Los habitantes del pueblo espiaban en silencio a través de las ventanas. Nadie podía creer que Jesse Wesley estuviera de pie en la calle principal. Era uno de los forajidos más famosos del oeste y en las tabernas se comentaba su gran destreza como pistolero. Todos conocían su historia; y cómo había muerto un año atrás.

Imitando a sus compañeros, Germán se llevó el vaso de plástico a la boca y lo vació de un trago. Siempre había querido sentirse parte de algo, aunque se tratara de una secta.

Después de publicar fotos en instagram, interactuar en facebook y escribir frases en twitter para una docena de identidades, Fred terminaba agotado. Por eso decidió dejarlo por un tiempo. Y porque no tenía más espacio en el patio para enterrar a los dueños de las cuentas.

Era el mejor médico del hospital psiquiátrico. Se llevaba bien con todos sus colegas y las enfermeras le adoraban. No había paciente que no se acercara a agradecer su ayuda. Esa era su vida, cuando le permitían salir de aquella habitación acolchonada.

Con los ojos humedecidos se dirigió a sus hermanos. Alzó la copa y brindó por la gloria de su padre. Todos bebieron, pero él no mojó sus labios.

¡Hazlo, tú puedes! Le gritaba su extraño psicólogo. Después de un año de sesiones semanales, le aseguró que ese día al fin podría enfrentar su miedo a las alturas. Los acelerados latidos de su corazón, y las náuseas que sentía, le hicieron darse cuenta de que todo aquello era una locura. Arrepentido, trató de retroceder, pero recibió un empujón por la espalda. Cayó desde la cornisa del piso cincuenta...

Le vendió veintiún gramos al diablo.

Con una mezcla de deseo y remordimiento, me llevo el primer trozo a la boca. Lo mastico y trago, sabe mejor de lo que imaginé. Tengo un apetito voraz, no puedo evitarlo, ya van cinco semanas sin probar bocado. Mordisco a mordisco el banquete se desvanece ante mis ojos. Soy un idiota, debería haber guardado algo para más tarde. Y mi estómago sigue gruñendo ¿Qué hago? Necesito la otra pierna para escapar de aquí. Bueno, un dedo más no me hará daño...

¿Qué eres? Un humano, obviamente. Ignora a los asustadizos hombres que te tildan de demonio. Deja de perseguir similitudes, cada cual es diferente, aunque poseas cuernos de carnero y alas de murciélago. Ellos mueren, sí, pero tú la presencias cada día. Aman, odian y desean. También tú, o acaso no escuchas el gruñido de tus entrañas, deseosas del placer de la carne. Que nadie ose negarlo, hazme caso, te lo aseguro, eres un humano. Después de todo, eres lo que comes...