Dedicatoria
Para Alicia, Jack y Sebastián.
23 de marzo de 2017.
Jack Alexander, el rubio y corpulento agente de la Interpol permaneció en silencio, sentado en el sillón de la habitación del hotel. A través de la ventana podía ver el Castillo de Chapultepec, el bosque espeso que se cortaba por el Paseo de la Reforma y el smog de la Ciudad de México. Miró su reloj, eran las 9:17 de la mañana y parecía no darle importancia al tiempo transcurrido, esperaba algo, una palabra, una respuesta, un indicio de ese hombre que a propósito se mantuvo como ausente hasta que finalmente solo dijo: No.
Alexander se puso de pie, de su fino portafolio de piel negra mate, sacó un sobre de plástico con documentos migratorios. Pasaporte, boletos de avión, identificación y un sobre con 500 dólares que colocó sobre el tocador, mientras le daba secas indicaciones.
- Mañana a las 7 de la mañana te llevaré al aeropuerto. Será tu última oportunidad para contarme todo y empezar con acciones legales. – sentenció el agente y sin decir más, se retiró olvidando cortesías.
A solas en la habitación, Raul Scott caminó lentamente hacia el baño y se despojó de la camisa frente al espejo, conteniendo el coraje y la impotencia.
Habían pasado ya 7 días desde que unos policías lo encontraron sin sentido, desnudo, golpeado y sangrando, afuera de lo que fue el templo de Corpus Christi, frente a la Alameda Central, cerca de una pestilente coladera abierta, los agentes se encargaron de reanimarlo y al ver sus heridas llamaron a la ambulancia que lo trasladó de emergencia al hospital general, donde fue atendido.
Diariamente, un médico lo revisó para curar esa quemadura que cruzaba todo su pecho. Custodiado, siguió la orden de reposar en esta habitación pagada por el servicio consular que lo hospedó, porque lo había perdido todo: equipaje, dinero, identificaciones y que se convirtió en su salvación, al menos mientras se alistaba para regresar a su país. Observó su imagen en el espejo una vez más.
-Haber sido marcado como una bestia no fue lo peor… - se dijo a sí mismo, al mirar cada centímetro de esa cicatriz tan profunda como caprichosa que se extendía en cinco puntas.
-Lo peor no es tener que vivir para siempre con este maldito símbolo en mi piel- pensó al ver en el espejo esa herida trasgrediendo su ser. Tensó sus músculos y miró sus ojos reconociendo esa extraña luz enfermiza.
-Lo peor es que ya no siento dolor– reconoció con ira - Lo único que siento con toda claridad es un poderoso deseo de venganza.
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