Короткий рассказ
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Vacante

— Anoche me visitó un fantasma... Hugo dijo que se llama. Es del siglo XV o algo así. No le entendí mucho, habla en castellano antiguo.

Ana estaba más ansiosa que de costumbre. Arrugaba constantemente entre sus manos un pliegue de la camisa de algodón que le quedaba grande y larga.

— Ajam— masculló el doctor Larsen y entornó la mirada hacia su paciente.

— No me crees — acusó Ana con los ojos hechos dos rendijas de indignación.

— Si le creo, ¿por qué no debería? Continúe, por favor.

— Me dijo que tenga cuidado.— La voz de Ana estaba solapada como si las palabras salieran cubiertas entre nubes tormentosas.

— ¿Y eso por qué?

— No lo sé. Fue lo único que le entendí de todo lo que me dijo. — Larsen no pudo contener un suspiro de impaciencia.

— Ana, seguramente lo soñó. — Ella se cruzó de brazos, molesta.

— ¿Cómo puedo soñar algo en un lenguaje que no conozco? — expuso en un mohín terco.

— Los sueños tergiversan la realidad... usted no tiene la certeza de que haya sido castellano antiguo lo que escuchó. Simplemente se acordó del sueño lo que su mente temerosa quiso que se acordara. Lo que veo es que usted tiene miedo de darse una oportunidad, Ana. ¿Se acuerda de aquella propuesta de trabajo?

— No sé...

— Acepte el trabajo, no tema, le hará bien a la salud. Tenga en cuenta el consejo de este viejo amigo.

Ana suspiró.

— No eres un psicólogo convencional... y tampoco un amigo convencional. No tengo amigos que me traten de "usted".

— Nos vemos la semana que viene, Ana. — Se despidió Larsen en cuanto vio que Ana se dirigía a la puerta.

— Eso espero — musitó ella de forma misteriosa. Su cabello tupido y crespo fue lo último que Larsen vio desaparecer tras la puerta.

...

— Padre, qué gusto verlo. Luce mejor que en nuestro último encuentro.

— Lo estoy — afirmó el interpelado con una sonrisa.

— ¿Como estuvo su semana? — inquirió Larsen preparando cuaderno y bolígrafo. Miró al paciente por sobre los cristales de sus anteojos.

— Fue tranquila. Finalmente acepté que no voy a poder estar en la iglesia como me gustaría, pero las personas hablan conmigo los martes que son los días que... bueno, que estoy. — El padre se removió algo incómodo en el asiento, la vista gacha.

— Eso es un buen inicio. ¿Es garantizado que los martes está usted presente?

— Por supuesto. Las reglas de convivencia así lo establecen. — De repente, el rostro del paciente perdió su apacibilidad, se ensombreció, su cuerpo se tensó.

— ¿Qué sucede, padre?

— Oh... usted es realmente bueno, jamás se le escapa nada. — El padre intentó volver a relajarse, sonrió.

— Es mi trabajo — dijo Larsen no sin cierto orgullo que abrillantó sus ojillos de rata.

— Acabo de recordar algo— susurró el padre y se miró fijamente las manos entrelazadas sobre el regazo como si hiciera fuerza por atraer el recuerdo a su mente.

— Tómese su tiempo, padre.

— No creo que pueda recordar más de lo que voy a contarle — dijo el paciente luego de un prolongado silencio y continuó: — tuve un sueño. Un hombre vestido con ropa antigua que hablaba en un idioma extraño intentó decirme algo. Creo que me amenazó. No sé si debiera tener tanta importancia el sueño, pero me generó mucha incomodidad.

Larsen frunció el ceño y dejó el cuaderno a un lado. Parecía estar acorralado en un juego de ajedrez, intentando salvar al rey y con escasas posibilidades de lograrlo.

— No debería decir esto porque es poco profesional. — Se interrumpió un breve instante, luego prosiguió: — pero Ana soñó con el mismo hombre.

El padre enarcó ambas cejas, sorprendido.

— ¿Ana? No me dijo nada...

— También la perturbó mucho el sueño. — El doctor asintió lentamente, sumido en sus cavilaciones, — ¿No se acuerda algo más?

