vladstrange01 Vlad Strange

Cuando Chihiro, la misteriosa Sombra Alada, fiel compañera del Mago Remy, regresa a casa en las Montañas Congeladas de las Tierras Infinitas después de una misión, descubre que su amo ha sido raptado por los caminantes muertos del malvado Alquimista, su enemigo mortal. Mientras tanto, en el bosque de la Esperanza Ciega, en las faldas de las Montañas Congeladas, Agato, el despiadado Ángel Rojo, despierta de su siesta para encontrar que su ama, la Princesa de la Luna Azul ha desaparecido. Desesperado, emprende un viaje hasta la cima de las montañas para pedir ayuda al Mago, y al solo encontrar a su antigua compañera de flota, deciden volver a unir fuerzas para rescatar a sus humanos. En el camino, Chihiro y Agato, ahora fuera de forma, deberán enfrentarse a los peligros del camino hacia el Volcán de Morun, la entrada de las Tierras del Tormento Eterno, donde el mago y la princesa corren peligro mortal.


Фентези эпический Всех возростов.

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Un triste reencuentro felino


I


Las patitas blancas de Chihiro se hundían en la fría nieve de las permanentemente heladas Montañas Congeladas al norte de las hermosas tierras paradisiacas de las Tierras Infinitas. Su colita negra se mantenía extendida, alerta a los posibles imprevistos que se le pudiesen atravesar, atenta a cualquier movimiento de enemigos ocultos y al asecho de los depredadores. Sus orejas estaban dirigidas hacia los sonidos de su alrededor, como un par de antenas altamente capaces de escuchar hasta el decibel más bajo causado por el crepitar de las patas de un insecto contra los troncos de los árboles.

En su cuello llevaba un collar de gemas naranjas con una placa que mostraba su insignia como veterana de guerra. Su mirada verdosa y ligeramente neurótica estaba dirigida vehemente al camino, buscaba los espacios menos profundos para pisar sin peligro de hundirse por completo en la nieve.

Una vez le había pasado y no permitiría que se convirtiesen en dos. Aquel día fue burla de toda la flota de felinos y había aprendido su lección.

El silencio del bosque le gustaba, pero al mismo tiempo le incomodaba. Ella prefería el sonido que hacían las cascadas de Tunder, cerca del Cuartel General Felino, o los gritos a la lejanía de los generales y oficiales al mando. Le gustaban los estruendos de guerra y aquella sensación que le erizaba todo el pelaje durante las batallas mágicas.

Ahora, esta tranquilidad que había conocido apenas cuando quedó al mando del Mago Remy del Frío le causaba cierta… intranquilidad. Ella necesitaba la acción, la aventura, el peligro; recorrer desiertos con una simple cantimplora o escalar las rocosas cumbres de Morun. Por eso, cada que podía, le pedía al Mago que la enviase a cumplir misiones, cosas que ella pudiera hacer con sus habilidades felinas, encargos, hasta compras de ingredientes extraños para sus pociones y hechizos.

Ese día, Chihiro venía del Reino Blanco, el país de las Hadas. Su misión había sido entregar un mensaje a los Profetas sobre el Cambio de Era, así como una felicitación al Espíritu de las Constelaciones por su matrimonio. Fue un viaje relativamente corto, apenas llevándole quince días de ausencia.

Aun no estaba lista para sentar cabeza por otros meses en espera de una nueva aventura, pero realmente tenía ganas de ver su amo y entregarle las bendiciones que los Profetas le enviaron.

Entonces apretó el paso, sus patitas se movieron ágilmente entre la espesa nieve y pronto escaló a un árbol para comenzar a saltar de rama en rama como si pudiese volar. Por esa habilidad suya y por sus manchas negras es que en su servicio solían llamarle la Sombra Alada.

¡Qué días de gloria eran aquellos!

Recordaba con una sonrisa en los labios peluditos a su flota, al bonachón Caribe, al inteligente Malvavisco Rosado, al siempre gracioso Ham Ham y a Agato, a quien le llamaban Ángel Rojo, por su inclinación a derrotar a sus enemigos sin piedad alguna, siempre manchando su blanco pelaje de carmesí.

¿Qué habrá sido de ellos?

Al final de la última guerra mágica, el ejército felino fue destituido y desmantelado, ya no eran necesarios sus servicios, por lo que todos fueron reasignados bajo el cuidado de algún espíritu de alto rango.

