ryztal Angel Fernandez

Un niño, un cangrejo y una castillo de arena. Ilusiones, sueños, metas, futuro y pasado. Todo se disuelve con el tiempo. De la muerte, nace, después, la vida y así en un ciclo eterno. En algún momento construimos castillos de arena.


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#Cuento #relato #inkspiredstory #historiacorta #infancia
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El castillo de arena

Despertó el niño cuyo nombre no recuerdo. Salía el sol por el horizonte. Los rayos del alba lamían la cerámica de la habitación. Con la almohadilla de las manos, se refregó los ojos, el niño debía ir a la escuela.


Bajó las escaleras, saludó a su buen padre y a su buena madre. Comió el desayuno, bebió el jugo y vistió el uniforme. Madre arregló su cabello, le deseó un feliz día. Luego padre regaló una palmaditas en el hombro y guiñó un ojo a su orgulloso hijo.


El niño subió la bicicleta, pedaleó y pedaleó. Admiró las centellas del mar, espejo del cielo. Nubes blancas navegaban en el lienzo de Dios. Cerró los ojos, se detuvo y la brizna empapó su cara. Las olas morían al llegar a la orilla y una película luminosa, reflejo del astro universal, quedaba como testigo de la vida de una extinta lengua marina. Pasado unos minutos, sacudió la cabeza y siguió el rumbo hacia la escuela.


Aquel día de clases, aprendió sobre castillos. En el borde de un risco reposaban las ruinas de uno. La maestra llevó al aula de excursión y allí nuestro amiguito se sintió atraído por los escombros y piedras del vestigio de un castillo.


Cuando regresó a casa, investigó mucho más sobre los castillos. En consecuencia, nació una obsesión y quiso construir uno. Así que, al finalizar la clase al mediodía, fue a la playa a construir un castillo de arena. El niño tomó una pala y una cubeta e inició la faena con paciencia, dedicación y concentración.


¡El primer castillo surgió! Era decente según su visión infantil. Fue a la casa, llamó a sus padres, mostró la obra arquitectónica de arena. Ambos padres aplaudieron y felicitaron al niño. Pero algo nefasto ocurrió al siguiente día: el castillo no estaba. El niño se rascó la cabeza. «¿Qué pudo haber ocurrido?», pensó. Entonces, sin perder tiempo, se puso manos a la obra para construir otro castillo.


¡Qué castillo tan precioso! Era más grande y definido. Su forma era la de un verdadero castillo. No obstante, al día siguiente, desapareció. El niño repitió la operación, construyó un castillo mejor que el tercero, y el hado burlón presentó, a la mañana siguiente, un escenario sin castillo. Molesto, el niño no desistió en hacer un quinto, sexto, séptimo y hasta octavo castillo, cada uno mejor que el otro. Todos los castillos no lograban ver el amanecer.


—¿Por qué? —preguntó el niño—. ¿Por qué los castillos se van?


Un cangrejo, risueño y adulto, se acercó. Bailó a los pies del niño durante unos segundos.


—¡Me haces cosquillas! —exclamó el niño entre risas.


—Cara de amargado en piel joven no es bueno. ¿Por qué tan afligido? —habló el cangrejo.


—¡Oh, señor cangrejo! Construyo castillos de arena, pero al día siguiente desaparecen —explicó el niño.


—¡Hace falta un guardián! Yo estoy dispuesto a proteger el castillo que construyas.


El niño, emocionado, construyó un noveno castillo. Impresionado, el cangrejo soltó cumplidos de admiración. Sin saber qué responder, el niño se sonrojó. Después de un intercambio de palabras, acordaron verse al día siguiente.


Amaneció, el niño pedaleó en su bicicleta hasta la playa con la ilusión de encontrar su castillo protegido por su nuevo amigo. Sin embargo, el crustáceo estaba sobre un pobre montículo de arena húmeda.


—¡Las olas derriban tus castillos durante la noche! ¡Qué temible fuerza posee mi madre, la naturaleza! —explicó el cangrejo, haciendo ruido con las tenazas.


—¡No puede ser! Señor cangrejo, debo construir un castillo que aguante los embates de las olas.


—Hijo eso es imposible —dijo el cangrejo, contristado—. La arena se disuelve en el mar. Por mucho que fortifiques un castillo con arena, no podrá soportar las embestidas de las olas.


—Pero debe haber una manera, señor cangrejo.


El niño aprovechó el fin de semana para descansar e indagar sobre la fortificación de un castillo. Como un loco embebido en sus delirios, tomó una lamina blanca, lápiz y borrador. Inició, así pues, con los planos de un castillo pequeño de piedra. Cuando finalizó, pidió ayuda a su padre para construir el castillo. Entonces, un plácido domingo, reunieron los materiales. Fueron a la playa e iniciaron la construcción del castillo con cemento y piedra.


El décimo castillo sí aguantaría las olas de la noche y así fue, puesto que al día siguiente, el castillo amaneció intacto. El cangrejo, lleno de felicidad, aplaudió el esfuerzo del niño. Pero por dentro estaba más que feliz, ya que tenía un nuevo hogar.


