jakirasaga Jakira Saga

¿Qué harías en esta situación? Han pasado años desde la última vez que viste a tu madre. Ahora estás allí, mirándola en la puerta de tu departamento, con el equipaje a sus pies. —Decretaron cuarentena en mi zona ¿puedo quedarme contigo? Antes de contestar considera lo siguiente: Odia que seas gay, también a tu pareja y cree que eres lo peor que le ha pasado a su familia. ¿Cuál sería tu respuesta?


LGBT+ Tüm halka açık.

#lgbt #lesbiana #amor #familia #closet #madre #hija #vida
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Visita Inesperada


—Decretaron cuarentena en mi zona. —Un silencio incómodo aparece—. ¿Puedo quedarme contigo? —pregunta mi madre con cautela, desde el umbral de mi puerta.

Han pasado tantos años, desde la última vez que nos vimos en una situación similar. Aquella vez era yo quién permanecía en su pórtico, expectante a su respuesta.

Todo comenzó cuando tenía 20 años.

Me enamoré de la persona más maravillosa que he llegado a conocer, es tan decidida, extrovertida, valiente, amable, dulce y extremadamente fuerte; su corpulenta apariencia contrasta con su corazón de malvavisco —de hecho, así suelo llamarle— Anna, la mujer con quién comparto mi vida.

Por aquel entonces, creí que mi relación con mi madre era tan buena, bonita y podíamos confiar mutuamente. Sin pensar mucho, me atreví a contarle el gran secreto que llevaba escondiendo por tanto tiempo, pensé: «¡es el momento!» después de todo, tampoco quería seguir ocultando mis sentimientos por Anna.

Su respuesta, no pudo ser más hiriente:

—¿No puedes ser normal? —preguntó mi madre, al confesarle mi amor por aquella mujer.

Cuatro palabras que se grabaron en mi cerebro, reproduciéndose incontables veces cuál jingle publicitario; lacerándome más profundo en cada repetición.

¿No puedes ser normal?

¿Qué quiere decir con eso?, ¿qué significa ser normal?, ¿acaso amar es anormal? Sin duda esas y muchas preguntas más, pasaron por mi mente en ese entonces.

Lo que siguió a esas cuatro palabras, fue una sentencia de exilio, pues mi madre decidió que no quería una "marimacha" en su casa.

Sintiéndome aterrada, sola, abandonada. Vagué sin rumbo fijo, caminé tanto hasta que mis piernas se sintieron como bloques pesados y luego sólo me escurrí en el suelo por el cansancio.

—¿Paula? —preguntó Anna con la mirada ensombrecida y la preocupación casi palpable en su voz.

Sin embargo, en mi cabeza sólo seguía sonando aquel jingle del horror; en ese momento, era tan difícil para mí escuchar lo que decía, pues lo que salía de su boca se oía tan lejos, tan distante.

Ni siquiera sé, cómo fue que llegué hasta su edificio, pero allí estaba yo, en el piso completamente perdida.

Anna es mayor que yo por cinco años, sus padres jamás han tenido problema con la orientación sexual de su hija. Desde niña se interesó en el deporte, llegando a formar parte, del equipo olímpico de halterofilia. Por su apariencia tostada, fornida, cabello corto asimétrico y su casi permanente ceño fruncido, bastantes haters se gana en la calle que, la llaman camionera, cachapera, entre otros tantos insultos más. Es esa la razón principal para tener el apoyo de su familia. En palabras de su madre «ya suficiente odio hay allá afuera para también ponérsela difícil en casa», mientras que, para su padre, ella sigue siendo su "niñita", una que pesa casi 80 kilogramos, mide 1.76 y puede cargarlo sin problema.

—Paula querida, con el tiempo tu mami entenderá —me dijo la señora Ann, madre de Anna; sosteniendo mis manos, brindándome ese calor de mamá que necesité.

—Si —apenas susurré, aún perdida en mis pensamientos.

—Polilla toma esto —Anna suele llamarme así porque soy blanca, chica y frágil, como una pequeña mariposa.

