Juan acaba de comenzar su nuevo empleo como vigilante en el cementerio de la ciudad, aquel no era un trabajo muy lujoso y tampoco es que le agradara la idea de estar en un lugar lleno de muertos, pero necesitaba dinero y esto era lo único que había.
¡La primera noche de trabajo llegó¡ y Juan no estaba para nada entusiasmado; envuelto en oscuridad el cementerio se veía mucho más tétrico que durante el día, las únicas fuentes de luz eran la luna y su linterna, el aire helaba dando la cesación de que sus pulmones se congelaban con cada inhalada, el viento soplaba entre las copas de los arboles haciéndolos crujir, se sentía como una escena de película de terror. Juan encendió su radio e intentó buscar alguna emisora, mas todo lo que oía era estática por lo que decidió apagarla. Pasó la noche muriéndose de aburrimiento mientras bebía café para mantenerse despierto, así terminó su primera noche como vigilante.
La segunda noche, pese a café que había tomado, Juan cayó dormido en el puesto de vigilancia, dormía plácidamente hasta que un extraño ruido lo despertó, se oyó como una campana, miró a los lados sin encontrar nada, nuevamente sonó la campana, confundido salió a revisar—. “Deben ser unos adolescentes jugándome una broma” —pensó Juan mientras buscaba la fuente del sonido, la campana sonaba constante y ferozmente por lo que era fácil saber de dónde venía, pero al llegar al origen John se sintió perturbado.
Se traba de una vieja tumba, frente a la lapida había un palo de madera con una campana y ésta tenía una hilo que pasaba por un hoyo en el suelo hasta el interior de la tumba, Juan trató de negarlo pues aquello parecía imposible, pero la campana volvió a sonar, aterrado, Juan salió corriendo lejos. Esa noche no volvió al trabajo.
Durante el día Juan investigó sobre lo que había visto esa noche y encontró una rara enfermedad llamada “catalepsia”, la cual hace parecer a las personas muertas, si eso era cierto la persona que enterraron debía seguir viva. Juan esperó hasta que empezara su turno, tomó una pala y fue a ver la tumba nuevamente, si había alguien vivo adentro entonces debía sacarlo de allí.
Era una noche de luna nueva por lo que el lugar estaba más oscuro que de costumbre, el camino era confuso como un laberinto de lapidas y árboles y justo cuando se había dado por perdido, la campana volvió a sonar indicándole el camino. Parado frente a la tumba se mentalizó para lo que iba a hacer, pero cuando estaba por empezar a cavar se quedó petrificado, en la lapida decía: “María Suarez de Salazar. 1910-2001”, la persona adentro ya llevaba más de una década enterrada, era imposible que siguiera viva, en ese momento la campana volvió a sonar con más ira que antes, Juan se sintió asustado y confundido, se fue corriendo y prometió no volver a esa tumba sin importar qué.
Pasaron tres noches, en las cuales la campana no dejó de sonar, pero por más insistente que fuera, Juan no regresó a aquella vieja tumba, y por fin la séptima noche ya no se escuchó, lo mismo pasó la octava y la novena noche. Solo hubo silencio, justo como debía ser un cementerio; sin embargo, la decima noche la campana volvió a sonar, pero esta vez se oía más cerca, Juan fue a ver y nuevamente se encontró con una vieja tumba igual a la anterior, excepto que el dueño de la tumba llevaba ya 30 años muerto, Juan emitió un grito de terror y confusión y salió disparado fuera del cementerio.
La onceava noche ya no era una campana sino dos, y la doceava se volvieron tres. La treceava noche, Juan se encontraba al borde de la locura, lo que lo llevó a recordar cierto rumor que había oído en su primer día de trabajo, al parecer su predecesor se había vuelto loco por trabajar en ese lugar, impulsado por querer confirmar que no estaba loco, Juan tomó la pala y se dirigió a una de las tumbas cuya campaña no dejaba de sonar, esa noche una fuerte lluvia azotaba la ciudad, pero no le importó solo le importaba una cosa, ver que no estaba loco, si abría el ataúd y veía el cadáver entonces podría regresar a la normalidad.
Parado frente a la tumba, Juan comenzó a leer a quien le pertenecía, “Rafael Díaz. 1901-1990”. Sin duda éste era el que llevaba más tiempo muerto, apresurado comenzó a cavar y cavar, hasta llegar al ataúd, agarró la tapa con una sola idea en mente y la removió, al ver el contenido se sintió horrorizado y confundido.
Dentro del ataúd había una chica joven, estaba claramente viva, tenía un trozo de cinta tapándole la boca, sus manos y piernas estaban atadas, y entre sus manos sujetaba un cordón que conectaba con la campana, Juan la liberó y corrió a las otras tumbas donde se escuchaban campanas, en todas habían chicas jóvenes, todas vivas y amordazadas, llamó a la policía y les explicó lo que sucedía.
La policía llego al lugar y comenzaron a revisar el lugar, naturalmente interrogaron a Juan y las chicas. Al parecer todas las chicas habían sido secuestradas un mes antes, la persona responsable debió entrar al cementerio de alguna forma y las intercambió con los cadáveres.
La razón por la que las campanas solo se oían de noche era porque las chicas tenían unas pulseras que les inyectaba una droga que las ponía dormir, ellas no sabían qué hora era cuando despertaban, solo jalaban de la campana esperando ser escuchadas. Y el por qué la primera campana dejó de escucharse fue porque la joven había muerto deshidratada; al enterarse de esto Juan no pudo evitar sentirse culpable por su muerte, después de todo él había decidido ignorarla.
La policía llamó al anterior vigilante y le preguntaron por qué renunció, y él respondió—: “El sonido incesante de las campanas me volvía loco” —aquel hombre había trabajado en el cementerio durante 7 años, 7 años escuchando campanas durante la noche.
Tras la declaración del antiguo vigilante la policía registró todas las tumbas del cementerio, en dos semanas encontraron a más de 30 cuerpos, todas chicas jóvenes que habían sido reportadas como desaparecidas, “El Sepulturero” así llamarón al secuestrador y asesino de jóvenes. Después de eso Juan renunció, se mudo de ciudad y juró nunca poner un pie en un cementerio.
Hoy en día aun se puede escuchar el tintinear de las campanas rogando ser escuchadas.
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