En medio de la inmensa oscuridad, algunos recuerdos llegaron a su mente. Un lago, su teléfono, una sombra en la orilla… una sombra difusa, que no podía distinguir si pertenecía a una mujer, un hombre, un demonio, un ángel o un chimpancé amaestrado. Tenía los ojos cerrados, y sentía la madera bajo su cuerpo, que yacía boca arriba. Al parecer, tenía las piernas flexionadas, dado el reducido espacio. Podía escuchar el sonido del agua cercana, y de lago que la movía… ¿La movía?
Con esfuerzo, abrió los ojos. El cielo estaba oscuro, sentía que flotaba sobre esa superficie de madera en la que yacía. Intentó incorporarse, notando que había alguien más allí, en medio de la oscuridad. Vestía de negro desde el cuello hasta los pies. Y tenía un velo cubriendo su rostro. Casi no podía ver, pero esa figura era nítida entre las penumbras.
Retrocedió hacia el otro lado… de lo que, al parecer, era una barca. La figura de negro no se inmutó. Tal vez, siquiera estaba viendo. Era como una sombra etérea en la oscuridad. Alrededor, solo había clama y silencio. Observó lo que pudo, que no era mucho. Los único que reconocía era la balsa, la figura que tenía en frente, el agua y las tinieblas. No había lugar al cual ir.
¿Qué hora era? Estaba demasiado oscuro. Por fin, se volvió hacia la figura, que continuaba remando y no tenía reacción alguna.
¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?
Le preguntó, en voz baja, pero bastante clara por el silencio del lugar.
Pudo sentir que los ojos de la figura se clavaron en los suyos de manera intensa e inquietante. En medio de la oscuridad, no podía ver esto, pero lo sentía.
Es una barca, y estás en ella.
Dijo una voz femenina, suave y apática.
¿Vos me sacaste del lago?
Volvió a preguntar, inclinándose hacia un lado para ver el agua.
Esto no es un lago.
Le respondió, con frialdad.
Hubo un momento de silencio, en el que no supo que decir, por lo que la mujer allí no iba a contestar. Al parecer, no daría información si no se la preguntaban. Qué extraño…
Ah, ¿no? ¿Y por qué tiene agua?
Inquirió de manera burlona, volviendo la vista hacia la mujer de negro.
¿Cómo llegué hasta acá?
Agregó.
Llegaste como llegan todos…
Respondió la mujer, mientras remaba. Luego le dedicó una mirada extraña, otra vez, agregando una sonrisa macabra que le hubiese helado la sangre a cualquiera.
Estás muerta.
Al principio, se sintió sorprendida… pero no tardó mucho en pasar a la risa que intentó contener, haciendo solo un gesto burlón con la boca. Luego, se relajó dentro de la barca, y apartó la vista de la otra mujer para intentar divisar algo a sus alrededores. Todo estaba en penumbras.
Anocheció muy rápido, ¿eh? ¿Quién te mandó a buscarme?
Preguntó, intentando hacer una conversación que restara importancia a la supuesta broma que le habían hecho.
Estás muerta.
Volvió a decir lo mismo, captando la atención de la mujer, que la miró solo un momento y luego estalló en carcajadas. Era absurdo. Caer a un lago no podría matarla.
¿Muerta? ¿Yo?
Preguntó, entre risas. Incluso llevó sus manos a su estómago.
Qué forma tan extrema de pedir una retribución. ¿Qué querés?
Agregó, intentando detener sus carcajadas.
Estás muerta.
Repitió su interlocutora, con la voz estática.
Y pronto llegaremos.
Agregó, remando una vez más. La tranquilidad de su actitud, junto a sus declaraciones, volvían poco fiable cualquier cosa que dijera. La otra mujer en la barca no podía creerle.
Qué bueno.
Se volvió hacia los alrededores, apoyando un brazo en el borde de la barca y el mentón en una de sus manos.
Realmente voy a matar a esa chica. Voy a matarla.
Agregó, tornándose seria.
¿A quién vas a matar?
Preguntó la mujer, mientras remaba.
