Siempre tuve miedo a la oscuridad. Aún de adulto recordaba los terrores nocturnos durante toda mi niñez, los ruidos en la madrugada, el pavor cuando apagaba la luz y creía que algo me acechaba desde algún rincón de la habitación.
Así llegué al diván, a la confrontación sobre mi fobia.
—Lo peor de la penumbra —conté en sesión— es el silencio, la soledad.
El analista respondió entonces algo que, más allá de aliviarme, me estremeció completamente:
—La oscuridad puede ser muy reveladora. Nunca hubo otra cosa en la habitación contigo, excepto el miedo: eras tú quien te vigilaba desde la penumbra, tratando de inventarte compañía.
[Escrita el 26 de mayo de 2020]
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