— No... disculpe. Solo resabios de la sensación. Y no fue agradable.

El doctor comprendía, los sueños no son fáciles de asir.

— Haga lo siguiente, padre: si llega a recordar algo más, apúntelo en algún anotador. Y en nuestra próxima sesión conversaremos sobre eso.


Al día siguiente, el consultorio se llenó con una presencia ansiosa. Ramón que por lo general tartamudeaba al hablar, estaba desesperado por comunicarse y las palabras salían de sus labios como torrentes de agua de una cascada.

— Doctor, tengo que proteger a los otros. Algo está pasando. — Había irrumpido en el despacho con la secretaria, que intentaba detenerlo, pisándole los talones. El doctor tuvo que despachar a su anterior cliente antes de tiempo. Ramón estaba en una clara emergencia.

— Bueno, Ramón, necesito que se calme y tome asiento. — Larsen condujo con amabilidad el cuerpo flacucho al sillón. Le ofreció un vaso con agua que el paciente tomó de un solo trago.

— Es que usted no entiende, doctor. Usted también corre peligro. — Los labios temblaban convulsos, queriendo decir cientos y miles de palabras, sus ojos saltones desorbitados.

— ¿Y eso por qué? — El doctor tomó asiento frente a Ramón, no se molestó en sacar el cuaderno donde llevaba sus registros y el bolígrafo.

— Porque usted nos ayuda... él no quiere que nos ayude.

— ¿De quién habla, Ramón?

— De Hugo. ¿Se acuerda de la vacante?

El doctor palideció. La vacante... se había olvidado de la vacante.

— Si — vaciló. Los labios secos como una tapia.

— Llegó alguien que quiere el lugar de Amanda.

El caso se estaba tornando más complejo de lo que la mente de Larsen podía procesar. En cuanto Ramón se retiró, se quedó solo en el despacho zambullido en libros y registros de sus pacientes. No fue a su casa, pasó la noche allí, durmiendo en el diván.


— No teníamos cita el día de hoy. — dijo el doctor aquella mañana cuando la mujer de cabello tupido y crespo, cuerpo flacucho y ojos saltones llegó. Ella se sentó con elegancia en el sillón y con una sonrisa siniestra de dientes de caballo al descubierto dijo:

— Falemos, amigo.

A las pocas horas, el estudio se llenó de policías y de investigadores forenses. La sangre de Larsen estaba en todas partes menos dentro de su cuerpo que había quedado pálido y frío sobre el diván.

Apresaron a Ana en cuanto las huellas del cuerpo fueron analizadas. Sin embargo, ella insistió durante el interrogatorio en su inocencia.

— La secretaria facilitó los registros de hace algunos años del doctor. Hablan de la mujer que arrestamos. Y no está mintiendo, no fue ella la asesina. — Le comunicó Mendez al comisario. La intuición de Mendez era amplia y una suerte de cabo suelto lo perturbaba desde que había tomado aquel caso y había conocido a Ana.

— ¿Qué quiere decir? ¡Sus huellas están por todas partes! — Mendez extendió un cuaderno abierto al comisario que comenzó a leer de inmediato. Su rostro regordete se congeló en una máscara de ingenuidad que posteriormente se transformó en cruda aceptación de una realidad espantosa. Mendez continuó hablando mientras los ojos frenéticos del comisario recorrían cada línea escrita de puño y letra del doctor.

— No fue ella... fue Hugo, el reemplazo de una anciana llamada Amanda que...falleció. Ana Pedersen tiene trastorno de personalidad múltiple.


11 сентября 2019 г. 2:56 2 Отчет Добавить Подписаться
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Natalia Marcovecchio Disfruto escribir. Ojalá les guste lo que tengo para contar. ¡Bienvenidos!

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Sabía que algo vendría, esperé ansioso el golpe que revelara el misterio, cuando al fin llegó, me tomó por sorpresa, en serio sentí muchos nervios mientras leía, manejaste la tensión hasta la última palabra!

  • Natalia Marcovecchio Natalia Marcovecchio
    Muchas gracias mi querido Baltazar! :) Gracias por tu tiempo. En verdad aprecio que te tomes unos minutos en leerme, siempre. September 12, 2019, 13:52
~