Sostuve el té de manzanilla y miel que me trajo para calmar mis nervios. Se sentó a mi lado y acurrucó junto a ella, mientras usó su mano izquierda para sobar con fuerza mi brazo, en un intento fallido por tranquilizarme y aplacar el temblor de mi cuerpo. Sólo que el frío nacía de mi interior.

Durante los siguientes días, los musculosos brazos de Anna se convirtieron en mi refugio, su hombro en mi pañuelo, su departamento en mi hogar y su familia pasó a ser la mía.

A pesar de eso, yo sentí que debía solucionar las cosas con mi madre, así que casi a diario fui a buscarla, primero en su trabajo: Siempre la negaron. Luego decidí ir a casa: Jamás atendió la puerta.

Un día finalmente se abrió, pero sin mediar palabra alguna, sólo sacó una maleta y volvió a cerrar.

En ese momento, observando la valija y aquella puerta color caoba tras la cual desapareció mi madre; un mar de confusas emociones apareció ¿Realmente estaba sola ahora?, ¿qué sería de mí?, ¿a dónde iría?, ¿me odia?... ¿Tanto?

Lágrimas marcaron mi rostro con cicatrices transparentes, mientras cargué aquella pesada maleta, la cual resultó más ligera que, todo el lodazal que llevaba en mi interior.

—¡Polilla dame eso! —Anna de nuevo apareció frente a mí, ahora tomando mi equipaje.

Observé a mi alrededor, dándome cuenta, que sólo había avanzado escasos metros desde el portón en casa de mi madre, entonces ¿Qué hacía Anna allí?

—Vine por ti —contestando así la pregunta que no formulé.

—¿Cómo lo supiste?

—Y ¿Dónde más estarías? —me preguntó en tono compasivo y mostrando una sonrisa—. Vamos a casa.

Los días se volvieron semanas, las semanas fueron meses y en todo ese tiempo mi madre jamás se interesó en buscarme, llamarme o saber de mí.

¿Cómo era posible que ni siquiera un mensaje de texto recibiera de su parte?

Luego de meses, decidí que era el momento para volver a buscarla. Fui a casa, toqué el timbre y aquella puerta caoba, mostró a mi madre, quien inmediatamente se cruzó de brazos y frunció el entrecejo al verme.

—¿Qué haces aquí? —preguntó en tono neutral.

—¡Quiero hablar contigo! —mi voz sonó casi al maullido de un gato carente de atención.

—¿Aún sigues "enamorada"? —preguntó con dejo burlón y formando comillas al aire con sus dedos índice y medio. No podía creer que para ella mis sentimientos fuesen sólo un juego, algo de qué mofarse.

—Mamá, sigo siendo tu hija y me duele todo esto —lágrimas amenazaron con salir, pero hice todo lo posible por controlarme, aunque cada palabra que emanaba de su boca resultara tan hiriente.

—¡Prefiero una hija puta que una cachapera! —espetó en forma tan cortante, antes de volver a poner aquella barrera de caoba entre ambas.

Antes, solía sentir seguridad cerrando esa puerta tras de mí al entrar, ahora era un escudo protector que, mi madre utilizaba para recordarme, que ya no era bienvenida en su casa, ni en su vida.


Se volvió un símbolo, de la incertidumbre que reinaría en mi existencia.


Aquel llanto reprimido, finalmente comenzó a emerger y no tuve más opción que irme, pensando que nunca volvería.

Con el pasar del tiempo, Anna y yo éramos felices juntas, así poco a poco dejé de pensar en ese gran dolor, aunque no significaba que desaparecía de mi corazón. En mi interior, aún había un vacío, incapaz de llenarse con el apoyo de mi nueva familia, ni con todo el amor que recibía de malvavisco.

Un año transcurrió de aquel entonces.

Anna y yo nos mudamos a un departamento, nuestro hogar y refugio. Muy lejos del pórtico del dolor, en que se transformó la que fue mi casa alguna vez.

