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Iris y sus Globos de Colores

Iris amaba los globos... o tal vez lo que amaba de ellos era que eran muy coloridos, o tal vez eso sólo era un aditivo y lo que en verdad le gustaba era su deseosa capacidad para flotar muy arriba e irse lejos y viajar por todo el azul.


A ella le hubiera gustado eso. Viajar volando e irse muy lejos.


Hace algo de tiempo, en el tiempo de monstruos y pesadillas, vivía atada al suelo, allá en el mundo de negro, no le quedaba más, era todo lo que conocía y ni siquiera sabía cómo había terminado ahí.


Había vivido una vida corta, era pequeña, pero sabía que algo había cambiado, porque antes de que todo se volviera negro, ella había conocido los colores. Y es peor cuando tienes conocimiento de algo o crees tenerlo y luego lo pierdes, te hace extrañarlo, añorarlo, y eso le pasó a Iris.


En un momento todo era brilloso, había colores y había aprendido a sentirlos y vivirlos, era feliz y no lo sabía. Pero pronto lo descubrió, porque cerca de donde vivía, de donde jugaba y veía a sus amigos, habitaba una sombra.


Claro, porque no puede haber luz sin oscuridad, brillo sin sombras, blanco sin negro. Pero nadie se lo había explicado o advertido. Para Iris aquella forma negra era simplemente otro color.


Pero para ser otro color, como cada uno, se sentía diferente, la sombra ejercía un poder de atracción en ella, la jalaba, la guiaba hacia las cuevas, con engaños y artilugios de los que hacen sucumbir a los niños. Después de la primera vez, Iris no volvió a ver el mundo igual, era como si ahora los colores se hubieran ido y todo lo que le quedaba eran escalas de gris.


Pero si en el resto del mundo solo se veía opaco, en la cueva era la total penumbra.


Iris odiaba ir ahí, no sabía ni siquiera porque lo hacía, algo no se sentía bien, no se sentía igual como cuando estaba cerca de sus padres, a pesar de que el mundo de sombras en el que se sumergió tras la primera visita a las cuevas era oscuro, cuando estaba cerca de papá y mamá, un halo de luz los iluminaba un poco. Y ella extrañaba ese brillo.


Porque el mundo de sombras no era el mundo de sombras. Para los padres de Iris era el mundo de Blanco tal vez, o el mundo de Marrón, o el mundo de Violeta... Iris no lo sabía con exactitud, solo sabía que para ella era el mundo de sombras.


Y como se dijo antes, ella no sabría que aquel mundo existía hasta que le pasó lo que pasó. Sus padres solían reír, y parecían tan contentos, ¡era imposible que vieran todo en escalas de grises!


Y más triste la ponía aun, pensar en que no sabía si volvería a ver las vivas tonalidades de los globos, de los niños, de los juguetes, de los paisajes. Pensaba que no, porque aquella sombra jalaba de ella siempre que tenía oportunidad, ¡y no sabía que hacer! Porque ella no veía más niños yendo a las cuevas, y no parecían alicaídos como ella. No entendía que estaba pasando, y no sabía por qué seguía pasando.


Cierto día, ella pidió muchos de esos globos que le gustaban, solía jugar con sus amigos a derribarlos, o simplemente imaginaban como sería poder volar con ellos, pero nunca tuvieron suficientes para intentarlo, así que poco a poco durante un tiempo, ella solo pedía globos, en su cumpleaños no quería juguetes nuevos, ni pastel, ni ropas nuevas, ¡No! Ella pedía globos, de muchos colores, porque extrañaba los colores, en Navidad tampoco pidió nada más que no fueran globos. El día del niño, el día de la amistad, y cada ocasión que se portaba bien y ameritaba un obsequio, ella solo quería globos.


Pensó en un principio que no se los darían, que podrían verla raro o notar que algo no andaba bien, pero ¿quién le niega un globo a un niño? Nadie sospechó nada e Iris coleccionó uno por uno de todos los colores, ¡Cuánto se alegró al notar el verde brillante, el rosa intenso y el amarillo chillón reflejado en aquellos globos!


Cuando creyó tener suficientes los infló con más esperanza que aire. Tal vez no sabía ni que era la esperanza, pero su deseo ferviente de levantar el vuelo podía más, y funcionó, los globos la levantaron, poco a poco, y ella algo temerosa, sin embargo, llena de ilusión y una emoción que no podía describir, se aferró a ellos con ambas manos y empezó a ver cómo el cielo se tornaba algo azul en vez de gris.


Una ligereza que no había experimentado jamás.


Esa fue la primera vez que Iris lo intentó, estuvo tan cerca, probablemente lo más cerca que creía posible de tocar azul, no más gris y negro. Pero pronto algo se aferró a su pierna, impidiéndole lograrlo.


Se asustó, porque estaba algo muy arriba ya, no quería soltar los globos, o caería de lleno al suelo y sabía que la sombra no la ayudaría.


