mvargas María Constanza Rojas

"¿Como te atreves a volver y a tus cenizas convertir en fuego? Hoy mis mentiras veo caer que no es verdad que te olvidé." Morat Ser plantada por el amor de su vida en un aeropuerto, a punto de comenzar una nueva vida, cambió todo para Trini, una chef recién titulada de veintidós años, el amor, al parecer, no fue suficiente para Leo, porque el día más importante de sus vidas decidió desaparecer y dejar todo atrás... Seis años después de su fallida casi-boda/luna de miel en el caribe, Trini ha conseguido una tremenda oportunidad. Por fin las cartas miran a su favor y esta por conseguir el trabajo de su vida en un restaurante prestigioso en un hotel cinco estrellas, solo hay un pequeño problema: Leonardo Hiefner, alias, Leo/ex futuro-casi-esposo de Trini es el dueño del restaurante. La persona que la abandonó casi-en-el-altar tiene en sus manos la mejor (y única) oportunidad de Trini. Aunque hay buenas y malas noticias: por un lado Leo no recuerda quién es Trini pero por otro, un pequeño de seis años le recuerda a ella quien es el todos los días. Protegido por SafeCreative bajo el codigo 1811058949475 PROHIBIDA SU DISTRIBUCION O COPIA SIN AUTORIZACION ESCRITA POR LA AUTORA


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Omne Initium: El comienzo de todo

13 de abril de 2010

– Ugh, me caga el profe de sanidad. – Me quejé saliendo de una clase con una de las peores calificaciones que pude tener EN LA VIDA.

– Y tú le cagas a él. – Dijo Massiel encogiendo sus hombros y comiendo su chocolate diario

– Es por eso, es por eso que tengo esta estúpida calificación. – Dije enfadada agitando la prueba escrita que acababan de entregarme. – Encima ahora tenemos una ventana de cinco horas para entrar a la clase de restaurante y olvidé los auriculares en casa. – Estaba teniendo un día pésimo. Si, sé que tú día depende de la actitud con la que lo lleves, pero ya lo llevaba con una actitud pésima, así que mi día iba PÉSIMO. Iba, porque cuando llegamos a la cafetería por fin pude tomarme un café y comer, después de eso ya todo me daba igual. Sin mi café y con el estómago vacío era el equivalente a un dragón hambriento parado en medio de un coliseo lleno de gente gorda que no se puede comer. Gruñona y explosiva.

Me senté en uno de los sillones que había en la cafetería y le pedí al dueño, que ya me conocía porque prácticamente vivía en la universidad, si me prestaba el control remoto de la televisión, a lo que él dijo inmediatamente:

– Claro hija. – Me dio el control remoto y continuó. – Te veo complicada. – Frunció el entrecejo. Cómo me conocía ese señor.

– Si, tío – Así le decía de cariño. – acabo de tener la peor calificación en la historia de mi vida.

– ¿Qué nota? – Me preguntó y yo hice un puchero

– Un cuatro punto dos. – Las evaluaciones iban del uno al siete, y el cuatro era el mínimo para aprobar en todo. Podrán decir que era una exagerada, pero jamás bajé de las calificaciones de seis punto cinco, así que mi depresión al respecto era, en ese entonces, lógica. Y el "Tío", como yo le decía, lo sabía muy bien, porque arrugó la nariz poniendo rostro de entender lo que sucedía

– ¿Y no hay posibilidad de que vuelvas a hacer la prueba? – Negué con la cabeza, derrotada. Marcos, el profesor de sanidad, me cagaba y yo a él, pero jamás había dejado que nuestro mutuo odio influyera en mis calificaciones, hasta ese día. – Bueno Trini, toma, para que subas el ánimo. – Me guiñó el ojo cuando puso una taza sobre la barra. ¿Una taza? Se preguntarán. Y es que el café no es de grano, sino que es de ese que te preparas tú solito. Así que entendí que me estaba regalando un café. Lo amaba, tanto lo amaba que si yo hubiese sido diez años mayor y él diez años menor tal vez hubiésemos sido... No, me da asco pensarlo. Tal vez tío y sobrina. Le agradecí millones de veces y me preparé el café, tal y como me gustaba; negro casi como mi alma, y muy azucarado casi como yo al ser alimentada.