Aunque afuera el mundo fuese hostil con nosotras, este sitio sería nuestro lugar sobre el arcoíris, aquí ningún monstruo entraría a perturbarnos.

O eso creí.


A veces los monstruos existen dentro de nosotros mismos.


Anna se desempeña como docente de educación física en una preparatoria, yo soy desarrolladora web en una empresa que presta servicios informáticos, para instituciones educativas.


Así fue como todo inició.

Nos conocimos años atrás cuando compartimos algunas materias en la universidad. Por aquel entonces, ella estaba a punto de graduarse en mercadeo y yo cursaba los primeros semestres de Diseño.

Solíamos compartir mucho en clases, al igual que en el club de teatro. Éramos inseparables.

Sin embargo, luego de su graduación, cada quien siguió su rumbo, de vez en cuando hablando por Email. Sólo como entrañables amigas.

Entonces un día, apareció en mi oficina en compañía de otras docentes; asistían a un taller sobre una nueva aplicación de gestión escolar que, desarrollamos para su instituto.

—¡Paula! —me dijo casi gritando, mientras sacudía mi escritorio, trayéndome de regreso al mundo real.


Cuando estoy programando, suelo perderme en los códigos y no me doy cuenta de lo que pasa a mi alrededor.


—¡Pero qué mierda! —le grité molesta sin fijarme de quién se trataba— ¿Qué coño te pasa?, ¿por qué vienes a hacer semejante desastre? —Entonces alcé mis ojos de la pantalla que, ya había dejado de temblar y la vi.

Ahí estaba Anna, feliz de verme, extendiendo sus brazos de par en par esperando un efusivo abrazo. Me levanté de golpe y corrí emocionada, habían pasado años desde que nos despedimos en su fiesta de graduación.

Luego del taller, salimos a almorzar, contentas por nuestro reencuentro. Intercambiamos teléfonos, también BB Pin.

Una tarde de sábado, recibí un pin de ella pidiéndome apoyo con un error que arrojaba el sistema. Sin pensarlo dos veces me apresuré a arreglarme y ponerme en marcha hasta su casa.

—¡Ah este es el problema! —le dije, al verificar que era un error en el código de acceso asignado a un representante—. La persona que generó los códigos, no le concedió permiso a este módulo, pero puedes resolverlo de esta forma cuando esto ocurra.

Le expliqué el procedimiento en el sistema y ella asintió contenta.

—¡Paula eres un crack! —comentó Anna emocionada, posando sus manos sobre mis hombros, agitándome con vehemencia.

—¡No vale! El sistema lo diseñamos así, para que se les haga fácil a ustedes.

—¡Me vale verga! Eres lo máximo y punto. —Eso me hizo sonrojar—. Paula —Giró la silla en la que estaba yo sentada y se agachó lo suficiente hasta estar a la altura de mis ojos—. En realidad, no te pedí venir sólo por eso, es que te quería ver.

Mi cara al escuchar aquello se volvió un poema, creo que todas las tonalidades de rojo se hicieron presente.

—Lo voy a decir así, sin floro ni anestesia: ¡Me gustas!

Me sentí nerviosa ante su confesión, no sabía con certeza que responder. La verdad ella no me resultaba indiferente.

—Te quiero invitar a salir ¿Qué dices? —añadió, provocando que mis dedos tamborilearan sobre la silla por la impresión.

Como mis palabras se rehusaban a salir, lo único que pude hacer, fue asentir en silencio.

Fuimos a comer en el mall y luego al cine a ver What Happens in Vegas, reímos a carcajadas con cada locura que hacían Cameron Díaz y Ashton Kutcher, durante su desastroso matrimonio, en su intento de conservar cada uno el dinero del premio para sí.

Como buena polilla sensible y llorona, ahí estaba yo lagrimeando cuando Cameron se da cuenta que Ashton había hablado con su ex y luego desaparece de la corte dejándole a él todo el dinero del premio.

