Había un dolor casi indescriptible que me dejaba sin habla alguna. Perdí el órden del tiempo, comencé a querer desaparecer de aquella cama en la que habia caído sin remedio hace tiempo; no quiero ser mediocre, pero presiento que mis huesos se están fusionando con el colchón rechinante en el que dormí tantas noches y ahora, mi muerte tendrá escenario en esta misma habitación, la misma en la que hice un altar grande para agradar a mi padre Dios.
De alguna forma, me sentí extraño bajo el régimen de un ser misericordioso que abogaba por mí, día y noche. Me estaba volviendo un cadáver en vida a mis 93 años y en ningún momento negué a mi Dios. Rogaba al cielo que me salvará de mi cruel destino: la muerte, mi más grande miedo. Morir en una martil despedida a solas a la luz del sol que se desvanece al igual que yo. Mi única esperanza era que mi padre celestial viniera por mi en una brisa suave y así acabar con mi tormentosa vida llena de dolor.
Y supliqué, rogué por mi alma, para que pudiera alcanzar la misericordia de Dios trino.
El sol deslumbraba fuertemente y busqué en el su presencia a cada momento. La luz se colaba por la ventana y calentaba débilmente mis piernas. Estaba postrado en cama y las fuerzas me faltaban para levantarme de mi agonía.
Y supliqué, rogué e invoqué a mi Dios todopoderoso, aquel ser que todo lo ve.
"¡Oh, Dios! Apiadate de tu hijo, que en su agonía pronuncia fuerte tu nombre cuál Dios omnipotente. Concédeme el descanso eterno y tú gloria, señor."
Recité un padre nuestro en susurros y saqué el rosario de perlas rojas del buró para pedir perdón por mi alma.
"Jesús, dulce y humilde de Corazón, haz mi corazón semejante al tuyo"
Mis labios se volvian secos y sin movimiento, apenas y los podía controlar para rezar. Mis dedos a cada minuto eran más inútiles y la movilidad se convertía en algo que anhelaría.
"Sagrado Corazón de Jesús: En Vos confío". Sujeto una perla Roja entre mis manos por cada vez recitado mi plegaria. Y así, unas diez veces. Una por cada perla.
"InmaculadoCorazón de María: Sé la Salvación de mi alma
Ten piedad de está alma mía. Ten misericordia de mi agonía y sufrimiento. No te olvides de tus promesas a tus siervos. Perdonad, pues mis pecados para así poder entrar a tu gloria"
Fui quedándome dormido en el intento por acabar un rosario para gloria de Dios. Pude encontrar una ligera paz que creí jamás vendría. ¿Estoy aceptando mi muerte?, eso creo. Jamás me imaginé que morir se sintiera tan caliente en la piel. Pero, no recuerdo haber leído algo parecido. Subir al cielo debería de sentirse como una brisa suave y reconfortante. Y, esto parece más... al infierno.
Abrí los ojos con temor a estar en el habitad de Satanás. Y para sorpresa mía, ahí mismo me encontraba. Tirado, sin ropa en alguna parte del infierno.
Había rocas filosas y teñidas de sangre. Abismos y gritos de gente pecadora por dónde sea. El sufrimiento, el temor y la agonía se sentian como si fuese una brisa infernal.
Grite y negué el hecho de estar ahí. Mi lugar es el cielo. Aquí es donde caen todas aquellas almas pecadoras para reivindicarse y así subir al paraíso algún día.
—¡Yo no tengo nada que hacer aquí! —Grité tan fuerte como se me hizo posible. Para gloria mía, podía estar de pie y la vergüenza a estar desnudo no la tenía. Mis manos estaban igual a como las recordaba. Pálidas y con la piel pegada a los huesos. Tenía la misma fuerza que a mis 60 años. ¿Cómo era eso posible?
Los nervios me comían cruelmente y el miedo era abundante, tan abundante como mi agonía en la tierra de los mortales.
—¡Al fin llegas! Yavé me habló de ti. —Una voz gruesa y tétrica sonaba por encima de mis hombros. Sí, era él. El príncipe del infierno. El ángel que traicionó a Dios por poder infinito. Volteé la mirada con repugnancia a verlo, aunque también sentía miedo y pánico.
Al ver su altura y aquellos cuernos no pude evitar sentirme inofensivo ante él. Su mirada marcada en odio se penetraba hasta mis más oscuros pensamientos. No podría escapar de él. Ni de juego Satanás me dejaría libre.