Me senté y le pedí a Massiel que me diera un cigarrillo, lo necesitaba. Lo encendí y me acosté en el sillón mientras daba vuelta los canales para encontrar en qué hundirme hasta las dos de la tarde, que era la hora de entrar a la primera clase de mi último semestre de Restaurante. No recuerdo bien que veíamos porque me quedé dormida en menos de diez minutos. Despertar temprano para una sola clase y luego esperar cinco horas para la siguiente no era lo mío, lo de nadie, creo.

Desperté poco antes de las una de la tarde porque un tarado me dio en la cabeza con su bolso mientras hacía la fila para comprar almuerzo. La cafetería estaba insufrible, ruidosa y llena de gente, gracias al cielo tenía un sillón asegurado para mí.

Miré a Massiel con carita de perro abandonado, cuando vi que se preparaba para calentar su comida en el microondas de la cafetería. Ella, molesta y con cara de perro, estiró su mano para que le diera mi comida y se la llevó. Acomodé una de las mesas de centro entre los sillones de Massiel y mío.

Mi sentido arácnido de mujer soltera y con necesidad de amor, tintineó cuando escuché una voz grave hablar en la fila que pasaba por detrás de mí. Me giré, juré haber muerto y haber llegado al infierno. Si, al infierno. Porque era imposible llegar al cielo después de muerta teniendo los pensamientos que yo tenía en ese momento.

Él era alto, más o menos sobre un metro ochenta y cinco, su piel color mocca pedía a gritos mezclarse con la mía color latte y hacer una fiesta de café. Estoy de acuerdo, que cursi. Tenía ojos peligrosamente color castaña y su cabello marrón oscuro casi negro iba despeinado en la mejor manera, parecía un puto modelo entre los imbéciles que andaban en la fila con él. Iba vestido con una musculosa color marrón y jeans negros. Supe que iba en la misma carrera que yo por el bolso inconfundible de cuchillos que colgaba de su hombro tonificado, pero no musculoso.

Massiel volvió y miró con más atención al chico de la fila, inmediatamente mi cuchillo de almuerzo apuntó su rostro.

– Ni lo pienses guapa. Ese ya tiene nombre y es Trinidad Altamirano. – Massiel negó con la cabeza y rodó los ojos.

– Buena suerte con eso. Es Leonardo Hiefner, vino de intercambio desde Europa por este año, tiene una increíble novia europea y sus padres son ultra ricos, es un arrogante sabelotodo con mucho talento para la cocina francesa y la cocina en general, favorito de los profesores hasta el momento y rival de... Ya sabes quién. – Ugh Voldemort apareció en la conversación en el peor momento. Repetí en mi mente: "Nunca vuelvas a involucrarte con alguien de la uni, nunca vuelvas a involucrarte con alguien de la uni." En mi momento más bajo de autoestima, el imbécil de Xavier, mejor conocido como "el mil mujeres", consiguió conmigo lo que consigue con todas. Me arrepentí cada segundo de mi vida después de eso y, lo peor es que ni siquiera lo pasé bien. Al menos era rival del chico mocca y si él era tan talentoso como decían, de seguro que Xavier no tenía oportunidad contra él. Sonreí al pensarlo.

Por un momento, Leonardo Mocca; cómo decidí llamarle en mi cabeza, volteó para ver algo, o a alguien, pero lo que vio fue a mí, destartalada en uno de los sillones, vestida horriblemente y sin maquillaje. Bien, vaya primera impresión. Pasó de mí, obvio, y siguió con lo suyo. Algún día Leo Mocca, algún día, me dije a mí misma consciente de que no tenía, ni siquiera, la más mínima esperanza en que se fijara en mí.

Tomé mis cosas y me dirigí al camerino del tercer piso, para ponerme el uniforme. Había olvidado el candado del casillero y no tenía dónde guardar las cosas de cocina, perfecto. Massiel tenía su casillero lleno y por un momento me permití fantasear que me encontraría con el chico Mocca y él amablemente se ofreciera a compartir casillero, pero admitámoslo, como si esas cosas pasaran.

