Gotas de lluvia golpeando la tierra, deslizándose con ternura en las ventanas y brillando a causa de la luna.
Pequeñas gotas de lluvia que simulan los miles de pasos de cientos de personas a mi alrededor y que de cierta forma son de consuelo a mi mente atormentada.
Pensamientos que creo ajenos a mi persona vagan en mi mente, pensamientos que carcomen mi alma y aterran mi ser. Y luego deseos impulsivos que me asusta pronunciar y mucho más tan siquiera sentir, que me hacen molestarme conmigo misma, que quisiera descargar con un grito, pero a la necesidad de hacer silencio me desahogo en rasguños que no dejen marca.
Siendo que no se que tan bueno sea permanecer callada, con la garganta cerrada, las palabras oprimiendo mi pecho, acumuladas debido a los sentimientos que se vuelven más intensos con el andar de los días.
Miro el pasado, recordando palabras y acciones inconscientes que no tardaban en abrir paso al arrepentimiento, que siempre dañaban al resto y a mí misma. Son fantasmas que apuñalan mi mente.
El problema no es creer que pueda cambiar algo del pasado, si no que soy bien consciente de que todo ello se ha perdido, y que aun así continúan marcando mi cuerpo. Sonrisas que pudieron ser y nunca fueron, que intercambie por lágrimas y arranques de ansiedad, miedo y enojo.
Y ahora, en uno de esos momentos donde se me acaban las distracciones y me encuentro sola con mis pensamientos, me pregunto, ¿Qué tan diferente será el futuro?, si mi presente se ha vuelto más complicado al ser tan consciente de mi falta de autocontrol.
Los temores que envuelven mi cuerpo y empapan mis mejillas, nublan mi vista, mi juicio y hacen presión en mi corazón. A lo que más le temo es al tiempo. Saber que va demasiado aprisa y debes correr para seguirle el paso, ¿Y qué pasa si ya me detuve? ¿Cómo lo alcanzó?, ¿Cómo recupero los minutos que destinaba a mis sueños? ¿Cuánto me queda para rescatar tantos días felices que transforme en tormenta?
Incluso cavilo en preocupaciones que ni siquiera me corresponden, ya sea sobre personas que jamás tocaron mi vida o que son demasiado cercanas; si bien sé, que la felicidad de los demás no depende de mí, así como la mía tampoco depende de nadie, ¿cómo no he de preocuparme?, ¿cómo podría vivir sin mayor reparo al saber que alguien cercano a mi no es feliz? Y peor aún, observando la causa de su tristeza sin poder hacer realmente nada, siendo yo un tormento más y ni siquiera corregir eso.
Pronuncio palabras en voz baja, oculta, temiendo que alguien pueda oírlas, aunque siempre permanecerán anónimas. Y repito aquellas que llegaron a mí, junto con el rostro de las personas que las emitieron, mismas que fueron de alivio o, por el contrario, sus voces fueron mi tortura.
Teniendo una familia, amigos y quien sabe cuántos más rodeándome ¿Por qué es tan difícil decir algo a alguien? Pues…quien sabe que tanto cambiara la perspectiva que esa persona tenía hacía mí, o lo mucho que podría destruir a alguien con mis palabras.
Llega el punto en el que me entristezco sin razón aparente, no importando que tan alegre pudiera ser mi día, se presenta traicionera la sensación de soledad, aquella que te susurra tentadora que todo ha perdido el sentido.
¿Y entonces por qué sigo? Porque realmente amo la vida, tanto para asustarme y tratar de desvanecer el deseo de herirme a mi misma. Porque mi vida le pertenece a alguien más grande que el universo mismo. Porque puedo estar segura de que no importa cuánto me odie ni cuanto mal haga, ese alguien me ama de todos modos.
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