raymond Sebastián Pulido

Venezuela, Otoño del 2022. Un joven y su perro escapan de las constantes inundaciones que hundieron su hogar, pero poco pueden desafiar al agua y ganar.


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#perro #venezuela #inundaciones
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El Perro que Desafió al Agua

Sentado en el techo de un carro, veo como el agua arrastra otro cuerpo. Está mojado, hinchado y demacrado. Es difícil creer que eso alguna vez fue un gato, pero no hay forma de que no lo reconozca. Es el siamés de doña Juana, una viejita muy amable que de vez en cuando me regalaba un hueso de poyo. ¿Dónde estará doña Juana? Su casa está doblando la esquina y su gato está aquí mismo, pero no hay rastro de ella.

—Ven, Ben —me llama un hombre chasqueando los dedos dos veces. Me bajo del techo del carro y me paro junto al hombre. El agua cubre mis patas, casi toca mi cuello. En momentos como este, desearía saber nadar. El hombre comienza a caminar y yo lo sigo desde atrás.

Mi nombre es “Ben”, tengo unos 30 años, mi pelaje es corto y de color marrón. Soy un perro de ninguna raza específica, mi madre es una pitbull y mi padre un pastor. El humano junto a mí es Miguel, tiene 25 años, la piel blanca y el cabello castaño.

—Esto es un desastre —dice Miguel mirando la escena. Escombros y carros están esparcidos por la calle, el piso está cubierto de agua, las nubes negras no dejan pasar ni un rayo de sol. Lo de anoche no fue una simple lluvia, fue una tormenta. El agua que caía del cielo me recordó a la cascada del Parque Canaima, lugar al que los padres de Miguel nos llevaron cuando era un cachorro. El viento derribó árboles y postes de luz, las cloacas estallaron como géyseres pestilentes y la fuerza del agua hizo colapsar la casa donde vivíamos. De habernos tardado medio segundo más en salir de ahí, habríamos muerto aplastados.

—Si seguimos caminando, llegaremos a casa de mis padres esta tarde.

Miguel se separó de sus padres hace tiempo, casi 10 años perro, sería la primera vez que íbamos a verlos desde entonces. La casa donde Miguel y yo vivíamos estaba en la parte baja de la ciudad, mientras la casa de sus padres se encuentra en la parte alta.

Miguel apartó la basura de su camino con un palo que recogió del piso, pero se congeló cuando vio lo que trajo la corriente. Es un cuerpo sin vida. Vimos varios cadáveres de animales, pero es la primera vez que encontramos uno humano.

¿Aquí estaba, doña Juana? ¿Está buscando a su gato?

Miguel intentó hacer un lado el cuerpo sin vida con el palo, pero no se movía. La agarro por el cuello de su camisa con mis dientes y hago a un lado a doña Juana, para liberar el camino y seguir caminando.

Truenos relampagueaban en el cielo y la lluvia comenzó a caer. Pensamos en continuar avanzando, pero la lluvia se intensifica rápidamente. Nos escondemos bajo el toldo de una panadería y esperamos que deje de llover. Espero sentado que termine de llover para seguir caminando, cuando mis orejas captan un sonido atroz. Tiro de la manga de Miguel para indicarle que se mueva, pero no me entiende.

Se escuchan gritos y una multitud aterrada aparece del otro lado de la calle, una gran ola de agua corre detrás de ellos. La lluvia debió hacer que el río que cruza la ciudad se desbordara. Echamos a correr, pero la enorme ola nos golpeó y arrastró como piedritas en un río. Doy vueltas en el agua, atrapado en la corriente. No puedo respirar, es igual que esa vez.

Cuando era cachorro los padres de Miguel nos llevaron a la playa, estaba emocionado porque había mucho espacio para jugar. No debí alejarme de la orilla. Mientras jugaba con Miguel, una ola me golpeó y me arrastró al mar. El agua me atrapó, no podía respirar. Me ahogué. El padre de Miguel me sacó del agua y me dieron primeros auxilios, apenas salí con vida. Desde entonces, le tengo miedo al agua.

Abro los ojos y lanzo patadas al agua. Me las arreglo para salir a la superficie y aferrarme a un árbol caído, el agua no me llevará si me quedo aquí.

—¡Ben!

Levanto la cabeza y veo a Miguel sosteniéndose de un poste de luz a unos metros de distancia. También veo un carro que flota hacia él, Miguel no lo podía ver desde donde estaba. Lo va a golpear. Ladro para advertirle, pero no me oye. Quiero ayudarlo, pero tengo miedo. Tengo miedo al agua, pero… me da más miedo perder a Miguel.

Me suelto y me dejo llevar por la corriente. Izquierda, derecha, la otra izquierda, la otra derecha. Por primera en mi vida, estoy nadando. Nado con todas mis fuerzas, es una carrera entre el carro y yo. Estoy cerca de Miguel, pero el automóvil está a solo unos metros de golpearnos. Salto sobre Miguel y lo hago sumergirse. Él logra evitarlo, pero el costado del auto me golpea en la cabeza. Pierdo la consciencia.

