El miedo es una gota de fuego, helada, que recorre la espalda con cada inspiración, un martillo de piedra que golpea con cada latido, un silencio absurdo que retarda la expiración, es pensar que tenemos que cerrar los ojos para no ver el desenlace inminente. Cada instante cuenta una vida, el celofán aterciopelado de piel redonda se estira al máximo, no deseo caer en ese abismo, ese abismo que me traga sin parar, sin pedir permiso, con recelo y sediento, ya estoy inmerso en el sepulcro y no deseo partir, ni resistir.
La mano. La mano de la niña de la mano de su muñeca. La muñeca se arrastra por el piso, piso de madera, madera vieja y sucia. Es evidente que nadie ha entrado allí en mucho tiempo, al menos por esa puerta. La casa se encontraba detrás de los árboles del bosque negro. La niña avanzó, paso a paso, por los senderos, hasta encontrar la entrada. Ya comenzaba a anochecer, el viento soplaba levemente las copas de los árboles, un silbido agudo se hacía presente, los cuervos parados sobre la chimenea observaban la escena, como presintiendo el desenlace.
La niña empujó la puerta y se abrió, muy lentamente, al compás del ruido de sus bisagras oxidadas, al entrar la muñeca marcaba la distancia entre el piso recorrido y aquel que no se ha tocado. A cada paso la muñeca borraba las pisadas. A los pies de la escalera, la niña, rubia y bella como la música, levantó su rodilla derecha y en ese preciso momento el viento dio un portazo, cortando el silencio, haciendo caer el cuadro en blanco y negro de la pared del costado. También la muñeca soltó la mano de la niña. La escalera conversaba con la paciencia, el miedo y los latidos de la infante, sin embargo su inconsciencia innata la habilitaba a avanzar. En la planta principal la esperaba otra puerta. Si había llegado hasta allí no encontraba razones para parar. La puerta era cuadrangular, de un metro de ancho y un metro de largo, rasgada por los años, con un picaporte en la esquina superior derecha. Tomo el picaporte y lo sintió tibio, o quizás era la temperatura de su mano. Entró a gachas y se ensució la cara con una tela de araña. Al ingresar se levantó y se sacó la tela de araña con el codo derecho. Abrió los ojos en la oscuridad absoluta, solo se escuchaban las ramas golpeando el techo de madera, de repente una vela se encendió al otro lado de la habitación, la llama iluminó los ojos de una anciana repleta de arrugas, sus pelos eran grises como la nieve sucia, y sus ojos respiraban sangre, la mujer estaba raquítica, era un esqueleto con piel, sus dos piernas estaban atadas a unas cadenas con candados. La mujer y la niña se miraron un minuto y solo pudieron llorar.
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