jessicagiffuni Jessica Giffuni

Cuenta la historia de una niña mexicana llamada Kaliope de tan solo nueve años, que acostumbrada a una vida citadina en los Estados Unidos, regresa con su familia a México, a la ciudad de Santa Cecilia. Donde todo es nuevo incluso su propia familia a quienes conoce a través de fotografías. Todo comienza a captar su atención, pero lo que más le da curiosidad es la famosa celebración que se acerca, el Día de Muertos. Kaliope no cree en la historia de María sobre un acontecimiento pasado en el Día de Muertos. Hasta que esa noche algo sorprendente y raro le sucede. Conoce a Lupita, una niña que proviene del mundo de los muertos. Quién le enseñará su mundo, la importancia de la familia, el amor verdadero más allá de la muerte y el verdadero significado de la muerte. Aquí les dejo los links de mis redes sociales donde podrán seguir mi pequeño cuento del Día de Muertos. https://www.instagram.com/jessicagiffuni/ https://www.facebook.com/jessica.giffuni.3 https://www.instagram.com/magicbooks33/


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Kaliope y El Día de Muertos

Alguna vez te has preguntado ¿De qué trata el día de muertos? O ¿Te ha llamado la atención sus calaveras pintadas de flores? O ¿No entiendes por qué las personas dejan pétalos de flores anaranjados?

Pues si es así, te voy a contar una historia. Mi historia de cuando tenía tan solo nueve años, cuando me mudé a México, y no entendía toda está, celebración. De el Día de Muertos. Esa noche algo raro y sorprendente me pasó, y cambió para siempre mi vida.

Pero para empezar déjame contarte desde el principio.

Esa mañana el calor era insoportable y más en el viaje en carro. El tío Julio nos había venido a recoger al aeropuerto para llevarnos al pueblo natal de mis padres Santa Cecilia, todo era nuevo y diferente para mí. A pesar que mis padres eran de México yo había nacido en los Estados Unidos, donde viví durante nueve años, pero mi padre había decidido que era hora de regresar con nuestra familia, algo que no me hacía mucha ilusión, había dejado mis amigos atrás, mi escuela, y acá tendría que hacer nuevos amigos, ir a una escuela nueva y sobre todo adaptarme a otras costumbres. Costumbres que corrían por mi sangre, pero no las conocía. También no concia a mi familia, solo por algunas fotos, pero no era lo mismo, de todos modos, me ponía algo nerviosa.

Mi madre me había pasado contando todo el viaje en avión como era Santa Cecilia, aunque ya lo sabía un poco por las historias que mi padre me contaba cada noche antes de dormir. Historias muy bonitas qué en ese momento, me gustaría poder haberlas vivido, para haberme sacado un poco más la nostalgia de mi antiguo hogar. Pero nada se comparaba con lo que me iba a suceder el Día de Muertos, pero no, nos adelantemos aún.

A lo lejos pude leer el cartel de ‘’Bienvenidos a Santa Cecilia’’ pasamos por debajo del mismo entrando al pequeño y rústico pueblo. Las calles eran de tierra, había muchas casas pequeñas juntas y tenían una plaza muy bonita a la cual pensé en pedirle a mi madre permiso para ir.

– Kaliope, ¡Bienvenida! – dijo mi madre sonriéndome dulcemente a mi lado, le devolví la

sonrisa regresando la vista a la ventanilla. A medida que íbamos pasando más casas aparecían y todas iguales entre sí.

– ¿Y qué te parece hija? – me preguntó mi padre viéndome por el espejo retrovisor.

– Es bonito. Pero no se parece a las historias – respondí mirándolo con cara acusadora. Mi padre se rio y junto a él mi tío Julio y mi madre.

– ¡Ay, Kaliope! hoy conocerás a toda nuestra familia. A tú abuela Elena, la tía Patricia, tu tío Raúl, el primo Juan, el primo José y la prima Margarita – me contaba el tío Julio emocionado.

Y Vaya, que tenía una familia grande.

A los minutos el carro se detuvo – ¡Llegamos! - anunció el tío Julio. Era una casa grande pintada de blanco, la había visto antes en fotos, mi padre me contó que la construyó papá Gilberto, el padre de mi abuelo Joaquín el cual no conocí porque murió antes de que yo naciera.

Bajamos del carro, y una cantidad de personas vinieron abrazar y saludar a mis padres, comenzaron a recordar y hablar cosas que no entendía y a reírse hasta que oí que mi padre dijo ‘’MAMÁ’’. Una señora bajita de pelo negro con un toque de mechones grises, de vestido floreado y un delantal lo abrazó fuerte y luego a mi madre. Abrió unos enormes ojos al verme a través del hombro de mi madre.

– ¿Esa es mi pequeñita Kaliope? – preguntó la abuela, colocándose las manos en su pecho.

– Así es mamá. Pero ya no es una pequeñita – le respondió papá.

– La última vez que te vi eras una bebita – dijo la abuela envolviéndome en un abrazo

fuerte, prácticamente asfixiándome.

– Hola abuela – la saludé casi sin aire. Lo cual ayudó para que me soltara.

– Lo siento mi pequeña – se disculpó pellizcándome las mejillas – No puedo creer que al fin estés acá y te vayas a quedar con la abuela – me había olvidado por un momento que este sería mi nuevo hogar a partir de ese día, aún extrañaba mi antigua vida. Sin embargo, la cálida bienvenida de mi abuela había hecho sentirme un poco mejor. Los primos cuyos nombres no me los acordaba. Algo que tuve que aprenderme de memoria, se acercaron a saludarme junto a la tía Patricia y el tío Raúl.

– Vamos que el almuerzo ya está listo – nos condujo la abuela dentro de la casa y ordenó a uno de mis primos, el primo José el más alto y fornido, pusiera nuestras maletas en las habitaciones, mientras ella nos llevaba al patio donde sería el almuerzo.

Había una larga mesa con mantel blanco, en donde una señora de edad como mi abuela acomodaba los platos con comida.

– ¡María! – gritó alegremente mi padre al verla y ésta lo abrazó.

