À
Àngel Andrés Vidal


El gigante Pronos está en peligro, y con él, sus habitantes. Los gobernantes que lideran desde las sombras este mundo distópico deciden huir lo antes posible con su nave y embarcarse en un viaje interestelar hasta llegar a otro planeta, totalmente desconocido para ellos. Árnar, el piloto de la gran nave, además de embarcarse en las turbias y nocivas dudas existenciales que se manifiestan en su mente tras la misión más importante de su vida no fuera suficiente, pelea incesantemente contra la insensibilidad y el orgullo que le rodean en su ser más interior, lo cual le acarreará futuros problemas. Sin embargo, la llegada al Nuevo Mundo no será más que otra prueba de cómo el curso de la vida fluye por mucha destrucción que causen sus especies más inteligentes.


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Sumidos en la nada

I

Los láseres salen despedidos de los cañones, sin sonido alguno en el vacío cósmico del universo, y acaban colisionando contra el duro exoesqueleto que posee la gran nave de La Armada Astral, el Arcángel, en la que viajan a bordo cuatro grandes soldados excepcionalmente entrenados, capitaneada NG17, piloto en aire y sargento en tierra, con un talento poco antes visto. En medio de la gran batalla silenciosa, el único destello que desprende su pobre luz son las lejanas estrellas que habitan en este solitario e infinito mundo.

Tras haber destruido a las cuatro naves enemigas gracias a la visión térmica de la que ha abusado La Armada Astral, debido a la inexistente visión de la que disponen, el piloto decide seguir con la misión, retomando el rumbo hacia otro sistema planetario todavía desconocido para el escuadrón militar, con el fin de cumplir con su misión: encontrar la mayor embarcación pirata nunca antes vista, que agoniza al universo entero con sus múltiples ataques y saqueos a otras flotas aliadas.

Tras días de viaje espacial, y los combatientes ya cansados de encontrarse en gravedad cero, llegan a lo que parece ser la ubicación indicada en su mapa estelar. Sorprendidos por la diminuta magnitud de las decenas de mundos que habitan, se quedan perplejos al observar cómo de fácil sería envolver uno de estos entes universales con sus propias manos, como si de divinidades se tratase.

Desde el más lejano horizonte se observa una enorme nave, que desprende una fuerte luz en su exterior y facilita su apreciación. Quizás sea el objetivo que anda buscando La Armada Astral desde hace años. Ante la duda, el escuadrón empieza a acercarse de manera prudente para identificar al misterioso navío. Uno de los soldados enciende la pequeña torreta con escáner facial incorporada en una de las alas, para así observar la transmisión desde la pantalla principal y detallar con extrema precisión la identidad de cada tripulante. Tras unos pocos segundos de rastreo, dan con el objetivo a eliminar: Nérbur.

Inesperadamente, aparece de la eterna oscuridad una desconocida facción compuesta por diez naves de enormes dimensiones que se dirigen hacia el enemigo. Los combatientes se temen lo peor, pensando en la posibilidad de que sean cazarrecompensas en busca de las valiosas cabezas del pirata y sus súbditos. Acatando la orden del piloto de esperar con tremenda paciencia mientras se desenvuelve esta extraña situación, los soldados observan exhortos a los desconocidos, mientras éstos parecen no tener ninguna riña con Nérbur.

El supuesto cabecilla de los cazarrecompensas acaba siendo un simple comerciante que, con otros cuatro tripulantes, camina hasta la contrapuerta de su nave y despliega un rudimentario conducto que enlaza con la compuerta del navío pirata, por el que pasa su tripulación y una sospechosa mercancía. Mientras el piloto de La Armada observa con atención la conversación entre ambos criminales con unos avanzados binoculares, uno de los tripulantes da fin al silencio.

- No entiendo qué hace un comerciante negociando con Nérbur –añade el tripulante más joven, FK7.

- Quizás no es un comerciante cualquiera –contesta AK10, sentado en los controles de la torreta central-. No todos los comerciantes tienen la posibilidad de negociar con Nérbur.

- Lo mejor que podemos hacer es esperar para averiguarlo.

