diana-guiland1602362788 Diana Guiland

El día a día de la pequeña pandilla de Los Ratones no es para nada fácil, son rechazados por los ciudadanos de mejor casta de la Ciudad Portuaria y deben de apañarse como puedan con sus medios, sus habilidades naturales por su sangre especial y con la buena fortuna que caen. Todo mientras tratan de morir en la estación del invierno.


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#poderes #castas #juvenil #Breve-romance #tragedia #día-a-día #novela-corta
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Tener la responsabilidad de todo el dinero que habían conseguido recientemente Los Ratones no era un gran honor, ni tampoco le reconfortaba el corazón a Sosué. Ella debía de comprar algo de pan para todos ellos y se sentía estresada por esto. Lamentó haber llegado a los doce años y ser una de las mayores de su grupo para que le achacaran esa tarea. Aunque esto podría tener solución, nunca era tarde para empezar de nuevo porque había algo de encanto de estar sola por la vida. Nadie dependía de ti, nadie te asignaba tareas de comprar a la Zona Media de la ciudad. Pero a pesar de esta perspectiva tan libre, Sosué no se atrevía a dejar a su pandilla, pues se sentía demasiada cómoda con ellos. Entonces, gracias a esa comodidad allí se encontraba, esperando su turno en la panadería, mientras la vendedora la mirada con cara de pocos amigos por andar vestida con andrajos y tener en su fea y oscura piel una capa de suciedad. Del resto, ella estaba haciendo la fila para ordenar y pagar como todos los demás.


—¡Cof, cof, cof! —una tos seca se escuchó en la pequeña panadería repleta hasta arriba de clientes. Ella se cubrió la boca con su antebrazo izquierdo y esto no impidió que recibiera alguna mirada desdeñosa. En su otra mano sujetaba con firmeza los 400 créditos de sus compañeros.


—El siguiente —. La fila avanzaba con rapidez, los clientes salían de la panadería con caras lánguidas o sonrientes, esto dependiendo la forma en tomarse el duro invierno de la Ciudad Portuaria.


Al faltarle a Sosué solo tres personas para su turno, reflexionó sobre la decisión que se había tomado para decidir la compra de pan. Dos bolsas de colombria, el más pequeño y con cierto grado de dulzura. A ella no le gustaba esa resolución, aún tenía la certeza de que con dos panes grandes de frutas bastaba y sobraba. Pero como en democracia se jodía la minoría, debía de traer lo decidido y la fila siguió avanzando.


—Cof, cof, cof.


—Siguiente.


Avanzó al frente y todavía dudando sobre si respetar o no la opinión de los otros o su propio juicio, decidió por el respeto a su pandilla.


La panadera hizo una mueca de disgusto, mirándola de arriba abajo con ojos juzgones. Sosué estaba habituada a recibir esas miradas, su piel oscura, sus grandes ojos saltones marrones, su pelo afro descuidado y largo y sus rasgos tan duros, y tan alejados de los finos que abundaban en esa ciudad. Tampoco su olor apestoso impregnando en su piel y en su mullido abrigo de horas de pasar en los basureros ayudaba, antes podía bañarse en las aguas del río, pero el invierno no era precisamente una buena época para eso.


Antes de que la mujer de ojos oblicuos, mejillas coloradas por el frío, con un choker metálico y pequeños circuitos expuestos adornando su cuello, y de piel como la porcelana le dijera que no daban limosna a los de su clase, la chica arremetió primero.


—Tengo con que pagar —y le muestra su palma llena de pequeñas monedas cuadradas y negras con un agujero en el medio.


Ahora la panadera la miró con suspicacia y parecía dudar aún más en atenderla. Quizás se cuestionaba la forma en que una pordiosera pudiera tener esa suma. Sosué no pasó por alto esto, tantas reacciones hacia su persona la habían hecho una experta en saber cómo actuar. Respiró profundamente antes de hablar.


—Dos bolsas… señora —alargó de sobremanera la última palabra. Quería decirle sangre de animal a esa maldita Lamjor, pero sabía que eso solo le ocasionaría problemas y no obtendría la comida. Debía de apagar su mecha corta para no recibir una nariz rota, tal como diría Veloz.


La panadera llegó a la conclusión de todo buen comerciante, el dinero era dinero. Le entregó el pedido en dos bolsas de plástico blancas, teniendo cuidado de no tener un contacto de piel a piel entre ellas, pues a pesar de que esa pequeña niña de doce años negra se le permitiera entrar en su establecimiento, seguía siendo una asquerosa Intocable. Una paria sin collar.


Sosué tomó los panes sin musitar una palabra y salió presurosa del local para no darles el gusto de llenar la curiosidad de esos Perros Scens y Rojos de ver como es una niña de la casta más baja de todas.