Llegué antes que todos al restaurante didáctico de mi universidad en el primer piso, donde tendría la primera clase, para hablar con mi profesor favorito.

– Hola, Manu. – Dije con confianza al profesor de mediana edad que tenía cara de tener el doble de edad y estaba preparando el carro con utensilios para la clase. Se volteó y me vio de pies a cabeza.

– ¿Qué se te quedó esta vez? – Enarcó una ceja. No se le escapaba una.

– El candado. – Dije fingiendo desinterés, sabía que no podría entrar a la clase con mis pertenencias y Manuel, el profesor, era mi última esperanza. Rodó los ojos antes de sacar unas llaves de su bolsillo y me las lanzó.

– Casillero 213 quinto piso, la llave azul es de la reja que cierra la escalera y la pequeña del candado, tienes cinco minutos. – Dijo negando con la cabeza. Agradecí y corrí lo más rápido posible escaleras arriba. Sudada y destruida, llegué al quinto piso donde guardé mis cosas con cuidado, no tenía tiempo para lamentar mi pobre estado físico o para admirar las camas organizadas para que los estudiantes de hotelería practicaran el arte de tender la cama. Corrí escaleras abajo, no debí, sin tomar el pasamanos, debí hacerlo porque tropecé y caí por todo un piso. Rodando y rodando como si fuera una bola desnutrida y descoordinada. Y claro que eso no fue lo peor, tampoco lo fue la torcedura de muñeca, o el raspado de rodilla, o el moratón de la ceja, o la sangre en la chaqueta BLANCA de cocina, sino que lo peor fue caer sobre Leo mocca dejando mi sangre en SU chaqueta y golpear su entrepierna con una de mis rodillas raspadas, sí, eso... ESO FUE LO PEOR.

Me miró con cara de pocos amigos y me levanté rápidamente. ¿Qué esperaban? ¿Qué él se ofreciera a levantarme? ¿Qué fuera un caballero y me preguntara cómo estaba? Esas cosas no suceden, al menos a mí no. Lo único que dijo fue:

– Para la próxima ten más cuidado, alguien podría salir herido. – Me miró con condescendencia y siguió bajando la escalera. Desde ese momento juré que no podía fijarme en ese pedazo de imbécil sexy... Y que no volvería a correr escaleras abajo.

Llegué, hecha un desastre a clase: sangrando, con la muñeca inflamada, un chichón en la ceja, las rodillas raspadas por debajo del pantalón, llena de vergüenza e incómoda autocompasión. El profesor Manuel me miró y preocupado, aunque no sorprendido, me llevó a la enfermería como claramente era el protocolo para profesores, luego de ordenar a la clase preparar la cocina para la clase.

Media hora después de negarle rotundamente al profesor la posibilidad de irme a casa por al menos un millón de veces y después de cambiar mi chaqueta por una que conseguí como repuesto, volvimos al restaurante donde todos mis compañeros estaban sentados esperando al profesor. No quería ni verlos, era el hazmerreír de la clase, no es que no lo haya sido antes, pero esta vez lo era sin querer serlo. No, ¿Y lo peor? Ahí estaba él, sentado con cara de autosuficiencia y arrogancia: Leo Mocca, negando con la cabeza con desaprobación y con la sonrisa burlona engrapada al rostro. No podía estar en otra clase, no podía estar en otra uni, NO PODÍA ESTAR EN SU ESTÚPIDO CONTINENTE. No, él tenía que estar en MI país, con MIS compañeros, en MI clase, con MI profesor favorito y riéndose de MÍ. Maldito y cruel destino que me deparaba lo peor.

