triznia Triznia Beatriz Jiménez

¿Nos os pasa que una canción os invita a imaginar todo un contexto, personajes, acciones, sentimientos, tragedias...? En esta colección de relatos busco canalizar estas pequeñas ideas en relatos tan bellos como las canciones en las que están inspirados.


Короткий рассказ Всех возростов.

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Dying in LA - P!ATD


Las cortinas bailan con la suave brisa del aire acondicionado. Ocultan el endemoniado sol que brilla con toda la fuerza de su gloria, independientemente de lo que los mortales queramos. Tengo el aire acondicionado lo más alto posible para que no me caigan gotas de sudor, pero no lo suficiente como para tener que vender un riñón cuando llegue la siguiente factura. He intentado abrir la ventana cinco veces para dejar pasar la brisa marina, pero las alegres conversaciones de los turistas, los niños chillando en la piscina o el simple piar de los pajarillos me taladraban la mente con la fuerza de una centrifugadora.

Pero nada es tan doloroso como la página en blanco que se tengo ante mis ojos. Puedo sentir cómo se ríe de mí. Llevamos casi dos horas mirándonos fijamente. Por ahora ella gana el duelo, nunca pestañea, no se amedrenta, no cede. Ni una palabra. Es un nuevo récord.

Observo la pila de páginas sobre la mesa, llena de tachones y comentarios en todo tipo de colores, con post-its y hasta purpurina. El corcho tras el ordenador está vestido a juego. Estoy rodeada de la peor y mejor serie de policías que el mundo jamás conocerá. Eso, claro, si la acabo algún día. Y si la vendo. La producen. Funciona. La emiten…

Me mareo simplemente de pensar en el futuro.

Antes era brillante, como el sol que intenta colarse por entre las cortinas. Lo tenía todo muy claro. Era la mejor idea que había tenido en mi vida. Mis profesores la amaban, mis compañeros la envidiaban, las musas me sonreían y mis dedos no cesaban de aplastar sin miramientos las teclas de mi ordenador.

Había conseguido una pequeña beca para seguir escribiéndola, así que me había mudado a LA para poder hacer networking, respirar el arte del lugar, compartir ideas… Y al principio había sido cegador. Todo aquello que siempre había soñado. Conocí a gente que admiraba, me invitaron a fiestas de escándalos y conseguí un moreno estupendo. Estaba viviendo la vida que siempre deseé… pero no escribí. Y las musas decidieron abandonarme.

Llevaba un mes intentando reconciliarme con ellas. Había dejado las fiestas, los brunches de precio desorbitado, el codearme con famosillos y hasta el visitar la playa dos veces al día. Me dedicaba en cuerpo y alma a aquella historia por la que antaño habría dado mi brazo izquierdo y que cada vez sentía más endeble. Habría releído tantas veces el manuscrito, recolocado y vuelto a poner como al principio las tramas, reescrito personajes, eliminado escenas, escrito otras nuevas, recuperado las viejas… mi bebé, mi pequeño y prometedor primogénito parecía un frankstein recosido y con trozos que no terminaban de encajar ni sabía si eran realmente suyos.

Había momentos en los que únicamente quería que todo acabase. Coger todos aquellos papeles y mandarlos directamente al contenedor de reciclaje. Que se convirtieran en periódicos o en pasta nueva para que otros los llenaran de palabras que mereciesen la pena. Volver a casa. Empezar desde cero. Otra historia. U otra vida. Otra carrera. No era demasiado tarde, aún podría ser enfermera, como mi madre… o seguir el negocio de carpintería del abuelo, o cualquier cosa. Cualquiera que no implicase seguir pensando en qué prueba deberían de encontrar en el segundo giro del tercer episodio o si liar a Karen y a Brendon en el sexto episodio sería demasiado normativo.

Sonreía a las cajeras y a los reponedores y a los conductores de autobús imaginando llevar una existencia tranquila, con un trabajo en el que el cerebro realizase una tarea mecánica y repetitiva. Aquello que tanto me había asustado años atrás, eso de lo que había huido: estabilidad, conformismo, compromiso a largo plazo, falta de retos… todo eso ahora se me antojaba como un sofá mullido y suave en el que acostarme y descansar. Porque sentía que llevaba año y medio de parto y que el bebé se negaba a salir, a crecer, a ser libre. A liberarme.

Me levanté apartándome el pelo de la cara y haciéndome un moño (tercer cambio de look de la mañana), colocándome bajo el aire acondicionado, respirando hondo el aire fresco que era lo único que me separaba de caer redonda sobre el teclado y echarme un sueño de varios meses. No tenía nada que hacer a parte de escribir, pero no podía escribir porque estaba frustrada y no podía seguir con mi vida superflua y altamente entretenida porque me sentía culpable por no estar escribiendo. Era un círculo vicioso del que no veía la salida.

Miré el reloj y apagué el aire acondicionado. Para colmo de males, el dinero de la beca empezaba a acabarse. Había planeado que por estas fechas tendría el guion y la biblia terminados, estaría ya buscando productoras o incluso financiación. Noté un vacío en el estómago, como un agujero negro que pretendía tragarme de dentro a fuera. Había sido una ingenua. Todo tan planeado, sin posibilidad de error y desvíos. Estaba en racha, nada podía salir mal.

Pero salió.