- Sí, sargento.

Tras minutos de espera y contemplación, el comerciante y sus aliados abandonan el lugar y la oscuridad les acaba engullendo nada más encender su gigantesca nave. El piloto oye a sus espaldas alguna que otra maldición y reproche, todos en voz baja. Los piratas empiezan a descargar y ordenar la mercancía, mientras su capitán charla discretamente con sus partidarios de más confianza. Tras finalizar la conversación, Nérbur se dirige a la sala principal, donde los binoculares del piloto pasan a ser inservibles.

- ¿Ve algo, sargento?

- Negativo. Parece ser que el objetivo se ha encerrado en su sala privada.

- ¿Es el momento de atacar? –pregunta el copiloto CC9.

- No, aún no.

- ¿Qué…? El objetivo está justo ahí y nuestro deber es eliminarlo –dice de manera impaciente el copiloto.

- No hace falta que me recuerde nuestro deber, CC9. Digo que nos acerquemos con cautela y la guardia alta, y hablemos.

- ¿Hablar, con ese loco?

- Sí. Si lo ejecutamos ahora, no sabremos nada más de él. ¿Quién era ese comerciante y a dónde se dirige? ¿Qué tiene planeado Nérbur? ¿Tiene a otras facciones como aliadas? Solo digo que hablemos con él, le saquemos información y acabemos con la misión de una vez.

- No sé si es un buen plan –añade AK-. Seguramente a la primera que nos vea nos quiera pegar un tiro. Sargento, piense que nos lo jugamos todo. Somos cuatro contra… ¿sesenta? ¿Ochenta?

- No se preocupen. Lo tengo todo bajo control.

Enfocándose solamente en la misión, NG guía a sus combatientes hacia lo que parece ser su perdición, mientras éstos se observan con desconfianza e inquietud. Con cautela pero convincente, el sargento conduce la nave hasta las proximidades de la colosal máquina de guerra pirata. Nada más empezar a acercarse, los soldados se percatan del alarmado comportamiento de la tripulación enemiga. Tras ser informado por sus hombres, Nérbur se dirige inmediatamente a la gran compuerta para verse cara a cara con quien desea con toda su alma asesinarlo de una vez por todas. Mientras, el largo y sufrido entrenamiento militar del piloto causa efecto y éste no deja que sus fuertes sentimientos de rabia y odio se manifiesten, así que mantiene una postura relajada y confiada. Esta positiva y fuerte actitud consigue contagiarse entre los demás tripulantes, quienes acaban siguiendo los mismos pasos de su superior.

Al llegar a la parte trasera de la nave se abre el viejo portón, dejando así espacio suficiente para que la nave militar aterrice en el hangar. Tras unas breves palabras de fortalecimiento a sus tripulantes y haber estado cuatro días en vuelo y en continua gravedad cero, el sargento abre la puerta y se encuentra cara a cara con Nérbur y sus setenta hombres bien armados. Con alta tensión en el ambiente y después de unos silenciosos segundos de miradas desafiantes, el piloto habla sin tapujos, sin dirigirle ningún tipo de saludo al capitán que tanto desprecia.

- Supongo que sabes por qué estoy aquí.

Con un aspecto rudo y tosco, y su famosa personalidad petulante y engreída, responde con breves y secas palabras el líder de la criminal facción pirata.

- Suposición acertada –dice en tono burlón.

- Bien, pues que esto no vaya más y déjanos hacer nuestro trabajo.

- ¿Qué has dicho, chiflado? –grita con gran enfado uno de los mejores aliados de Nérbur, cesando el equilibrado caos que hasta ahora reinaba en toda la sala.

- Cállate, Mek. Ya me ocupo yo.

- Me parece que no, Nérbur. Vuestra actividad en estos alrededores afecta de manera muy negativa a nuestro planeta y su desarrollo. Que os cabrearais con el resto del mundo y optarais por aislaros en el espacio no es motivo para ir por ahí destrozando naves y robando suministros. Suministros que son nuestros.