– ¡Cuánto tiempo Luisito! – le dijo ella.

– Susana, ¡Qué bueno verte!

– También me alegro de verte María – respondió mamá con su cálida sonrisa conquistadora.

– María, te presento a nuestra hija Kaliope – la mujer me regaló una amplia sonrisa.

– ¿Kaliope? – llamó mi madre empujándome suavemente hacia delante para que saludara.

– Hola – respondí algo tímida.

– Es un gusto conocerte Kaliope – sonrió mirando a mi padre con cara divertida – Déjame decirte Luis, gracias a Dios que no se parece a ti - mis tíos que traían el resto de

las ensaladas y mi madre se echaron a reír.

– ¡Oh, vamos!, pero si soy todo un modelo – bromeaba mi padre mientras hacia sus poses

payasas en un intento de imitar a los modelos de las revistas. Todos volvieron a reír incluso yo.

– ¿No sé a quién salió está criatura? – preguntó tapándose los ojos y sacudiendo la cabeza

mi abuela.

– Todos sabemos que soy el más guapo de la familia – dijo el tío Raúl.

– Eso ya quisieras Raúl – respondió el tío Julio riéndose con mi padre.

– ¡Bueno basta de bromas!, sentémonos a comer que se va enfriar la comida. A parte mi pequeña Kaliope debe estar muerta de hambre de ese largo viaje – regañó mi abuelita

Volviéndome a abrazar.

Nos sentamos todos en la mesa, María nos sirvió arroz con frijoles, no estaba acostumbrada a comer, incluso era la primera vez que los iba a probar. Me sentí un poco cohibida porque todos me miraban a la expectativa de si me iba a gustar. Llevé la cuchara a la boca y saboreé aquella nueva comida, ¡Era riquísima!, la primera cosa nueva que me había gustado.

– ¡Está muy bueno! – anuncié con una amplia sonrisa mostrando todos mis dientes. Todos

me aplaudieron, algo que me había sorprendido. Eran muy alegres, contagiaban su alegría de tal forma que te hacían olvidar las tristezas, en ese tiempo lo que más me preocupaba era la vida que había dejado atrás y la nueva que comenzaba.

El resto del día pasé escuchando historias entre risas y una que otra anécdota, y las canciones del tío Raúl acompañadas de su vieja guitarra.

La cena fue igual que en el almuerzo, solo que dentro de la casa.

Al terminar mamá se quedó fregando la vajilla y platicando con la abuela, los primos y la tía Patricia se habían ido a dormir. Solo quedaba mi papá y sus hermanos en el comedor hablando. Así que me dirigí al nuevo cuarto, que no quedaba muy lejos de la cocina, abrí la puerta y me tumbé en la cama exhausta por el día largo y el calor. Miré alrededor, me gustaba. Tenía un buró, una cajonera y una cómoda a la cual le coloqué mi muñeca de adorno. Y las paredes con un empapelado floreado. Era una habitación acogedora y bonita.

Me apronté para dormir, ordené un poco la ropa de las maletas en los muebles, abrí la cama y me deslicé bajo las sábanas.

– ¿Lista para dormir hijita? – me preguntó mi madre tras el marco de la puerta.

– Sí – le respondí casi en un susurro.

– Amor, sé cómo te sientes. Pero te prometo que te acostumbrarás, un par de semanas y amarás este lugar – las palabras de mamá me consolaban, aunque solo fueran por un

momento.

– ¿Podremos ir a visitar a Mike, Steven y Cindy, algún día? – le hice esa pregunta con la

esperanza de que me dijera que sí. En cambio, se quedó callada con cara triste, abrió la boca para decirme algo, pero justo interrumpió papá – ¡Órale, que tienes un lindo cuarto!

– ¡Por supuesto que sí! Todo para recibir a mi pequeñita Kaliope – dijo la abuela entrando al cuarto. Le regalé una sonrisa, la cual me devolvió.

– ¡Oye! Kaliope, aquí estabas – dijo el tío Raúl – Mañana prepararemos todo para la celebración. Estas invitada a ayudarnos – concluyó entrando también al cuarto. ¿Cómo

cuántas personas iban a seguir entrando a mi cuarto? Asenté con la cabeza y le sonreí al tío Raúl. No sabía a qué celebración se refería en ese momento, inclusive llegué a pensar que alguien estaba de cumpleaños.

– Kaliope irá con su abuela al pueblo, hacer mandados – interrumpió determinante mi

abuela.

– Buena idea mamá, así ya conoce un poco el pueblo. Te encantará – opinó papá. Miré a

mamá pidiéndole socorro con la mirada, no quería ir al pueblo. Pero en vez de ayudarme me acarició el rostro dándome una de sus sonrisas compasivas.

Así que al día siguiente tendría que acompañar a mi abuela al pueblo y ayudar al tío Raúl con los preparativos de esa misteriosa celebración. Que hasta el día de hoy no sé porque no le pregunté en ese mismo momento ¿De qué trataba?

Mis padres me despidieron amorosamente, como lo hacían siempre y la abuela con un beso en la frente y las mejillas acompañadas de sus pellizcos.

– Descansa mi pequeña Kaliope – se despidió cerrando la puerta tras ella y dejándome sola.

Me recosté mirando el techo, mi cabeza pensaba muchas cosas a la vez, mientras recordaba mis últimos días en Estados Unidos, mi vieja escuela, mis amigos, mi llegada a México. Todo pasó tan de prisa. Le seguí dando vueltas y vueltas al día en mi mente hasta que cuando quise acordar ya estaba dormida.

A la mañana siguiente el ruido de la puerta abriéndose me despertó, de lo perezosa que era no hice caso. Me cubrí con las sábanas con la esperanza de seguir durmiendo, algo que me fue imposible. Sentí mi colchón hundirse y una cálida mano que movía mi hombro suavemente.

– ¿Kaliope? – susurró mi madre.

– ¿Qué? – respondí aún algo dormida. Y como para responder mi pregunta, las cortinas se corrieron de golpe dándole paso a los rayos de sol que alumbraron todo el cuarto.

