El héroe caminó a paso lento. Callado, taciturno pero reflexivo. Tantas muertes por doquier nublaban su vista. Era desconfiado y solitario, pero, aun así solidario con el prójimo. Había batallado noche y día, salvaguardando a todo quien necesitase de su ayuda. Familias enteras aguardaron su transitar por el pueblo, entre vítores, pan y vino. El joven guerrero, lleno de satisfacción sonrío al sentir la felicidad de cada niño y anciano. Pudo ayudarles, por más fuera en la búsqueda del enemigo.

—¡Debe pagar! —exclamó con ímpetu la reina.  Aquel hombre representaba la ignomia ante su honor y ante su pueblo. Un raspamonedas no iba a salirse con la suya. El pueblo, esa gran multitud exigía su ejecución, mientras la soberana se llenaba de regocijo ante el jolgorio que no dejaba de chillar. El hombre pedía misericordia, mas ella lo miraba presuntuosa. —¡Fue ella, ella es la ladrona!  Solo rio, apretando la entrepierna del malechor, cortando lo impensado. —Será rápido, amor. No dolerá.

El bosque de Buczyna era de ensueño. Su césped verde era una pintura, y la altura de los árboles, daba cobijo a quienes solían transitar por allí. Los colores, de un arcoiris, invitaban a los niños a jugar. Gritos y risas entre pétalos y un clima frío pero azaroso. Pero ellos acabaron con aquel paraíso, arrancando la niñez. Miles de ellos perecieron de un tiro. Pequeñas almas en pena esconde la tierra húmeda y llorosa, pero aquí estoy, leyéndoles un cuento. Es la única manera de brindarles paz.

¡Esto es guerra! Cantaba con su voz gutural. Su pelo giraba al son de la composición, encolerizada, derramando toda su apatía contra la sociedad. El resto de la banda estaba tan posesa como ella. Chillaba las injusticias, como contra de su gobierno. Realidades bélicas, violencia extrema. Falta de alimento, falta de trabajo y sustento, finalizó con aquella frase. Muy bien amigos, mencionó, revisando su iPhone 12 pro, procediendo a degustar el sushi. Odio el capitalismo. Siguió comiendo.

Me dijeron que no durmiera con el espejo de frente. Porque, según los chinos, nuestra energía vital estará toda la noche viajando, sin dejarnos descansar. Ese constante flujo de vitalidad, en efecto, no me dejaba pegar el ojo. Tanto así, que mi propio reflejo no paraba de sonreír. A la mañana siguiente lo saqué de mi cuarto, sin embargo, mi rostro risueño se reflejaba en cualquier cristal. Pero morí de cansancio. Me encontraron sin signos, pero con una radiante sonrisa.

Bien. Respiro hondo. Aprieto los puños. Está todo bien, eso creo. Mi madre me mira llorosa, mi abuela acaricia mi frente. Qué raro, si solo me caí de la bicicleta. Bueno, me quieren, se preocupan y yo las suelo, por ende, preocupar. Pero ya estoy bien, tengo hambre y sed; es mejor que me levante. Lo hago, pero me siento liviano. Esperen, esta no es una cama. Es una caja de cristal. Cierro y abro los ojos, parece un sueño. Pero, al pararme, caigo en cuenta que es mi velorio. Creo que estoy muerto

Soy el reposo que no puede descansar. Brindando paz a quienes sus almas desean calmar. ¿Pero qué soy a cabalidad? Un somnifero, una droga celestial. Soy necesitado, soy requerido, soy una calma que baja las olas de tu tempestad. Soy un poso de quietud. Reflexión serena, voz inerte que interfiere en tus sentidos. Te acompaño en este último aliento. Te irás sereno, porque esa es mi labor, a pesar de no tener sosiego.

—Y así fue —dijo con la botella en la mano—. No sé cómo pasó, pero creo que le hice daño. Su amigo solo levantó sus cejas, degustando la última gota de su brebaje. —Es raro, pero no siento nada, llevo tres botellas y no me relajo. Su amigo seguía observando, riendo. —Eso pasa cuando mueres, pero tranquilo, te acostumbrarás. Yo bebo por inercia, por la costumbre.  —¡¿Cómo?! —Te moriste, weón. Fue ella la que te hizo daño. Acabó contigo. Ahora, sigue bebiendo, aunque sepa solo a agua.