—¿Sabes dónde estás, cierto? —preguntó con voz firme y con una calma como si dios mismo me estuviera hablando.
—¡Sss-Sí! —tartamudié —. ¡Es el infierno! —alcé la voz. Las piernas me fallaron y caí de rodillas ante él.
—¿Sabes... a qué has venido? —preguntó satisfecho. Sonrió y mostró aquellos colmillos con sangre para inducirme más al miedo.
—¡Es un error! ¡No debería estar aquí! —dije con voz firme. Por mi mente pasaban todas aquellas veces que había asistido a una celebración eucarística, y los diezmos que salieron de mi bolsa. Todas aquellas veces que ante el altar juré fidelidad eterna a Dios. Las veces que rogaba que todos los pecadores se arrepintieran de sus atroces acciones. Yo siempre velé por ellos.
—Estás en donde deben estar todos los humanos. —dijo desvaneciendo su sonrisa. Puso su mirada en mi, una mirada pesada y llena de cansancio y odio. No podré mentir, sentí una pena por él.
—No, yo no quiero estar aquí. —retrocedí. Quería escapar y correr a mi libertad. No tengo nada que pagar. No he cometido pecado que merezca una expiación.
—Eso dicen todos los pecadores como tú.
—¿Pecador? Jamás caeré en tentaciones mundanas. A mí vecino Jaime le quedaría bien quedarse aquí abajo por indecente. También Catalina debería estar aquí por no tener pudor. Su manera de vestir es tan provocador que cualquier hombre caería ante ella. ¡Esas son tentaciones tuyas! —reclamé.
—Sí, ellos también pagarán por lo que han hecho. Pero tú... has cometido algo peor que todo eso. Los venenos de tu espíritu son desagradables para tu Dios.
—¿Venenos? —pregunté confuso. Busqué la mejor manera de entender y aclarar mi mente, pero mi egocentrismo me tapaba los ojos. Estoy bien. Toda mi vida oré y nada me pasará.
—Claro. Tu odio hacia la humanidad. Tus pensamientos desagradables y tu manera de juzgar sin piedad. Tu orgullo mediocre y el resentimiento. Eso, eso es más que suficiente para pagar una eternidad aquí en el infierno.
Un sentimiento extraño parecido a un escalofrío recorrió todo mi cuerpo sentía culpa de todos aquellos pecados de los cuales nunca me di cuenta. Dios estará decepcionado de mi por toda la eternidad. Pero, ¿qué acaso yo seré juzgado igual que los demás pecadores?... me niego, me niego a eso.
Yo saldré de esta cuanto antes, hay plegarias destinadas para mí, quizás estaré muerto, y tal vez podré pagar una eternidad en el infierno pero sé que la gloria de Dios vendrá después y junto con él una nueva vida en el paraíso tendré.
Comencé en ese momento a rezar como aquella vez en la que estaba agonizando y postrado en mi cama con la mirada perdida al techo con los labios secos y el cuerpo casi inmóvil.
En aquel instante creí haber encontrado el paraíso, y que Jesús había venido por mí personalmente. Yo quien era su mejor hijo, su mejor siervo, aquel que oraba día y noche sin tener descanso alguno de mis plegarias, me di cuenta de qué era igual que los demás pecadores nada me hacía especial.
Me quedé pensando, perdido en mis pensamientos, buscando el momento exacto en el que perdí el rumbo de mi vida. Este es mi fin. Morir en el infierno y pagar mis culpas de la peor manera.
Agaché la mirada y acepté de nuevo mi destino. Me arrodillé y esperé mi castigo. Pronto, los azotes llegaron. Cada uno de ellos quemaban mi piel. Era una sensación estraña y al mismo tiempo era digna de un pecador como yo.
Grité y grité tan fuerte hasta quedarme sin voz. Me quedaré sin espalda en los próximos días, o eso pensaba hasta que, mi cuerpo volvía a recobrar la fuerza por si solo. Los azotes con el látigo nunca cesaron. Volví a perder el sentido del tiempo. He recibido mi castigo, pero no lo suficiente para agradar a Dios.
Ya no tenía voz. Durante años grité en agonía por los azotes que recibía mi cuerpo. Ya no puedo más. En este punto, mi cuerpo se iba desgastado y los años ahora me pesaban. Podía sentir claramente mi carne arder con cada azote y desangrarme lentamente.
