Lo que queda luego de un grito que desgarra la garganta, el pitido muerto de las leyendas. Silencio; pitido, bombardeo dentro de las paredes craneales.
La casa de los demonios dentro de nuestra cabeza, esos que dicen que no puedo seguir y podría, pero no confío en mí.
Solía utilizar un lápiz distinto para cada historia que tenía para contar, pero a medida que ya no eran leídas y ya no las podía continuar, se fueron apilando, muertas en un cajón que no volvía a mirar.
El tiempo se ha comido todo, cualquier vestigio de cabos sin atar, se tragó incluso aquellas historias que no quisiera rescatar. Esas montañas de incertidumbre con las que me acostumbré a jugar, mirando de lejos esos finales que jamás van a llegar.
El dolor se puede encontrar incluso en las cosas más simples, como un lápiz, que sin proponérselo de manera intencional, se haya anclado a recuerdos lastimosos. Ahí, cuando tengo de frente al dolor es cuando siento que puedo invocar a una parte mucho más auténtica de mí misma, sin métricas, sin ciencias exactas, sólo un montón de letras juntas... dicen una pequeña verdad sobre alguien que no conoce el mundo real.
Quisiera haber sido artista, tener algo de talento para crear cosas hermosas, pues, no lo soy. Ha pasado demasiado tiempo para estar cuestionando cosas como esa, preguntándose cómo se debería vivir la vida, es incluso difícil encontrar razones para analizarlo.
Somos seres de lamentos, yo tengo un universo repleto de ellos. Cuando era más joven solía creer que escribía poesía, sonetos sonantes, asonantes, sin la métrica correcta, sin el verdadero conocer del poeta que logra ver cosas maravillosas donde los demás solo ven la normalidad.
¿Qué tiene de poético tomar un lápiz y escribir con él? Dónde está el mensaje, trepidante, rogando, ardiendo por mostrar aquello que no vimos por estar acostumbrados a mirar, no a ver, más allá de nuestra nariz.
Ojalá ser poeta se enseñara en la escuela, de hecho, ojalá se pudiera enseñar; ojalá fuera como cualquier otro oficio de manufacturación, incluso ojalá fuese como la política, fácil de seguir a ciegas, pero no. Porque la poesía se trata justamente de eso, ver más allá de un manifiesto egoísta; la poesía buscaría sus entrañas y las consumiría entre sus revolucionarias llamas. Un ardid interno que no tiene más objetivo que desnudar la realidad que creemos conocer tan bien.
Quisiera escapar de mí misma la mayor parte del tiempo, pero... Si todos los caminos llevan a Roma ¿cómo puedo llegar a otro lugar?
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