Y todo había sido culpa mía, borracha de aventuras y bueno… alcohol, no voy a mentir a nadie.

Volví a la mesa, pero bajé la pantalla. No me había funcionado la idea del relato. Escribir algo sin pensarlo demasiado, literario, sin diálogos, acción pura. Nada.

Volví a coger las fichas rosas de los puntos de giro. Necesitaba añadir dos más, importantes, casi clave, que no pudieran intuirse, que no estuvieran trillados, que dejasen a los espectadores tan shockeados como en las primeras temporadas de Game of Thrones. Pero había cerrado el cupo de muertes, amoríos, hijos secretos, accidentes del pasado y hasta identidades fraudulentas. De esos puntos de giro dependían tanto la trama principal como dos secundarias de un policía y una ama de casa.

El sudor empezó a condensarse en mi nuca. Así que abrí la ventana con cero expectativas de poder dejarla así. El ruido de tráfico inundó la habitación, pero no me molestaba. Me recordaba a mi casa. Vivíamos cerca de una calle principal y el ruido de motores, frenos, cláxones ocasionales y hasta algún insulto frenético me llevaban a otros tiempos más sencillos. Noté como mis hombros se relajaban una octava que era lo más en paz que había estado en semanas.

—Señora, le pido que nos abra la puerta.

La voz autoritaria de un hombre me sacó de aquellos instantes de paz, si la podíamos llamar así. Me asomé con curiosidad y en efecto, era un policía con su compañero. El que había hablado tendría unos cuarenta y muchos, el otro era joven y bastante guapo. Probablemente hubiera acabado en LA esperando ser modelo o actor. La gente en LA era especialmente guapa por eso.

—Señora, tenemos prisa.

Mi zona era bastante aburrida, sólo venían a acabar con fiestas o como mucho a confiscar marihuana. Pero nunca estaban tan serios por algo así.

La señora era mi casera y estaba tomándose su tiempo mirando su gran manojo de llaves. Iban a abrir la casa de uno de mis vecinos de enfrente. Si no recordaba mal, era el escuálido exhibicionista. Le encantaba pasearse en cueros con su porro en la boca. No me podía quejar, era silencioso y dejaba un olorcito muy interesante entre la maría y el incienso con el que intentaba cubrirla. Eso sí, no alegraba demasiado la vista.

Cuando la señora metió al fin la llave en la puerta, vi como todos daban un paso atrás y se tapaban la boca. No tardó ni un minuto en llegar la peste a mi casa. Cerré la ventana corriendo. Era un olor que no había olido en mi vida. Se parecía a aquella vez en la que mis compañeras de piso se dejaron la basura sin tirar durante todas las navidades. Pero peor. Era como si esa basura hubiera vomitado otra peor.

Entonces lo imaginé.

Y abrí de nuevo la ventana, tapándome la boca y la nariz con la camiseta.

El policía mayor entró a ver lo que fuera que le esperaba dentro. Lo vi a través de la ventana de mi vecino. Se tapaba la boca con un pañuelo de tela y observaba algo con detenimiento y asco al mismo tiempo.

Pero mi atención viró rápidamente a mi casera y el policía buenorro con una sola frase:

—¿La tienes?

Siempre he tenido muy buen oído y estaban a pocos pasos de mi apartamento, si no, no podría haberlos escuchado. Apenas susurraban, pero la señora estaba algo sorda.

La mujer asintió y sacó una bolsa de papel de los pliegues de su larga falda. El policía se alejó un poco de la puerta, miró el contenido de la bolsa y se la guardó en el paquete.

Mi mandíbula se desencajó por completo.

Podría ser cualquier cosa. Dinero, pruebas, un bocadillo… droga. Podrían ser abuela y nieto o saber qué. O cómplices. Escribir una serie policiaca me tenía paranoica.

El policía la pasó algo pequeño como pago y la mujer se lo guardó en el abundante escote.

El olor acabó entrando en mis fosas nasales y al evitar una arcada se me escapó un ruido que hizo que miraran en mi dirección. Me escondí rápidamente.

El corazón me iba a mil por hora. ¿Acababa de ver a un policía hacer algo ilegal? ¿Cómo de segura estaba en estos apartamentos si mi casera hacía trapicheos con polis corruptos?

Y entonces miré a mi corcho.

Y los ángeles cantaron, el sol brilló con más fuerza que nunca y el olor dejó de importarme lo más mínimo.

La ama de casa y el policía estaban compinchados en tráfico de drogas.

Toda la serie hizo click, de principio a fin. Todas las escenas que sobraban, las tramas, los puntos de giro. Todo tenía sentido ahora.

Cerré la ventana olvidando por completo lo que pudiera suceder fuera de mis cuatro paredes y me puse a reordenar todo mi corcho.

Sí. Mi bebé. Al fin había salido. Era tan hermoso como lo imaginaba.

¿A quién le importaba si mi vecina era una traficante de drogas? ¿O si mataba a sus inquilinos para robarles? Era todo improbable. Tampoco me importaba que mi vecino (o a saber quién) estuviera descomponiéndose a menos de diez metros de mi habitación.

Mi sueño continuaba.

LA me sonreía.


Link a la canción de Panic! At the Disco. https://www.youtube.com/watch?v=iahWWAr82Q0

25 февраля 2020 г. 15:12 0 Отчет Добавить Подписаться
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