No dejaba de gritar. No paraba de lamentarse. El cazador, en su lecho de muerte, suplicaba perdón. Miraba a su alrededor, observando las cabezas de animales que adornaban su habitación. ¡No me hagan daño, no, por favor! Rogaba. Su familia lo miraba atónita ante su desespero, sin embargo y de la nada, un zarpazo le arrancó la cabeza, salpicando su cerebro sobre su esposa. Era su primera caza, el primer león, reposando sobre su cuerpo, lamiendo su cuerpo. Al fin su espíritu había cobrado venganza.

Camino pisando los cuerpos. Es imposible esquivarlos. Acomodo con desespero mi máscara, untada y llena de fragancias, pero el asco propio de la muerte la traspasa. Una joven madre no quiere separarse de su hijo, quien ya es una criatura deforme ante mis ojos. Intento separarla, pero es inútil. Se agarra de la careta, tocando mi rostro, arrancando los pétalos que la protegen. De sus fauces expulsa larvas, lo que me hace abrazarla y brindarle un certero disparo en su sien. Es hora de descansar.

Lánguido yace gozoso, alardeando petulante, hierba otoñal distante, amasando vigoroso. Maullido ambicioso, su suavidad me despeja, jugando con su madeja No puedo mentirte, felino. Patita más cola veloz, Sin querer tú te alejas

Algo me azota entre pared y pared. No lo entiendo, pero huelo a vino y a Chardonnay. Veo mis fluidos repartidos, brillantes, riéndose de mí. Estoy borracho, pero odio el alcohol, odio a los borrachos. Por eso he acabado con ellos. Busco la salida, pero estoy atrapado en una caja de cristal. De pronto, veo a mis víctimas, quienes ríen como mi vómito. Se burlan de mí, gritando que bien merecido lo tengo. No hay escapatoria, porque me obligan a seguir bebiendo.

No dejaba de mirarlos. No podía decidirse. Pasó noches en vela llorando. Pero no era una cobarde; daría con la respuesta. Se mentalizó, procediendo a tararear su mantra favorito, logrando conciliar el sueño. Se levantó resuelta. Bajó hacia el subterráneo, observando a la supuesta pobre chica que le suplicaba piedad. Sonrió, sosteniendo el martillo, dejando de lado el cuchillo. Este funciona mejor, mencionó. Le daría una muerte digna, a pesar que no lo

¡No vengo a vender, vengo a regalar! ¡No dejen pasar esta oferta! Les tenemos este práctico pelador de verduras y carne. En tv no baja de los 30 pesos, pero, ¡tenemos un súper descuento! ¡Sí, como lo oyen! A solo ¡20! La gente lo miraba pasmada, exigiendo que lo demostrara. Era muy barato para ser real. ¡Claro!, dijo sonriente. No halló mejor idea que agarrar por el cuello a quien no dejaba de burlarse, pasando el cortador por su rostro. ¿Lo ven? ¡Saca de raíz, y sin pasar a llevar el hueso!

¡Philostar llegó para quedarse! Philostar rebana todo en un santiamén. ¡Por tiempo limitado, señores televidentes! Pruébelo con su esposo o con esa amante que no lo quiere dejar. Philostar, ¡saca todo de raíz sin pasar a llevar los huesos! Si no logra, le devolvemos su dinero.

—Esto se siente muy bien... —Suspiró. Al salir del baño, salió a mostrarles a sus padres que el grano había disminuido, pero antes de hablar el muchacho explotó solo dejando el barrillo que bailaba alrededor de los que habían perecido. —¡Los granos dominaremos el mundo! Y así cada pueblo y ciudad sucumbiría gracias a la fórmula del japonés, el cual también perecería gracias a sus gemelos adolescentes. El mundo no existía, pero sí para las espinillas.

Estaba aterrorizado por aquella figura saltarina sobre mi cuerpo. Corría revoltosa, enajenada. Bajo mi sábana enuncié un encantamiento para alejarla, pero, en cada partícula esparcida en el aire, ella jugaba con estas como si se tratase de malabares. Imploré por la protección de las hadas de Arcadia, pero ahora se presentaba sombría y decadente. De aparentar ser frágil, esta creció, llegando al techo de mi cuarto. Sus ojos azafranados parecían estar en llamas. El hechizo no había resultado.