Sin embargo, la sombra tiró de ella tan fuerte, que fue más su fuerza ejercida hacia abajo, que la fuerza de los globos que tiraban de ella hacia arriba.


Así que sucumbió. Cayó gritando, llorando porque no quería estar ahí, no quería estar en el mundo de negro para siempre. Lloró y lloró porque los globos se habían ido durante la caída porque ella los había soltado en un descuido.


Pero no se rendiría, tardaba, pero de nuevo volvería a juntar suficientes para un nuevo intento, así lo hizo durante otra temporada, sólo globos quería, sólo globos pedía, lo volvió a intentar una vez más, y otra, sin embargo, cada vez que Iris quería levantar el vuelo con sus globos de colores, la sombra se lo impedía tomándola por el pie, el brazo, la pierna, la cintura.


La anclaba al suelo infausto, eso parecía, cuando aquella sombra la atrapaba, el mundo se detenía para ella, eran segundos, minutos, horas, toda una vida.


No podía ver en la oscuridad de las cuevas, no hallaba la salida, tenía que quedarse ahí, esperando a que la sombra decidiera soltarla o se distrajera suficiente para que ella pudiera correr y con suerte encontrar el hueco por el que había entrado.


La sombra tampoco veía en aquella cueva, y gracias a eso no hizo más daño a Iris del que ya hacía. Cosa de la que ella reflexionó hasta después, que, aunque fuera malo, había corrido con suerte.


O eso pensaba.


Porque la realidad es que la sombra nunca dejó de hacerle daño, y dañó tanto a Iris, que una parte de negro se quedó en ella. Todas las veces que intentaba levantar vuelo, todas las veces que se aferraba a sus globos, todas las veces que vislumbraba azul en vez de gris o negro, todas las veces que la sombra tiraba de ella de nuevo, anclándola al suelo, a la oscuridad y a las cuevas. Todas esas veces que la sombra la tocaba, parte de negro se quedaba con ella.


Tanto que Iris pensó que jamás vería el azul, o el rosa, o el amarillo otra vez,

y no podía contarle a nadie, todos vivían en el Rosa o Amarillo o Verde. Nadie nunca hablaba del negro, nadie debía conocer ese color.


Porque los azules viven otra realidad, cada niño, cada adulto, vive su propia realidad, resultado de la mezcla de colores, cada persona es un color y una tonalidad, para Iris no estaba definido, no lo tenía claro porque ella sentía imposible sentir el azul, el rojo o el púrpura, lo había hecho, en el pasado, parecía tanto tiempo atrás que no recordaba ya como se sentían los colores.


Lo que no sabía Iris, y descubrió más tarde, es que su color jamás se fue, pese a que la sombra hizo su trabajo al perturbar su aura y dejó una parte de negro en el alma de Iris, esta jamás dejó de tener colores en su interior.


Cuando Iris se mudó de casa, lejos de aquella cueva oscura, empezó su auto comprendimiento, se sintió de lo mejor, porque en el nuevo mundo no había sombras, no había negro, solo colores, niños y niñas, cada uno con sonrisas y luz emanando de ellos, Iris pronto se sintió así, bien, sintió como sus colores luchaban poco a poco por emanar de ella de nuevo, pero también descubrió que había días que no podía sentirse como aquellos niños, porque aquellos niños habían estado siempre en aquel lugar de arcoíris, no conocían el negro, y las penumbras. Y jamás fueron atormentados por una sombra.


Iris decidió que lo mejor era no decirlo. ¿Y si los asustaba? ¿Y si los alejaba? Porque aquella sombra podría sonar a cosa absurda, y ella no quería decir algo que hiciera que los otros niños no quisieran jugar con ella. Así que se lo guardó para sí misma, y en esos momentos olvidaba lo pasado, y jugaba y sonreía, y parecía que no tenía parte de negro en su interior, porque refulgía en blanco.


A veces era fácil, a veces no. A veces se sentía triste y se esforzaba por que el negro no saliera a flote. ¿Y si notaban que algo andaba mal en ella?


Era agotador, lidiar con el hecho de que el negro trataba de comer sus colores, aferrarse y luchar con ello.


Lo sentía. Cómo por las noches cuando la luz se iba, esa parte de ella, quería tomar el control de su aura. Comiéndose al azul que sentía cuando estaba con sus papás, al rosa que sentía cuando platicaba con sus amigas, al amarillo que sentía al correr con sus amigos, al verde que sentía cuando platicaba con sus hermanos mayores, al rojo que sentía cuando paseaba a sus mascotas.


Cada color era consumido por una parte de aquella sombra, y ella se sentía consumir y le dolía.


Más le dolía cuando era vencida por aquella fuerza aciaga, y no podía controlar su estado de ánimo.


¿Estás bien? ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?


Iris se preocupaba cuando le hacían esas preguntas, ¿Qué les diría? No podía decirles la verdad, nadie conocía a negro y tal vez la tacharían de loca, no le creerían. Menos aquella parte de que sentía que una parte de la sombra vivía dentro de ella y se estaba comiendo sus colores.


