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- ¡Emma!, ¡Emma! – aclamaban ensordecedoramente las personas a mi alrededor, apoyándome, vitoreando.
Estaba parada en el centro de un enorme escenario. El vestido rojo pasión se ceñía a mi cintura y el final de la gran y vaporosa falda acariciaba el suelo bajo mis pies mientras entonaba una canción propia de dulce melodía. El público parecía seguir el ritmo con sus brazos, meneando estos de un lado a otro al compás de la batería. Parecían eufóricos, contentos de tenerme ahí cantando para ellos. Yo estaba igual de feliz de poder entregar toda pasión y sentimiento. Incluso si no entendían ni una sola palabra de lo que salían de mis labios, yo me encontraba inmersa en el sentimiento de calidez que recorría mi cuerpo al expresarme abiertamente, sin ningún tipo de reclamo ni objeción.
De repente, de la nada, un pitido agudo llenó los sentidos de mis oídos. Dejé de cantar al momento en que el ruido se volvía más exasperante, martillando mis oídos.
Poco a poco, se iba perdiendo el rastro de aquel maravilloso sueño, dejándome en mi habitación oscura acompañada del molesto sonido del despertador. Estiré la mano hasta la pequeña mesita de noche al lado izquierdo de mi cama y apreté el botón off del aparato. Por unos dos minutos se hizo el silencio completo, pero luego mi oído se agudizó hasta escuchar algunas tazas o vasos o algún sartén. Supe inmediatamente que mi madre, igual de madrugadora, se encontraba preparando algo en la cocina.
Me removí entre las sábanas exprimiendo la calidez que me empujaba a recaer en las profundidades del sueño. Froté mis ojos y cuando reuní la suficiente voluntad me levanté apoyando mis pies en la suave y felpuda alfombra bajo las patas de la cama. Encogí los dedos mientras los pequeños pelitos de esta me hacían cosquillas.
-Suficiente -murmuré a mí misma al tiempo que me dirigía a las puertas del baño para alistarme para ir al instituto.
Encendí las luces del baño y automáticamente mis ojos se dirigieron al teléfono que se encontraba apoyado en el lavado. Me reñí mentalmente por lo descuidada que era con el pobre, no era la primera vez que lo dejaba tirado en cualquier parte. Al tomarlo, suena una campanita que anuncia la llegada de una nueva notificación. Era un mensaje, específicamente de Jennie con un «Buenos días, niña». Sonreí y lo abrí al instante para responder:
-Buenos días, niña 😜
-Tu pedido ya está listo, como siempre
-Gracias, Jen. Eres un sol
-Lo sé- responde, a lo que se me escapa una carcajada por las habituales respuestas de mi mejor amiga.
Revisé las otras notificaciones que habían llegado al transcurso de la noche: solicitudes de amistad en Instagram y Facebook, mis artistas favoritos anunciando nuevas canciones y, por último, unos 285 mensajes en el chat de mis compañeros de clase, nombrado el grupo como: Loschulosde5toañoXD. Decían estupideces -como siempre-, y lo menos que hacían era preguntar por las actividades del día, cosa por la que se había creado el grupo desde un principio como excusa, cuando realmente lo usaban para chatear a altas horas de la noche.
Tomé una ducha rápida, pero asegurándome de que ninguna parte de mi cuerpo quedara sin enjabonarse. Agarré la toalla y una vez seca, me envolví con ella para salir en dirección al armario donde escogí unos blue jeans, una blusa beige sin mangas, me calcé unas botas negras con algo de tacón y me miré en el espejo. Estaba muy delgada, pero aun así no sentía que había llegado a la figura de una verdadera bailarina. Porque sí, era bailarina, más que todo ballet, aunque había hecho otro tipo de baile, como el jazz, un poco de hip hop, contemporáneo y algún que otro baile de salón donde se bailaba las típicas canciones latinas.