Sabía que Malvavisco Rosado obtuvo un lugar privilegiado a las afueras del Reino Blanco; de hecho, pensó en darle una visita cuando estaba allá, pero terminó decidiendo lo contrario; y sabía algunas historias de que Ham Ham estaba viajando por las Tierras Desérticas en una pequeña caravana que buscaba un mítico reino escondido.

De Agato sabía solo que estaba viviendo en las Tierras Infinitas.

A Chihiro le fue muy bien, o así pensaba ella. Quedó al servicio del Mago Remy, un ermitaño bastante agradable, aunque estrepitosamente cambiante y sentimental, con mucha pasión y sabiduría. Una mezcla muy interesante. En poco tiempo de vivir bajo su techo logró tomarle mucho aprecio, y él siempre se mostró afectuoso con ella, así que se sentía amada y protegida, cosa que era totalmente un mundo nuevo para una gatita militar como ella.

Al momento en que una cabaña sobre el desnivel de la montaña quedó dentro de su campo de visión, bajó de la rama del árbol y caminó lentamente, con pasos elegantes y propios de ella hacia la puerta, pasó por la apertura para felinos y suspiró al respirar aquel olor tan propio a madera que expedía su hogar.

—¿Mago? —Lo llamó, pero no hubo respuesta.

Era extraño, el mago nunca salía de casa a menos que fuese un caso de vida o muerte, y en esas situaciones, no dejaría los muebles tan tirados como en ese momento.

—¡Señor Remy! ¡He llegado! ¡Vengo con un mensaje de los Profetas! —gritó.

Nada.

El lugar estaba vacío.

Su corazón comenzó a palpitar muy fuerte, casi como taquicardia, y un amargo sabor le llenó el hocico. Un ronroneo nervioso la traicionó y los ojitos verdes se le llenaron de lágrimas.

«¡Calma, Chi! Debe haber una explicación. Quizá salió a buscar comida, la hoguera está encendida y… ¿Esto es roca volcánica?»

Temerosa, se acercó a las huellas de lodo y arena que había en la alfombra de la salita. Una patita blanca tocó los residuos y luego se la llevó a la nariz para olfatearla.

Si, olía a horrible tierra volcánica, y eso solo significaba una cosa:

El mago estaba en problemas.






II



El sonido de las hojas de los árboles, el murmullo del viento y la frescura del aire ayudaron a que Agato se rehusara de dejar el mundo de los sueños. En ellos se veía como un gato joven, con su blanco pelaje y sus manchas color crema, dorados ojos vivos y la agilidad de un milichat. Blandía su espada contra los más despiadados enemigos, pequeños o enormes y luego regresando a casa con la victoria impregnada en su capa carmesí. Una sonrisa en los labios y el caminar altanero que toda la flota había adquirido al pasar los años.

La brisa lo acariciaba tan suavemente como la Princesa Luna lo hacía, y los susurros de la naturaleza se parecían mucho a las canciones fantásticas de su ama.

Permitiéndose dormir otro rato, se acomodó con la barriga descubierta sobre su cojín y ni siquiera hizo ademán de abrir los ojos. De nuevo, el viento rozó su pelaje blanco y él esbozó una sonrisa de satisfacción y plena felicidad.

Los espíritus del bosque que habitaban en las Tierras de la Esperanza Ciega cantaban una hermosísima canción que le sonaba melancólica, pero eso solo lo arrulló más.

¡Qué a gusto se dormía en aquellos parajes encantados!

Había sido toda una suerte que la Princesa de la Luna Azul lo acogiera cuando se disolvió el ejército de los Milichats. Él, por su pasado, creyó que sería tirado a las calles de una de esas peligrosas ciudades como las que están en la frontera de los reinos Blanco y Oscuro.

Pero la Princesa estuvo presente en la reunión final del Ejército y no dudó en adoptar al cadete más sanguinario de ellos, pues pensó que no todo debía ser oscuridad en alguien como él.

Sus patitas podrían estar manchadas de sangre, pero, ¿las de quién no?

Y, aunque le aconsejaron que detuviera el papeleo, ella insistió en aceptarlo en su pequeño reino. Entonces, por puro agradecimiento a su nueva ama, se prometió a sí mismo no volver a cazar enemigo, pájaro o ratón, a menos que fuese la vida de la dama la que estuviese en peligro.

En el reino no había muchos peligros que digamos, así que Agato pasó los últimos años recostado, observando la magnificencia de la naturaleza, escuchando a los espíritus cantarines y comiendo directamente de la mesa del banquete real.