"El pasado aún puede habitar en algún lugar. Gracias a eventos y a la  información del futuro. Cuando dicho objeto o persona es enviado a este, tratando de incidir en su propia creación o modificación, cabe la posibilidad que quede atrapado en este bucle temporal entre el tiempo y el espacio, pues dentro de este agujero es imposible determinar el punto de origen". Así concluyó mi disertación. Atrapado en el futuro. Y sin dejar de advertirles sobre la próxima pandemia. El próximo caos.

Según el astrofísico Igor Novikov afirma que si un evento existe y provoca una paradoja, o cualquier cambio al pasado que la inicie, la probabilidad de ese evento es cero. No estoy de acuerdo. Asumir que solo existe una línea temporal en el cosmos, declarando que por muchos multiversos y universos puedan coexistir, estos no son accesibles, es demasiado concreto y poco visionario. Como bien lo dijo alguna vez Erich Fromm: la creatividad requiere tener el valor de desprenderse de las certezas.

En alegóricas alabanzas los muertos reciben al recién llegado, mas este se desgarra con pánico en su cama de viga. El coro infernal danza a su alrededor entre cánticos fúnebres y vítores, que el cadáver con un resto de aliento vocifera entre gritos estrangulados su exasperación. Una mujer le sonríe, lo atrae hacia ella. Pero si es la parca, y ese muerto... soy yo...

La ansiedad me carcomía. Luego de tanto me habían llamado, brindándome las coordenadas de la isla. El portal permanecería abierto solo segundos. Ese había sido el mensaje. Tosí lastimero, afectado de una enfermedad que me estaba matando, pero eso era parte del pasado. Ellos juraron curarme. El bote me dejó en el punto exacto, donde un círculo azul me abrazó. De pronto, aquella luminiscencia me elevó, lanzándome hacia las profundidades del mar. Era cierto. La abducción se había completado.

—¿Mami? —¿Corazón? —Algo no cuadra en mi disfraz. —¡¿Qué?! —Las manos, están mal cosidas. —¡Lo arreglo! —¡Ahora sí! —El señor Daevis estaría orgulloso si supiera que ocupas sus manos, ¡cielo!

El alma es el símbolo de lo que bueno que existe en nosotros, dijo Lisa apenas supo que se la había vendido a Milhouse, mientras que él insistía en que esta buscaba diferentes caminos para llegar al cielo. Pero, su temor ante ser picoteado por cuervos, como amenazó el Reverendo Tim, me daba risa, porque no existía como tal, hasta encontrarme atrapado, debajo de un carro, atropellado, luego de jugarle una broma a Maggie. Mi corazón estaba expuesto, desangrándose, siendo devorado por un cuervo. 

La carne se vuelve insípida, mis colores se tornan blanquecinos. La lengua se me pega al paladar, sintiendo mi último suspiro adherido aún en mi mortandad. El cuerpo se hace ligero, mis contracciones se disipan, llegando a la culminación de un acto casi teatral. Nada pesa, es mi nueva eternidad.

Todos aplaudían la gran hazaña del mejor jugador de póker de todos los tiempos. La estrella, mientras sonreía para el periódico de la ciudad, era amarrado de pies a cabeza. A pesar de su victoria, había perdido contra sí mismo, y por ser el único sobreviviente del juego, fue incapaz de batir su propio récord y superarse, por lo que debía pagar. Luego de la foto y de los respectivos parabienes, fue arrojado al vacío junto a su trofeo. Aun así, fue ovacionado hasta azotarse contra el pavimento.

Radulf no dejaba de acariciar el pelaje cobrizo recién perfumado y acicalado. Lo abrazaba cada vez que su madre le quitaba la vista. Oculto y repentino, lo cogió y echó en su bolsa, apretándole contra sí. La escuela no sería impedimento para disfrutar de su mejor amigo. No era una mascota, era más que eso. Corrió y se subió al bus escolar, sonriendo satisfecho. En cambio, su progenitora, mientras tendía la ropa, tropezó con la pequeña tumba del can. Otra vez su retoño lo había desenterrado.

—Miocarditis. Declaró el galeno, sacándose su estetoscopio, ínterin mi esposa me oteaba lastimera. Había comenzado a padecer dolores en el pecho y ritmos cardíacos anormales, sumido en dolor. De pronto, entretanto ellos discutían sobre mi estado, empecé a vomitar sangre, generándome convulsiones, hasta el punto de regurgitar mi propio corazón. Ambos me observaron felices, diciendo que el plan había funcionado. Así como le había roto su corazón, engañándola, ella decidió arrancármelo de cuajo.