A la chica que me golpeó en la orilla del lago. Ya no me duele, pero no me olvido de ese golpe.
Comentó, mientras llevaba una mano a su nuca. Su interlocutora la miró otra vez, manteniendo el rostro inexpresivo. Levantó el remo y lo colocó sobre los laterales de la barca.
No vas a poder hacerlo. Estás muerta. Ella te mató. Olvidá ese asunto.
¡No puedo olvidarlo y no pedí tu opinión! Dijiste que faltaba poco para llegar ¿no?
¿Para llegar a dónde?
A la orilla del lago.
Esto no es un lago.
¿Y por qué tiene agua, entonces? ¡Te exijo que me lleves a la orilla!
Gritó, sin sentir dolor en la garganta. Incluso tenía ganas de ponerse de pie, en una posición dramática, pero temía que la barca se tambaleara. La otra mujer, por su parte, comenzó a remar de nuevo.
No hay orilla a la cual regresar. Hay una ladera negra y otra iluminada. Debería llevarte a la primera, pero se te va a dar la oportunidad de que vayas a la otra.
¿La oportunidad?
Todo depende de lo que me contestes ahora. ¿Qué recordás del tiempo antes de haber despertado?
¿Y eso qué importancia tiene? Esto debe ser un sueño. Sí, un sueño raro. ¿Cómo le dicen? ¡Ah! Epifánico. La palabrería moralista que intentaron poner en mi cabeza durante tanto tiempo al fin dio sus frutos.
Sus comentarios despreocupados causaron que su interlocutora, que dejó de remar un momento, volviera a hacerlo, sin expresión en el rostro ni en la voz.
Estás muerta. Ella te mató primero.
Un golpecito en la cabeza no mata a nadie.
¿Y qué pasó después?
Esa pregunta la descolocó. Y se encogió de hombros.
No lo sé. Supongo que me caí a este lago.
Esto no es un lago.
¿Y por qué tiene agua, entonces?
A ver… Si te caíste, ¿por qué no estás mojada?
Eso le llamó la atención otra vez. Tanteó su ropa, y estaba completamente seca. Comenzó desde los hombros y llegó hasta las piernas. Nada, ni una gota, siquiera humedad. Como si jamás hubiese tocado el agua.
Es cierto… Entonces, no me caí.
Si te caíste y te ahogaste. Estás muerta. Y no podés regresar.
¿Por qué insistía con lo mismo? No podía entenderlo. Si esta era una broma, debería darle más expresión a su rostro. Esa seriedad la volvía poco creíble. Y comenzaba a irritar a la involuntaria pasajera.
Otra vez con lo mismo. Entonces, si estoy muerta, ¿por qué puedo ver?
Solo podés verme a mí.
¿Y por qué puedo hablar?
Solo podés hablarme a mí.
¿Y por qué puedo…?
Solo a mí.
Interrumpió la interminable catarata de preguntas, cuyas escuetas respuestas no solucionaban sus dudas. Era irritante.
Necesitarás argumentos más válidos para que te crea. Pero la broma te está quedando muy buena. Es más, si yo no fuese tan inteligente, te la creería.
Estás muerta.
¿Podés dejar de decirme que me morí?
Aceptalo y no lo diré más.
Yo no me morí. Es más, podría saltar y bailar ahora mismo si esta barca precaria no fuese tan pequeña.
Se puso de pie, acompañando su inminente furor, y viendo la totalidad de la barca precaria, alcanzando su imagen también… y notó algo extraño. Se miró las manos y luego palpó su bolsillo trasero. No tenía anillos, ni su teléfono celular ni su arma.
Mis joyas no estás, ni mi teléfono. ¡Me robaste!
Su interlocutora se mantenía impasible ante semejantes reclamos, sin importar el furor de la mujer parada frente a ella. Solo seguía remando.
Los bienes terrenales hasta aquí no llegan. Estás muerta.
A mí no me amenazas. Devolveme lo que me robaste.
Exigió, tomando asiento en el piso de la barca otra vez. Su cara de burla desapareció, mostrando ahora un semblante enojado.
Los bienes terrenales hasta aquí no llegan. Y a mí no me sirven.