Ambos, humano y crustáceo, se hicieron buenos amigos. El niño, después de clases, visitaba el cangrejo.


—¡No hay problemas aquí! —decía el cangrejo, imitando la voz de un guardián.


El niño dormía tranquilo, dado que todas las mañanas, su preciado castillo estaba allí.


Una vez hubo un huracán, los vientos azotaban las contraventanas y los rayos escindía el palio gris. Las gotas repiqueteaban, como si fueran piedras, en el techo del hogar del niño. Después de un tiempo, se preocupó por su castillo y el señor cangrejo, pero para sorpresa del niño, al día siguiente fue a la playa y encontró el castillo con el cangrejo adentro.


—Un huracán no es nada para nuestra fortaleza —dijo el cangrejo.


El niño limpió la arena que se había acumulado alrededor del castillo. Se dio cuenta que algo si podía hacer desaparecer su castillo y era la arena acumulada con el transcurso del tiempo. Con la inquietud sembrada en su corazón infantil, limpiaba todos los días el castillo. Sin embargo, el ser humano no mantiene una rutina todos los días por el resto de su vida. Estancarnos no está en nuestros genes. Tendemos a romper los ciclos para evolucionar. Por más que no deseemos abandonar la niñez, debemos decirle adiós algún día.


Creció, como leen, el niño. Fue tarde cuando el cangrejo se dio cuenta que el niño no era un niño, y él ya no era un cangrejo adulto. El adolescente miró a su viejo guardián. El cangrejo no hablaba con la misma alegría de antes, pero trataba de mantener el entusiasmo.


—¿Estás bien? —preguntó el adolescente.


—Sí, perfectamente, amigo mío.


Años después, el adolescente se graduó del bachillerato y optó por un cupo en la universidad pública. Decidió estudiar arquitectura. Hacía mucho que no limpiaba el castillo, la arena se acumuló alrededor del mismo. El cangrejo se esforzaba por limpiar el castillo. Cuando el adolescente apareció para hablar sobre la universidad, vio bajo las luces del atardecer, al cangrejo, moribundo y anciano, limpiar el castillo. El adolescente se dio la vuelta, pues la noticia de la universidad traería pesar al cangrejo, ya que el adolescente no volvería a la playa por mucho tiempo.


Se marchó a la capital, el adolescente se convirtió en un adulto. Los padres envejecieron, pero observaron los sueños cumplidos de su hijo. Entonces, el adulto, licenciado en arquitectura, decidió emprender un proyecto que definiría su vida: construir un castillo en la playa de su infancia.


El caballo galopó, los años pasaron veloces. Por tanto, el adulto se casó y formó una familia. Ningún inversor había aprobado su proyecto, pero había cosechado suficiente dinero para poder emprenderlo por sí mismo. Así pues, un amanecer, inició la construcción del castillo en la playa. Dicho castillo se convirtió en el hogar del adulto y su familia.


Un día de jolgorio y asueto, el adulto paseó con su hijo en la playa. De un momento a otro, el niño quiso correr y el adulto fue tras él. Las gaviotas cantaban y el mar pasivo estaba. De pronto el niño tropezó con una montaña de arena. El adulto se preocupó y se aseguró que el niño no tuviera heridas en la epidermis. Entonces, con curiosidad en los ojos, el adulto se acercó a la montaña de arena. Acto seguido, excavó. El niño también se unió a la excavación.


Con el corazón hecho un puño, el adulto veía las torres del castillo. Puestas las manos en la cabeza, retrocedió. El niño excavó y excavó hasta que el castillo quedó descubierto. Los recuerdos en la mente del adulto quebraron el alma en fragmentos.


Su madre ya no le deseaba un feliz día, su padre ya no guiñaba el ojo. La escuela, la secundaria y la universidad habían pasado. Conducía un auto y no pedaleaba una bicicleta para transportarse. Dio una media vuelta y miró su hogar: ya no hacía pequeños castillos de arena. El niño sacó un cadáver dentro del castillo, el adulto se arrodilló con las manos entrelazadas en el pecho. Rogó perdón, con lágrimas en los ojos, pues nunca se despidió de su amigo, el cangrejo guardián, quién protegió la reminiscencia de su infancia hasta la muerte.


Todos construimos castillos de arena, pero las olas del tiempo engullen nuestro esfuerzo al día siguiente. Un día despertamos y nos damos cuenta que luchar contra el futuro es inútil, pues debemos abandonar para poder crecer.


17 Mart 2022 22:41 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

Yazarla tanışın

Angel Fernandez Escritor y fotógrafo venezonalo. Nací en Carabobo, Puerto Cabello. Tengo 23 años. Me dedico a mejorar en la escritura y mantener la meta de representar a Venezuela junto a otros escritores noveles en la literatura del siglo XXI. Todas mis obras están registradas en Safecreative.

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