leni Marlene Poblet

Un niño que se dedica a pintar chimeneas tendrá que lidiar con un trabajo que quizás le queda grande.


Короткий рассказ Всех возростов.

#magia #niños #cuento #fabula
Короткий рассказ
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El pintor de chimeneas

El pintor de chimeneas era un niño pobre y optimista que andaba de casa en casa pintando los exteriores de las chimeneas que, con el tiempo, se habían desgastado. De vez en cuando también le pedían que las limpiara y acababa lleno de carbón desde el pelo hasta la punta de los pies. Le daban poco dinero, pero para él era suficiente para comer y seguir adelante. Siempre hacía la misma ruta y a veces los vecinos le invitaban a comer al ver lo pequeñito y escuálido que era. Muchos sentían lástima por él, pero sabían que era humilde y más listo que el hambre.

Un día paseaba por la calle con un cubo de pintura y un trapo al hombro, como de costumbre, y silbaba una canción mientras disfrutaba del paisaje cuando un hombre más viejo que el tiempo le pidió, por favor, que pintara su chimenea. El niño se extrañó, pues nunca antes había visto a ese hombre en el pueblo. Sin embargo, el hombre le ofreció una gran cantidad de dinero a cambio de pintar el exterior de su chimenea.

-Esta chimenea está pasando por momentos muy difíciles. Con una mano de pintura seguro que se alegrará mucho. El fuego lleva años sin encenderse por mucho que lo intento, seguro que una vez esté reluciente el fuego me oirá y volverá a prender.

-Entiendo, señor -dijo el niño intentando ser comprensivo pero sin entender nada de lo que le decía el anciano.

-Desde que mi mujer murió el fuego no ha vuelto a encenderse. Ella se encargaba cada día de hacer una buena hoguera.

-Siento mucho su pérdida señor.

-Gracias, pero fue hace muchos años. Tú ni siquiera habías nacido-rió el anciano acariciándose la larga barba. -Ella tenía veinticinco años, se fue demasiado pronto-sonrió amable.- Ella era la única que sabía hablar con el fuego para poder encenderlo y nunca me enseñó. Anda, súbete al techo a ver si se alegra -dijo el anciano limpiando sus gafas con el borde de su camisa.

El niño tomó al hombre por loco pero se encaramó al techo y empezó a pintar. Silbaba para entretenerse cuando el hombre le pidió que limpiara un poco el interior de la chimenea. El niño empezó a sospechar pero hizo lo que le pidió porque necesitaba dinero para comer. Metió la cabeza dentro del hueco y empezó a frotar. De repente, el viento empezó a soplar más y más fuerte y el niño hacía lo imposible por no caerse. El viento empezó a soplar más fuerte aún y al niño, que pesaba menos que una pluma, se le levantaron los pies y cayó por el hueco de la chimenea. Gritó durante la caída. Siguió gritando hasta que se dio cuenta de que no llegaba nunca al suelo. Miró a su alrededor y solo veía oscuridad cuando de pronto cayó de bruces contra el suelo. Se levantó mareado creyendo estar en casa del anciano. La casa estaba vacía y no había color alguno.

-¿Hola?-preguntó al aire, pero el aire no contestó.

El niño empezó a asustarse y anduvo arrastrando los pies por la casa. Miró al suelo y vio cenizas por todas partes. Todo era gris y negro y había carbón en cada rincón. Se dirigió a la puerta para salir de la casa y al abrirla se mostró ante el un bosque con los árboles quemados. El niño se preguntaba sin parar dónde estaba y cómo había llegado hasta allí. No había ni un alma por el bosque pero empezó a andar creyendo que podría llegar a alguna parte donde alguien podría ayudarle. Gritaba para comprobar que estaba solo. Caminó y caminó y pronto estuvo sumido en un bosque triste y gris. Tenía la sensación de que podía oír llorar a los árboles por la pérdida de sus hojas pero sabía que eso no podía ser verdad.

Llegó a un río pero estaba seco, los peces yacían muertos en el fondo y las plantas se habían secado. El niño no sabía qué hacer para salir de allí y empezó a llorar asustado.

-Pssssst -se oyó desde la otra punta del bosque, casi como un susurro. El niño se sobresaltó y miró en todas direcciones, buscando de dónde provenía ese sonido.