Anna me acurrucó junto a ella, abrazándome con tanta fuerza; su calor se sentía tan reconfortante. Mientras reposaba mi cabeza sobre su hombro sólo ocurrió; posó su mano libre sobre mi mejilla y con suma suavidad juntó sus labios con los míos.

Aquel beso jamás lo voy a olvidar, fue como estar presenciando un espectáculo de fuegos pirotécnicos, en compañía de la persona más especial del planeta; como si en esa oscura sala de cine no existiera nadie más.


De esa manera comenzó nuestra hermosa relación.


Mi madre conocía a Anna desde que estábamos en la universidad, sabía que éramos muy buenas amigas, por esa razón no daba importancia a nuestras constantes salidas. Pasaron los meses y así llegamos a nuestro primer aniversario.

Tuvimos una velada preciosa, paseando, comiendo, jugando.

Esa noche nos quedamos en un bonito hotel de la ciudad. Por la mañana tenía un montón de mensajes de mi madre, preguntando ¿Dónde me encontraba? Al decirle que, en casa de Anna, se tranquilizó, para ella esta corpulenta mujer era sinónimo de “mi hija está segura”, así que sólo me regañó por no avisarle antes.

—Malvavisco voy a contarle a mami sobre nosotras. —Me abrazó con fuerza, apretándome junto a ella, aún más de lo que ya estaba entre las sábanas, de aquella cama matrimonial en la suite, donde nos entregamos al amor la noche anterior.

—Polilla ¿Estás segura? —preguntó en tono dulce y bajo— Tú nunca le has hablado sobre “eso” antes ¿Crees que lo entienda?


Creí que lo entendería, pensé que mi madre me aceptaría, que le haría feliz mi felicidad. ¡Qué ilusa fui!


Como cualquier pareja, trabajamos duro construyendo nuestra vida juntas, resultó emocionante, ir adquiriendo cada cosa para nuestro nuevo hogar. Ver a Anna lanzándose sobre las camas para probarlas, como si se tratara de una zambullida olímpica, me resultaba divertido; mientras que para ella lo era, observar como mis ojos se desorbitaron con una laptop gamer de última generación.

Nuestro departamento cuenta con dos habitaciones, así que una decidimos convertirla en oficina-gimnasio. ¡Mezcla extraña!

Algo genial de mi trabajo, era el horario: por la naturaleza del servicio, contaba con los fines de semana libres, al igual que los mismos períodos de vacaciones que cualquier docente. O sea, como Anna.

Así que podíamos organizar nuestro tiempo juntas, salir y hacer viajes.

Todo parecía color de rosas, una luna de miel perpetua.

Pero en la vida, siempre hay problemas y obstáculos que superar. En nuestro caso aún más y estos se hacían evidentes cuando estábamos en la calle. Era duro no poder disfrutar de la persona que amas, sin estar mirando primero alrededor. Ver en cualquier sitio a las parejas abrazadas, besándose, haciéndose algún cariño y nosotras debíamos conformarnos con una mirada o ir del brazo como un par de mejores amigas que pasean.

Peor aún, cuando algún “moralista” te “atrapa” en una “actitud indecente” y te insulta sólo por ser quien eres, sólo por amar a quien amas.

Quisiera que las cosas fuesen distintas.

Solía tener tanto miedo, que eran muy pocas las personas que sabían el tipo de relación que mantenemos, para la mayoría, éramos compañeras de piso. Eso a la vez me hacía sentir mal, porque era como avergonzarme de ella, cuando en realidad es mi mayor orgullo.

Quería tener la fortaleza de Anna, ella nunca ha tenido ningún inconveniente por mostrarse tal cual es.

—¡No es justo! No hacíamos nada malo, ni fuimos la única pareja en hacerlo.

—Polilla ¡cálmate! No prestes atención a lo que digan —me sermonea Anna al regresar del parque, que debimos abandonar porque «hay niños presentes» o «búsquense un hotel» entre otras tantas frases, que nos dedicaron sólo porque nos abrazamos mientras veíamos un show de luces.