– ¡Arriba Kaliope! Qué se nos hace tarde – me apresuraba mi abuela. Me voltee hacía mi

madre haciendo puchero, lo cual la hizo reír.

– Ándale mi payasita, que tu abuela está muy entusiasmada para llevarte a conocer el pueblo – frotó mi espalda dándome ánimos y se fue dejándome sola en mi nuevo cuarto.

Me levanté rápidamente al oír a la abuela gritándome al otro lado de la puerta – ¡Kaliope daté prisa! – me vestí bien apresurada, colocándome uno de mis pantalones de mezclilla favoritos, una playera verde y mis botines rojos. Recogí mi pelo en dos coletas colocándome el broche de estrella que teníamos como símbolo de amistad con Cindy, eso me hacía pensar que mi amiga estaba a mi lado.

– ¡Kaliope! – esa vez era mi madre. Acomodé el broche y salí corriendo del cuarto.

– ¿Lista? – preguntó mi abuela.

– Sí, abuela – le respondí sonriente.

– ¡Entonces andando!

– ¡Qué se diviertan! ¡Hazle caso a la abuelita! – gritaba mamá desde la puerta.

Llegamos a la plaza que había visto al llegar al pueblo. Era muy bonita, el lugar estaba lleno de personas y puestos. Algo que me llamó la atención era como estaba decorada la misma. Calaveritas colgaban de los techos y banderines de colores que también tenían calaveras ¿Qué sucede con las calaveras? Pensé para mis adentros, y algo particular que tenían todos los puestos eran unas flores anaranjadas.

Así que nos acercamos a un puesto, donde una señora le entregó a la abuela un ramo de esas flores.

– Aquí está el ramo que me encargó Doña Elena.

– Gracias mija. ¿No son bonitas? – dijo pasándome el ramo.

– ¿Ella es su nieta? – le preguntó la señora mirándome asombrada.

– Así es Carla. Kaliope, la hija de Luis – explicaba mi abuela.

– ¿Luisito? – preguntó entusiasmada.

– Sí – empezó a reírse la abuela – De no creer.

– Órale, que me tomó por sorpresa.

– Nos vamos, tenemos que seguir haciendo compras.

– Qué pase bien Doña Elena, salúdame a tu padre Kaliope. Y un gusto conocerte.

– Gracias, le daré sus saludos.

Seguimos caminando, pasando puesto tras puesto. Todos iguales, miré el ramo y luego a la abuela.

– Abuela, ¿Qué son estás flores? – pregunté mientras veía centenares de puestos a mi alrededor que las vendían.

– Esas flores son Cempasúchil, las usamos para decorar las tumbas y los altares de nuestros muertos.

– ¿Muertos? – me acuerdo que quedé atónita con la palabra ‘’Muertos’’, volví a observar

todo a mi alrededor las calaveritas, los banderines, las Cempasúchil incluso había personas maquilladas de calaveras. Entonces mi abuela que era muy perceptiva se dio cuenta de mi confusión. Bueno, no era que se notara tanto. De hecho, sí. Era muy evidente que mi pequeño cerebro hubiera colapsado.

– Hoy se celebra el Día de Muertos – eso respondió las muchas preguntas que rondaban en mi cabeza, bueno no todas porque me generó aún más.

– ¿Eso se celebra? Pero están muertos.

– El Día de Muertos es la única noche del año que nuestros ancestros nos visitan. Ponemos nuestras fotos de ellos en las ofrendas, para que los espíritus de los que ya no están crucen el umbral de vuelta – se puso a explicarme mientras me invitaba a sentarme en un banco de la plaza – Preparamos unos bellos altares donde ahí colocamos las ofrendas y otros vamos al cementerio. En cualquiera de los dos lugares les dejamos comida y cosas que amaron en vida, para que las vengan a buscar, y se las lleven al mundo de los muertos.

– Pero sigo sin entender ¿Por qué se celebra? ¿Por qué no sólo se les pone las ofrendas?

– Celebramos la muerte. Recordamos a nuestros seres queridos con alegría y amor. Aunque parezca extraño, existe otro mundo, otra vida después de la muerte.

– ¿Entonces no mueren? – esto hizo que me hiciera un entrevero peor en mi cabeza de

nueve años. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso la abuela se estaba volviendo loca?

– Algo parecido. Solo muere lo que se olvida Kaliope, por eso es importante colocar sus fotos.

– Para no olvidarlos – pensé en voz alta.

– Exacto. ¿Tus padres nunca te contaron esto? – preguntó algo escéptica.

– No, papá solo me cuenta sus anécdotas de cuando tenía mi edad. ¿Son verdad?

– Cada una de ellas, era el más travieso de los tres – respondió riéndose la abuela – Ahora vamos, compremos las últimas cosas que nos faltan y armemos el altar más bonito.

Recuerdo que esa mañana se hizo eterna. Recorrimos una cantidad de puestos y tiendas, en cada uno de esos lugares compramos. Teníamos tantas cosas, que solas no íbamos a poder llegar a la casa, así que llamamos al tío Julio que nos viniera a buscar.

Tuvimos que esperar un largo rato a que, viniera por nosotras. Nos sentamos debajo de un árbol. Aún me daba vueltas en la cabeza, el tema de la celebración del Día de Muertos, era algo que tenía que contarles a mis amigos, no lo creerían. Y así fue quedaron sorprendidos cuando se los dije, pero eso es historia para otro día. Continuemos…

Acabo de unos minutos el carro del tío Julio se estacionó frente nuestro, empezamos a cargar todas las compras en la cajuela y las que no cupieron fueron en los asientos traseros conmigo. Por suerte el viaje fue más corto esa vez. Llegamos y descargamos todo, ayudé a la abuela a llevar una de las cosas que habíamos comprados hacía donde armaríamos el altar.

Cuando entramos al patio me asombré, mis padres junto a mis tíos y primos lo habían decorado, parecido a la plaza, lo dejaron muy bonito y alegre.