- Entiendo tu postura, piloto. Pero resulta que de algo tendremos que vivir –dice con una falsa sonrisa.

- Vosotros elegisteis vivir esta vida junto con sus consecuencias. Lo que hacéis es ilegal y está penado con la muerte. Si dejáis de actuar de esta manera y volvéis con nosotros, se os rebajará la pena, y no acabaréis de una forma tan miserable.

Los setenta hombres se miran entre ellos, burlándose de alguna manera del disparate que acaba de soltar el sargento. Nérbur, tras un largo y profundo suspiro, le responde seriamente al piloto.

- Me temo que eso no va a pasar. ¿Por qué íbamos nosotros a entregarnos? Como no tengas a cien hombres ahí fuera, rodeándome y apuntándome en el cogote… me parece que vas a ser tú quien se someta.

- Está bien… vámonos –dice después de una pausa, acompañada de una mirada penetrante.

- ¿Qué? –expresa el capitán, extrañado-. ¿Es que no me has oído? No vais a salir de aquí con vida, soldados.

- Parece que mi plan de persuadirte no ha funcionado, pero eso no significa que las cosas tengan que acabar así. El hecho de matarnos no arreglaría tu situación. Al contrario. Gracias a que esta conversación está siendo retransmitida a más de doscientos ribus, a la sala de operaciones de La Armada Astral, nuestro coronel sería informado al instante y, aunque te escondieras con tus setenta hombres en el lugar más inhóspito y desolado del universo, te encontraría y te mataría nada más tenerte en el punto de mira, junto con toda La Armada –el piloto toma una pausa y, al ver total ausencia de respuesta, prosigue -. ¿Es eso lo que quieres?

Toda la sala observa exaltado al sargento, incluso sus combatientes, mientras Nérbur mantiene su flemática e impasible cara de siempre. Tras un momento de gran incertidumbre, lleno de miradas combativas entre los dos líderes, el capitán responde a su enemigo ignorando completamente la amenaza.

- Espero que nos volvamos a ver, sargento –dice el capitán.

Sin respuesta alguna, el piloto finaliza la tensa conversación y abandona el lugar junto a sus hombres, quienes le siguen sin mirar atrás. El sargento, antes de entrar en la nave, se da la vuelta y observa a Nérbur a lo lejos, acechándole. Los cuatro soldados empiezan a encender los motores y acaban despegando con relativa prisa, al mismo tiempo que los criminales vuelven a sus puestos, donde hacía unos momentos realizaban el mantenimiento diario de sus armas, y los guardias del capitán le cubren las espaldas hasta llegar a su aposento.

- Ha estado bien eso de la retransmisión –le dice FK-. Se lo han creído completamente.

- Lo sé –responde el sargento, seco y pasivo.

- ¿Qué hacemos ahora, sargento?

- Atacar con todo.

- Bien, eso ya me gusta más. Vamos a darles lo que se merecen.

Entre aplausos y gritos de guerra, la nave combatiente prepara sus armas y da media vuelta, apuntando al gran hangar.

- Primero vamos a destruir sus pequeñas naves. No van a escapar de esta –dice NG justo antes de que se abra fuego-. ¿Listos?

- Sí, sargento –contestan todos.

- Disparen –ordena de una vez.

El cúmulo de intensa energía de plasma sale disparado con gran fuerza y velocidad hacia la máquina de guerra de Nérbur, impactando en el portón del hangar y dejando un boquete que provoca el desprendimiento de todas las naves de combate piratas.

Con el estruendoso sonido de la alarma de fondo, el capitán empieza a chillar a sus compatriotas como si de un desquiciado se tratase, dándoles todo tipo de órdenes a la vez que, dentro de su cabeza, maldice con todas sus fuerzas al embustero del sargento.

- ¡Vosotros diez, desplegad las torretas superiores! ¡Tú y tú a los cañones de pulso! Mek, conmigo. ¡Apagad las luces exteriores y que nadie se acerque al hangar!

Mientras la valiosa mercancía que acababan de comprar y algunos tripulantes salen por el gran agujero y desembocan en la fría nada, donde acaban muertos y congelados nada más abandonar la nave, el astuto sargento ordena y dirige a su tripulación con toda tranquilidad.