Abro los ojos, se siente como si hubiese pasado mucho tiempo desde la última vez que lo hice. Me encuentro atrapado entre las ramas de un árbol caído. La lluvia cesado y las nubes se dispersaron un poco, las estrellas marcan la noche.

Tan pronto como noto la ausencia de Miguel, rompo las ramas que me sostienen y me pongo a buscarlo. Mi pata derecha esta morada y tengo golpes por todo el cuerpo, pero no me importa. Registro la calle, buscando a Miguel. El olor a salado y las cloacas desbordadas me entorpecen, pero logro captar su aroma. Sigo el rastro y encuentro a Miguel tumbado sobre el techo de un carro. Lamo su cara y lo sacudo con mis patas, pero no reacciona. Sé que está vivo, aún respira.

Tomo a Miguel por el cuello de su camisa y lo arrastro cuesta arriba. No es la primera vez que tengo que arrastralo. Cuando Miguel se desvela estudiando y se queda dormido en la sala, soy yo quien lo lleva hasta su cama. Me alegra ser medio pitbull, tengo mucha fuerza en las patas.

La casa de sus padres está subiendo la colina, solo son unos metros. El cielo amenaza con lluvia, uso la poca fuerza que me queda para arrastrar a Miguel. Pero, como burlándose de mis esfuerzos, el cielo me escupe en la cara. El agua baja como una marea furiosa por la colina y golpea mis patas. La lluvia busca hacerme caer, me aferro con mis garras al piso y continuo subiendo. Intento dar un último empujón, pero mi pata herida se rompe y pierdo fuerza.

Lo intenté, Miguel. De verdad lo intenté, pero no hay hombre o animal que pueda vencer al agua.

El agua nos empuja colina abajo, cuando siento un tirón del cuello. Alguien me levanta del suelo… era Miguel. El golpe de la fría lluvia debió despertarlo. Con una mano se aferra a un poste de luz y con la otra me sostiene. El viento azota su cara y el agua empuja sus pies, pero se las arregló para llevarnos hasta la cima de colina. Nos detuvimos frente a una casa y Miguel toca la puerta. Pasados unos segundos, una mujer abrió la puerta. Tiene el cabello castaño y la piel blanca como Miguel. La mujer se ve feliz y aliviada de ver a Miguel, lo instó a pasar. Finalmente, llegamos.

—Te estuve llamando durante horas. Estaba tan preocupada —dijo la mujer abrazando a Miguel.

—Mi teléfono se mojó y la señal está caída. Vine hasta aquí caminando desde el otro lado de la ciudad, junto a Ben —explica Miguel abrazando a su madre por primera vez en muchos años.

Es un momento conmovedor, pero mi atención es atraída por un peculiar olor. Huelo sangre. Miro mi pata, mis huesos rotos sobresalen y la sangre se desborda. Tan pronto como me doy cuenta de esto, caigo al piso.

—¡Ben! ¡Despierta, Ben!

Escucho a Miguel llamándome, pero no lo veo. No veo nada, solo oscuridad. Veo mi vida pasar frente a mis ojos, todo comienza en el patio de una casa. Recuerdo la primera vez que jugué a la pelota con Miguel, recuerdo que de niño deslizaba las verduras de su plato en mi tazón, la vez que fuimos a la playa, los paseos por el parque, el día que nos mudamos y cuando me protegió de la casa que caía sobre nosotros. Miguel, fuiste mi mejor amigo.

Una luz brilla en la oscuridad, camino hacia ella. Era… era… una linterna. La madre de Miguel sostiene una linterna frente a mi cara, está revisando mis ojos.

—Ben, estará bien. Solo necesita descansar —dice la madre de Miguel. Pensé que estaba muerto… estaba seguro de que sería mi final, pero parece que no fue así.

—Tienes suerte de que mi madre sea veterinaria —dice Miguel entrando en mi campo de visión. Me muevo para acomodarme, entonces noto que me falta una pata—. Sí. Fue necesario cortar tu pata, estaba rota e infectada. No se podía salvar.

Me golpeó una ola gigante, me atropelló una carro y casi me ahogo. Salir de eso con solo una pata rota es un milagro.

Pasan los días mientras me recupero, la lluvia parece constante. Ya me acostumbré a caminar con tres patas, puedo moverme sin que duela. Espero que nadie me vea, me levanto de la cama, apoyo mi pata en el marco y miro por la ventana. Casas completas han quedado sumergidas, veo personas en los techos y cadáveres flotando en el agua. Miguel se para a mi lado, no dice nada, solo acaricia mi cabeza en silencio.

El agua es una fuerza de la naturaleza. Sube desde el mar hasta el cielo e impacta la tierra, no hay quien la detenga. No hay hombre o animal que pueda vencer al agua. Después de lo que he visto… De lo que he vivido, creo que mi miedo al agua está más que justificado. Pero si es para proteger a quienes amo, desafiaré al agua.

02 Aralık 2022 14:51 4 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

Yazarla tanışın

Sebastián Pulido Mayormente escribo poemas y relatos cortos, me gusta el romance, el terror, lo sobrenatural y la fantasía.

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Polymath Geek Polymath Geek
Jeje es igual a mi relato en primera persona del gato, te acuerdas.
December 03, 2022, 14:19

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