—¿Cuándo será diferente? —La respuesta de Anna, fue un abrazo fuerte y un suave beso.

—Algún día, pero mientras debes ignorarlos. Pudimos quedarnos y sólo cambiar de lugar. —Le regalé una mirada asesina—. No me mires así, tú quisiste volver aquí. —¿Y cómo no? Si este es el único lugar seguro.

Así transcurrió otro largo año, repleto de discusiones siempre con respecto al mismo tema. Lo peor es que pagaba mi frustración, con la única persona que realmente me importaba.

Como si ella fuese culpable, de las cosas malas que nos pasaban, ya ni quería salir del departamento por temor a una simple mirada. En los ojos de la gente, percibía que sabían mi verdad oculta y eso me alteraba aún más.

Entonces aquel jingle del horror, de nuevo hacía acto de presencia, después de tanto tiempo. Regresaba a mi cabeza para atormentarme.

—¡Polilla! —Canturreó Anna para despertarme—. Buenos días pequeña. Mira lo que te traje.

Malvavisco preparó mi desayuno favorito aquella mañana. ¡Es un amor!

—¡Te amo! Gracias por ser tan especial.

—Yo también a ti preciosa. Has estado un poquito molesta, por eso quise darte una pequeña sorpresa.

—Eres la mejor —la acerqué a mi boca y me recibió complacida.

Luego del desayuno encantador, me levanté con bríos para otro día de trabajo.

Estando en la oficina programando el novedoso sistema que estábamos desarrollando. Se trataba de una aplicación para la gestión del proyecto de aula, adaptado al nuevo currículo escolar, ligado al sistema de evaluación y nomina estudiantil. Ahora los docentes podrían crear y manejar de forma fácil y rápida todo lo concerniente, con sólo un par de clics. Así que estaba tan metida en el proceso, que me perdí en el horario y en mis pensamientos.

Fue un “cumpleaños feliz” entonado en coro por todos mis compañeros, lo que me devolvió a la realidad. Al levantar la vista, era Anna quien venía al frente del grupo, con un hermoso pastel en mano. Todos se acercaron con globos y serpentinas. La preciosa sorpresa me causó gran emoción, pero al mismo tiempo un terrible pavor.

Entonces sucedió:

—Polilla ¡Feliz cumpleaños! Ni siquiera te has acordado que hoy cumples.

Anna se acercó con un efusivo abrazo y pude ver en los ojos de mis compañeros, que todos sabían mi verdad oculta. Pude sentir como me juzgaban, percibir sus burlas y así cada cosa mala que pasamos en estos años volvió a mí. De golpe, como una escena del efecto mariposa. La presión me ganó y sólo exploté contra ella.

Contra la persona más maravillosa…

—¡¿No puedes ser normal?! —grité en medio de la celebración, dejando atónitos a todos los presentes.

—Polilla ¡cálmate!

—¡Basta!, ¡No me llames así! ¡Aléjate!

Tomé mis cosas y sólo hui.

Subí a mi motoneta y vagué sin rumbo. No importaba el destino, lo único que quería era desaparecer.

Sin darme cuenta, volví al pórtico del horror, mi madre estaba en el patio, al verme llegar sólo volvió adentro.

—¡Mamá espera! —le grité mientras bajaba.

En medio de mi caos mental y emocional, creí que la mejor solución sería regresar a mi antiguo hogar, pensé que, desapareciendo de la vida de Anna, podría olvidarme de ella y “corregir mi rumbo”. No tenía idea que, sólo me lastimaría al negar quien soy realmente, quizás afuera no me juzgaban, pero la peor de las sentencias la impondría mi mente y mi corazón, cuando tratara de fingir ser algo completamente diferente.

Así pasaron algunos meses.

Tiempo en el cual evadí a Anna, hasta por redes sociales. Mi madre decía sentirse feliz con mi vuelta a casa, con mi “sensatez”, pero por dentro yo estaba vacía.

Era sólo un cascarón decorado con una sonrisa fingida.