- Copiloto, despliega el radar. Voy a tener que alejarme de ellos y ya tengo dificultades para verlos.

- Sí, señor.

- Vosotros dos, controlad los cañones. Hay que ir con todo.

El piloto empieza a realizar maniobras de lo más arriesgadas, pero sin perder el control ni por un momento. Moviéndose de una manera tan rápida y efectiva, a la nave pirata le es imposible acertar ni un sólo disparo. El estilo defensivo es una de sus mayores tácticas, ya que espera al momento oportuno para atacar sin previo aviso y así provocar graves daños al enemigo.

Los demás tripulantes atacan con su potente armamento militar. Estando la nave aún en perfecto estado y en una situación de completo estrés para los cuatro soldados, consiguen provocar una furia incontrolable en Nérbur y sus compatriotas. Éstos, debido a que sus enemigos les han atacado por sorpresa, tardan en reaccionar a las órdenes de su capitán y a los ataques hostiles, por lo que hacen falta minutos para que ataquen con todo lo que disponen.

NG17 aprovecha la ocasión y ordena disparar con toda la artillería pesada. Pensando en que ese valiente pero arriesgado acto iba a otorgarles la victoria de una vez por todas, los cuatro soldados se quedan helados al contemplar cómo la monumental máquina de Nérbur sufre tan solo otro boquete y sigue en pie de guerra, aunque el ataque de La Armada haya ocasionado la pérdida de otros veinte piratas, algunos de gran confianza y estatus. Sin energía que abastezca las potentes armas militares, el Arcángel ya solamente dispone de su gran velocidad y agilidad para emprender su huida, evitando a toda costa los ataques piratas.

El capitán pirata, intentando salvar su vida y sin preocuparse por la de los demás, declara que es hora de actuar.

- Llamad a Fénik.

Uno de sus hombres corre hasta la sala de comunicaciones, donde intenta contactar con la infame nave y su temido pero desconocido piloto, que en anteriores ocasiones ya había sido de gran ayuda a los piratas, siempre a cambio de una cuantiosa recompensa.

Cuando parecía que la situación no podía ir a peor, la nave militar, realizando su súbita fuga, se encuentra cara a cara con quien parece ser Fénik, que estaba más cerca de lo que esperaban los piratas y, en tan solo unos segundos, había respondido al llamamiento de apoyo. Al Arcángel no le queda otra huir a toda velocidad y depender totalmente de las improvisaciones de su piloto. Propulsan los motores a la máxima potencia.

Mientras Fénik dispara sin cesar al Arcángel, éste encuentra otro obstáculo en su forzosa evasión. Entran en el área de mayor presencia de planetas del extraño sistema. Planetas que, pese a su diminuto tamaño, poseen un campo gravitatorio de enorme intensidad y fuerza. Al pasar por las cercanías de uno de estos pequeños mundos, la nave es atraída con una repentina y potente fuerza hasta acabar chocando con éstos elementos de gas. Sin embargo, el cazarrecompensas tampoco se libra. Ambas naves de combate chocan continuamente con los pequeños planetas, dificultando así la persecución pero sin ocasionar graves daños en la maquinaria.

- Esto se está complicando demasiado –exclama NG.

- Sargento, no tenemos elección. O nos enfrentamos a él o acabará por atraparnos.

- No –dice CC-, no creo que venga a atraparnos. Fénik viene a acabar con nosotros.

- ¿Pero habéis visto el tamaño de ésa máquina? Si nos enfrentamos a él no tendremos ninguna posibilidad.

- No puede ser –dice el copiloto, con estupor y la piel completamente pálida, interrumpiendo la conversación y provocando que los demás soldados le dirijan la mirada.

- ¿Qué ocurre? –pregunta NG mientras sigue dirigiendo la nave con máxima tensión, evitando chocar con más planetas enanos.

- Vamos directos hacia un agujero negro. Estamos llegando al horizonte de sucesos.