-¿Hola? ¿Puedes ayudarme a salir de aquí? Me he perdido - gritó el niño.

El viento sopló.

-Te ayudaré si tu me ayudas a mi -contestó la voz.

El niño aceptó sin pensarlo dos veces.

El viento volvió a soplar.

-¿Qué tengo que hacer?

-Deberás derrotar al fuego. Es la única manera de salir de aquí.

El niño pensó que quizá se estaba volviendo loco, pues no encontraba la persona que le estaba hablando por ningún lado.

-¿Derrotar al fuego, dices?

-Lo han intentado muchos otros niños pero no han podido.

-¿Quién eres? ¿Dónde estás? -gritaba el niño dando vueltas.

-Soy el espíritu del bosque, niño. Estoy aquí para ayudarte.

-¿Por qué no puedo verte?

-Porque no te fijas en lo que tienes delante.

El niño empezó a pensar en lo que tenía delante y se fijaba en cada detalle. Le pareció distinguir caras en los árboles pero cuando avanzaba los rostros se desvanecían.

-¿Me ayudarás a derrotar el fuego?

El niño no contestó y siguió mirando a su alrededor hasta que vio una pequeña hoja verde que colgaba de un árbol en la otra orilla del río. Saltó de un lado al otro y trepó el árbol con agilidad. Miró fijamente la hoja verde que parecía brillar. Tenía la forma de una hoja de arce y se fijó más y más y vio unos ojos negros como la noche y una sonrisa de dientes afilados como cuchillos. Se acercó más a la hoja y descubrió que tenía brazos y piernas largos.

-¿Cómo derrotamos al fuego? -sonrió el niño.

El espíritu saltó y empezó a flotar de un lado al otro del niño.

-¿Cómo derrotas al fuego? -preguntó el espíritu con una voz susurrante.

-Con agua -contestó tajante el niño.

-Ah... Pero el río está seco. El fuego sabe que el agua le derrota así que decidió beberse el río.

-¿Qué hizo con los árboles?

-¿Qué hace el fuego con los árboles, niño?

-Se los comió para hacerse más grande -dijo el niño con astucia.

El niño bajó del árbol de un salto y el espíritu guió al niño hasta un sendero. El niño empezó a andar seguido por el espíritu que le contó la historia de su mundo.

-Hace muchos años vino el fuego a acabar con nosotros. Se bebió el río y se comió todos los árboles para hacerse inmenso. Toda la vida se acabó excepto la de aquellos que el fuego no puede comerse...

-¿A quién no puede comerse?

-A los que están de su lado.

-¿Por qué vino el fuego?

-Se dice que el fuego es el espíritu de un ser querido que no ha querido marcharse. Está enfadado por tener que abandonar su mundo antes de tiempo y decidió acabar con el de otros.

-Has dicho que hay otros niños, ¿dónde están?

El espíritu rió amargo.

-No han conseguido derrotar al fuego, pero no se los ha podido comer porque no pertenecen a este mundo y por ese mismo motivo han perecido y se han convertido en árboles y rocas.

-Eso quiere decir que tengo poco tiempo...

-No eres como los otros niños. Quizás tengas una oportunidad, pero tendrás que tener cuidado con el carbón.

-¿Por qué con el carbón?

-¿Para qué sirve el carbón, niño?

-Para alimentar al fuego... La casa estaba llena.

-Por lo que el fuego sabe que estás aquí -rió tímido el espíritu. -Las sombras te perseguirán.

-¿Y de dónde voy a sacar agua si el río está seco?

El espíritu no contestó, pues no sabía la respuesta.

-Puedo esperar a la lluvia.

-¿De dónde sale la lluvia, niño?

-Del agua que hay en la tierra... -observó.

El niño se sentó en el suelo, pensativo. ¿De dónde puedo sacar agua para derrotar al fuego si no hay agua en ninguna parte?. Pensó en el mar, en las montañas y, de nuevo, en la lluvia, pero no sabía por dónde empezar. El espíritu danzaba a su alrededor esperando preguntas que no llegaban.

-Si te quedas sentado no llegarás a ninguna parte -dijo el espíritu, aburrido.