Banderines colgaban de un extremo al otro del techo; el tío Raúl les había agregado calaveritas en cada punta donde estaban atados.

Mamá y la prima Margarita aprontaban una larga mesa con un mantel blanco a la cual le colocaron tres candelabros aún apagados.

– ¡Kaliope! – me llamó mi padre entusiasmado – ¡A qué no está padrísimo!

– Supongo – me limité a decirle, todo esto me era extraño.

– ¡Kaliope! – llamó la abuela desde una pequeña pieza. Fui hasta ahí y ‘woow’ estaba llena de esas flores anaranjadas. En frente había una especie de mesas con manteles blancos y banderines de colores alegres verdes, anaranjados, rosados y celestes, las mesas formaban como una pila de escalones, donde vi que habían colocado un par de cuadros con fotos y a cada lado veladoras, detrás de las mesas un arco formado con Cempasúchil.

– ¡Ven, Kaliope! Vamos a terminar de ármalo juntas.

Continuamos colocando las Cempasúchil alrededor de la mesa, en el suelo, en las esquinas llenamos todo de las flores. La abuela me indicó que comenzara a poner los cuadros con las fotos de nuestros ancestros, a medida que las iba poniendo me los iba presentando.

– Éste es tu abuelo Joaquín – dijo mientras acariciaba la foto y sonreía con nostalgia. Era muy parecido a mi padre. Colocamos su foto en el segundo nivel, le pusimos al lado una veladora y la abuela le puso su reloj favorito, a su lado pusimos la foto de la tía Berta, así me la presentó, a ella le dejamos un abanico y acomodamos a su alrededor veladoras. Situamos a los primos Felipe y Antonio, a Felipe la abuela le puso una armónica y a Antonio sus pinceles. Por último, en el tercer nivel colocamos las fotos de papá Gilberto y mamá Felicia. Los padres de mi abuela. Papá Gilberto le encantaba construir cosas además de esta casa, construyó otras cosas a lo largo de su vida, así que la abuela acomodó al lado de su foto su metro favorito y en cuanto a mamá Felicia era muy coqueta y solía usar peinetas de flores, así que fue eso lo que le dejamos su más preciada peineta que usó desde su juventud hasta sus últimos días.

Miré a la abuela, como los observaba, cada vez que acomodaba sus objetos personales soltaba un suspiro.

– ¿Los extrañas? – me atreví a preguntarle.

– Mucho, a cada uno de ellos – me respondió abrazándome.

De pronto un estruendo nos hizo sobresaltar. Cuando nos giramos en dirección de aquél ruido nos encontramos con el tío Raúl tendido en el piso de panza sosteniendo en alto una calavera de dulce.

– ¡Raúl! – le regañó mi abuela - ¡Mira si rompes la calavera de dulces! – sacándole la calavera de las manos.

– Me tropecé, ¿No sé qué me pasó? – dijo rascándose la cabeza y buscando la chancla que se le había volado al caerse. Tapé mi boca aguantándome la risa, fue gracioso como estaba

tendido en el piso. Hasta el día de hoy recuerdo la imagen y me sigue causando gracia.

La abuela acomodó en una esquina del segundo nivel la calavera, me dio unos inciensos que coloqué a cada lado de la cruz.

– ¿Para qué son? – pregunté.

– Son para alejar a los malos espíritus, para que nuestros difuntos lleguen con bien – me

explicaba mientras colocaba agua y sal. Notó que también me daba curiosidad lo que terminaba de poner, bueno en realidad todo me daba curiosidad sobre esta festividad. Así que me continuó explicando – El agua simboliza vida y no puede faltar en la ofrenda, y la sal es un elemento purificador que evita que las almas se corrompan. ¡Cuántas cosas! Pensaba para mis adentros mirando todo el altar.

– Coloquemos éste espejo aquí. Para que nuestros ancestros puedan ver nuestro reflejo y nosotros el de ellos – sonreí viéndome en el espejo.

– Y por último estos pétalos de Cempasúchil para poder guiar el camino, así nuestros seres queridos lleguen.

Esparcí los pétalos como en un camino del altar a la puerta. Supuse que ya habíamos terminado con el altar, todo se veía de un amarillo anaranjado, las luces de las veladoras lo resaltaban aún más.

– Perdón Doña Elena. Se me hizo tarde – se disculpó María, entrando con un paquete y una bolsa, por el aroma y lo abultado se notaba que era comida.

– No te preocupes María, Kaliope y yo recién terminamos con el altar – logró tranquilizar la abuela a María.

– Ya veo, quedó padrísimo – miró con asombro. Desenvolvió el paño de cocina del

recipiente que traía, era como una especie de pan, bueno panes eran varios, y los colocó al lado de la calavera de dulces.

– Gracias, María por el pan de muerto ¿Trajiste la foto y la ofrenda?

– Por nada, Doña Elena. Sí, muchas gracias – contestó aquella señora con los ojos en lagrimados. La abuela le dio una palmadita de consuelo en el hombro.

– Han pasado años, aún parece que fuese ayer. La extraño muchísimo.

– Lo sé, lo sé María. En fin, hoy vendrá y sé que le encantará lo que le trajiste, a y la calavera de dulces que salvó Raúl de él mismo.

– ¿Qué Raúl hizo qué? – la cara de confusión que había puesto María me causó risa al recordar la caída del tío.

– Luego te cuento – dijo la abuela mirándome con una risa cómplice - Iré a ver cómo va el resto.

Así que me quedé sola en la habitación. Fui a seguir a la abuela cuando vi que María acomodaba una muñeca muy chula al lado de una foto. Me acerqué despacio para ver quién estaba en esa foto. Era una niña, se veía como de mi edad, de una larga trenza acompañada de una flor y un vestido muy colorido.

– Lupita – la voz de María me hizo saltar.

– Perdón, yo…

– La estabas viendo – sonrió – Tú abuela la conoció, venía muy seguido aquí. Era como su nieta postiza.

– Ah… Y ¿Qué le pasó? – me acordé enseguida de la pregunta como sus ojos se llenaron de lágrimas y me miré los pies avergonzada.