Bebieron hasta la última gota. Ella, quien me cuidó desde el primer momento, repartió las tazas con esmero, admirando el líquido oscuro y aceitoso que me caracterizaba, detallando pizcas doradas gracias a la miel. Sentí delicioso resbalar por sus gargantas hasta quemarlas, ocasionándoles fuertes irritaciones y una muerte por shock anafiláctico. Reía posesa, incluso yo, hasta cuando logró su cometido, arrancando del macetero mi tallo con sus manos, aplastándome. Solo fui parte de su venganza.

—¿Mami? —¿Cielo? —¿Por qué el señor Foster era tan pesado? —No sé, cariño. La gente es rara. —Pero su cerebro sabe bien. —Termina tu comida, mi sol, que se enfría.

El marinero apenas se levantó. Se encontraba en medio de la nada, sediento y tembloroso. Todos habían perecido. Era solo él, una botella de vino y su antigua brújula en el barco. Aun así, no iba a claudicar. Sujetó el aparato con firmeza, tratando de buscar tierra firme con la ayuda de un mapa. Sonrió al divisar una diminuta isla, rodeada de manos que le hacían señas. ¡Estaba a salvo! Mas al acercarse, las extremidades que lo reverenciaban, eran cuerpos ensartados. Era la isla caníbal.

[2] Pasaron los días, hasta que no aguanté y me aproximé. Para mi susto, cuando puse mi mano sobre uno de sus hombros, estos cayeron. Se trataba de un par de muñecos de palo. Luego me enteré, que sus padres habían enloquecido después de haberlos perdido en el mismo crucero, ahogados, diez años antes.

[1] Necesitaba la plata, de manera que no hallé mejor forma que cuidar a unos gemelos que estaban en compañía de sus padres en el crucero, mas con la condición de jamás acercarme a ellos. Siempre estaban con la vista hacia el océano, pensativos y sin moverse.

La pequeña orquesta que adornaba el espectáculo del circo, había quedado atrapada bajo el fuego. Familias completas aullaban ante la tortura propinada por el humo y las brasas que los envolvían. Mientras el maestro de ceremonias reía. —¡¿Qué le pasa, 'eñor?! ¡Su carpa se incendia! —¡Querían vengarse de mí, pero fui más rápido! —¡Usted está loco! —Esa tienda que ves, fue hecha con las pieles de sus familiares caídos, en plena función. En el mismo circo, hace cinco años atrás.

No gruñía como lo hacen los leones. La criatura emitía un sonido tan menudo como el gorjeo de una paloma, mas su ferocidad era tan terrorífica como una bestia a la ciega de su presa. Poseía un cuello corto y grueso, recalcando un hocico ancho, el cual llevaba nada menos que una vaca. Los peatones huían despavoridos, intentaban ocultarse de la alimaña. No se trataba del bovino en su boca, sino en que era un esqueleto, desperdigando de su interior las vísceras del animal que

Comienzo a arrugar con los dedos de mi pie la sábana impoluta, que cae sobre mi costado. No soporto un lado más atirrobado que el otro. Desespero, haciendo que apriete con fuerza los dientes, crujiendo y destellando cada pieza en mi boca. La sabanilla se escurre hacia el frío que abraza mi espalda, pero el fuego entierra sus garras. Las paredes de mi habitación generan una estación psicodélica, oprimiendo mi cabeza. No puedo moverme. La camisa de fuerza es más fuerte que mis propios demonios.

"El fiambre engullía colérico lo que parecía ser parte de un cerebro. Tal era su desespero, que las cuencas de sus ojos estaban desorbitadas... . . . Era su propia sesera".

Sigo cortando. ¡Qué fastidio! Esto es de nunca acabar. El desasosiego que siento, no me deja avanzar. La primera vez fue como rebanar un trozo de mantequilla, pero ahora, con la que me resta, es como si se tratara de cemento. Me compongo y continúo. Esta vez no me la va a ganar, ¡no, señor! ¡No cuando estoy a dos centímetros de cortarla! ¡Espera! ¡Lo estoy logrando! La sangre me ha salpicado como si fuera un proyectil. ¡Ay, qué alivio!, por fin cercené la otra  pierna que me faltaba.

La joven chilló despavorida, pero Oswald puso su mano sobre su boca, intentando protegerla. Con sus ojos le advirtió que se callara, que algo los observaba desde ese platillo. Ella se aferró aún más contra él. Con estupor vieron como la nave destrozaba todo a su paso, quedando solo el edificio, que todavía se sostenía. Una fuerte luz verde los atrapó, elevándolos. ¿Por qué no los mataban y ya? Pensó él. Pero la luz indicó el vientre de Cora. No fue un terremoto, sino una invasión.

