y como mi hermana se daba cuenta de la intención le mentía diciendo que no se iba a morir, que sólo iba a quedarse en estado vegetal y eso sería más doloroso.

Yo trababa de no involucrarme tanto porque estaba tratando de buscar explicación del comportamiento de mi novio. J tuvo razón con la advertencia. Tenía que rogar por atención, a veces ni me respondía. Creía que era normal, pues era mi primer novio. A veces sólo me llamaba 10 minutos y se volvía a desaparecer. En ocasiones le contaba a mi prima cómo me iba con mi novio, pero ella decía que él sí me quería, que tuviera paciencia, que dejara que las cosas fluyeran y que no presionara tanto. A los pocos minutos ya comenzábamos a platicar de J. La mayoría del pueblo lo veía mal anímicamente. Yo no decía nada, pues no sabía qué decir. Pasaron los meses y seguíamos con la rutina de caminar los fines de semana, según para mantener nuestro peso o, si era posible, bajar tallas.

Un fin de semana me levanté a las 5:30 de la mañana para ir caminar con mi prima. Mi madre estaba hablando en voz baja con mi padre: le había pasado algo a J. Al escuchar que yo bajaba las escaleras, callaron. Mi prima tocó la puerta, salí con ella. Las dos platicamos que ahora caminaríamos por otro rumbo porque no queríamos que nuestros tenis se llenaran de lodo. Caminamos por otra ruta y ahora fue de subida. Había más casas, con dirección a casa de J. En el camino encontramos a la mamá de J que nos preguntó lo siguiente:

—¿Ya saben lo que pasó?— con una mirada triste y se le veía que había llorado, parecía que estaba en shock, que no podía decir más.

—Qué pasó.⸺ dijo mi prima sorprendida, viéndome a los ojos para ver si yo decía algo.

⸺ Se mató­⸺ **respondió mi tía y su cara se veía que no sabía lo que estaba pasando como que si estuviera procesando el hecho...

⸺No creo que lo haya hecho tía. Tal vez sólo está dormido. ⸺ Lo dije con una voz calmada, tratando de que no se alterara mi tía. Mi prima estaba confundida y con la mirada me preguntaba si sabía algo, pero yo le negaba con la cabeza.

—Vengan, les enseñaré a dónde está—dijo mi tía y nos dirigió a la casa de mi tío que era vecino de mi tía. Conforme avanzábamos empezó a llorar.

Nos señaló la ventana. El cuerpo de J estaba en el piso con una escopeta amarrada en su pie y la boquilla dentro de su boca. La mirada de mi tía era la de alguien que estaba muy desconsolada. Ya no pudimos controlar su llanto. Había un charco de sangre en el piso alrededor de la cabeza de J. parecía que habían pasado un par de horas para que se formara ese cuerpo de líquido hemático. Rápidamente mitigué mi sentir y le dije:

—Tía, se ve que todavía respira —creí que ella quería que le mintiera.

Mi prima me vio desconcertada. Abrazó a mi tía porque ya no dejaba de llorar y con dificultad le pudo decir a mi prima que fueran a su casa. Mi tía me miró como si estuviera de acuerdo sin dejar de sollozar. Me encargué de hablarle a mi padre porque él siempre sabe qué hacer. Me dijo que él llamaría a la policía y al forense para que investigaran, que yo hiciera las llamadas a los familiares para que vinieran al velorio; ya que el hermano de J ya se había encargado de hablarle a la funeraria para que todo estuviera listo en la noche. Tomé el papel que sentí qué me designó mi papá, llamé a unas cuantas personas que conocía y les decía que les avisaran a más gente.

No sé si mi tía no dejó que le hicieran la necropsia a J, pero gritaba con una voz desgarradora “¿Por qué me hiciste esto J?”. No sólo ella hizo eso. Mi madre buscó entre la ropa de J y encontró un pantalón de J, lo abrazaba y decía “J, aún no te has ido. Ven, todavía podemos platicar”. Gritaba con mucho llanto, como que si quisiera que J se saliera del ataúd.

Yo no podía llorar. Veía llegar a muchas personas, algunas me abrazaban y me sentía mal porque no podía llorar o sentir algo por la muerte de J. Cuando finalmente lloré fue cuando vi que ya lo estaban enterrando y me di cuenta de que era verdad que se había ido. Que ya no lo volvería ver, ni escuchar. Que tal vez pude haber platicado con él y eso podría haber mejorado un poco su sufrir, pero yo no soy de conversar con las personas a menos que ellas me tengan la confianza. Seguí llorando y en pensamientos sólo dije: “ojalá que ya no esté sufriendo”.

Días después mi madre me dijo que soñó a J en un caballo con ropa blanca que le decía: “tía, no me vea feo, de verdad; yo no me maté”.

Cuando mi madre me platicó el sueño, me acordé de que J les tenía pavor a las armas, hasta le conté a mi madre del día que nos cuidó y no quiso usar el arma.

⸺Si alguien más acabó con la vida de J no hay que meterse. —Dijo mi madre.

Yo creí en el sueño, que él no se había matado. Tal vez sea verdad, pero nunca lo sabré. Lo que recuerdo es que mi madre un día me dijo que mi tía no dejó que hicieran la necropsia y que les dijo que ya lo dejaran así, que él se mató por el amor que nunca pudo tener.

Lo recordaré como la persona alegre que conocía a todo el pueblo. Todas las personas tuvimos a nuestro J en algún momento.

18 Ocak 2023 05:21 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

Yazarla tanışın

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