Repitió su interlocutora. La mujer se inclinó hacia un borde de la barca.
Voy a saltar y nadaré hasta la orilla. Y cuando llegue, tené por seguro que voy a buscarte, y te mataré por esto.
Nadie puede matarme. Y saltá, a ver si llegás a alguna parte.
La mujer, con expresión desafiante, primero metió la mano dentro del agua y la retiró casi al instante, asustada… No era ni fría, ni caliente. No pudo sentir nada. Como si sus manos fuesen totalmente incapaces.
Estás muerta. Y los muertos no sienten más. Por eso no te duele el golpe, aunque lo recordás.
La repentina declaración de su interlocutora la asustó más que no sentir el agua, no solo por lo abrupto, sino por… que parecía tener la capacidad de saber lo que pensaba. La mujer, movida por sus palabras, se llevó una mano a la nuca. Otra vez el tacto no le funcionaba.
Yo no puedo estar muerta.
Murmuró. Pero su interlocutora pudo escucharla.
Pero lo estás. Te caíste y ahogaste.
Esto no puede ser. Termina con esa locura de decir que estoy muerta. ¿Dónde está la orilla? Aunque no sienta el agua, voy a irme.
Declaró la mujer, mientras miraba para todos lados.
No vas a llegar a ninguna parte. No podés regresar. Olvidá ese asunto.
¿Vos ves algo con esta oscuridad?
Lo veo todo. Inclusive el modo en que llegaste hasta este lugar.
Deja de inventar cosas... ¿O es que lo estabas viendo todo desde esta barca?
Su interlocutora volvió a dejar el remo a un lado y, de improviso, apartó el velo que cubría su rostro, moviéndolo hacia arriba. Al ver por fin su cara, la mujer cayó sentada por la impresión, y abandonó el borde de la barca.
¿Reconoces esta cara?
Sos vos... vos me golpeaste en la cabeza... Vos lo viste todo
Este es el último rostro que viste en vida, por eso lo tengo ahora. Yo no soy quien te mató.
Qué locura. Era un verdadero disparate… No entendía porque esa mocosa metiche decía todas esas tonterías. Ni que fuera la muerte… Tenía que ponerle un freno a sus alucinaciones, y pensar con lógica, ya que su interlocutora se negaba a hacerlo.
Hay algo que no entiendo. Si me quitaste mi celular y mis cosas, de seguro te llevaste mi arma. Perfectamente podrías usarla para matarme y terminar con todo esto.
No se puede volver a matar a los muertos. Vos estás muerta. Y los bienes terrenales hasta acá no llegan.
¿O es que querés que vaya nadando a buscar al tipo que maté acá? Porque ese está muerto. Le pegué un tiro en la cabeza y cayó al lago.
Recordaba haberlo matado. No fue algo personal. Ella era una asesina profesional. Matar a ese tipo y no dejar testigos era su trabajo. Si aquella mocosa se hubiese quedado callada y quieta, no estarían ambas en esta instancia.
Sé quién sos. Lo sé todo.
Respondió su interlocutora, mientras continuaba remando, como si escuchara sus pensamientos.
No, no lo sabía.
Sus jefes eran muy estrictos con sus encargos, pero la paga siempre fue excelente. Y no era extraño que tuviesen un contacto en la policía. De seguro, la muchacha había escuchado cuando le avisaban sobre denuncia, y por eso la había golpeado en la cabeza cuando se distraje solo un momento.
Lo que no entendía era porqué la muchacha no escapó, si había propiciado el momento perfecto.
Sé quién sos. Y sé que matar por encargo fue la forma que encontraste para sofocar tus impulsos violentos. Pero siempre pedían más.
No sé de qué me estás hablando. Debiste haber huido. O debiste haberme matado y no meterme en esta barca.
Ella lo hizo. Por eso estás muerta.
¿Otra vez con lo mismo? Eso no me asusta.
La miró con mucha seriedad, intentando intimidarla, sin éxito aparente. Esa muchacha estaba mal de la cabeza. Tal vez era una especie de alternativa, de esas que fuman cosas raras, como el orégano… Porque no era marihuana. Habría reconocido el olor. Agh… La juventud de esos tiempos desperdiciaba su vida con drogas, y siendo fans de las que “pegaban” muy fuerte.