Comencé una relación con Josue, el hijo de una amiga de mi madre, así que ellas eran felices. Aunque de chicos habíamos sido amigos, el tiempo pasó y cada quién escogió su camino.

En un principio cuando mi madre me propuso la cita a ciegas, no me agradó la idea, pero decidí darle una oportunidad, creí que así podría dejar de pensar tanto en ¿Cómo estará Anna?, ¿se habrá olvidado de mí? Entre muchas otras, tantas preguntas que día a día inundaban mi cabeza.

Sin embargo, con el correr de las semanas, me agradaba estar con él; es un buen joven, hablábamos mucho, reímos, pero fuimos simplemente, dos amigos jugando a ser novios. Algo bueno era que, ni él me presionaba para tener intimidad, ni yo estaba interesada en lo más mínimo.

—¡Suenan campanas de boda! —canturreó mi madre al entrar en mi habitación. Solté por un momento mis pinceles, pues estaba absorta en mi pasatiempo, pintar con acuarela.

—¿Qué?, ¿por qué dices eso? —pregunté a mi madre casi en shock.

—Jazmin me contó, que Josue estuvo mirando anillos de compromiso ¡Ay pero que emoción! —mi cerebro se desconectó luego de eso, veía la boca de mi madre moverse, sin emitir sonido alguno, por largo rato, hasta que salió sonriente de mi recamara.

¿Qué?, ¿por qué él haría eso? Sólo teníamos meses juntos y habíamos sido más bien amigos. Yo no quería casarme, pero tampoco deseaba lastimarlo, es una buena persona y no lo merecía.

La siguiente noche, junto a nuestras familias, Josue y yo salimos a cenar.

Me sentí demasiado nerviosa. Sabía lo que se venía y aún no tenía una respuesta apropiada para él.

¡Clin-clin!, ¡Clin-clin!

Josue hizo sonar su copa delante de todos y sentí que el corazón se me paralizó.

—Familia, es un gran honor para mí tener a todos reunidos aquí, en este día tan especial —miré a mi madre, la forma en que lo observaba tan orgullosa y feliz—. Paula ¿puedes ponerte de pie un momento?

Me levanté nerviosa y él se acercó a mí. Se arrodilló con la cajita en una mano y sosteniendo la mía con la otra.

—Princesa ¿te casarías conmigo?

Los ojos de todas las personas presente en aquel restaurante, se clavaron sobre mí, la presión se sentía como un enorme peso en mis hombros, volviéndome cada vez más pequeña, como si acabara de caer por la madriguera del conejo blanco y me comiera de golpe todo un caramelo con la palabra “muérdeme” en él; todos a mi alrededor se hacían gigantes ante mi vista.

—¿Qué dices princesa? —volvió a consultar Josue.

De golpe, regresaron a mí los hermosos momentos que compartí con Anna, nuestros viajes, paseos, juegos, sus besos, su calor, la fuerza que solía inyectarme cada vez que yo caía ante los prejuicios. Y lo miré a él, allí, ante mí, sosteniendo un estuche, proponiéndome una vida juntos. Pero, sería completamente vacía y falsa, porque la verdad, ya yo había comenzado una vida junto a esa mujer que abandoné de la peor manera, delante de todo el mundo, cuando lo único que hizo, fue amarme tanto. Entonces por primera vez, pude darme cuenta que, había algo aún peor a admitir mi verdad en voz alta.

—Soy gay. —Sólo lo dejé salir. Casi como una arcada que había estado conteniendo por muchísimo tiempo.

—¿Qué? —preguntó él.

—¡Eso no es verdad! —refutó mi madre.

—Lo que escuchaste, soy gay. —La segunda vez por alguna razón fue aún más difícil de decir, pero asombrosamente liberador—. Perdón, eres un fantástico hombre, de verdad. Pero nos condenaría a ambos a una vida falsa y vacía si acepto esta propuesta.

Salí del restaurante sintiéndome más segura y tranquila conmigo misma. Mi madre me alcanzó en casa y al verme con equipaje en mano, de inmediato atacó:

—¡Nunca serás normal!

