“No dejes que te vean llorar” fueron las palabras que me dirigió mi padre la última vez que le ví. Aquello era una de las cosas que era más fácil de decir que de hacer, por lo mismo cuando las gotas de agua golpearon mi rostro en la ducha, la sensación de ahogo fue disminuyendo. En ese lugar, por tan solo ese breve instante nadie estaba observando. —Dos minutos —golpeó la puerta el carcelero. Seque mi rostro, la realidad me aguardaba. A.