El Cosmos observado
es proyección del Universo interior.
Una hipótesis tan plausible
como otra cualquiera, que hago mía.
Y una sabiduría que viene de lejos,
tan sólo asequible para el hombre introspectivo,
a través de la meditación y la reflexión,
estados mentales que provocan
la proyección desde el ser al Ser,
desde la oscuridad absoluta a la Revelación.
Los Upanishad (800-400 a de C), ya la recogían.
Sirio dista de nuestra Tierra veinticinco años luz,
pero la vimos anoche,
la veremos hoy y la veremos mañana,
porque Sirio forma parte de este Universo interior,
accesible e intemporal, donde el tiempo es siempre presente,
siempre pasado, siempre futuro.
Aldebarán, la estrella rojo anaranjada
de la constelación de Tauro
gravita en torno a la misma a una distancia
de sesenta y cinco años luz;
en su seno cabrían diez mil soles como el nuestro,
una estrella enana amarilla
que lleva dándonos luz y calor
miles de millones de años,
pero en nuestra mente es sólo un punto fluctuante
de una constelación apenas visible.
Así son las cosas en nuestro Universo íntimo,
que reduce a la nada el tiempo, la masa y la distancia.
Así se explica en los sagrados textos;
y en los mandalas micro-macrocósmicos;
así también en la Metafísica de los griegos,
como un balbuceo.
Así, con la desnuda y calculada visión de la Ciencia,
lo explica la nueva cosmología,
con palabras y conceptos
que nada se diferencian de los antiguos.
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