Es tal la fría estupefacción que sienten que, justo después de las palabras de CC, se produce un silencio incluso mayor que fuera, en el inmenso y oscuro vacío. El sargento, con la piel helada y las facciones de la cara contraídas y serias, no tiene nada más que hacer que una simple pregunta, aparentando que mantiene la situación bajo control.

- ¿Y por qué nuestro radar no lo ha detectado antes?

- Porque es demasiado grande como para emitir la suficiente radiación como para ser detectado desde grandes distancias. Es un agujero negro supermasivo.

Antes de que llegue el momento en el que los cuatro soldados piensen que este es su fin, el piloto intenta realizar una rápida maniobra, girando la nave e intentando escapar de los fríos restos de una antigua y desconocida estrella. Cerca del horizonte de sucesos, el campo gravitatorio es tal que dificulta enormemente escabullirse. Mientras, Fénik se dirige a toda velocidad hacia ellos. Listo para abrir fuego, acaba siendo víctima también del agujero negro debido a la ausencia total de luz en el sistema.

Tras unos segundos llenos de gran tensión, que para los soldados ya exhaustos han sido más bien horas, y de que el Arcángel dé más de sí para escapar de una vez de ésa monstruosidad cósmica, logran avanzar lo suficiente como para no encontrarse bajo peligro, al menos de momento. Pensando que ya todo está hecho, y tras acatar la orden del sargento de dejar que el desconocido cazarrecompensas acabe engullido por la gigantesca masa negra, Fénik consigue huir y disparar al Arcángel. Retomando de nuevo la huida a toda velocidad, NG empieza a pensar en un nuevo plan.

- Copiloto, ¿tenemos el anulador?

- Señor, ese trasto dejó de funcionar hace ya tiempo.

- Pues tendrá que volver a hacerlo.

- No puedo ponerme ahora a repararlo.

- Es evidente que no tenemos otra opción. Póngase manos a la obra, ya me encargo yo de los controles.

Suponiendo ya qué planea el sargento, el copiloto se desata del asiento y se dirige a la bodega, donde se encuentra el anulador, planeando por todo el interior de la nave lo más rápido posible, siendo la gravedad cero ningún impedimento para él. Mientras los demás tripulantes hacen todo lo posible para acabar con el enemigo, CC9 empieza a examinar el anulador, viendo con claridad los daños que sufrió su núcleo en anteriores batallas.

Para repararlo, cualquier herramienta es inútil. Hace falta un núcleo nuevo para abastecer de nuevo a la pequeña máquina, así que empieza a registrar por toda la bodega, sin éxito. AK10 entra en la habitación.

- ¿Por qué tardas tanto? Necesitamos el maldito anulador ya.

- El núcleo está dañado y no tenemos otro. Tendré que fabricar uno ahora mismo si queremos deshacernos de ese cabrón.

- ¿Y cuánto tiempo necesitas?

- El proceso es muy rápido. El problema son los recursos que necesito. Son muy escasos y no tenemos ninguno de ellos, al menos que yo sepa.

- Necesitas un depósito de energía, un cristal de carbono y plasma inestable, ¿no es así?

- Y radón –el otro tripulante le mira con cara extrañada, preguntándose para qué necesitaría tal cosa-. Sí, lo sé. Es un arma algo anticuada y necesita algo de gas atmosférico comprimido para generar pequeños rayos gamma y que éstos impulsen el proceso.

- Vale, bueno… Será mejor que yo vuelva a los mandos del cañón y que tú le preguntes al sargento si tenemos algo de eso.

Los dos tripulantes vuelven a la sala principal, donde más se aprecia la contienda espacial, los nervios que consumen lentamente a los soldados, la irritación que emanan. Aún teniendo temor a la posible enfurecida respuesta que le dé el sargento, el copiloto le pregunta sobre los materiales.

- Señor, el anulador tiene el núcleo de energía dañado. Necesito unos materiales muy específicos para fabricar otro –el soldado espera unos segundos a la temida respuesta, donde el único ruido que se oye es el de los motores del potente Arcángel. Al ver que el sargento ni siquiera le está escuchando, insiste en medio del silente caos-. ¿Señor?