-No tengo a dónde ir.

-Quizás sí, quizás no.

El niño miró al espíritu, molesto.

-Eso no me ayuda para nada.

El espíritu de repente empezó a flotar inquieto y subió hasta la copa de un árbol para esconderse entre las ramas secas.

-¿A dónde vas?

Se oyeron pequeños golpes en el suelo del sendero. El niño miró hacia adelante y no vio nada. Miró atrás y vio lo que parecían ser piedrecitas que avanzaban hacia él. El sonido era cada vez más fuerte y el niño esperó a ver qué pasaba. Una sombra se acercó hasta él y miró al suelo. Eran trozos de carbón y el niño siguió andando. Las piedras de carbón anduvieron detrás de él y el niño se agachó para observarlas. Tenían ojos grandes y rojos y manos largas y pies pequeños. Las piedrecitas de carbón empezaron a gritar con voz aguda y el niño les dio una patada. Entonces, las piedrecitas saltaron sobre él para atacarle y el niño empezó a gritar. Le golpearon en todas partes haciéndole moretones.

-¡Soltadme!

Las piedrecitas tiraron al niño al suelo y le cogieron con mucha fuerza. El niño se resistía y pegaba patadas al aire en vano. Le alzaron y empezaron a llevarle por el bosque alejándole del sendero. El niño pidió ayuda al espíritu, pero no apareció. Las piedrecitas le alejaban cada vez más hasta que perdió el sendero de vista y el niño se enfadó mucho. Se movió con más fuerza y logró soltarse de una pierna y pegando patadas a las piedrecitas se liberó de la otra pierna. Con los brazos aún sujetos por las sombras se levantó y echó a correr hasta el sendero y golpeó a las piedras contra los árboles para quitárselas de encima. Las golpeó con las manos y las pisoteó con los pies como loco hasta que se las hubo quitado a todas de encima. Corrió hasta el sendero y corrió aún más hasta que se agotó. Exhausto, empezó a andar con las piernas temblando.

-Te advertí sobre el carbón.

El niño miró al espíritu y lo agarró con fuerza con la mano, pero éste se escurrió con agilidad. Lo volvió a atrapar y volvió a escapar.

-No puedes cogerme, no eres de este mundo.

-Me has abandonado.

-Si me come el fuego, los árboles morirán.

-¿Y si me coge a mi?

-Aparecerá otro niño -rió el fuego.

-Si no soy de este mundo, ¿por qué puede cogerme el carbón?

-Porque el fuego es de tu mundo.

-Eso no tiene ningún sentido -sentenció el niño.

El espíritu volvió a reír.

-¿Dónde se esconde el fuego?

El espíritu calló y el niño resopló.


Llegaron a un camino que se dirigía a una casa y el espíritu volvió a advertir:

-Es la casa de la bruja de la noche.

-Quizás pueda ayudarme -se apresuró el niño.

-No entiendes nada, niño. ¿Qué deben hacer los niños por la noche?

-Dormir.

-¿Y qué pasa si no duermen?

-No lo sé.

-Piensa, niño. Esa bruja no te ayudará.

-Tú tampoco me has ayudado.

-Los otros niños me hicieron caso.

-Los otros niños ahora son árboles -replicó el niño dirigiéndose hacia la casa y el espíritu del bosque se escondió en una rama y observó riendo.

El niño picó a la puerta y esperó. Una anciana abrió la puerta y sonrió con la boca negra y una mirada penetrante. Era muy grande y parecía que si abría bien la boca podría comérselo de un bocado. El niño se arrepintió de no haber escuchado al espíritu.

-¡Otro niño! -la anciana se frotó las manos.

-¿Podría usted ayudarme?

-Si quieres derrotar al fuego, aquí no tienes nada que hacer.

-Solo quiero comer un poco, me muero de hambre.

La anciana abrió la puerta y con un ademán hizo pasar al niño. Dentro de la casa había carbón y el niño se asustó hasta que vio que estaba muerto. Todo era como afuera, gris y cubierto de ceniza. La anciana sentó al niño en la mesa y caminó por la casa con torpeza. Luego, le sirvió un plato oscuro de sopa y el niño dudó antes de llevarse una cucharada a la boca.

