El timbre marcó el inicio de la cuarta clase del día. La actividad del recinto se reanudó súbitamente en un ciclo de pasos apresurados y cuchicheos en tono bajo, unas filas en un perfecto orden se organizaron al frente de cada una de las aulas. Los vigilantes se apresuraban a sus posiciones, al frente de la marea creciente de estudiantes.
Podrías decir que mi centro es de costumbres estrictas, pero aunque no es del todo incorrecto, dejarías gran parte de la verdad oscurecida.
Lo que distinguía a la ciudad universitaria del resto de recintos escolares repartidos por el país, es su absoluta y omnipotente precisión. Aquí es donde el sistema al que se jura lealtad desde el nacimiento es más fuerte. Todo se basa en tu rendimiento; esto incluye tu hora de ingreso, la posición que ocupas en la fila, el tiempo que ocupas en cada tarea, la media que prestas atención al cuerpo del profesorado o incluso, tus pulsaciones por minuto ante cada lección. Digamos que el sistema decide que ya estas listo para ingresar en él. Primero, se te asignará a clases especializadas en “rescatar” y “clasificar” a los alumnos, según su capacidad. Con apenas 2 años de edad, al comenzar tus estudios, ya tienes a tu espalda un regimiento de psicólogos infantiles, sociólogos y abundante personal de seguridad al que debes mostrar tu máxima capacidad; cuando uno debería estar comiendo lápices de colores.
Pongámonos en el caso con mas posibilidades de suceder. Se valora que tus capacidades se encuentran en la media, su media para ser exactos.
Está escrito que el sistema siempre te proveerá de una segunda oportunidad en el caso de que seas asignado a las clases de bajo rendimiento, o lo que es lo mismo, las clases para alumnos “especiales”. Cada año se realiza una prueba obligatoria y de conocimiento general en todos los centros situados en la ciudad estudiantil llamada “Resiliencia”, incluido obviamente en el que nos encontramos. Los grandes fundadores lo tenían todo atado. Su gran monumento al esfuerzo y la tenacidad llevaría el mismo nombre que el término que la psicología da a la capacidad de adaptarse a la adversidad, superándola.
Nada más lejos de la realidad, aquí en Resiliencia, las cosas funcionan de otra forma. Quien más se acercó fue Emily Hunter, quien la clasifico en dos: óptima y menos que óptima. Ella sostenía que, en algunas fases, como la adolescencia, se tendía a la violencia por supervivencia, abandono de la auto preservación y por supuesto, la tendencia a la exclusión social a algunos miembros “menos aptos”. El resultado es una carrera sin fin para alcanzar la cima, a cualquier costo. Cambiemos de caso, digamos que te las arreglas para destacar; para darles motivos de pensar que les puedes ser de utilidad. Bueno, eso nos pone en otra situación ¿verdad?, las cosas comienzan a verse de un color mas amigable.
Bien, aquí comenzamos nuestra historia.
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