Sabía que, si salía con solo eso puesto, Jennie me diría que parecía sacada de alguna película de Halloween donde seguramente yo protagonizaría uno de los del elenco de los esqueletos, ya me lo había dicho una vez y la verdad es que odio sus burlas por lo delgada que estoy. Así que decidí completar mi conjunto con una chaqueta negra que me queda un poco suelta y me hace ver un poco más rellenita. Acomodé mi cabello rubio en una coleta dejando caer mis flequillos ondulados a los lados de mi rostro y me dispuse a tomar el bolso con todos los libros del día para luego salir de la habitación.
Bajo las escaleras haciendo crujir alguno de los escalones y me encontré con mi mamá en la cocina con el delantal azul rey que tiene la frase «Cualquiera puede cocinar», sacada de la película Ratatouille que tanto ama mi madre.
-Buenos días, cariño- saluda al advertir mi presencia. Avanzo hacia ella y sus brazos me rodean estrechándome con ternura.
-Buenos días, mamá -le devuelvo al separarnos- ¿Qué cocinas? -pregunto al sentir el exquisito olor a mantequilla hacer mella en mi estómago, haciéndome recordar las 24 horas que llevo sin probar bocado, pero claro, no voy a comer nada por la estricta dieta que mantengo. Solo me permito ingerir cosas líquidas o ensaladas. Nada pesado ni con calorías.
-Quiero hacer una nueva receta que vi por televisión. Es un sándwich de ensalada cesar y jugo de naranja y zanahoria. -dijo mientras revolvía la lechuga con unas pinzas de cocina. Siempre he admirado la capacidad culinaria que posee mi madre mientras que si yo logro hervir agua sin quemar la olla me siento súper orgullosa.
-Pues se ve delicioso. - le digo mientras me sirvo el jugo de naranja y zanahoria en un vaso de vidrio. Mi madre responde con un gracias y sigue con su tarea de preparar el desayuno. Ella, mi padre y mi hermana menor comen en casa a lo que yo "como" en el instituto, aunque la verdad es que no lo hago. Siempre le digo a mi madre que prefiero esperar a la hora del receso para desayunar en lo que me viene el apetito, cuando realmente lo único que ingiero es el proteico que diariamente me entrega Jennie en el colegio, y una pastilla para adelgazar. De ahí no como nada hasta la hora de la cena, la que solo me puedo saltar algunos días con la excusa de que comí algo en la academia de baile y estoy llena. Otros días no puedo evitar no cenar sin que mi madre no se dé cuenta de mi rutina dietética que según ella es el gran error de los bailarines y yo como no puedo hacer nada porque, aunque yo lo haga pienso que es terrible para la salud de una persona, solo me limito a asentir a todo lo que ella dice acerca de esto. Claro, no sabe que el mismo error que ella critica lo comete su propia hija. No me gustaría ver su rostro si algún día se llega a enterar que su hija está tan delgada no solo por el sobre esfuerzo del ejercicio, que es la excusa que siempre le doy cuando menciona mi peso, sino también que se mete pastillas para alcanzar la figura ideal y lleva sin disfrutar de una comida completa desde hace una semana, no me salvo de los fines de semana que me quedo todo el día en casa y debo de almorzar con mi familia a menos que tenga alguna clase particular con Michael, mi tutor de baile.
Reviso la hora en el teléfono y veo que me quedan quince minutos para que llegue al autobús. Cuando me siento en el sofá para dormitar un rato, llega Emily aun enfundada en su pijama de conejitos rosados y con unas trenzas mal hechas en su cabello, una más abajo que otra y un adorable puchero en sus labios alertando estar a punto de un berrinche.
- ¡Emma, ayúdame! -exige con su particular voz chillona. Frunzo los labios para evitar que se me escape una risa por su intento fallido de arreglarse el cabello sola, dejándola con un peinado raro y gracioso.
- ¿Por qué no le dices a ma...-soy interrumpida por el grito lejano de mamá que sigue en la cocina:
- ¡Ayuda a tu hermana, estoy ocupada!
Ruedo los ojos en derrota y me levanto del sofá para seguir a una Emily con sonrisa triunfante hasta su habitación. Está toda desordenada, como era de esperarse: el uniforme está aún en su gancho, tirado despreocupadamente en la pequeña cama con cobertor rosa sin acomodar. La verdad que a pesar de todo el desastre de peluches y zapatos tirados el cuarto es bastante lindo y transmite el aura de la pequeña niña de 8 años que habita ahí. Emily se para enfrente mío quedando a la altura de mi abdomen estirando su brazo ofreciéndome un cepillo amarillo con cerdas azules.