Caí al suelo. Pronto, mi sangre se esparció hasta dejar mi cuerpo sin gota alguna. Era una señal de que estaba desaparecido aún en el infierno. Padecí una eternidad. Espero que mi alma tenga descanso al fin.
Al despertar, estaba de nuevo en la misma cama vieja de siempre. Seguía confundido. Miré mis manos y estaban igual de pálidas y viejas, el dolor de mi espalda a causa de los latigazos había desaparecido. No había sangre en ningún lado. Tal parece que todo había sido un cruel sueño. El rosario rojo seguía en mi mano y al frotarlo, pude sentir que efectivamente me estaba desvaneciendo. Me convertiré en polvo. No quedará nada de mi. Sonreí y cerré los ojos esperando tranquilamente una luz de gloria para mí.
Lo úniconico que quería era no aparecer de nuevo en el infierno, ese lugar es una locura completamente. Después de un rato, vi una luz que se acercaba a mi. Una corona resplandecía y esta sería la encargada de guiarme al paraíso... no miento que el cielo era un lugar asombroso, pero al mismo tiempo había una felicidad falsa por todos lados. No aguanté y caí del cielo...
—Dice entonces, ¿que el cielo no le gustó? —preguntó la mujer con anteojos que cree saberlo todo. No deja de mírame con una cara confusa. ¿Creerá que estoy loco?
—A nadie le gustará el paraíso. —afirmé. La mujer mostró una mueca en su cara y anotó en su cuaderno.
—¿Que dice que pasó después de que cayó del cielo?
—Desperté en el hospital y ahora estoy aquí contándole mis aventuras.
—¿Conoció a Dios? —aquella pregunta no la puedo contestar por completo. No recuerdo bien como era Dios, pero sin duda era él.
—Sí, lo ví —afirmé—. Pero no recuerdo exactamente como era. —mostré una ligera confusión.
—Según usted, dice que tiene 93 años, ¿cierto?
—93 y contando. —dije orgulloso de mi edad y mi buena salud. Haber saltado del cielo fue lo mejor. Ahora parezco un señor de 30 años.
—Entiendo. —Su expresión de confusión era muy marcada. Cómo si ella no creyera mis palabras.
—¿No cree lo que le digo? —pregunté.
—No es nada de eso... solo que..
Se quedó sin palabras. Observé el consultorio y al encontrar un lapicero lo tomé de inmediato.
—¡Es verdad lo que le digo! —Ella se alteró discretamente. Dejó caer su cuaderno al suelo en cuanto me vio de pie encorvado frente a ella.
—¡Por favor, siéntese! —suplicó la mujer.
—¡Mi aventura es tan cierta! ¡Tan real que podría sacarme un ojo ahora mismo y nada me pasará! —el lapicero lo llevé a mi párpado y lo clavé fuertemente para extraer mi ojo derecho.
Un grito aterrador hizo eco en toda la habitación. Pronto, había mucha gente entrando eufórica. Muchos de ellos eran médicos y enfermeros. Me agarraron con fuerza y de repente, ya no escuché nada más.
Creo que volví al cielo.
Okuduğunuz için teşekkürler!
La autora logra darnos un paseo de religiosidad, reciprocidad y realidad en pocas palabras. Ciertamente sus argumentos sln algo que el lector quedará analizando y su manejo de los mismos a través de la historia causa una gran impresión. ¡Felicidades!
La autora nos conduce a una historia corta pero poderosa hacia la reflexión, de cómo debemos vernos a nosotros mismos y no solamente a los demás con un estilo fresco pero muy bueno y con un final perfecto. ¡Totalmente recomendado!
Una historia muy bien narrada, con ideas claras y que explica a la perfección el modo de pensar de muchas personas religiosas. Sin duda un cuento para tener en consideración y que transmite pensamientos muy serios y acertados del tema. Felicidades a la autora.
La autora nuevamente nos sumerge con su cuidada narración a un escenario de cuestionamientos y dilemas morales que enfrentan los perseguidores de la fe. Sin duda un relato que te mantendrá entretenido.
Es una historia bien estructurada y narrada. Es un relato lleno de sentimientos muy bien descritos. Muy bueno.
Quiero destacar que los hechos en este relato están muy bien desarrollados y fue algo que me atrapó hasta el punto de hacerme reflexionar sobre ciertos aspectos de la realidad. Me gustó mucho y hasta quedé sorprendida. Definitivamente recomendable 👏
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