Nuevamente. Él vuelve a ella como todas las noches. Piel y sangre joven que buscan pasión entre las sábanas.
Ella lo mira desde el lecho, extendiéndole su mano delgada y delicada, más en un ruego que un pedido por su compañía.
- ¿Por qué? - suspira él a milímetros de los labios carnosos de color escarlata.
- No preguntes- susurra ella hundiendo las puntas de sus dedos largos y tibios en el cabello negro y ensortijado del hombre.
Un tirón fuerte pero gentil lo arroja sobre ella, contra ella. La inercia desencadena una reacción fugaz y volátil.
Un incendio de caricias y suspiros sobre un lecho mullido y familiar, pero al mismo tiempo ajeno e imposible.
Las manos anchas y firmes del hombre dudan entre pasearse por las curvas sedosas de su amante, o rehuir del impulso carnal, y buscar una verdad oculta tras el placer.
- Decime la verdad- murmura él sosteniendo el rostro de la mujer con ambas manos, frenando los besos y mordiscos que asestaba en su cuello.
Las miradas se encuentran y en los ojos del otro se ven reflejados a sí mismos.
Un índice delgado cruza los labios del hombre en un pedido de silencio.
Un gemido es ahogado por ambos al momento de unirse.
La mecánica del placer vuelve a ellos como cada noche. Una danza carnal de placer, en la que lentamente los límites de lo propio y lo ajeno, desaparecen.
Un abrazo cercano y potente la deja sin aliento antes de invertir la posición.
- Tengo que saber- insiste él tomando las muñecas delgadas y anclándolas al lecho.
Ella responde a su captura con la presión de los muslos firmes y voluptuosos. Sus ojos se cierran con fuerza escapando del rostro de su amante y sus preguntas.
Oleadas de placer la invaden al ritmo de los jadeos y empujes del hombre.
Mordiendo sus labios, ella siente la proximidad del clímax, como una advertencia aterradora y un límite que sabe, no de cruzar.
- No- alcanza a decir en un grito mudo antes de derribar al hombre, solo para someterlo nuevamente bajo su cuerpo curvilíneo.
Las uñas duras y largas arañan despiadadamente el pecho y los hombros de su amante, dejando surcos enrojecidos que palpitan en una mezcla febril de dolor y placer.
La llama se aviva, y nuevo incendio abrasa sus cuerpos.
Ella baila y se agita sobre él, hermosa e imparable, como una tempestad.
Las manos delgadas pero férreas en el pecho de su amante lo controlan, y dirigen como los hilos a un títere.
Él lo siente, y lo entiende. El éxtasis lo inunda y nubla su mente. Solo resta un último esfuerzo antes de rendirse al placer, un ruego que pronuncia entre jadeos, llevando en cada palabra el peso de su propio corazón.
- Quedate conmigo esta noche. Por favor. No me dejés de nuevo.
Una lágrima lenta y tibia baja hasta el mentón fino de la mujer.
Y como una explosión ocurre, la realidad desaparece por un segundo y una eternidad. Los latidos conjuntos y descontrolados. Las respiraciones tan aceleradas que no dejan pronunciar palabra. Y en aquel eterno, y a la vez efímero lapso, todo pierde sentido. Todo, salvo el sentir mutuo.
Él abre los ojos y extiende sus brazos bajo las sábanas. El gusto agridulce llena su boca, y una pena familiar quema su corazón.
- Otra vez- susurra ahogando el llanto en su garganta. – Siempre es lo mismo. ¿Por qué no podés estar acá?
Negando con la cabeza y suspirando sus pesares se yergue de la cama, sintiendo la frialdad monótona de la rutina diaria. Rogando en palabras que nunca llega a articular que ella fuese más que un sueño. Más que una fantasía.
Y en el espacio infinito que hay entre el silencio y el olvido, una lágrima negra cae desde un mentón fino y femenino.
Labios carnosos y trémulos maldicen mudos la existencia que lleva, y el dolor que late junto a su corazón cada noche. Cada noche que lo deja al último.
Cada noche, en la que satisface su hambre en los depravados y corruptos que caen ante ella, y su lujuria tóxica de milenios de experiencia.
Cada noche en la que maldice ser un súcubo, y haber pecado de la manera más terrible de todas. Haberse enamorado de un hombre al que sabe que no debe ni puede amar.
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