—Joder… —espeta al sentir el frío glaciar de la ciudad contra su flácido cuerpo.


Intuyó que el calor del pan mantendría sus manos calientes. Los guantes que tenía se parecían más a mitones por la cantidad de huecos en los dedos, después debía de pedirle a Mama Laiga para que los remendara lo mejor que pudiera. Abrazó la bolsa contra su pecho.


—¡Cof, cof, cof!


Las calles estaban cubiertas por un manto de blanca nieve que crujía de forma leve cada vez que los pequeños pies imbuidos en botas de piel mil veces remendadas pasaba sobre él. De vez en cuando una corriente fría de aire amenazaba con tumbar a Sosué y esta tenía que luchar, aferrando sus piel al suelo y erguirse lo mejor que pudiera. Aquel clima nunca había sido amable y gentil con ella por eso ya estaba habituada a ese mal trato. Siempre le habían dicho que su color de piel no estaba hecho para el frío y que por eso sufría más que los demás. Antes podía esto ser cierto, pero ahora no le afectaba tanto, lo que le afectaba más eran las puñaladas a sus pulmones por parte de aquel viento helado. En el invierno solía despertarse tosiendo en medio de la noche más de lo habitual, algunas de esas veces se le salía un poco de sangre. Por sus accesos de tos se le dificultaba de sobremanera respirar y muchas veces sentía que se iba a morir por asfixia, asustando a sus compañeros.


—¡Cof, cof, cof!


Los viandantes con los que se encontraba en la Zona Media rehuían de su contacto y ella trataba en lo posible de no abrir la boca para insultarlos, lo único que ganaba eran golpes con bastones o bolsos. Invariablemente era de esta forma cada vez que se alejaba un poco de los barrios pobres.


—Mira a quien tenemos aquí, la pequeña Hiena de Los Ratones completamente sola.


El corazón de Sosué se detuvo al oír la voz de Nocturno a sus espaldas. Aceleró el paso sin volverse. Ese tipo solo traía problemas.


—¿No crees que es hora de revolcarnos tú y yo? ¡Eres un bombón exótico!


Nocturno la alcanza en unas cuantas zancadas y la detiene en seco sujetándola por su hombre izquierdo. Él le sonreía de manera ladina con su dentadura desigual y amarillenta. Ella le enseñó en desafío algunos de sus dientes rotos como respuesta.


Nocturno era un hombre de mediana edad, de estatura baja, complexión robusta, sus orejas eran muy grandes y peludas, tenía una gran calvicie que era ocultada por un gorro de lana verde y sus ojos oblicuos eran café. Vestía un pantalón andrajoso lleno de parches, no muy diferente al que ella cargaba.


—No soy tu yuujo, maldito viejo verde —le insulta, casi escupiéndole en la cara.


Este le sonrió de forma perversa, lo cual hizo que la rabia de Sosué creciera. Quería asestarle un golpe en la cara en ese instante pero esto no sería muy inteligente de su parte. Todavía la tenía sujeta por el hombro, sin disminuir su fuerte agarre que escondía otra fuerza descomunal capaz de levantar un auto entero sin mucho esfuerzo. Cualquier puñetazo que diera sería respondido por otro que le rompería su cabeza entera. La plática solo era un juego, él podría tomarla en cualquier momento y sin ningún problema. Eso si la encontraba desprevenida y borracha.


—Me gusta cuando me hablas de esa manera —la sujeta por ambos hombros y ella casi se imaginó como los rompería como un par de mondadientes. Pero Sosué también podía imaginarse salir más o menos intacta de esa situación porque ella era una Scens como él.


El poder que ella tenía no era del tipo energético, elemental, psíquico o de fuerza, el suyo entraba en una categoría especial y única, donde en otras circunstancias le pudiera significar un collar de Perro consiguiendo una vida completamente diferente.


Sosué lo activó, respiró hondo y lo miró de forma desafiante sin parpadear. Creó en su mente una imagen de los pulmones de Nocturno, los cuales se llenaban y se vaciaban por el paso del aire que penetraban en ellos y pasando el oxígeno a la sangre. Ella negó este funcionamiento lo mejor que pudo, si hubiese entrado en sus posibilidades lo habría matado con todo gusto, pero no entraba en sus capacidades dañadas desde su nacimiento.


El efecto no tardó en aparecer, manifestándose cronometrándose con ella. Aquel hombre se llevó una mano a su pecho y luego otra a cuello, liberándola de su agarre. Comenzó jadear con desespero y sus ojos reflejaban la búsqueda angustiosa de aire para su vida.