- ¿Qué?

- ¿Ha oído lo que le he dicho?

- Pues claro, es lo único que se oye en esta maldita sala –responde de manera rancia a causa del estrés, ignorando el ruido de los motores del que ya se ha acostumbrado después de sus decenas de batallas-. ¿Qué necesita para arreglarlo?

- Un depósito de energía, un cristal de carbono, plasma inestable y radón.

- ¿Radón? –pregunta también.

- Sí, está anticuado y necesita algo de radón para dar energía.

- Está bien. Creo que hay algún depósito pequeño detrás de mí, junto al rifle de plasma. Y en la bodega, al lado de la valija de chips, hay un cristal de carbono. Mejor no me preguntes de dónde lo he sacado.

- ¿Y el plasma y el radón?

- ¿Qué ocurre?

- También lo necesito.

- Con esto te las tendrás que apañar tú. No sé de dónde quiere que saque eso.

Al copiloto no le queda más remedio que volver a la bodega y ver qué puede hacer para conseguir tales ingredientes. El radón se consigue en atmósferas radiactivas y congeladas, pero también puede adquirirse desintegrando radio, un elemento altamente radiactivo, y así elaboraría radón con abundantes isótopos que le otorgarían más de dos días de vida. Habiendo encontrado ya radio en una vitrina, junto con los aposentos del sargento, el copiloto se equipa un vasto pero eficaz blindaje plomado para evitar a toda costa la radiación. Y para no exponer a los demás soldados a tal energía letal, despliega unos gases desinfectantes que, cuando la invisible protección que envuelve la habitación y retiene las mortíferas partículas se haya disipado, ventilarán toda la nave.

El soldado toma el depósito de energía e introduce el cristal de carbono. Coge también una pequeña cápsula, donde infiltra oxígeno, para más tarde combinarlo con una placa base de metal, y así obtener pequeñas bolas de plasma artificiales, que acaba introduciendo también en el sofisticado depósito. Coloca un potente desintegrador en la mesa, el radio a poco más de tres palmos de éste, y empieza a disgregarlo. El blanco e inmaculado elemento, ya casi desintegrado por completo, que empieza a desprender grandes cantidades de radiación, cae en un sofisticado recipiente, que el copiloto cierra enseguida y donde, unos segundos después, se puede apreciar con claridad el tan preciado radón.

Habiendo cumplido ya con el trabajo sucio, el copiloto toma el agitado depósito de energía, desactiva la invisible protección contra la radiación y deja que los gases desinfecten toda la nave. Justo después de haberse quitado el blindaje, inserta el núcleo de energía dentro del anulador y se dirige de nuevo a la sala principal.

- Señor, el arma ya está lista.

- Bien, porque es ahora o nunca. Nos está pisando los talones y no nos queda mucho tiempo. Venga, colóquelo y encárguese enseguida de los controles de mando.

Los cañones descargan ya sus últimos disparos mientras el piloto dirige la nave nuevamente al temido y colosal agujero negro. Completamente a ciegas, sin saber exactamente dónde se encuentra el posible fin de su existencia, está pendiente del aviso del copiloto en cuanto el radar registre una mínima cantidad de radiación en el oscuro exterior.

- No creo que sea el mejor momento para decir esto –empieza a expresar el sargento-, pero tenga presente, copiloto, que ahora mismo, las cuatro vidas que residen en esta nave dependen de usted.

Antes de que el copiloto pueda formular una sola palabra a la emotiva pero también sobrecogedora declaración, sin aún saber muy bien qué decir, el radar emite un sonido de alarma.

- Sargento, es la hora. Nos estamos acercando de nuevo al agujero negro.

- Activa el anulador.

El copiloto acata las órdenes de su superior y enciende el arma, situada detrás, en el centro de la sala. El anulador empieza a emitir unas pequeñas luces parpadeantes y un agudo sonido de alerta. Es en el tercer pitido cuando el sargento da las órdenes.

- Vale, un pitido más y será el momento. Preparaos.

