alejandro-fernandez1605485730 Alejandro Fernández

Justino por fin había nacido, contra todo pronóstico. Aunque un cambio se comenzaría a operar pronto en él. Una mudanza, que podría ser provechosa o mortal...


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#295 #cuento
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Ecdisis

Cuando nació Justino, su madre lo había sabido antes de que presentase los primeros síntomas. Se lo dijo a su marido quien expresó su júbilo con una carcajada. Le prometió que esta vez lo harían bien y que no desperdiciarían la nueva oportunidad. Ya tenían seis y con el séptimo lo habían intentado como quien mete él último centavo en el tragamonedas.

Justino hubiese sido el octavo, pero el primero se había ido a mejor vida en poco tiempo.

Sin embargo, gracias a su primer hijo, mamá y papá habían dejado sus empleos para disfrutar de una fortuna adquirida contra todo pronóstico.

Fue recién a las tres semanas cuando comenzó a ocurrir. A Justino se le cayó su primera oreja y debajo de ella la piel era escamosa como la de una serpiente o la de un pez que reflejara múltiples colores a la luz del sol. El niño no lloró ni manifestó dolor de ninguna manera. Y sus hermanos ya habían sido preparados para un momento así, por eso se reían e inventaban nombres graciosos para rebautizarlo. Justino festejaba sus chanzas aplaudiendo y gritando cada vez que lo llamaban con esos epítetos animalescos. Mientras tanto su padre se impacientaba porque las deudas eran tantas que ya no sabía que excusas darles a sus acreedores. La fortuna familiar había sido administrada con deficiencia durante esos años en que la familia fue creciendo, esperando que llegara otro retoño como el primero que ahora se hallaba enterrado en la cripta familiar. El primero que había llegado al mundo portando esa enfermedad congénita que los especialistas no pudieron catalogar. Hasta le inventaron un nombre sensacionalista para ganar algunos billetes en una revista de divulgación científica: “El mal de ecdisis” por la metamorfosis que se producía tanto en el aspecto físico como psíquico del niño. Sin embargo, tuvo que irse. “Causas naturales”, dijo el médico respaldado por un merecido incentivo monetario. Luego, el especialista que atendía a su hijo les había dicho: “Esto podría volver a ocurrir si desean intentarlo otra vez”. Y lo intentaron seis veces después, al tiempo que su abundante caudal iba haciendo agua por todos lados. Hasta que Justino llegó afectado de la misma condición, entonces su padre y su madre habían suspirado de alivio al entender que sus problemas financieros volverían a desaparecer. La semana que sucedió al desprendimiento de la oreja, Justino perdió la otra, junto con los pulgares de cada pie y mano. No solo eso, sino que ahora respondía a las burlas de sus hermanos con dentelladas que distribuía entre los que se le acercaban demasiado. Sí, su dentadura estaba compuesta por filosos y largos colmillos que penetraban en la piel como agujas mortíferas. Su padre le preguntó a su madre si ya era tiempo, porque los acreedores estaban amenazándolo con juicios y embargos que los dejarían a todos en la calle. Pero su madre le contestaba que aún Justino no había manifestado lo que ellos esperaban. Cuando la cabeza del pequeño se surcó de escamas pentagonales de un color verde musgo, la madre y el padre no se separaron de él. Lo seguían a todos lados en sus paseos a gatas y no se apartaban de él mientras jugaba o dormía, turnándose para no perderlo de vista. Junto a su cuna había un grabador que siempre estaba encendido y de su cuello le habían colgado otro cuyo contador de segundos estaba siempre recibiendo todas las señales. Después de que Justino casi envenenara a su hermana al darle una de sus mordidas, sus padres creyeron que ya había pasado tiempo suficiente. Su nariz se había caído dejándole dos huecos y su boca se había ensanchado hasta terminar justo debajo de sus orejas. Sus extremidades habían pasado a ser las patas de un lagarto, cortas pero robustas. Si no fuera por la forma de su cabeza y sus ojos, ya no se lo podría considerar humano. Sus padres no podían dejar pasar más tiempo, por el peligro que significaba para todos. Pero Justino todavía no había soltado nada y la paciencia había adquirido la tensión de un horror que se balanceaba cada vez más cerca. Ocurrió en el turno de su padre, que se había quedado dormido con los brazos cruzados en el borde de la cuna del niño. De repente se despertó de un sobresalto. Justino tenía la mano derecha de su progenitor dentro de su boca y antes de éste pudiese gritar, había dado un tirón y la había arrancado totalmente. Los gritos hicieron venir a su madre que antes de auxiliar a su marido oyó a su hijo. “Dos, quince, trece, veinte, veintiuno, cinco”. Dejaron que la sangre los salpicara, mientras se abrazaban porque había llegado el momento de volver a la riqueza.
— Antes de ocuparte de mi herida, busca el machete querida.

17 Kasım 2020 21:56 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Devam edecek...

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