-¿Ayuda usted al fuego?

-Yo no ayudo a nadie -contestó la anciana sentándose a la mesa.

-Pero no quiere ayudarme a derrotarle.

-El fuego nos ayuda a mantenernos en calor y hace salir el sol por las mañanas, pastelito.

-Pero si la ceniza cubre todo el cielo, el sol no se ve. Además, usted es la bruja de la noche, ¿por qué quiere que salga el sol?

-Porque así no tengo que trabajar, pastelito -rió la bruja a carcajadas.

La bruja le miraba babeando y con ojos brillantes y el niño empezó a asustarse.

-¿No come usted?

-Estoy a punto de hacerlo -repuso la bruja.

El niño se asustó más y se levantó.

-Debería irme ya.

La bruja saltó sobre la mesa con una agilidad increíble y el niño echó a correr por la casa. La bruja le perseguía arrastrándose por el suelo a cuatro patas.

-¡No puedo alimentarme solo de carbón, niño! -gritaba mientas le perseguía. -La noche necesita a los niños que están despiertos -se reía a carcajadas mientras corría frenética detrás del niño que bajó por unas escaleras tropezándose sin saber a dónde se dirigía. Se escabulló por debajo de una puerta que estaba cerrada con cerrojos y se apoyó para aguantarla. La bruja dio golpes y golpes contra la puerta y el niño empezó a llorar, más asustado que nunca.

-No podrás seguir allí siempre -canturreaba la bruja al otro lado de la puerta. -¡Sal de ahí! -resonó la voz de la bruja, ahora más grave. Era una voz que penetraba el alma de aquellos que la escuchaban.

El niño se apartó y camino en la oscuridad completa tanteando las paredes a su lado. La voz de la bruja era cada vez más débil y más lejana y el niño empezó a calmarse hasta que dejó de escucharla por completo. Se secó las lágrimas.

-¿Dónde estoy? ¿Tendrá alguna salida? -se preguntaba a si mismo.

Un olor fresco empezó a notarse en el aire. Siguió el olor andando a ciegas hasta que vio un resplandor frágil. Se acercó y vio una luz que emanaba de un pozo azul. Se encaramó al pozo y miró hacia abajo. Dentro había agua brillante y clara.

-¡He encontrado agua!

-No grites... -dijo una voz dentro del pozo.

-¿Quién eres?

-El espíritu del agua. La bruja holgazana me atrapó para no derrotar al fuego.

El niño alargó los brazos y cogió el espíritu del agua. Era como una tela suave y frágil del tamaño de un pañuelo y fría como el invierno.

-He venido para derrotar al fuego.

El espíritu del agua empezó a saltar en las manos del niño.

Se oyó un crujido en el fondo del pasillo y una risa siniestra que invadió toda la habitación.

-Puedo oler a un niño despierto en presencia de la noche... -cantó una voz acercándose. -Pastelito, pastelito...

El niño se asustó y el espíritu del agua tiró de su mano para dirigirle hacia el pozo. El niño se sentó en el cubo del pozo, temblando.

-Los niños deben dormir para que la noche no les coma...

La bruja agarró el tobillo del niño, que gritó aterrado. La bruja abrió la boca que era del tamaño del niño y empezó a acercarse a él. El niño gritó e intentó liberarse de la bruja cuando el espíritu del agua tiró de la otra pierna del niño y el crío cayó al agua. La bruja gritó y alargó el brazo para cogerle sonriendo. El niño cogió una bocanada de aire y se sumergió en el agua. El espíritu del agua guió al niño mientras buceaba. Todo era brillante y colorido y había algas y peces a su alrededor que se alegraban por su visita. Se quedaba sin respiración. Su cara se puso roja y le empezaron a doler los ojos.

-Aguanta un poco más.

El niño se desmayó y los peces le cogieron para llevarle hasta la otra punta del canal que daba a un pozo tapiado. El niño se ahogaba mientras el espíritu del agua intentaba romper la madera. Los peces ayudaron al espíritu a romper la madera y algo, desde fuera, la hizo crujir con fuerza y se abrió una pequeña rendija por la que pudieron sacar al niño, que expulsó toda el agua que había tragado. Empezó a respirar rápidamente hasta que se relajó y se sentó en la madera. Vio a su lado el espíritu del bosque, ahora la hoja era color ocre. Junto a él, había una pluma de color gris con ojos grandes azules que le miraba. El espíritu del agua estaba asomado a la madera.

