Le confesé a mi padre lo que había hecho; por calmarlo, para que no siguiera increpándome, para desviar su atención hacia otro lado.
Mi madre yacía sobre la alfombra, ahora color carmesí, con pinceladas de flores en tonos apagados, un tanto franquistas. Le había asestado minutos antes un compacto golpe con uno de sus muchos trofeos de hípica.
Mi amado progenitor, sollozando en el sofá, intentaba digerirlo. Una vistosa estatuilla que ganó en un torneo de golf se incrustó en su nuca y lo impidió.
Cayó al lado de mi madre.
Nunca aprobé sus aficiones elitistas.
(Extraído de los relatos de Praxímedes y Antígona).
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