– Estaba muy enferma – respondió, colocándole unos dulces. Miré a aquella mujer que me hizo sentir algo extraño dentro de mí.

– ¿Era su hija?

– No, mi nietita.

– Ah… – me mordí el labio inferior y miré la muñeca – ¿Le gustaban las muñecas?

– Sí, mucho.

– ¿Eso funciona? – le pregunté a María señalándole la sonriente muñeca.

– Así, es. Cada ofrenda o comida, se la llevan y se deleitan con su sabor en caso de la comida.

– Es raro.

– ¿Es tú primer Día de Muertos?

– Sí.

– Entonces, es eso. Todo lo nuevo a veces puede parecer raro, extraño.

– Sí, pero sigo sin entender por qué lo festejan.

– ¿Conoces la leyenda de Miguel? – negué con la cabeza.

– Cuenta la leyenda que hace años, en éste pueblo cruzaron por el umbral de la muerte un perro y un niño llamado Miguel – por lo tanto, en ese tiempo pensaba que era una historia de fantasía, como un cuento de hadas, ya que era imposible cruzar al mundo de los muertos estando vivo. Observé a María con cara de no creerle, pero ella continuó de todos modos.

– Parece imposible ¿No? – me indagó mirándome y luego regresando la vista al altar.

– ¿Cómo cruzó? – le pregunté escéptica.

– Con la magia de una guitarra, con solo tocarla cruzó al más allá. Se dice que fue en busca de su abuelo.

– ¡Eso es mentira! Una guitarra no puede tener magia y llevarte a otro mundo – acusé a aquella pobre mujer, solo porque estaba enojada conmigo misma por no haber podido evitar mudarme aquí. Pero algo me hizo ver de nuevo la foto de Lupita, y otra vez esa sensación extraña en mi pecho me invadió.

– Ojalá las historias fueran verdaderas – desee algo apenada, no quería contestarle así.

Pensé que se había enojado por mi mala actitud, pero no fue así, me miró comprensible.

– Las historias se pueden hacer verdad, Kaliope.

Aquella frase me dejó pensando; pensando a que historias se refería. Me sabía muchas que mi papá me contaba, y supuse que ella también ya que cuidó a mi padre desde pequeño. Pero si, se refería a la de Miguel, eso me parecía imposible.

Pasé el resto del día escondida de mi familia, tratando de hablar con mis amigos, algo que me fue imposible por la diferencia horaria.

– ¡Kaliope! – llamaba por quinta vez mi madre.

– ¡Aquí estoy! - respondí molesta, saliendo de debajo de la cama.

– ¿Qué haces debajo de la cama? – me inquiero entrando al cuarto – Kaliope, todos nos esperan para empezar la celebración del Día de Muertos.

– No quiero ir, mamá.

– Kaliope – advirtió – ¿Qué estás haciendo con mi teléfono?

– Solo intentaba hablar con Cindy, Steven y Mike.

– Kaliope. Es demasiado tarde allá. Y hoy es un día para estar con la familia.

– No quiero. No tengo ganas – la mirada de mi madre decía más que mil palabras, estaba haciendo un esfuerzo para contener la paciencia, que yo le estaba agotando.

– Kaliope, tú no eres así. Déjate de tonterías y vamos.

– ¡No quiero!

– ¡Kaliope Gómez! No me levantes la voz. Ten respeto por la familia y nuestros ancestros.

– ¡Yo nunca quise venir aquí! Y ¡No creo en el Día de Muertos!

Cuando dije eso fue como la última gota que derramó el vaso. Nunca había visto a mi madre tan enojada, a tal punto que me asusté cuando comenzó a regañarme.

– ¿Cómo puedes decir eso? Sé que tu padre y yo tomamos la decisión de volver a casa sin haberte escuchado antes. Y en cuanto la celebración de hoy, sé que no te hemos explicado sobre éste día tan importante, porque queríamos … – su voz empezó a entrecortarse al límite de las lágrimas – Tu abuela dijo que te contó y terminaron de armar juntas el altar.

– Mamá – me hizo un gesto con la mano de que me callara.

– Quiero que te quedes acá, pienses bien sobre tu comportamiento. Y cuando hayas pensado lo suficiente ve y discúlpate con tu familia – se dio media vuelta y se fue cerrando la puerta detrás de ella, dejándome sola, sentada en mi cama. Estaba tan enojada conmigo, con mis padres por traerme, con mis amigos que no me respondían, en fin, con todo el mundo. Arrojé los almohadones decorativos de mi cama al suelo y me tumbé de cara llorando, pataleando y golpeando el colchón con mis pequeñas manos. Sí, estaba haciendo una rabieta, algo que me avergoncé después, nunca fui así, nunca le grité a mi madre, ni le falté respeto a ningún mayor, María. Como un flash me acordé de la historia que me había contado hacia unas horas, me levanté de la cama para cerrar la ventana la aseguré con los almohadones que había arrojado y la puerta con una silla, una vez que todo estaba asegurado regresé a la cama y me cubrí con las sábanas.

Por algún motivo me asusté, me aterraba ir al mundo de muertos como Miguel, yo no era muy valiente para algo como eso. Y si, en realidad no era que no creía del todo. De todos modos, recordé que fue con la magia de una guitarra. Yo no tenía una guitarra, pero había alguien que sí. El tío Raúl.

Saqué la silla de la puerta, la abrí con sumo cuidado para no hacer ruido, me fijé que no hubiera nadie a la vista, así que empecé a buscar cuarto por cuarto una guitarra. Cuando la encontré la llevé al cuarto de la abuela y la oculté debajo de la cama para que nadie la pudiera encontrar, y sobre todo lo más lejos posible de mí.

Volví corriendo a mi cuarto, cuando entré revise que no hubiera nadie en el cerré la puerta y me cubrí nuevamente con las sábanas. Y en ese momento recordé las palabras de mi abuela ‘’Nuestros ancestros nos pueden guiar en lo que buscamos’’, así que volví a salir de las sábanas y fui hasta la habitación donde estaba el altar, sin que nadie me viera entré. Todo se hallaba en silencio, caminé dudosa sobre el camino de pétalos que habíamos hecho con la abuela, no quería que me pasará lo mismo que Miguel a pesar que había ocultado la guitarra y no sabía tocarla. Me paré justo en el medio y empecé a pedir.