-Pobre cepillo... Mira como le has dejado al pobre -la molesto poniendo una falsa mueca de preocupación y pena mientras voy quitando el montón de hilos de cabello rubio que se enredan en las cerdas. Emily frunce todo su rostro en un claro gesto de molestia. Me río de su expresión y remuevo su cabello de manera juguetona. Ante el ademán, relaja un poco el rostro casi mostrando una sonrisa, pero mantiene la falsa molestia en sus facciones. -Ven, María Moñitos, vamos a arreglarte para salir. -la dirijo al pequeño banquito de la peinadora rosada de juguete que le regalaron en navidad y me arrodillo para quedar a la misma altura y proceder a deshacer las mal elaboradas trenzas.
Mientras hacía la última trenza, tarareaba alegremente Midnight de Liam Payne, uno de mis cantantes favoritos, cuando Emily me tomó por sorpresa al decir:
-Me gustaría empezar clases de baile, igual que tú. - dice tranquilamente. Detengo mis movimientos y nuestras miradas se cruzan en el espejo del peinador. Tiene la mirada seria, decisiva, como cuando yo le dije esas mismas palabras a mi madre hace once años atrás, cuando tenía tan solo 6 años de edad. Me quedo en completo silencio simplemente viendo al frente mío con la mirada perdida tratando de procesar la información. Emily frunce el ceño e inquiere: - ¿No te gusta la idea? fuerzo mis labios en una sonrisa que espero que se vea real y respondo:
-Sí, claro, sería genial. De seguro te va increíble. - digo poco convencida de que lo que dije halla sonado sincero del todo, pero Emily no parece notarlo porque sonríe de oreja a oreja achicando los ojos dándoles forma de media luna.
-No le he dicho todavía a mamá, pero de seguro también me dice que sí. ¡Imagínate, Emma! Yo bailando en un escenario con un gran tu-tú rosado como el que tú usas en esa foto que está en álbum familiar. Ese día estuviste increíble, de seguro yo también lo estaré y.…- Emily sigue con su monólogo irradiando emoción, gesticulando animadamente. Mi cerebro está lleno de cavilaciones, todas divagando y dirigidas al temor de que mi hermana menor pase por todas las cosas que yo he pasado en el baile y más que cualquier cosa, siento preocupación de que el mundo del baile la cambie de ser una niña alegre a una acomplejada de su cuerpo y a cada de talle de sí al que admito que soy.- ¿Qué haces, Emma?- pregunta con tono molesto y me fijo en que mis dedos trenzaban un cabello imaginario. Rápidamente tomo la liga y amarro el extremo de la trenza y giro a Emily en la silla para ver el resultad final de mi trabajo como estilista. Emily se ve muy linda. Lo que más resalta en su rostro son los grandes ojos verdes que varían de tonalidades, entre marrón, gris y verde oscuro, tenía una pequeña y favorecible nariz de botoncito y su redondo y pálido rostro era dulcificado con aquellos mofletes sonrosados con un lindo hoyuelo en cada lado.
-Ahora sí, pequeña. - digo sonriendo. Emily sigue con el ceño fruncido, de seguro con la creencia de que no quiero que baile. No es que no quiero que lo haga, solo que me gustaría que se cuidara y que esto no la cambie. Dando un suspiro que le sigue a una sonrisa sincera digo: - Serás una de las mejores bailarinas que haya pisado este planeta. Bailarás en los más grandes escenarios. Todo y más si así lo deseas, solamente... hazlo si realmente quieres hacerlo y te hace feliz ¿de acuerdo? - pregunto con mis manos apoyadas en sus hombros y viéndola directamente a los ojos.
-Si, claro- dice emocionada dando un salto del asiento para envolverme con sus delgados brazos. La estrecho y solo deseo en mi mente que Emily pueda ser mejor bailarina que yo y que sepa tomar buenas decisiones.
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