Cora no pudo enhebrar palabra. Estaba en shock. Su frente sangraba, y solo balbuceaba. Oswald, consternado, la abrazó y apretó contra sí. —¿Estás bien? Ella solo asintió, calmada, indicándole otro ventanal a sus espaldas, destrozado. El viento los golpeó, azotándolos a los dos. Él, con firmeza, sostuvo a Cora, impidiendo que esta saliera volando gracias a la ráfaga que se había producido, divisando un objeto plano y opaco en el firmamento. De un momento a otro, todo se había oscurecido.

Se encontraba en un pasillo, sin saber si lo llevaría hacia el salón. No vio a nadie, lo que le hizo preocuparse, creyendo que, al menos, era el único sobreviviente del piso. La sola sensación le provocó un mareo. El silencio era doloroso, sintiendo solo un pitido lacerante en su oído izquierdo. Aun así, caminó sin mirar atrás. Corriendo agitado, chocó con algo que estaba en el piso, cayendo de sopetón. Un quejido salió de aquel bulto, percatándose que se trataba de ella, de su Cora.

Recuerdos se encajaron en su memoria, y en segundos su vida le pasó por delante. No eran mentiras aquellas aseveraciones que la gente solía decir en momentos de agonía. Ahora sí podía dar fe en ello. El bamboleo había cesado, pero no se fio de ello. Las réplicas eran las peores, pues al observar los dos edificios restantes, ambos se contorneaban como un tentetieso, rozándose cada vez más. Un solo mecimiento y ¡caput!  Su agitación fue desacelerándose, permitiéndole saltar hacia el otro extremo.

Varios de los peldaños comenzaron a agrietarse, de manera que el hombre daba pasos en falso sobre estos. Su mente estaba en su ahora esposa, sabiendo el temor que ella padecía a causa de los temblores. Tiempo atrás, la muchacha había perdido a su hermano debido a un derrumbe, en consecuencia, que el terror a la pérdida era constante, aunque no se debía solo a ese fatal recuerdo. Ambos estaban esperando a su primer hijo, esperando al momento del brindis dar la buena nueva.

Oswald volvió a sentir el tremolar de su celular, esta vez, pudiendo cogerlo. De inmediato la imagen de Cora lo invadió. Tan solo una hora antes habían jurado amor eterno, y aquella eternidad no podía devastarse en tan solo un instante. A duras penas contestó, no obstante, solo había logrado escuchar un ¿¡estás bien!? ¿¡Me escuchas, cariño? El corazón se le apretó, aún intentando subir las escaleras. Respiró profundo, dando las gracias de no haber escogido el elevador.

Su móvil comenzó a vibrar, pero la intensidad del movimiento era cada vez peor para poder contestar. Desde el ventanal divisó dos larguísimos edificios, que se mecían gracias al vaivén continuo y violento del temblor. De pronto, tres grandes grietas se asomaron en uno de ellos, derribándolo como si hubiese sido una caja de fósforos. A pesar de estar en el piso treinta y dos, presenció con estupor el terrible  espectáculo. Los gritos agónicos de quienes caían como un castillo de naipes.

Estaba acostumbrado. No sería la primera vez, por lo tanto, prefirió quedarse en la misma posición. Solo se afirmó sobre la baranda, apretando los ojos, pensando en ella. Su boca se secó, y el sudor comenzó a aparecer sobre su frente. No temía, sin embargo, sí por el resto de personas que aún habitaban el salón del hotel. Mas una pequeña risa lo embargó; tal vez un mecanismo de defensa o negación. Era su manera de reaccionar ante eventos en los cuales no podía controlar. No como solía hacerlo.

Siento como si un camino de hormigas recorre las cuencas de mis ojos, posándose sobre estos. Nublan mi visión. No me dejan ver. Mi respiración se agita, mientras mi corazón comienza a revolotear demente, y aún la penumbra es una cortina invasiva sobre mis pupilas. Sin embargo, despierto. ¡Es solo una pesadilla! Respiró profundo y en paz, pasando mis manos sobre mi rostro, pero alguien me advierte que no lo intente. ¡Aguanta! ¡No eches a perder mi obra de arte! ¡Ya saco tu otro ojo!