– Dejando pasar a la accidentada. – Empezó a decir el profesor a quien respondí con una reverencia que lo hizo reír junto a todos mis compañeros, bueno, a casi todos. – Vamos a comenzar la clase de inducción. Usualmente la clase es teórica y no dura más de un par de horas, pero esta vez quiero saber a quién me enfrento. Veo muchas caras nuevas y me interesa saber cómo nos llevaremos. Yo no soy un profesor piadoso y tengo reglas, si las cumplen seremos amigos, si no las cumplen haré todo lo posible por que reprueben. – Conocía su discurso de memoria: No llegar tarde, uniforme completo limpio y planchado, tener y estudiar las fichas técnicas, y trabajo en equipo. Esas eran sus reglas primordiales. – Como somos pocos. – Éramos doce en total. – Haremos esto en parejas. – Oh no. Odiaba trabajar en parejas, nunca salía bien. – Y rotaremos cuartos, dos parejas por cuarto, que se repetirán dos semanas. La primera será un ensayo y la segunda una evaluación, que se promediará con una evaluación secreta que les haré la primera clase. Ahora las parejas, – Abracé a Massiel quien trataba de soltarse a mi agarre con vergüenza. Ella era mi salvavidas, sabíamos trabajar juntas y lo hacíamos bien. Manu me miró enarcando sus cejas – Que yo elegiré. Suelte a su compañera Trini. – Oh no. – Las parejas que asigne hoy serán las parejas por el resto del semestre. – Oh no. – No podrán cambiar y tendrán que traer un informe cada semana. – Oh no. – Para partir los nuevos. – Oh... – El famosillo de intercambio con… – No… – La favorita de la clase, Trini. – Oh sí. ¿Qué clase de cliché malvado estaba rigiendo mi día que me veía enredada en esas situaciones embarazosas? El profesor continuó dando las parejas, y de no haber estado tan sumida en mi propia y miserable situación habría escuchado cuando el nombre – Xavier Del Real con Massiel Ramírez – Apareció. Tenía buenas y malas noticias, Massiel estaría en cuarto caliente conmigo, pero también lo estaría Xavier y por cómo se veían las aguas entre Xavier y Leo Mocca serían dos semanas estresantes. Pero acababan de empezar y las sorpresas no terminaban. La mano de Leo se alzó por sobre las del resto pidiendo la palabra y habló sin que se le diera la oportunidad

– Profesor, yo no trabajo con mujeres. – Dijo seguro y desafiante. ¿Qué mierda acababa de decir?

– Oh no. – Escuché susurrar a Massiel, ella y yo sabíamos desde mucho antes que al profesor Manuel no le gustaba ser cuestionado y mucho menos por un crío como Leo.

– Pues tienes suerte. – Alcé mi voz volteándome para mirarlo antes de que el profesor comenzara por tomarle bronca y yo terminara con malas calificaciones por su culpa. – Porque yo no soy mujer, hasta diría que mi... Me tomé unos segundos para pensar – cuchillo, es más grande que el tuyo. – Las risitas de algunos se escucharon por un breve momento. – Aquí somos todos cocineros, las vaginas y los penes se quedan afuera, lo que importa es que sepas usar tus cuchillos más que tu machismo. – Dije con seriedad.

– No lo habría dicho mejor. – Respondió detrás de mí el profesor. Leo me escrutaba con la mirada mientras, supuse, me insultaba con la mente.

La primera clase empezó con un desafío, bueno, varios. Eran dos parejas por cuarto, cada una debía preparar un tiempo del menú con creatividad, rapidez y eficiencia considerando los ingredientes que teníamos a mano, y según la retroalimentación de ese día debíamos llevar a cabo el mismo menú la siguiente semana, pero mejor.

El ambiente estaba tenso en cuarto caliente, por decir lo menos. Yo ya no soportaba al sexy Leo mocca, odiaba la mirada lasciva de Xavier quien juraba que algún día yo volvería a su cama, detestaba no estar con Massiel, pero lo peor era que Leo y yo... Trabajábamos bien. Demasiado bien, dejando de lado mi odio visceral hacia él por ser tan sexy y desagradable, y de su odio a mí por ser... ¿mujer?

Teníamos papas, carne de cordero, setas, manzanas y especias. Debíamos hacer algo rápido. Leo iba a comenzar, pero no se lo permití. Tomé su mano deteniendo su cuchillo de cortar la carne.