– Sé que hace un rato dije que no creía en el Día de Muertos. Pero si es verdad todo esto, desearía que me ayudaran a volver a casa.

– ¿Volver a casa? – preguntó enseguida una voz que nunca antes había oído, me voltee y cuando lo hice ahogué un grito. No podía creer lo que estaban viendo mis ojos, era un esqueleto como de mi estatura. Salí corriendo hacia la puerta, pero tropecé cayendo sobre el camino de pétalos. - ¿A dónde vas? – me preguntó en lo que me puse de pie. Corrí sin mirar atrás hasta el cuarto, cerré la puerta, y me sacudí los pétalos de Cempasúchil.

– ¿Estás bien? – cuando me giré ahí estaba de nuevo, solté un grito y me metí debajo de la cama. Escuché su finita risita – No te asustes, no muerdo – se agachó viéndome debajo de la cama.

– ¡Mamá! – llamé. Pero nadie vino a mi rescate.

– ¡Qué linda muñeca! Se parece a la que yo tenía – me decía aquél pequeño esqueleto.

¿Muñeca? la muñeca del altar, pensé. Me asomé desde bajo de la cama y vi como miraba la mía entre sus manos de huesos. Recordé la foto que había colocado María, éste esqueleto era pequeño y llevaba el mismo vestido que la niña de la fotografía. Era ella, la nieta de María. Tomé algo de valentía, salí de abajo de la cama y me le acerqué cautelosa, tragando saliva le pregunté - ¿Lupita? – con la voz temblorosa. Se giró toda sonriente.

– Sí y tú eres Kaliope ¿Verdad?

– ¿Cómo sabes mi nombre? – pregunté aun temblando y asombrada.

– Cada año la abuela Elena nos cuenta sobre ti.

– ¿Así?

– Sí – respondió devolviéndome mi muñeca – Está bonita, la mía se llamaba María, como mi abuela. Porque me la regaló ella.

– Oh… – fue lo único que me salió - ¿Por qué me seguiste? - me enseñó los pétalos esparcidos por todo el suelo de mi cuarto.

– La abuela tenía razón – pensé en voz alta.

– ¿De qué? – preguntó Lupita, en lo que tardé de darme cuenta que literalmente había

afirmado lo que tendría que haber dicho para mis adentros.

– De los pétalos, que los guían a ustedes.

– Así. Por eso te encontré – sonrió complacida de su pequeño logro. Llegué a pensar que

aún no me había despertado de la pequeña siesta que tomé o algo peor que eso.

– ¿Estoy muerta? – le pregunté asustada – Perdón yo no quise decir eso que no creía en el Día de Muertos – mi muñeca comenzó a mojarse de pequeñas gotitas que se deslizaban por mis mejillas. Me puse a llorar, no quería morir.

– No estás muerta – respondió Lupita mientras me miraba preocupada.

– ¿Y por qué puedo verte?

– No lo sé – se encogió de hombros – ¡Ven! – dijo agarrándome la mano, algo que me sobresaltó ya que el tacto de sus huesos era raro.

– No, no iré al mundo de los muertos – me apresuré a negarle con la cabeza a la vez que retrocedía. Eso le causó gracia.

– Claro que no. No puedes cruzar el umbral porque estás viva.

– Entonces ¿A dónde quieres que vaya?

– Te enseñaré algo sobre el Día de Muertos – me ofreció su mano, al principio dudé por lo extraño de su tacto, me impresionaba, pero se la di.

– ¿A dónde vamos?

– Al pueblo – me respondió tranquilamente. Como si no fuera un problema que mi familia me descubriera, si hubiese pasado habría estado en graves problemas.

– No puedo, mis padres se enojarán mucho – enseguida de decir eso, se me vino a la cabeza la discusión con mi madre.

– No se darán cuenta. No tengo mucho tiempo, tengo que ir a visitar a los míos.

Tomé aire – Está bien – le respondí, un tantito segura. Seguí a Lupita fuera de casa, a lo lejos se veían las luces del patio, empezamos a caminar rumbo al pueblo.

– ¿Conoces la historia de Miguel? – me animé a preguntarle.

– ¿La del niño vivo?

– Sí, él si cruzó.

– Pero fue con magia, no sé muy bien la historia, pero sé que es muy famoso allá, en el mundo de los muertos – dijo. Enseguida comenzó a dar brinquitos - ¡Oh! Y ahora tú lo serás también.

– ¿Yo? – pregunté atónita.

– Sí, puedes vernos.

– Solo a... – no pude terminar la respuesta, cuando otro esqueleto apareció andando por la calle.

– Lo ves – me dijo Lupita. Asentí con la boca abierta.

– ¡Vamos! – tironeo de mi mano, conduciéndome un par de cuadras más hasta llegar al

cementerio. Lucía igual que el altar que habíamos aprontado con la abuela, solo que se veía más iluminado y lleno de pétalos de Cempasúchil por todo el suelo. Levanté la vista y ahí estaban todos, muchos esqueletos como Lupita, caminando por todo el lugar. Algunos observaban a sus familias con ternura, mientras ellas los recordaban, otros se llevaban sus ofrendas o comían las comidas que les habían dejado como los panes que en ese instante no podía recordar cuya forma los llamó la abuela, pero eran los mismos que había colocado María esa mañana.

Todo era real, eso me sorprendió muchísimo.

– Están todos aquí. Es verdad.

– ¡Claro que sí!

– Vienen a ver a sus familias.

– Una vez al año podemos venir a visitar al resto de la familia que aún siguen acá.

– Y ¿En el resto del año que no vienen?

– Estamos en el mundo de los muertos.

– Es como estar vivo, pero en otro mundo – dije observando los antepasados de las personas que estaban recordándolos en sus respectivas tumbas.