Tampoco había mucho qué hacer por ahí, pero él se entretenía con juguetes simples hechos a mano por la princesa, ratones de tela, ligas y pelotas.

Al fin cansado de dormir, abrió los ojos y se desperezó, estirando las patas delanteras, la colita y el lomo. Bostezó una vez más y bajó del cojín. Iría a buscar a la princesa para tomar una siesta a su lado o quizá pedirle algo de comida.

Sin embargo, su voz no se escuchaba por ningún lado. Por lo regular ella estaba en su habitación escribiendo largos textos sin sentido o leyendo… A lo mejor la encontraría en el jardín, bebiendo té con alguna de sus amigas de reinos vecinos.

Agato abandonó el interior del castillo asegurándose de que no había nadie ahí, ni un sirviente ni inquilino secreto. Hasta los ratones habían dejado aquel recinto. Al salir, inmediatamente fue abordado por un espíritu del bosque, de esos que son casi incorpóreos, de no ser porque sus formas están delineadas por hojitas de árbol.

«Hombres de tierra han venido, buen Agato. Hombres de tierra con ojos vacíos y encías ensangrentadas. Con su fragancia a sangre envenenaron el bosque para no ser detenidos…» Cantó.

—Espera, espera. —Alzó la patita y cerró los ojos para analizar las palabras que le acababa de recitar. Apenas se había despertado y ya querían que activara el cerebro—. A ver, otra vez.

—Hombres de tierra han venido, buen Agato. Hombres de tierra con ojos vacíos y encías ensangrentadas. Con su fragancia a sangre envenenaron el bosque para no ser detenidos. A su Majestad se llevaron, y los demás los mataron. —Repitió, ahora sin cantar, o en todo caso fue un rap.

Agato se congeló en seco en cuanto entendió lo que el espíritu quería decir: ¡La Princesa Luna había sido secuestrada!

Sin perder más tiempo, entró a sus aposentos y se colocó su antigua capa roja, se enfundó la espada y… abro-abro-abrochó el… No, ese cinturón ya no le quedaba, tendría que llevarse la espada en otro lado.

—¿Qué harás, buen Agato? —preguntó el espíritu, entrando por la ventana.

—¿Pues qué más haré? ¡Voy a rescatarla!

—¿Estás seguro? —Era claro que ella no lo había visto pelear en sus días de gloria. Era el mejor de todos, el más ágil, más rápido, más certero, más… sanguinario.

Se miró al espejo mientras pensaba eso, pero de alguna forma lo distrajo el hecho de que su capa se había encogido, ahora parecía más un pedazo de tela amarrado al cuello y eso lo puso de mal humor, sin embargo, no se la quitaría.

—Iré a pedir ayuda al mago que vive en lo alto de la montaña. La princesa no dejaba de hablar de él… deben ser amigos o algo —dijo al espíritu para tranquilizarla un poco—. Ahí vive también una antigua colega mía. Ambos podrán ayudarme a salvar a la princesa, lo sé.

Y con un plan en mente, Agato emprendió el camino montaña arriba.

Para cuando iba por la mitad, comenzó a cuestionarse muchas cosas, como por qué sentía que el corazón se le iba a detener, por qué respirar costaba tanto trabajo o por qué el mago debía vivir en un lugar tan poco accesible.

Seguramente era la montaña y su magia malévola lo que lo estaba deteniendo, quizá el mago había puesto un hechizo para que nadie se atreviera a subir hasta su morada. Si ese era el caso, ¡qué buena magia!

Estaba funcionando a la perfección.

Sin embargo, no tuvo que subir todo el trayecto, pues justo cuando podía ver la cabaña a lo lejos, una sombra negra con blanco le saltó encima, ambos rodaron por la nieve, luchando casi a ciegas porque entre tanto movimiento apenas podía ver y se defendió de los zarpazos que recibía.

¿Quién sería tan loco como para poner a una bestia demente en esta etapa del camino? ¿Era acaso la última prueba para llegar?

Entonces, la sombra le mordió fuertemente la cola y Agato gritó con dolor.

—¡Ya, basta, basta! ¡Detente!

—¿Quién eres, felino? —preguntó la gatita blanca con negro alejándose de él.

—¿Chihiro? —Enfocó con lo que pudo, pues le había caído nieve en los ojos y le ardían un poco.

—¿Agato? ¿Eres tú? —La gata se acercó de nuevo, ahora intentando ver las facciones el gato blanco que tenía enfrente—. Pero… ¿Qué te panzó?