Se baña en un bálsamo de seguridad. Se perfuma con la fragancia de la inspiración. De paso, se viste con su mejores prendas: tenacidad, fortaleza, templanza, orgullo y esperanza. Es la mujer resiliente, es la que lucha cada día, a pesar de las adversidades. Es la guerrera perenne hasta nuestros días.

Un beso robado bajo la lluvia. Una travesura, un arrebatamiento, ese que solo ella lo comprende. Dice que es mejor escapar, que nuestras familias jamás lo entenderán. Que la pelea no tendrá fin. Lágrimas ruedan por sus mejillas. La consuelo. Con firmeza cojo su mano, sin mirar atrás.

Ambos caminaron por lados opuestos, pero con la misma meta, a pesar de ser tan distintos: lucharían por mejorar. Sin cambio no hay renovación. Sin lucha no se saborean los logros. Sin amor propio, imposible amar a los demás. *Dedicado a todos que sangran por amor, y por los que luchan y se superan a pesar de los obstáculos*.

Feña había sido claro; la salvación parte por uno. Si quieres a alguien a tu lado, quiérete a ti mismo, y cuida a quien lo ha dado todo por ti. <<Te quiero, Paula>>, dijo Feña, tocando su corazón. Paula, por primera vez en su mirada lo entendió. <<Lucharé por ti, Feña>>, gritó.

Convertirse en uno de ellos es fácil. Lo difícil es sobrevivir. En pleno bosque yacía desnudo. Frágil, asustado por la noche. Sin embargo, cubierto de vísceras. Cerré mis ojos, lamentándome. Había olvidado encadenarme la noche anterior, aquella que la luna solo era testigo de mi transformación. Me levanté como pude, sacudiéndome con vehemencia. Desde lejos sentí la patrulla. Sabía que estaban en mi búsqueda, recordando la última imagen: la de mi novia muerta gracias al filo de mis garras.

Feña sabía que Paula lloraba por esa pérdida, pero era por una propia. Era solo el perder, no perderlo a él. Solo Feña podía entender. Y Paula que, en tan solo unos minutos antes careció de toda empatía, rompió el silencio mediante un <<no te vayas>>. Feña se acercó y la besó...

Necesitó el abrazo, necesitó el cobijo, pero Paula... Seguía igual. Feña, aunque el dolor lo había partido en dos, se levantó del suelo y secó sus lágrimas, sin dejar de mirar a su amiga. Y Paula, en aquel momento, como si la misma pena la hubiera posesionado, comenzó a llorar.

Feña se sintió despedazado. En un segundo, el pasado y el presente produjeron un choque como si hubieran sido un par de meteoritos. Feña no pudo respirar. No supo si el abandono del oxígeno lo llevó a esa paz que anheló desde mucho, o si realmente había muerto.

Pasas por mi lado, sin embargo, solo soy una sombra ante tu paso. Das la media vuelta, aún admirando la vidriera. Percibo tu asombro, todavía embelesada, sin saber que soy el pintor... Mis latidos se aceleran, es tu presencia que me quiebra.

Es el aroma que emanas. Ese que dejas cada vez que me visitas. Pareces interesada, con tu vista fija hacia aquellos colores plasmados en aquel vitral. Cómo desearía que tú me vieras así. Como quien necesita el oxígeno, como quien necesita del cobijo en una noche de invierno.

"Yo de amor no muero. Yo muero por vivir de amor junto a tu lado".

"Inmerso en el mar, me espabilo de tu carne. Pero esta es cruel a quien le da la espalda. Tú eres una de sus olas".

Cae la primera gota. La tormenta se avecina, como la lágrima que desciende sobre mi mejilla. Cierro las ventanas, al mismo paso que lo hago con mi corazón. Giro la llave. Está firme, pero el aguacero no da tregua, así como tu recuerdo. Los vidrios estallan intentando opacar mi llanto. Caigo en pedazos, tratando de recoger los trozos de cristal, así como lo hice con mis sentimientos. Es otro invierno sin ti.

E stación saturada por el dolor N o hay abasto de tanto calor E atados inconexos para una sindemia R odean nuestra poca paciencia O fortalecen nuestra esencia

"Afortunados son aquellos que palpan y respiran el candor del amor. Si bien puede ser doliente, no hay sentimiento más genuino como tormentoso que pueda describirlo".