– Mira nuevo. Tú no me agradas y yo no te agrado, pero te guste o no, somos equipo y aquí no se mueve un cuchillo hasta que tú y yo estemos en la misma página o el próximo movimiento será de mi cuchillo hacia tu dedo por “accidente.” – Hice comillas en el aire con los dedos. Nos desafiamos con la mirada unos segundos. – Ahora dime. ¿Cuál es tu idea? – Si bien yo tenía muchas, quería escuchar las suyas y ver si alguna se complementaba con la mía.

– Las amenazas no me van. Tienes bastante razón... Para ser mujer. – Misógino hijo de perra, pensé. – Así que esto es lo que quiero hacer. – Nos plantamos en la mesa a discutir nuestras ideas de manera objetiva, pero sin dejar la tensión de lado, y terminamos haciendo cordero asado a las finas hierbas con salsa de manzana, chips de setas y papas con garnitura de unos frutos secos que encontramos por ahí. Los platos debían salir en orden, partiendo por el cuarto frío quien presentaba las entradas. Luego de su evaluación llegaba nuestro momento. Massiel y Xavier se la pasaron bromeando y coqueteando la clase completa. Presentaron canelones rellenos que el profesor ni siquiera probó, estaba lo suficientemente enfadado ya por el ceviche mediocre y el sushi de mala clase de cuarto frío como para probar el plato de Massiel y Xavier quienes empezaron como los demás con la nota más baja que se puede tener. Un uno. Nuestra presentación era simple pero elegante, el cordero venía con hueso así que decidimos limpiarlo antes de cocinarlo y dejar el hueso para dar altura, dos trozos de cordero bastaban, una cucharada de salsa de manzana especiada, rociado con frutos secos y los chips a un lado como en media luna. Se veía mejor que todo, pero ¿sabía mejor?

– Como siempre, sacando la cara por el equipo, señorita Altamirano. – Dijo el profesor satisfecho.

– Nuestro plato... – Detuve en seco a Leo por hablador y apreté su brazo con fuerza.

– No hables a menos que te pregunte o diga algo. – Susurré calladamente esperando que no fuera lo suficientemente estúpido como para contradecirme solo por desafío. No lo hizo, gracias al cielo.

– Les faltó arriesgarse un poco más en la condimentación, la carne está en su punto perfecto y supieron tratarla bien al punto de que casi la puedo cortar con la cuchara, la salsa hace una combinación electrizante y muy buena, pero le falta algo, trabajen en ese algo y les aseguro el siete. – Dijo sin preguntar nada. Leo, con la palabra en la boca, frunció el entrecejo. – En cuanto a su nota: seis coma seis. – Sentenció con una sonrisa.

La clase terminó y el profesor nos encargó un informe con el plan de cada pareja para la siguiente semana, con argumentación en la elección de ingredientes y mezcla de condimentos además de un nombre y presentación para el plato y su justificación. Lo que significaba que tarde o temprano tendría que reunirme con Leo Mocca.


Trini despierta en la silla de la zona de embarque en el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, de Santiago de Chile, ve la hora. Ya casi es tiempo de abordar y aún no hay señales de Leo. Ya casi en la puerta, haciendo la fila, Trini pierde la esperanza. ¿Se habrá arrepentido? Piensa mirando el anillo de compromiso en su mano. Este sería un viaje lleno de amor. Una boda en Grecia y luna de miel en París. Ya estaba todo listo. ¿Por qué arrepentirse ahora? ¿Le habrá sucedido algo? Se pregunta y el terror invade su cuerpo, pero justo en el último minuto un mensaje de texto hace sonar su teléfono.


"Lo siento"


Esas fueron las últimas palabras de Leo a Trini antes de partir. Se arrepintió... Concluye Trini y envuelta en llanto con un dolor indescriptible en el pecho sube al avión. Cuando se sienta saca la pequeña caja de regalo que tenía preparada para Leo. La abre y contempla con tristeza las líneas azules dobles en la prueba que confirman su embarazo.

10 Ekim 2021 20:36 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Sonraki bölümü okuyun Amor Omne vitae: El amor de toda la vida

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