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lia-thomas1572354119 Lía Thomas Todos sabemos que los gatos están en una carrera para conquistar el mundo.

#347 #humor #ciencia-ficción #381
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II

A clara le dio un escalofrío. El otoño empezaba a hacerse notar. Pero hacía unos meses que no podía evitar pararse en el umbral para mirar al cielo.

En esta enorme sección del país, hoy las personas no tienen agua potable para beber. El problema: la falta de lluvia —decía el comentarista en la televisión.

Clara suspiró. Volvió a mirar hacia afuera. La noche era su favorita. Siempre lo fue. Pero ahora era más especial con la enorme bola que era Betelgeuse y que pronto desaparecería.

—Es hermoso, ¿no, Maya?

Maya se lamía la pata junto a ella en la puerta del garaje.

—Mrrr.

Una semana después de su conversación interna, la empresa para la que trabajaba dio una fiesta y la cosa más extraña sucedió. Gustavo, el tímido programador, se le acercó.

— ¡Hey! —le dijo por la espalda.

Clara chilló y dio un pequeño salto en el lugar. Su cuerpo se tensó tanto del susto que su brazo lanzó el bocadillo de mayonesa de atún por los aires.

Los dos miraron en cámara lenta la trayectoria en un arco perfecto hacia su destino.

El delicioso bandido cayó nada más y nada menos que en la solapa del saco de su propio jefe.

El hombre, fortachón de tanto escritorio, entornó sus ojos, clavando su poderosa mirada de superioridad en ellos.

Los dos se encogieron instintivamente, y en cuanto el gruñido del señor Gutiérrez llegó a sus oídos, el sentido verborrágico de Clara se activó.

— ¡Discúlpeme, señor! ¡Fue un accidente! ¡Le juro que no quise! E-E-Es que me asusté y se me escapó —señaló la solapa de su jefe —. Por favor, no me despida ¡Soy tan torpe!

— ¡No! ¡No la despida! —la interrumpió Gustavo para suplicar —No fue su culpa. ¡Yo la asusté! Pero le juro que no quería. Si alguien merece ser despedido, soy yo. No ella. ¡Pero no me despida tampoco! Necesito este trabajo.

El señor Gutiérrez exhaló apretándose el puente de la nariz con el dedo gordo y el índice.

—Si no fuera porque son excelentes en su campo —les clavó la mirada y el rostro de jefe mal humorado —, ya hace tiempo que los habría puesto a ambos de patitas a la calle.

El señor Gutiérrez se alejó de ellos resmungando por lo bajo, mientras Clara y Gustavo lo seguían con miradas mortificadas.

—Lo siento —dijo Gustavo cuando su jefe estaba lo suficientemente lejos.

Fue así, gracias a un desafortunado accidente, que Clara y Gustavo comenzaron a hablar. Primero con grandes lagunas de silencio, hasta que la comodidad empezó a asentarse entre ellos.

Pronto, ya estaban hablando de gatos, tecnología y juegos de mesa. Y en cuanto tocaron el tema de la absurdidad humana, Clara dijo a modo de chiste:

—El mundo tendría más sentido si estuviera en manos de los gatos.

—O en las patas.

Rieron los dos con sus risas mitad humanas, mitad gruñido porcino.

En ese preciso momento, Clara se dio cuenta que Gustavo iba a escucharla sin tratarla como una loca, excéntrica y con problemas de socialización.

Porque era evidente que él era igual.

Así que habló libremente sobre su “conversación” con Maya.

Antes de que la noche terminara, los dos intercambiaban ideas y Gustavo no tardó en subirse al tren de la dominación mundial felina. Sólo pasaron unas semanas antes de que Gustavo ofreciera a Clara irse a vivir con él.

El rubor apareció tímido en las mejillas de Clara ante la sugerencia.

— ¡Para poder trabajar! —aclaró Gustavo al verla hecha una estatua con los labios semiabiertos y los ojos bien redondos y expuestos.

Así fue que humana, gata y antiguo televisor abandonaron el diminuto departamento y se instalaron en la casa de Gustavo, transformando el garaje en un improvisado, pero bien funcional, taller.

Desde ese preciso lugar, Clara contemplaba la supernova.

—De verdad tenés una relación compleja con esa gata.

Clara se volvió y sonrió. Gustavo le ofreció una de las dos tazas de café que traía.

Después de seis meses, iban aprendiendo a dejar la incomodidad atrás.

—No es para que te burles —dijo clara haciéndose la ofendida y apurándose para tomar un sorbo de café.

—Jamás —Gustavo se paró junto a ella mirando la supernova, grande y brillante como una segunda luna—. Es una de las cosas que me gustan de vos. —Aunque no pasaban de esas indirectas.

Clara se escondió detrás de otro sorbo a su taza.

—También te vi hablando con Copito —lo acusó.

Copito, el gato blanco de nariz rosada, apareció junto a ellos, como sabiendo que estaba siendo nombrado.

—Miralos —dijo Gustavo —es increíble lo bien que se llevan para ser dos gatos que se conocieron de adultos.

Copito comenzó a lamer la cabeza de Maya, dejando a la gata congelada.

—Yo creo que tu gato es cariñoso demás.

—Tonterías.

Maya bufó, dándole una cachetada gatuna a Copito, quien se alejó lo suficiente para no recibir una segunda descarga. Clara rió.

¿Qué tanto podemos culpar al calentamiento global de todo esto, Doctor? — Decía el televisor detrás.

Clara resopló.

— ¿No querés que lo apague? —ofreció Gustavo.

—No —. Clara sacudió la cabeza —. Es importante saber lo que está pasando. ¿De qué otra forma sino habríamos comenzado con todo esto? —dijo mirando a la mesa de trabajo.

—No puedo creer que lo estemos haciendo, Clari. ¿Te parece que vamos a conseguir terminarlo antes de que Betelgeuse desaparezca?

Clara suspiró y miró a Maya. Su gata continuaba lamiéndose. Miró a Copito. Olvidando el altercado reciente, la gata caminó con la cola erguida para frotarse con él. Copito lo tomo como una invitación a jugar y, pronto, estaban los dos corriendo por todo el lugar.

—¿Te imaginas sus respuestas? —preguntó Clara.

—¿Qué? —Gustavo parecía confundido

—Cuando hablás con Copito, ¿te imaginás sus respuestas?

Gustavo los miraba. Maya se había escondido detrás de la pata de la mesa mientras Copito se hacía el ignorante. Maya se paró en dos patas, le saltó y retomaron la persecución.

—Sí.

—Creo que por eso no tuve miedo de contarte esta idea. — Gustavo la miró. Era palpable la conexión que había entre ellos. Pero aun viviendo juntos, su timidez les impedía hacer nada al respecto. Hablar de terminar con la dominación mundial humana era mucho más fácil que hablar sobre lo que sentían el uno por el otro. Por eso, cuando Clara le devolvió la mirada y los dos se perdieron unos segundos, en vez de seguir el momento, ella declaró: —Lo menos que podemos hacer es intentar terminarlo cuanto antes y dejar de perder toda la energía que Betelgeuse ya está irradiando.

Los dos gatos los miraron y resoplaron. Pero ni Clara ni Gustavo lo notaron.

18 Haziran 2020 00:01 0 Rapor Yerleştirmek 13

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