-¿Por qué tienes ese color?

-Porque estoy muriendo -contestó fríamente el espíritu del bosque.

El niño supo entonces que se quedaba sin tiempo. Se percató de la pluma que bailaba junto al espíritu del bosque.

-¿Quién eres tú? -preguntó a la pluma.

-Soy el espíritu del viento. Por fin te conozco. Siento haberte empujado.

-No deberías haberlo hecho.

-Estamos muriendo, niño -contestó el espíritu del viento.

-Cuánto tiempo sin verte, agua -dijo la pequeña hoja ocre.

-Te ha cogido el carbon, ¿verdad? -inquirió el agua.

De repente, algo empezó a oscurecer más el cielo. El espíritu del agua se escondió y el del bosque se metió dentro del pelo del niño.

-Agáchate.

El espíritu del viento no podía esconderse, pues él decidía hacia adónde iban las corrientes del viento. Salió del pozo y una mano alargada y más grande que el bosque pasó por encima del pozo. Era una mano de llamas que quemaba todo lo que estaba a su alrededor. Atrapó al espíritu del viento y el niño fue a gritar pero el bosque se lo impidió.

-Te he buscado por todas partes, viento -dijo una voz que sonaba como un trueno. Arrastró al espíritu del viento y el niño se asomó para ver cómo se lo llevaba a la boca y se lo comía. En realidad, costaba mucho distinguir la boca del resto del cuerpo, era todo muy parecido. Eran llamas enormes y rojas que se confundían con el cielo y ocupaban todo cuanto la vista podía alcanzar. El niño volvió a esconderse aterrorizado. Las llamas desaparecieron de golpe y el niño volvió a respirar. Tosió por todo el humo que había quedado en el aire y los espíritus salieron de sus escondrijos.

-Tenemos que darnos prisa o nos encontrará...-susurró el espíritu del agua.

El niño cogió al espíritu del agua y lo metió en el bolsillo, decidido a derrotar al fuego.

Empezó a andar con el espíritu del bosque sentado sobre su hombro.

-¿Cómo lo derrotaré con una simple gotita de agua como tú? -preguntó el niño mientras andaba por el sendero pero no obtuvo respuesta.

-¿Por qué es malvado el fuego?

-Ya te he dicho que se trata de un fantasma que no ha querido marcharse, niño.

-¿Y por qué quiere acabar con vosotros?

-Deja de hacer preguntas estúpidas, niño.

-Tienes que pensar cómo derrotarás al fuego.

-Pero no sabéis dónde vive...

-Vive en todas partes, niño. Deberás encontrarlo.

El resto del camino lo pasaron en silencio mientras el niño pensaba. No sabía adónde se dirigía pues nadie sabía exactamente dónde se escondía el fuego. Pensó en atraerle con la ayuda de los espíritus pero sabía que se esconderían y no serviría para nada. Unas sombras empezaron a seguirles por el camino y el niño pensó con astucia que se dejaría capturar.

-Meteos los dos en el bolsillo y confiad en mi. Ellos nos llevarán hasta el fuego.

El espíritu del agua se escondió sin decir nada pero el espíritu del bosque era más desconfiado. El niño intentó atraparlo pero el se escabulló.

-Necesito que confíes en mi -insistió el niño.

-Los humanos no sois buenos con el bosque, no puedo confiar en ti. Ya te he ayudado suficiente -sentenció el espíritu del bosque, que desapareció escondiéndose entre unas ramas secas de lo que años atrás fue un arbusto.

El niño silbó con fuerza y las piedrecitas de carbón encontraron al niño rápidamente y se dejó capturar. Le agarraron y le llevaron fuera del sendero. Reían felices y sonaban como pequeñas flautas al gritar. El niño se relajó y pensó cómo debía actuar delante del fuego para que no le convirtiese en árbol como a los otros niños. Cada vez hacía más calor cuando llegaron a un pequeño claro. En el centro yacía una pequeña hoguera con una llama diminuta que se mecía como si bailara. Había piedrecitas de carbón por todas partes y gritaron al ver llegar al niño. El fuego se hizo más grande. Soltaron al niño delante de la hoguera y el fuego tomó una forma humana formada por llamas.