– La muerte es solo una ilusión – la miré con los ojos entre cerrados ¿Cómo qué era solo una ilusión? Como que hubiese escuchado la pregunta que me auto hice, respondió – La muerte representa el renacimiento y el reencuentro. Es como un paso a la vida eterna. Eso me dijeron mis bisabuelos y mi tío que están conmigo allá – me explicaba sonriente.

– ¿Y qué pasa si esto no se hace? – la misma pregunta que le había hecho a mi abuela se la volví hacer a Lupita.

– No podemos cruzar, regresar. Es como olvidarnos.

– ¿Qué pasa si se los olvida? – pregunté mientras caminábamos de regreso a mi casa.

– Desaparecemos, dicen que se les llama la muerte final.

– Eso debe ser horrible – espeté, mirándola. Y ella dibujó una sonrisa torcida.

– ¿Puedo hacerte una pregunta?

– Sí – me respondió Lupita. Miré mis pies avergonzada, pero mi curiosidad era muy grande.

– ¿Qué se siente morir?

– Es como quedarte dormido, te sientes muy cansada y solo piensas en dormir. Y cuando despiertas te encuentras en otro lugar, y ya no sientes dolor, solo paz.

– ¿Te sentiste sola?

– No. Mi tío y bisabuelos me estaban esperando cuando desperté, aunque extraño a mis padres y mi abuela – me contaba con un tono triste.

– Yo también extrañaría – con solo pensarlo me dio una enorme tristeza, imaginarme no poder volver a ver a mi familia nunca más.

– Pero, los espero. Sé que algún día nos volveremos a encontrar en la tierra de los muertos.

– Siento mucho que no puedas estar con ellos.

– Pero lo puedo estar una vez al año. Puedo regresar y ellos honran y celebran mi memoria. Sabes, lo único importante es la familia – eso me hizo pensar en las palabras que le había dicho a mi madre.

– ¿Aún sigues queriendo volver a casa? – me preguntó Lupita. Me quedé parada en medio del camino a unos cuantos metros de la casa.

– No lo sé – me puse a pensar. Mi familia me extrañaba, me habían recibido con alegría, mi abuela les contaba a nuestros ancestros y a Lupita sobre mí. Me querían.

– Tú familia te quiere, Kaliope, la familia siempre tiene que estar unida sin importar lo que suceda. Son lo más importante que tenemos. Y nuestro amor va más allá de la muerte, eso es parte del verdadero amor.

Lupita tenía toda la razón. No había sabido lo mucho que importaba la familia, yo tenía esa oportunidad mientras que ella ya no. No de ese modo. Aunque estaba con sus ancestros, no podía estar con sus padres ni su abuela, sin embargo, yo era afortunada y no lo había sabido valorar por querer regresar a mi antiguo hogar. Pero algo me decía que yo debía quedarme aquí con mi familia, a pesar de que no había nacido en México, era mexicana. Corría por mi sangre.

– Creo que debo disculparme con mi familia.

– Entonces ¿Ya no quieres volver?

– No. Éste es mi hogar – sonreí ante mis palabras, Lupita apoyó su mano sobre mi hombro.

– Me pones feliz que te quedes, Kaliope – ambas nos miramos y sonreímos. Continuamos caminando los pocos metros que faltaba para llegar, entramos escondidas para que nadie me viera y volvimos al altar.

– ¡Mi muñeca! – gritó Lupita emocionadísima, presionándola contra su pecho. Aunque su muñeca seguía al lado de su foto, ella tenía otra igual. Eso me sorprendió y a la vez me dio una idea.

– ¡Espera aquí! ¡Ahorita vuelvo! – le dije. Corrí hasta mi cuarto y tomé mi muñeca de la cómoda, regresé rapidísimo al altar y coloqué mi muñeca sobre el primer nivel al lado de la suya.

– Te la regalo.

– ¿Enserio? – preguntó emocionada.

– Sí, quiero que la tengas de recuerdo – para mi asombro me dio un fuerte abrazo, esa vez ya no me impresionó su toque, así que le devolví el abrazo.

– También tengo un regalo para ti – dijo, moviendo sus manos como una especie de magia hizo aparecer una hermosa flor rosa, anaranjada y amarilla. La agarré entre mis pequeñas manos, la flor emanaba un brillo inusual, era algo muy hermoso de ver. Me la llevé con sumo cuidado al pecho y la atesoré. Ojalá me hubiese durado mucho tiempo, pero aguántate hasta el final que te contaré que sucedió con la flor.

– Tengo que irme Kaliope – me dijo tomando unos caramelos que María le había colocado.

– Muchas gracias – le agradecí viendo la flor – Y gracias por ayudarme a saber la importancia de la familia y del Día de Muertos – en verdad estaba muy agradecida, hasta el día de hoy lo sigo estando.

– Mentí cuando dije que no creía, en realidad no era del todo cierto.

– Lo sé – sonrió – ¿Amigas? – me tendió una mano mientras con la otra sostenía su muñeca y la mía que ahora le pertenecía.

Tomé su mano – Amigas – respondí. Miré hacía el altar otros esqueletos comenzaron a aparecerse, estaban viendo las ofrendas, eran mis ancestros.

– ¿Kaliope? – llamó de repente mi madre. Me voltee despavorida.

– ¿Qué estás haciendo? – me preguntó, me volví por un segundo a Lupita, pero ya no estaba al igual que nuestros ancestros. Me giré de nuevo hacia mi madre y la abracé.

– Perdóname, no sabía lo importante que era la familia y el Día de Muertos – no recuerdo cuando había comenzado a llorar, en ese momento mi mamá se arrodilló quedando a mi altura y me secó las lágrimas con sus palmas.

– Lo sé, cielo. Debimos haberte escuchado y explicado antes. Tal vez vuelva… - no la dejé terminar lo que sabía que me iba a decir.

– ¡No! – grité – Quiero quedarme acá en México.

– ¿Enserio?