Siempre contestaba lo mismo. Estoy bien. Y alerta por las preguntas, siempre se esforzaba por poner su mejor cara y evitar que el gris se notase en ella.


Y lo lograba, tanto que vivió mucho tiempo así. Enmascarando su interior, luchando con la sensación día a día, aferrándose a los globos que nunca dejó de coleccionar.


Tenía miedo de un día perder la batalla contra aquel remolino sombrío en su interior y volver a ver todo en escala de grises. Si eso ocurría eso globos le ayudarían a emprender un nuevo viaje hacia el azul del cielo.


Iris creció así, coleccionando globos y aceptando su realidad, era duro, pero lo hizo, creía tenerlo controlado hasta que poco a poco se dio cuenta de que no podía más.


Era exhaustivo, doloroso y sin saber, el intentar negarlo le causaba más daño del que pensaba. Porque no pensó en el efecto rebote. No lo contempló hasta que fue demasiado tarde.


Conformé creció preguntas venían a su cabeza, preguntas que la hacían cuestionarse los y si hubiera... Crecer implicaba eso, cuestionarse el mundo de forma distinta a lo que lo hace un niño. Y entonces comprendió muchas cosas.


Lo que significaba haber estado cautiva por momentos en aquellas cuevas, lo que significaba haber estado sola, vulnerable, comprendió lo malos que habían sido aquellos eventos, todo lo que aquello implicaba, entonces el negro que había en ella no era sólo el que había dejado la sombra, si no el que ella misma creaba, porque de niña veía todo en colores, pero ahora veía todo mezclado.


Conoció el tono alquitrán del odio, el tono grafito del rencor, el tono ónice de la autoculpabilidad, el tono hollín de culpa hacía otros, el tono brea del asco.


Pese a esto, también se dio cuenta de la suerte que corrió en comparación de otros niños y niñas.


Y al igual que se daba cuenta de cosas que de niña hubiera sido imposible, su capacidad para notarlo en otros también se iba manifestando.


No todos andaban en colores brillantes, y tanto podía ver los más lúcidos tonos, como los más opacos y sombríos. Se dio cuenta al crecer que no era la única que tenía algo de negro en su interior, y en eso en parte la alegró, porque ¡no estaba loca! ¡no era cosa suya! ¡el negro existía y había personas que también lo conocían!


Sin embargo, a pesar de ese descubrimiento, no era fácil decirlo, expresarlo, porque si bien muchos parecían haber vivido en mundos de sombras igual que ella, muchos otros no.


Con el paso del tiempo encontró buenas amistades, y se sorprendió cuando se vio consolándolas tras haberle contado a ella sus propias experiencias, cada una en distintas cuevas, en distintos mundos de sombras, con diferentes monstruos negros, de distintos tamaños y formas.


Se sintió bendecida, porque se sintió en su hogar, con las personas adecuadas, que entenderían lo que era tener un monstruo asechando desde el pasado y desde el interior, que entenderían lo que era luchar para que no se engullera tus colores. Así que, en aquel mundo realista de grises y colores, ella decidió soltarlo.


La siguiente vez, que el negro quería salir a flote, lo dejó. Cuando las preguntas llegaron de nuevo, ¿Qué pasa Iris, te sientes bien? Ella tuvo una respuesta diferente. Tengo que contarles algo.


Y comprendió entonces, que la única forma de lidiar con esa sombra en ella, era así, que llevaría tiempo y que probablemente jamás se desharía del todo de ella. Que era parte de su interior ya, pero que todo el mundo lidiaba con ello.


Y que no importaba la cantidad de negro que tuviese dentro, si no la intensidad de sus colores, porque, aunque tratara de comérselos, había más y más color en ella, y los encontraba en su alrededor, y cada vez que le hacía frente, la sombra se debilitaba y sus colores emanaban con más fuerza desde su interior.


Así que no estaba loca, sus amigas brillaban en blanco y ella también lo hacía, e irónicamente esas personas eran las que más refulgían, porque más trabajo les costaba, y más habían aprendido de ambos mundos. Entonces no necesitó ya los globos.


Los infló por última vez, no los necesitaría, porque si se llegaba a sentirse perdida, tenía quien le compartiera su luz e iluminara su vida, no tenía que flotar más para buscar ese azul, porque estaba rodeada de personas que emanaban Blanco, y cuando estaba con ellas, también era Blanco.


Así que los soltó, y dejó que se perdieran en la inmensidad del cielo, porque ya no había monstruos, ni cuevas, ni sombras.


Y ella, ella era más Blanco que Negro.



12 Ekim 2022 00:48 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

Yazarla tanışın

Clary Q Adicta a la lectura, tambien a la escritura. Me gusta compartir las historias que se me ocurren. He encontrado en la escritura y la lectura una terapia inigualable. Frio, té caliente, libros, silencio, reflexión. Ser amable todo el tiempo, una meta de vida.

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