Ni me lo digas, tengo que buscar a tres que murieron por fumar orégano.
Otra vez su interlocutora le leía la mente. Aunque, a esas alturas, tal vez debería asumir que estaba hablando en voz alta.
No me digas que trabajas en el servicio de recolección de cadáveres...
Yo no recojo cadáveres, sino almas. Me estoy llevando la tuya ahora.
Otra vez te hacés la surrealista.
Dijiste que no sentías el agua, ¿no? Mirala bien. ¿Ves lo que hay en la superficie?
La mujer hizo caso a su interlocutora, y quedó horrorizada. Había más gente en el agua, intentando nadar, pero la corriente los arrastraba de regreso. Y eso era raro, porque la corriente no estaba moviendo la barca… ¿Acaso esa mocosa se atrevió a darle orégano? ¿Era eso posible?
Esas son almas que intentan huir de su última morada, pero no pueden. Están destinados a ella. Podrías terminar como ellos, pero se te va a dar la oportunidad de que estés en la otra ladera. Lo único que tenés que hacer es olvidar ese asunto.
¿Qué asunto?
Cualquier asunto que tengas pendiente, como tu venganza.
La mujer tragó duro, pero no lo sintió. No percibía su propio cuerpo…
Entonces... ¿Estoy muerta?
Estás muerta.
¿Totalmente muerta?
Demasiado muerta.
No... No puede ser cierto.
Por eso estás aquí, frente a mí.
La mujer se agarró la cabeza, en un último e inútil intento por entender lo que pasaba, y negar lo increíble pero evidente.
¡Ya basta! No estoy muerta, eso no puede ser.
¿Por qué mataste a ese hombre? ¿Y por qué querías matar a la dueña de este rostro?
Creí que había quedado claro. Al tipo, por encargo. Y a vos, porque estaba ahí. Nada personal.
No, no fue por eso. Tampoco fue por tus impulsos violentos. Es por algo más. Algo que no pudieron resolver ni psicólogos ni psiquiatras. Algo que sabías que terminaría con tu muerte.
No están... Ya no están.
Murmuró la mujer, llevándose las manos a la cabeza.
Al fin te das cuenta...
Era increíble. Desde que tenía memoria, estaban aquí... Esas voces violentas, en lo profundo de su mente. Al parecer, había nacido con ellas. Las había naturalizado, aunque no sean normales. Y ahora no estaban.
Porque estás muerta.
Ya no le gritaban. Se había ido y no volverían. Ya podían atormentarla, ni causarle pesadillas hasta que su hambre de violencia se saciara. Siempre creyó que las malditas la abandonarían recién en su último aliento...
Morir no es tan malo. Con el fin de tu consciencia, llegó el fin de las voces. Estás muerta.
La mujer se quedó en silencio un momento, más relajada que antes, mientras su interlocutora remaba.
O sea que... morí
Así es. Estás muerta. Y te estoy llevando a tu destino.
O sea... O sea... ¿Soy libre? Soy libre.
Se recostó en el piso de la barca.
Sos libre de tu mente, no de tu destino.
Pasó tanto tiempo, que olvidé cuánto lo deseaba. Soy libre de mi misma. Soy libre de las voces en mi cabeza, de esas voces violentas, de los sueños de sangre. Soy libré de las órdenes, de las infinitas búsquedas. Por fin soy libre. ¿A dónde vamos, entonces?
Iremos a la otra ladera.
Dijo su interlocutora, cambiando el curso de la barca.
¿A la orilla del lago?
Esto no es un lago, es un río. Todos lo cruzan. Yo siempre los llevo. Podés descansar al fin. Pronto llegaremos.
La involuntaria pasajera continuó recostada, sintiendo como algo en ella se desprendía. Los parpados le pesaban y estaba adormecida. Mientras escuchaba el suave movimiento del remo golpeando el agua, se abandonó al sueño. El primer sueño libre en mucho tiempo.
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