-No deberías estar aquí, pequeño -dijo una voz de mujer ronca y desagradable.

-He venido para advertirte de que el espíritu del bosque intenta derrotarte.

-Vaya...¿Tan estúpida crees que soy? -le acarició la cara quemándole el mentón.

-Sé dónde se encuentra -dijo el niño decidido plantando un pie en el suelo.

-¿Vas a traicionar a alguien que te ha ayudado? Eres una pequeña rata, pequeño -rió el fuego y se hizo un poco más grande. -¿Dónde está el espíritu del bosque, mi pequeño delator? -le envolvió el fuego.

-Se encuentra cerca de la casa de la bruja de la noche -empezó a sudar el niño.

Miles de piedrecitas echaron a correr en esa misma dirección. El niño sabía que la bruja de la noche se comía al carbón y así sería más fácil derrotar al fuego. Además, sabía que el espíritu del bosque estaba escondido y no le podrían encontrar.

-¿Por qué has decidido ayudarme ahora, pequeño? ¿Es que acaso me temes, quizás?

-No quiero convertirme en árbol. Quiero volver a mi casa.

-Es una lástima... Eso no será posible. Los niños que acaban aquí no pueden regresar.

-¿Por qué no?

-Porque este no es vuestro mundo y yo no lo voy a consentir.

-Tampoco es el tuyo -repuso el niño.

El fuego se enfadó y se hizo una gran llama mas alta que los árboles que lo rodeaban.

-Empezó a ser mi mundo tras mi muerte, pequeño impertinente -dijo con una voz de trueno.

-No entiendo por qué quieres destruir este mundo -el niño empezó a temblar.

-Una alma pura como la tuya no conoce todavía el rencor ni el sufrimiento, pequeño -volvió a disminuir y a tomar voz de mujer. -Y yo te haré el favor de no tener que conocerlo nunca. ¿Sabes lo que te pasará ahora, verdad? -dijo cogiendo dos árboles y tirándolos a la hoguera con tranquilidad.

-Me convertiré en árbol.

-Así es. Y luego te comeré para hacerme más grande. -El fuego se acercó al niño y empezó a oler a pelo quemado. Le había quemado la cara y el brazo y el niño aguantó las ganas de llorar del dolor que sentía.

Unas piedrecitas de carbón aparecieron a lo lejos cargando con el espíritu del bosque en brazos que ahora tenía pequeños agujeros. El niño se sorprendió al verlo atrapado.

-Vaya, vaya... No esperabas que lo encontraran, ¿verdad?

El niño no se atrevió a decir nada. El fuego cogió algunos de sus súbditos y los echó a la hoguera mientras los oía gritar. Luego se acomodó.

-Hace tiempo que te busco. Eres muy escurridizo -inquirió el fuego y se hizo pequeño del tamaño de la pequeña hoja. -Si no llega a ser por mi pequeño confidente, no te habría encontrado nunca.

La pequeña hoja era color marrón y estaba muy débil. El niño pensó que esa su oportunidad.

-Algún día llegará alguien solemne que acabará contigo.

El fuego echó a reír creciendo más y más.

-Despídete de los árboles, pequeño.

El fuego cogió a la pequeña hoja marrón y con solo tocarla desapareció y todos los árboles que aún estaban en pie se pudrieron de golpe. El fuego se hizo tan grande que ocupó todo el bosque.

-Eres más malo que yo, pequeño -dijo el fuego.

-¡Pensé que se escondería! -dijo al fin el niño gritando para soltar la rabia que tenía dentro. El fuego rió.

-No puede esconderse si está a punto de morir.

El niño no sabía qué más podía hacer. Habían capturado al espíritu del bosque y había muerto por su culpa. Había perdido la única oportunidad que había tenido. Pero inmediatamente, tuvo una idea. Agarró un tronco con la mano y escondió el espíritu del agua dentro. Sabía que si echaba a la hoguera una gota de agua todo moriría.