La carne se vuelve insípida. Mis colores se tornan blanquecinos. La lengua se me pega al paladar, sintiendo mi último suspiro adherido aún en mi mortandad. El cuerpo se hace ligero, mis contracciones se disipan, llegando a la culminación de un acto casi teatral. Nada pesa, es mi nueva eternidad.

¡Necesito caer! Pero no hay más suelo. Menos vacío.

Desde aquí admiro tu belleza, lozana e intocable y hasta nefasta para mi soledad. Hermosura abrumadora que llega a ser quemante. Desde el frío te añoro, aunque sé que los sueños pueden ser reales, tanto así, que llego a rozar tu piel, tan pura, tan mía. Sentir el calor de tus besos, el perfume de tu cuello. Pero luego te apartas y te desvaneces. Ya no estás, y mi corazón se vuelve a marchitar.

Te veo desde lo alto de mi torre; solitaria, tan triste, llenándome de recuerdos, la mayoría angustiantes, tan frágiles, que no quisiera ni tocar por miedo a perderte. Aunque sea en sueños, a veces vagos pero tan tangibles para mi existencia, así como tu cuerpo, sin reservas, para esta alma en desconsuelo.

Deja que te demuestre que soy más que palabras en una boca. Soy más que verbos disfrazados bajo encantos presuntuosos. Mi piel, mis labios, mis dedos serán los que en cada viaje recorran y endulcen la suavidad de tu cuerpo.

"Vas con tus tacones rozando las nubes del cielo. Entre pasos agigantados y piernas vestidas a rayas. Tu cabello azul danza como olas al compás del océano de tu caminar. Tus pestañas que se envuelven como tentáculos atrapando cada estrella en el firmamento. Tu mirada parece absorta entre sueños y odiseas al observarlas. Esa eres tú, ser de luz, musa salida del reino de los sueños".  

   Otro regreso a casa. Sí. Camino en aquella calle oscura, tanteando los charcos de luz que pintan los adoquines, como si fueran sombras danzantes a mí alrededor. Luego, el aroma salado del mar se funde en mi piel y en el hambre que llevo consigo. Pienso en mi perennidad. No puedo jactarme de una. Es menester diario como en un tic tac. Solo una abstracción mundana de quienes nos adoran y a la vez desconocen nuestra verdadera naturaleza. Los vampiros no somos eternos, en absolutos inmortales.

—Teniente Ba'shum. —El Capitán observa punzante al acusado. —¿Acepta los cargos que se le imputan? —Cada uno de ellos, mi Capitán. —¿Pensó que pasaría desapercibido? —Era mi vida o la del Coronel Aradegi. —Estamos para proteger, no para matar inocentes, Teniente. —Él no lo era. Contrabandeaba nuestros armamentos con el enemigo. —Jamás se comprobó. —Sé lo que digo. —Ha manchado el nombre de nuestra Federación y lema. Usted sabe lo que significa. —Muerte.

¡Es mi hijo! Gritó al borde de las lágrimas. Pero si no lo mataba, la humanidad acabaría. El joven asintió, instándolo a que lo hiciera rápido. Sería un mártir, después de todo. El padre, con clara angustia, cogió el hacha. Tragaba apenas, sabiendo que no había otra opción. Cerró los ojos y procedió. La gente lo ovacionó, empero, la Tierra seguía temblando. No había resultado. En unos segundos tuvo la respuesta: no era su hijo. Su esposa, desde lejos huyó, cayendo fulminada por los meteoritos.

Luego de abandonar el pueblo, el héroe, ese león adormecido y satisfecho gracias al cariño de la comunidad, no pudo ocultar su ira y disconformidad con aquellos que solo llevaban la maldad y el ego desmedido a este. No comprendía la falta de empatía y de poco cuidado con los que luchaban cada día con tal de mantener la paz entre los ciudadanos. No deseaba que su ayuda solo quedara en un recuerdo. Deseaba que los ciudadanos aprendieran, educaran y cuidaran a quienes más sufrían.

Mis labios están desérticos, y mis ojos marfiles ven todo rosa. Mi cansancio está alocado, más que mi Tamagochi. Sí. El pesar mental es más severo que mi Beeper. Ay, Warhol, me digo, estás mal. Oh, snap. Amo tanto que odio. Sufro tanto que me atormento. Mejor sigo con mi pop art. Abogo a la tolerancia, pero aborrezco a quien me contradiga. Amo tanto la figura divina, pero odio muchas veces su creación. Voy a encender mi personal stereo. ¿Por qué he de vivir así?