—¿De qué hablas? ¡Estoy perfecto! ¡Mirame! Reluciente y…

—¿Pachoncito? —Chihiro soltó una carcajada burlona—. Has tenido una buena vida, ¿verdad?

—Sí, muy buena, gracias.

Ambos se quedaron en silencio. No es necesario decir que el encuentro les había hecho olvidar las razones por las que ambos estaban en ese punto en específico de la montaña.

—Vengo a ver al mago, Chi —dijo Agato un rato después, recordando a la princesa cuando pensó en los buenos momentos de siestas y banquetes—. Mi princesa ha sido raptada por… Un espíritu dijo que «hombres de tierra» pero con lo del olor a sangre y todo ese embrollo, pienso que han sido caminantes muertos.

—¿Qué? —La gatita se veía realmente consternada—. ¿Estás seguro de que fueron ellos?

Agato alzó la pata y se lamió una herida superficial.

—No. No estuve ahí precisamente.

Chi puso los ojos en blanco y recordó ese aspecto molesto de la personalidad de su camarada.

—Pues Remy no podrá ayudarte, me temo —dijo—. Él también ha desaparecido y por eso me dirijo al Volcán de Morún. Si deseas, puedes acompañarme. Pero no aceptaré retrasos ni queja alguna, así que agárrate bien la barriga y mueve esas patitas gordas.

—Pero, ¿qué dices? ¿Cuál barriga?





III



En el calor del Volcán de Morún, una princesa en pijamas y un mago en bata de dormir yacían sentados en el fondo de una celda de piedra. Sus manos estaban amarradas, espalda contra espalda y el cetro del hechicero reposaba hecho trizas sobre el suelo al otro lado de la reja.

—¿Podrás repararlo? —preguntó ella al mago, consternada por la forma en la que había terminado el bastón.

Él giró la cabeza lo que pudo y esbozó una dulce sonrisa ante la preocupación de la joven.

—No importa mucho. —Suspiró—. Siempre puedo hacerme uno nuevo. Es solo un pedazo de madera. Más importante que eso: ¿Estás bien? Esos vampiros no te trataron muy bien que digamos.

—Me raptaron, señor, ¿cómo quería que me trataran? —Rio.

Ella tenía un buen punto.

—Pero estoy bien. Un poco adolorida, quizá, pero bien —añadió—. Gracias por preguntar. Ahora… creo que estaría mejor si no nos tuvieran aquí contra nuestra voluntad. ¿Sabe usted cuales son los planes de… ¿Quién dijo que es él??

—El Alquimista. —Contestó—. No, no lo sé. Seguramente es otro intento de…

Entonces, un guardia vampiro con exageradamente mal genio se acercó a la reja y metió su nariz por los orificios.

—¡Cállense! —Masculló casi siseando y se retiró.

—Uh, qué mal temperamento. —Bufó la princesa, más burlona que preocupada—. Y bueno, señor, ¿decía?

El mago se quedó pensando unos segundos, giró de nuevo la cabeza para ver a su compañera y respiró profundo.

—Que la voy a soltar. No es correcto que una dama tenga que pasar estas incomodidades por la locura de un sujeto infeliz —dijo—. Sin embargo, esto debe ser un secreto, ¿entendido? Ellos deben pensar que seguimos amarrados.

—¿Cree que si hablamos con susurros nos escuchen? Me gustaría escuchar sus historias, señor. Supe que usted luchó en las Guerras Mágicas… ¿puede contarme un poco de eso?

El mago sonrió. Era extraño cómo de las situaciones más difíciles uno podía encontrarse con cosas tan maravillosas o conocer a personas inigualables. Pero si de algo estaba seguro era de que esa aventura, como él quería llamarle, a pesar del mal inicio y de la situación en que se encontraba, sería increíblemente buena.

Y esta vez, a diferencia de las anteriores, no tendría que buscar una forma de salir ileso tan rápido. Podría esperar a que Chi viniera a rescatarlo, le daría una oportunidad para estirar las patas y afilar esas garras, y él se quedaría acompañado de la joven princesa, quien resultó ser una agradable compañía para tiempos complicados.

17 мая 2019 г. 1:17 1 Отчет Добавить Подписаться
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Прочтите следующую главу La travesía y su final inminente

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Ciamar  Ciamar
No soy una gran fan de las historias de animales, ni de las historias cliche de fantasia... pero de alguna forma estas haciendo que la combinacion funcione :)
~

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