La chica no se quedó mirando el sufrimiento del vagabundo Intocable por mucho tiempo, ni tampoco esforzó de manera excesiva su cuerpo enfermo en tratar de prolongarlo, salió corriendo a toda velocidad en cuanto Nocturno cayó sobre sus cuatro extremidades con su cara que ya había adquirido un leve tono azulado.


Una de las tantas particularidades de Sosué era que no corría muy bien. Su constitución física nunca fue muy buena y se cansaba más rápido que el promedio de sus compañeros, además, de que sus repentinos ataques de tos no la ayudaban. Una vez en medio de una huida semejante con Kume y Teru , ella había tenido un fuerte acceso de tos en media carrera que la hizo detenerse, teniendo ellos que llevársela a arrastra. Pero por fortuna ya había hecho una buena distancia entre la amenaza de Nocturno, cuando se detuvo para toser sobre el puente Shigaraki.


—¡Cof, cof, cof! —. Su ataque era el de los fuertes y no podía taparse la boca ahora gracias a que sostenía las bolsas de pan. Por eso no logró parar tres escupitajos de sangre, los cuales cayeron sobre la nieve. Aunque le dio fin al mismo.


Respiró hondo y se recargó en el barandal del puente. Descansó un rato, intentando recuperar fuerzas que nunca llegaron. No era inusual, por algo estaba “rota”, y no debía de ya seguir perdiendo el tiempo. Frente de ella ese hallaba el barrio Gabuka, el sector donde la Ciudad Portuaria tiraba la basura y a las personas poco valiosas. Ese era su hogar. Un conglomerado de casas viejas y casas improvisadas hechas de zinc, todas apretujadas y montados una sobre otras por el hundimiento del terreno. Las calles eran minúsculas y llenas de un continuo ajetreo de personas, que vendían y compraban artículos de dudosa legalidad, también se ofrecían a las yuujo. En el centro de esa comunidad de desechos había un enorme edificio llamado por los locales como “Yousai”, donde las pandillas fuertes se movían de una forma no tan pacífica. Los Ratones no entraban en esa categoría, ellos no tenían un lugar fijo, no eran fuertes y constantemente debían de cambiar de lugar para dormir.


El lugar de reunión que habían acordado era debajo del elevado 5, le quedaba lejos y los pasos que daba eran lentos, pesados e ineficientes. Su respiración se tornó pesarosa, costándole hacer llegar el aire a sus pulmones que parecían haberse empequeñecido. Trataba de que las bolsas de pan no rozaran la nieve del suelo, pero sus brazos delgados tenían sus propios problemas de fuerza. Se apoyó contra un viejo edificio quemado donde no se atrevía a vivir nadie. Daba grandes bocanadas buscando aire, tal y como le había provocado a Nocturno. Varias personas pasaron a su lado sin mirarla y tuvo el repentino temor de que alguno de ellos se sintiera tentado de robarle las bolsas, dado su estado debilitado.


Se colocó cara a cara con el edificio e hizo su mayor esfuerzo de ocultarlas con su cuerpo. En eso volvía a tener un ataque de tos que la hacía soltar lágrimas y todavía no saltaba los panes. El primer pensamiento que atravesó su mente fue que iba a morir asfixiada en medio de una calle sin nombre y quizás fruto del pánico, combinado con la escaza oxigenación de su cerebro, le hicieron pronunciar un nombre con suma dificultad.


—Pis… ¡cof, cof, cof!... sha —una imagen de una niña pequeña con rasgos semejantes a los suyos se materializó dentro de ella, haciéndola abrir los ojos como platos a al vez que manchaba con sangre en la pared. El ritmo de su corazón se ralentizó y poco a poco su acceso de tos desapareció.


Una lágrima solitaria cayó por sus pómulos mezclándose con una remanencia de sangre lavanda en el borde de su boca. Se quedó congelada olvidando que luchaba por algo de aire para sus pulmones. En ese estado le vino un simple deseo, mientras el mundo a su alrededor hacía bullicio, ella quería ser rescatada. Quería que alguien viniera y la sacara de ese lugar, que le diera un mejor abrigo y un par de guantes nuevos. Estaba cansada. Muy cansada de esa vida.


Pero aquello era absurdo e imposible. Lo único que podía hacer en ese momento era seguir caminando.


03 Kasım 2020 21:55 3 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Yorum yap

İleti!
J. F. Behatzen J. F. Behatzen
¡Ey!, ¿cómo vas? Mi nombre es Andréss. Estuve revisando la historia y pinta muy bien, buen trabajo con las referencias y los nombres. Queda verificada desde ahora :D Las historias verificadas pueden abarcar un publico más grande dentro de Inkspired al ser marcadas como contenido de calidad. Saludos!! Andréss, embajador.
November 08, 2020, 03:49

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Okumaktan zevk alıyor musun?

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