—Mi normalidad difiere de la tuya mamá, ahora lo sé.

—¡Jamás vuelvas! Olvídate que tienes madre, porque desde hoy para mí estás muerta.

—Así me odies, para mí seguirás siendo mi madre. Te amo.

Aunque sus palabras fueron demasiado dolorosas, esta vez no hubo lágrimas, porque comprendí finalmente que, el problema no está en mí ¡Yo debo ser feliz! En lugar de querer complacer a alguien más.

En ese momento, lo único que me importaba era buscar a Anna e intentar conseguir su perdón, ese que realmente no merezco.

Volví a nuestro departamento y me armé de valor para tocar la puerta.

¡Toc-toc!, ¡Toc-toc!

Luego de un rato Anna apareció. Mirándome inexpresivamente.

Sentí que el valor se esfumó y entonces fue una canción que suena desde alguno de los departamentos lo que me impidió desfallecer.

«Cause I don't wanna lose you now
I'm lookin' right at the other half of me
The vacancy that sat in my heart
Is a space that now you hold
Show me how to fight for now
And I'll tell you, baby, it was easy
Comin' back into you once I figured it out
You were right here all along, oh»

—¡Muéstrame cómo luchar! —le dije fuerte— Lo más sencillo que he hecho ha sido volver a ti, al darme cuenta que siempre has estado aquí para mí —hablé con el coraje y firmeza que antes jamás había tenido—. Tu definitivamente eres mi otra mitad, el vacío en mi corazón se llena con tu sola presencia. Te amo. Perdóname por favor.

Anna no dejó de observarme durante los siete minutos que duró esa preciosa canción de Justin Timberlake. Yo estaba al borde de un colapso al no recibir respuesta de su parte.

Después, una sonrisa se dibujó en su rostro y me abrazó fuerte.

—Tú eres el amor de mi vida —susurró a mi oído y luego nos fundimos en un beso—. Nunca podría renunciar a ti, porque mi mundo se iluminó cuando te encontré.

Haló mi mano y me llevó dentro. De vuelta a nuestro pequeño lugar, ese que juntas construimos y del que nunca debí irme.

A su lado, sintiendo su calor recorriendo todo mi cuerpo, con cada una de sus caricias, con cada uno de sus besos; me di cuenta cuanto amo a esta mujer increíble.

Desde ese día mi vida y mi forma de ver el mundo cambió. Si quieren hablar de mí, que lo hagan, eso sólo me hace ver cuan popular soy. Ahora juntas seríamos mucho más fuertes.


Así pasaron muchos años más.


Hasta que un día, el toc-toc en mi puerta me llama, trayendo consigo a una envejecida persona pidiendo mi ayuda.

—¿Entonces si estoy viva? —inquiero con ironía después del larguísimo y embarazoso silencio que, apareció tras su pregunta.

Mi madre aprieta sus labios y cierra sus ojos en señal de pena, un lamento retenido por los últimos quince años, entonces las lágrimas se filtran a través de sus pestañas.

—Aunque me odies, sigues siendo mi madre y te amo ¿se te olvida? —Tomo su equipaje del suelo, le doy un empujoncito en las pompas con una de sus maletas invitándola a entrar—. Pasa mamá.


Estamos en plena pandemia mundial, no es momento para odios ni rencores. Si este tiempo sirve para algo bueno, entonces que sea para acercarnos como familia y comprender que el amor es lo más importante.


No hay un amor bueno o malo, amar es amar.

11 Ağustos 2020 19:22 0 Rapor Yerleştirmek Hikayeyi takip edin
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Yazarla tanışın

Jakira Saga Soy una diseñadora gráfica amante del arte, música, lectura y escritura. Desde niña me interesé en las letras, pero hace unos años lo dejé pausado para dedicarme a mi carrera y otras ocupaciones, la llegada de la pandemia y posterior cuarentena me dejó el tiempo libre que necesitaba para retomar la escritura.

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