-Niño, ahora te toca a ti -dijo el fuego volviendo a hacerse pequeño. Antes de poder echar a la hoguera el tronco, el fuego le comió y todo se volvió negro.


El niño se sentía extraño cuando despertó. Todo a su alrededor era gris y lleno de cenizas. Sin embargo, él se sentía lleno de energía y fuerza. Intentó mirarse y no pudo moverse. Se había convertido en un baobab que alcanzaba el cielo. Sus ramas estaban llenas de color verde y tenía pequeñas flores rosas.

-¿Cómo es posible? -gritó el fuego al verle. Se hizo más alto que el árbol y lo arrancó de raíz. Se lo metió en la boca y empezó a salir humo por todas partes. El fuego empezó a gritar agónicamente mientras moría. Poco a poco se hacía más y más pequeño. Gritaba y gritaba de dolor mientras se apagaba.


El espíritu del agua salió de las raíces del baobab y se hizo tan grande como el fuego. Entonces, besó al árbol y se echó encima del fuego extinguiendo sus llamas para siempre. El niño volvió a recuperar su cuerpo y cayó del cielo. Mientras caía, pudo ver a su alrededor miles de árboles creciendo desde sus raíces, que seguían enterradas, y floreciendo a una velocidad apabullante. Antes de caer al suelo, se enredó entre unas ramas que le sujetaron con delicadeza hasta dejarlo en el fresco césped. El niño no entendía nada. El espíritu del bosque se acercó a él y empezó a bailar a su alrededor.

-¡Lo has conseguido, niño! -gritaba mientras salían de él pequeñas semillas que se esparcían por todas partes al girar.

-¿Qué ha pasado? -preguntó el niño confuso.

-No me soltaste antes de convertirte en árbol. El baobab guarda agua cuando la necesita y el fuego te comió sin saber que estarías tan lleno como un océano -explicó el espíritu del agua.

El espíritu del viento sopló y apareció en forma de pájaro junto a tres espíritus más: el espíritu del día, que creó el día más brillante de todos; el espíritu de la lluvia que dispersó las nubes hasta las montañas, que ahora podían verse en la lejanía; y el espíritu de los animales, que tenía forma de liebre. Todos danzaron alrededor del pequeño niño que los había salvado. Todo era colorido, lleno de vida y el río bajó con más fuerza de las montañas que antes.

-Siento haber dejado que te encontraran, pensé que esconderías.

El espíritu del bosque se limitó a entregarle una semilla.

-Mientras las raíces sigan debajo de la tierra, los árboles no morirán nunca.

-¿Qué pasará con los niños que atrapó el fuego? -recordó el niño preocupado.

-Se quedaran conmigo y darán frutos a los animales -explicó el espíritu del bosque más verde y más brillante que nunca.

-Es tu momento de marcharte -sentenció el espíritu del viento. Le cogió con las patas y le alzó por los aires desde donde el niño pudo ver un mundo vivo que había recuperado la magia. El espíritu del viento le soltó cuando estuvo a la altura de las nubes y el niño cayó precipitándose hacia el suelo mientras veía un arco iris en las montañas atravesando la lluvia.

El niño cayó sobre una pequeña hoguera quemándose el culo y se apartó inmediatamente dando un brinco. Estaba en la misma casa en la que había despertado, esta vez, llena de luz. Miró hacia la chimenea y vio el hogar encendido con un fuego que parecía mirarle. Se le acercó y se tocó la cara donde tenía el quemazón.

-No vuelvas a intentar acabar con ellos -amenazó el niño.

-Sería mejor que te alejaras, nunca le gustaron los niños -dijo el anciano a su espalda.

Se miraron a los ojos. El anciano pagó al niño.

-Gracias por devolvérmela.

El niño metió el dinero en el bolsillo donde encontró la semilla que le había dado el espíritu del bosque. Antes de salir por la puerta escuchó al anciano hablar con el fuego.

-Te he echado de menos. No vuelvas a irte.

El niño cerró la puerta detrás de él y sonrió al ver el sol radiante sobre su cabeza. Echó a correr y a silbar mientras el viento mecía los árboles y apretó con fuerza la semilla en su mano.








28 марта 2020 г. 17:53 0 Отчет Добавить Подписаться
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