Lago Ness, Escocia. 1295
Los dos guerreros se desarmaron y quitaron los kilts para llevar a cabo la tradición que tantos años atrás habían establecido después de cada batalla ganada: bañarse en el Lago Ness, el lago que podían ver desde el castillo de su señor, el castillo de Urquhart.
Los Gemelos de la Muerte, como habían sido bautizados al contemplar los cadáveres que dejaban a su paso, se tiraron al agua turbia del lago y nadaron con tranquilidad en el agua fría para calmar los músculos luego del esfuerzo en la lucha.
Los hermanos se quedaron flotando en el agua con los ojos cerrados hasta que ambos sintieron que el agua comenzaba a formar un remolino entre los dos, separándolos por unos segundos.
Los muchachos nadaron a contracorriente hasta que lograron darse la mano, pero la velocidad y la anchura del torbellino aumentaron alejándolos de nuevo, haciéndolos girar con gran rapidez y tragándoselos como si un monstruo los engullera de un solo bocado.
—¡Jon! —gritó uno de ellos atragantándose con el agua al abrir la boca.
No obtuvo ninguna respuesta, pero tampoco la hubiera podido oír debajo de toda aquella masa de agua que le golpeaba el rostro y el cuerpo.
Ambos cerraron los ojos con fuerza e intentaron nadar hacia la superficie. Todo el esfuerzo fue inútil. Estaban cansados. Con frustración dejaron de pelear y el agua los llevó hasta las profundidades oscuras y cálidas del lago.
El aire de los pulmones de los hermanos llegaba a su límite y ya se resignaban a la tragedia cuando sintieron que el agua los elevaba hasta el exterior con premura.
Las cabezas rubias de los dos chicos salieron del agua cogiendo aire para llenar sus pulmones y tosiendo el agua que habían tragado. Se buscaron mutuamente y se acercaron para abrazarse.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Jon a su hermano.
—No lo sé.
—¡Bienvenidos, guerreros! —los saludó una mujer joven morena, de ojos negros saltones y piel blanca desde la orilla del lago.
—¿Quién eres? —le gritó Jon situándose, instintivamente, delante de su hermano.
—Perdonad mis modales. Me llamo Mágissa y soy una bruja con un propósito en la vida.
—¿Cuál es ese propósito? —quiso saber el hermano de Jon.
—Que se cumpla vuestro destino, por supuesto.
Los hermanos se miraron desconfiados y asombrados a la vez. Echaron un vistazo a su alrededor intentando divisar el castillo de su señor, pero no estaba por ningún lado, excepto por una cabaña de madera un poco envejecida.
No reconocían nada de ese paisaje.
—¿Dónde estamos? —preguntó Jon.
—Muy lejos de Escocia —contestó la bruja sin dejar de dedicarles una gran sonrisa amable. Tras observar los rostros taciturnos y contrariados de los hermanos añadió—: No estáis muertos y no es ningún sueño. Estáis muy vivos y muy despiertos. Salid del agua u os arrugaréis como pasas.
Los muchachos nadaron despacio hacia la orilla y cogieron las extrañas ropas que la bruja les ofreció. Observaron los ropajes con detenimiento y se miraron desconcertados.
—Son pantalones y camisetas. Los pantalones son para las piernas y las camisetas para el torso. Así —les indicó la chica como si estuviera vistiendo a dos niños pequeños—. Seguidme, estaréis hambrientos.
La bruja subió la pequeña colina hasta la cabaña y abrió la puerta dejándoles pasar.
Los Gemelos de la Muerte se agacharon un poco para poder cruzar el umbral y se sentaron en unas mecedoras dispuestas frente a la chimenea.
—¿Dónde estamos si no hemos muerto ni estamos soñando? —inquirió Jon dejando que su hermano se calentara con el fuego que crepitaba en la chimenea.
—Es complicado de explicar y, aunque os lo explique no lo vais a entender. Solo os diré que estáis en Isla Pyrena, una de las siete islas más importantes de este mundo.
—¿Y estos ropajes de qué clan es?
—Esta es la ropa que se utiliza en esta época.
—¿Época? ¿Qué día es hoy? —quiso saber Jon extrañado.
—Perdonadme de nuevo por mi ineptitud. Hoy es 24 de junio de 2005. Viernes, para ser más exactos.
—¿2005? No puede ser —respondieron los hermanos al unísono y con los ojos como platos.
—Es posible. Como os he dicho antes, es complicado de explicar. Esto es extraño, lo sé, pero os haréis pronto a la isla y a sus costumbres.
—¿Y si no queremos quedarnos?
—Querréis quedaros cuando os cuente vuestro destino. Además, no podéis iros. Puedo traeros, pero no que regreséis.
—¿Por qué?
—Porque vuestro destino está escrito aquí, no en Escocia.
—¿Y cuál es ese dichoso destino?
—Aún no puedo contároslo, pero confiad en mí. Os aseguro que es mejor que el que tendríais en Escocia.
Спасибо за чтение!
Мы можем поддерживать Inkspired бесплатно, показывая рекламу нашим посетителям.. Пожалуйста, поддержите нас, добавив в белый список или отключив AdBlocker.
После этого перезагрузите веб-сайт, чтобы продолжить использовать Inkspired в обычном режиме.