– Sí, mamá. No me di cuenta lo que tenía, hasta que una nueva amiga me ayudó – respondí pensando en Lupita, que supuse que ya tenía que haber ido a visitar a sus padres. Me dio pena por María que no la haya podido ver como yo, o que Lupita no la haya podido ver por haberme ayudado a mí.

Mi madre quedó pensativa, seguro que era por esa ‘’nueva amiga’’ de la que le hablaba.

– Mamá ¿No estás contenta? – le pregunté al ver que no decía nada.

– Kaliope, no se trata de que esté contenta o no, se trata de que tú seas feliz. Y yo estoy feliz si tú lo estás.

– Yo soy feliz estando aquí en casa – mi madre me regaló esa sonrisa dulce que era tan

habitual en ella, y me abrazó – Perdóname por haberme portado así mamá, no volverá a suceder.

– Tú perdóname a mí por no haberte escuchado amor.

Ambas nos quedamos unos minutos abrazadas en el suelo. Nos separamos unos centímetros para mirarnos y en ese momento mi mamá notó la flor.

– ¿Y esa flor? – preguntó rozando con la punta de sus dedos los pétalos.

– Me la dio mi nueva amiga.

– ¿Quién es tu nueva amiga?

– Te lo contaré después. Ahora tengo que disculparme con nuestra familia – sí, se los conté a mis padres solamente, ya que les costó un poquitito creerme, menos me creerían el resto. Salí al patio y vi que todos estaban reunidos en la mesa incluso María. Me acerqué hasta allí y aclaré mi garganta para llamar la atención de los mayores. Todos se callaron y me miraron sorprendidos y luego a mi madre, quién les hizo un gesto de que me escucharan.

– Yo – comencé a tartamudear. La abuela apoyó una mano en mi hombro, eso me ayudó a continuar – Quiero disculparme por mi comportamiento. No entendía muy bien lo que es el Día de Muertos. Pero gracias a una amiga ahora lo entiendo, sé que es muy importante, es lo que nos permite una vez al año estar junto con el resto de la familia que ya no están, pero que nos esperan en otro lugar en donde algún día los vamos a volver a ver. Recordar es volver a vivir, por eso es importante colocar sus fotos y ofrendas – dije mirando a mi abuela, que con los ojos en lagrimados me miraba - Sólo muere lo que se olvida.

– Órale hija, que fuerte. Me has sorprendido, creciste en un par de horas de pronto – dijo mi padre mirando a mi madre.

– Kaliope, eso es algo hermoso lo que has dicho – me anunció mi abuela, pero esa vez fui yo que la abracé, algo que la hizo emocionarse más, entonces la miré y dije – Me encanta estar acá contigo abuela, me encanta estar en México con mi familia.

– ¡Oh! Mi pequeñita, me vas hacer llorar más aún. – todos vinieron abrazarme, algo que me reconfortó mucho. Ah, pero enseguida me acordé de la guitarra – Perdón por esconder tu guitarra tío Raúl, no quería que me pasará lo mismo que a Miguel.

– ¿Mi qué? – preguntó el tío Raúl confundido. María comenzó a reírse y como reaccionaron todos ya sabían de que trataba y porque había hecho eso.

Así que esa noche comencé mi primer Día de Muertos acompañada de mi familia, y sin olvidar la pequeña aventura que había tenido. Pero hice algo antes de que finalizará el día, me acerqué a María y le regalé la flor que me había regalado Lupita. Sabía que no le molestaría, es más le encantaría que su abuela la tuviera.

– Toma María – le entregué la hermosa y peculiar flor – Me la regaló Lupita, pero creo que estará más contenta si sabe que tú la tienes. Las lágrimas comenzaron a correr por sus

mejillas – Ella me la dio. Es algo raro, pero la vi.

– Te creo Kaliope ¿Te acuerdas lo que te dije hoy?

– Que las historias se pueden hacer verdad.

– Exacto. Muchas gracias – dijo asentando en modo de mi respuesta – ¿Me puedes contar cómo fue?

– Sí – respondí feliz. Me había olvidado, no solo les conté a mis padres sino a también a María.

Ahora cada año en el Día de Muertos, voy a casa de mi familia a celebrar con ellos, ayudo a mi abuela que ya está más viejita a armar el altar y cada año coloco mi muñeca a Lupita junto a la suya, y seguida de su foto la foto de María. Sonrío con tristeza cada vez que lo hago, la extraño muchísimo, pero sé que debe estar muy feliz de al fin estar junto a Lupita.

Y anualmente antes de acabar el Día de Muertos una hermosa flor aparece entre las fotos de Lupita y María. Así, eso fue lo que pasó con la flor. La primera se la obsequié a María, pero a partir de esa flor, cada año Lupita me deja una al lado de su foto.

Así que esta es mi historia. De cuando tenía nueve años y esa noche cambió mi vida para siempre.

Espero haber respondido algunas de las preguntas que tenías en mente.

Y recuerda solo muere lo que se olvida.

15 Aralık 2020 03:42 2 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Son

Yazarla tanışın

Jessica Giffuni ¡Hola a todos! mi nombre es Jessica, soy de Uruguay. Amo escribir y leer, aspiro a convertirme en escritora profesional. Estudio literatura y escritura creativa. Soy bloguera y bookinstagramer. Escribo desde una temprana edad cuentos y poesías con rimas. Y ahora considero que llego el momento de compartirlos con todos. Así que los invito a pasarse por mi perfil a leer mis historias que voy subiendo, estoy segura que les gustara. Y también estaré encantada de leer las suyas que no dudo ¡Deben ser geniales! Consejo: nunca dejen de soñar, escriban todo lo que su corazón les dicte y dejen su legado al mundo.

Yorum yap

İleti!
Luis Vaca Luis Vaca
hermosa
January 23, 2021, 02:57
Andrea Salamone Andrea Salamone
Wowowow hermosa historia Jessica, me llene de lágrimas, me di cuenta que te informaste bien antes de hacer la historia te felicito por eso, xq te preocupaste x respetar algo que para los mexicanos es tan importante. ❤️Mis más sinceras felicitaciones!!
December 16, 2020, 01:13
~