La bestia amenazaba con alcanzarme, pero yo seguí corriendo, sin perder la esperanza de que tal vez, y solo tal vez, yo corriese más que ella, o que alguien apareciese para salvarme. Deseé que Perseo estuviese allí, aunque solo fuese a mi lado, dándome ánimos. Me imaginé su rostro de escultura griega, su expresión instándome a salvar mi vida, a no dejarle solo en un mundo enemigo, en el que el único aliado eras tú mismo.
El sudor cayó sobre mis ojos cegándome. Traté de quitármelo con una mano, pero ya era demasiado tarde; tropecé con una raíz de aquel traicionero bosque. Aproveché la mano que había levantado para frenar la caída.
El animal rugió tras de mí, victorioso. Yo me di la vuelta instintivamente y me cubrí la cara con los brazos. Por la rendija entre estos vi como, hermoso y aterrador, saltaba hacia mí con las garras extendidas.
De pronto, cumpliendo mis plegarias a los dioses, un rostro conocido apareció en mi campo de visión antes de que la oscuridad se cerniese sobre mí.
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