—Tranquilos, colegas —agregó otro de los médicos, el anciano Alex Plosivo, un hombre lleno de experiencia—. Ninguno tendrá más que padecer más de esta agonía. Todos suspiraron al unísono. —Aunque también he pensado en aquellas cliatulas. —Kakito se paseó concentrado, acariciando su mentón—. Algo que acabe con sus glanos. —¡¿Con sus qué?! Kakito se golpeó la cabeza. —Acné, compañelos, acné... —Sin embargo, mi estimado, hay muchos ungüentos para combatirlos.

Muchos padres se estaban quejando del comportamiento de sus hijos, lo que, mediante huelgas y ataques de madres, que ya habían perdido sus chanclas, los eruditos en el campo, decidieron acabar con las hormonas juveniles, y convertirlos en seres medianamente racionales. —¡Al fin hemos dado con el "lemedio"! —Gritó con alegría el japonés. —Sí, Kakito, ya sabe usted que el cocodrilo que duerme, se convierte en cartera —exclamó la química farmacéutica, Dolores de Barriga.

—¡Pol la santa madle! —chilló—. Es mejor que me lalgue de aquí. El antídoto contra el acné fue distribuido por todo el mundo. Miles de adolescentes lo consumieron, sin saber que destruirían todo a su paso. El fin del mundo había empezado. Tan solo el mejunje, más la grasa de los impúberes, crearon detonaciones invisibles. Uno de los últimos jóvenes, feliz de su nueva adquisición, abrió el pote deseoso, aplicando la crema en una espinilla grotesca y verdosa en la punta de su nariz.

—Sí, Dololes —agregó el nipón—. Pelo el mío, no solo los equilibrará, también matará esas células que los hace vel holendos. Ya No Suda comenzó a relatarles la pócima mágica, quedando todos impactados. El problema vendría cuando desestimara que una de las partículas producirían explosiones simultáneas. A pesar de ser testeada en algunos jovenzuelos, no hubo indicio, hasta que uno al probarla antes de irse a acostar, no solo estallaría, sino el pueblo completo.

En en laboratorio farmacéutico "Los medicuchos INC.", los médicos, químicos farmacéuticos y la gran eminencia en producción de medicamentos, el afamado científico japonés, Kakito Ya No Suda, habían dado con la molécula y sustancia principal para disminuir los impulsos y los cambios radicales que sufrían los adolescentes en el período en que estos se convertían en espantosos seres perezosos, contestadores y fanáticos de "grandes" súper estrellas del último tiempo.

No nos dieron mucho tiempo. Solo armar una muda de ropa, y con suerte algo de pan y de vino. Mis manos no dejaban de temblar, entre el abrir y cerrar de puertas, buscando mi última prenda. Mi esposa solo se persignaba, implorando por piedad. Solo recibió burlas y risas encolerizadas.   —¡De prisa! —exclamó uno de ellos. —Ya nos vamos... —respondí lleno de ira. Cogí la mano de mi mujer sin mirar atrás, mientras los cientos de duendecillos se apoderaban de nuestro pueblo y hogar.

Pensó que se trataba de otra noche de locura y pasión. El hombre de barba raída y curiosa mirada, había sido su mejor elección. Entre besos robados y caricias desenfrenadas, él la llevó a la cama. El éxtasis la sacudió, empero, al momento de la culminación, un abultado vientre le comenzó a crecer con ímpetu. Luego, de las entrañas de su amante, salió un acompasado y velludo apéndice que parecía una gran X, envolviéndola con fuerza, concluyendo así su fecundación. Ella chilló, mas él sonrío.

Con voz suave le dijo <<tú no me necesitas, eres fuerte>>, pero Paula le rogó. Feña le sonrió, a pesar del dolor. Había hecho tanto que estaba quebrado, cosa que Paula nunca lo supo entender. Paula, de súbito cambió la voz y le gritó con rabia. Feña solo prosiguió en su andar...

Desde la otra vereda se encontraba Paula, inmutable, sin saber qué decir y menos cómo actuar. Su rostro era plano, y más está decir, sin mayor preocupación. Feña pegó un alarido. De esos que el cuerpo arrulla y se engrandece, abriendo paso cuando la desesperación se le apoderó.

Lo que lo trajo de vuelta, fueron las lágrimas calientes que se deslizaban sobre sus mejillas. Abrió de súbito los ojos que le picaban sin cesar, y enfrentó lo que tanto le había temido: la decisión.