En el más absoluto silencio, el escuadrón espera con ansias pero a la vez con firmeza y una pizca de temor –siempre presente en sus duras batallas- a la alerta del anulador, a la llamada del inminente fin. Entonces, se hace el sonido.

- Apagando motores –informa el piloto.

La nave pierde potencia poco a poco, pero sigue la misma trayectoria, directa a la destrucción. Las luces se apagan por completo, la oscuridad devora cada ápice de materia presente. En el tenebroso infinito, donde no reina ni siquiera un haz de luz, su insignificante destino ya solamente depende de la simple perseverancia.

El sargento NG17 pulsa el botón central del mando que controla al anulador y éste ejecuta su trabajo. Lanza unas señales electromagnéticas que anulan por completo la interfaz de cualquier máquina presente. Estando el Arcángel totalmente desconectado, el único afectado en todo el radio es Fénik, que enseguida sufre un cortocircuito en el sistema central, perdiendo potencia y control.

NG17 vuelve a encender rápidamente la nave. Las luces empiezan a cobrar vida e iluminar de nuevo toda la nave y los cañones y torretas vuelven a estar disponibles. Tras percatarse de que su fin no ha llegado, al menos de momento, el piloto da media vuelta y deja al cazarrecompensas totalmente desorientado y sin control sobre su nave, directo a lo desconocido.

- Lo hemos logrado –dice, impasible.

- Así es –responde el copiloto.

- Buen trabajo, soldados –añade NG, quien prefiere alagar lo mínimo-. Creo que es hora de dar por acabada la misión –se levanta del asiento-. Puede que Nérbur no haya sobrevivido por los dos boquetes que tiene ahora su nave pero, por si acaso, informaré al coronel de que envíe a una patrulla a volver a inspeccionar este sistema. También sabemos algo sobre ese comerciante. No era uno cualquiera. Le seguían otras nueve naves que, por cierto, eran de una calidad excepcional. Volvamos a Pronos y entreguémosle al coronel los datos recogidos. Nuestro trabajo ha terminado.

Es justo en ese momento en el que, después de que CC10 la potencia de los motores, suena un estruendoso sonido que deja desconcertado al escuadrón. Es una llamada.

- Al habla el sargento NG17.

- Sargento, ¿qué ha ocurrido? Llevo intentando comunicarme con usted no sabe desde cuándo, pero la señal era muy débil. ¿Cuál es su posición?

- Coronel Kera, prefiero informarle de ello en llegar a Pronos. Todo ha salido relativamente bien.

- ¿Tenéis idea de cuánto lleváis en vuelo?

- Claro, señor. Han pasado cuatro días desde que despegamos de la base, rumbo al sistema 22kt.

- ¿Cuatro días? Han pasado diez meses, sargento. ¿Qué demonios ha pasado? Estaba estimado un tiempo de dos semanas.

Los cuatro soldados se quedan perplejos, mirándose unos a otros, sin entender exactamente qué ocurre. El coronel Kera sigue esperando una respuesta.

- Señor yo… no sé muy bien a qué se refiere.

El copiloto CC interrumpe la conversación entre sus dos superiores.

- Coronel, nos hemos acercado al horizonte de sucesos de un agujero negro supermasivo. Creo que la gravedad nos afectó de tal manera que el paso del tiempo se vio afectado, pasando aquí mucho más despacio que en Pronos.

- ¿Que habéis hecho qué? –dice el coronel, sin acabar de creérselo del todo.

- Señor, volvemos rumbo a Pronos. Le aseguro que en llegar ahí acabará todo resuelto.

- Sí, eso está asegurado, sargento. Vuelvan de inmediato, y no tarden otros diez meses. Cambio y corto.

El piloto apaga el terminal y, tras un pensativo silencio, levanta la cabeza y observa la infinita nada tras la ventana que separa al escuadrón del colosal exterior. El mapa estelar marca la ruta más corta hacia Pronos.

- Venga, volvamos a casa.

El piloto acciona la palanca y los motores ganan mayor propulsión, directos de vuelta a Pronos.

16 апреля 2020 г. 15:26 0 Отчет Добавить Подписаться
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