melvelasquez09 𝓜𝓮𝓵 𝓥𝓮𝓵𝓪𝓼𝓺𝓾𝓮𝔃

Entre susurros sin eco y memorias difusas, vagó por el bajo mundo la historia de una coleccionista, cuya obsesión la llevó a romperse en pedazos... Esta es su historia.


Короткий рассказ 21+. © Todos los derechos reservados

#psicópata #terror #horror #esquizofrenia #sangre #asesino-serial
Короткий рассказ
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Parte única.

Muchos años atrás, en un recóndito y frío pueblo de Minesota, que bordeaba las lejanías del bosque boreal, habitaba una mujer tranquila y amable, maestra de primaria y buena vecina. Nadie tenía queja alguna de ella, era una mujer ejemplo a seguir y a pesar de no tener hijos, era considerada como una segunda madre por sus alumnos.


Lo que nadie sabía era lo que aquella amable mujer escondía en las entrañas de su colorida y floral casa; un secreto que de ser descubierto le costaría la vida. Madeleine Johnson era su nombre, era la típica maestra "miel", amada por todos y temida por nadie, que había llegado desde la ciudad para dar su vida por los niños.


Maddie, como sus voces solían decirle, tenía una fijación extraña por el cabello de las personas; a veces, mientras impartía sus clases, no podía evitar fijarse en los sedosos cabellos rubios de sus infantes estudiantes y sentir hervir en su interior un deseo intenso de poseerlos, uno que intentaba calmar con "medicamentos".


Pero todo su control se vino abajo cuando llegó a su salón de clases Jane, una dulce y pequeña niña de anaranjados cabellos rizados. El color, el brillo, la simple libertad en el viento de cada hebra rojiza, despertaban los deseos más bestiales en lo más profundo de Maddie, deseos que no podía controlar con su medicina.


«Invítala a casa, Maddie, invítala a unas ricas galletas»


Repetía con insistencia una de las voces menos agresivas e su cabeza, a medida que Maddie observaba a la pequeña Jane correr en el parque de la escuela una tarde.


«No tenemos cabellos de ese color entre los tesoros, Maddie ¿Qué estas esperando? ¡Tómala!»


Insistía otra de las voces más agresivas en su cabeza, incitándola a romper un poco sus reglas, presionando en sus puntos de control, causando un ataque de nervios ,que Maddie sólo pudo controlar huyendo a casa antes de tiempo esa tarde.


Jane, la pequeña inocente, no sabía que despertaba los instintos bestiales en su "dulce" maestra de letras y cada mañana le llevaba una manzana cómo típica muestra de cariño escolar. Para Maddie era toda una odisea controlar el bestial deseo de tomarla por el cuello y reclamar su cabeza como trofeo, batallaba contra sus voces más agresivas sedientas de sangre y cada día tenía que ocultar su desesperación con una sonrisa que ya no cobijaba sus ojos claros.


Pero una tarde lluviosa cómo ninguna otra en aquel pueblo, Maddie no pudo ignorar más a sus voces, no cuando los tesoros se entregaban tan fácilmente a una coleccionista. La pequeña Jane fue la última en salir de su clase ese día y quedó atrapada con su atenta profesora gracias a la lluvia.


—Maestra ¿Mis padres vendrán?


—Llueve, pequeña, pueden tardar un poco. —la mujer tragó saliva ante la cercanía de la niña, su ritmo cardíaco aumentaba expectante y sus manos temblorosas se movían lentamente hacia la pequeña niña.


«¡Llévala a casa! Vamos... Llévala»


Cuando sus manos tocaron el sedoso cabello rizado, una corriente de placer se desencadenó en el cuerpo de aquella mujer y dio marcha por fin a la orden que sus voces daban una y otra vez en su cabeza. Aspiró gustosa el aroma de esos cabellos, intentó controlarse y no mostrarse errática y sospechosa ante la pequeña, la tomó de la mano con delicadeza y la invitó a su auto, con el pretexto de llevarla a "casa".


En todo el camino la niña tatareaba una canción propia de infantes de su edad, parecía disfrutar de la lluvia que golpeaba la ventana del copiloto e ignoraba el peligro que se movía al interior de aquella mujer a su lado. En Maddie las voces aclamaban con júbilo su premio, le enseñaban planes para recolectar su premio y no dejar rastro alguno de su "inocente" acción, lo que acrecentaba en ella la ansiedad propia de querer saborear pronto su trofeo.


Se detuvieron en la casa colorida de la maestra; el frondoso jardín florecía mejor que cualquier otro jardín del pueblo y su abono no era más que sólo "amor puro" de su dueña.


La niña bajo del auto y, sin importar la lluvia, corrió hacia los altos girasoles, encantada de la belleza casi innatural de los mismos, de la vivacidad de las flores allí presentes que ningún otro lugar del pueblo tendría jamás. Maddie le observaba desde la puerta del auto, veía la lluvia impregnar su premio rojizo y sentía que su embriagante olor podía llegar a ella. Suspiró con dificultad e intentó mantener su máscara un poco más, hasta asegurar a la pequeña al interior de la casa.

— J-Jane...Vamos a la casa, debes cuidarte de la lluvia.


La niña tan solo asintió al escuchar a su amada maestra y de forma muy obediente corrió hacia la colorida casa, esperando encontrar adentro un lugar mágico, como los de los cuentos de hadas que su madre solía leerle antes de dormir. Una vez adentro, Maddie consintió a la niña como nunca más nadie la consentiría; le otorgó todos los dulces que ella quiso, segura de embriagarla con el azúcar y fue tan dulce como su perfecta mascara se lo permitía.


Afuera, para su beneficio, aun llovía; escenario perfecto para extraer su tesoro de esos pequeños hombros infantiles. Con la excusa de ir al lavabo, Maddie se retiró de la sala de estar y se adentró al interior de la casa, buscando con una palpable desesperación a su infalible herramienta.


Mientras tanto Jane jugueteaba con algunas galletas que tenía a la mano, consumía los brownies que su amada maestra le había dejado y miraba con gusto los cuadros de gatitos tiernos en la pared. Se sentía plena al interior de tan hermosa casa y quiso explorarla, justo como Alicia lo hiciera con el mundo atrás de la madriguera del conejo.


Abrió la puerta más misteriosa que vio y esperó encontrar del otro lado colecciones gigantes de muñecas, animales de felpa y gatitos de porcelana, pero aquella habitación estaba en total oscuridad, acrecentando la expectativa inocente de la niña, quien se apresuró en buscar el interruptor y descubrir de una buena vez qué lugar mágico la esperaba. Cuando la niña pudo encender la luz se encontró de cara con un lugar poblado de estanterías, donde flotaban cabezas de otros niños y niñas de cabellos de toda forma.


Quiso gritar, escapar, moverse, pero su pequeño cuerpo mareado por tanto azúcar solo pudo quedarse allí anclado, congelado ante tan aterradora visión. Las lágrimas impregnaron sus ojos y sólo el deseo de estar con sus padres daba vueltas en su cabeza.


Maddie sonreía complacida al ver, desde la lejanía, a la pequeña observando su próximo lugar, una alegría casi embriagante la llenaba al contemplar tan hermosos cabellos que destacaban en su colección y cómo entre todos ellos los rojizos cabellos de Jane brillaban cómo piedras preciosas esperando ser tomadas. Caminó con cuidado hacia la niña, se deleitó con el temblor perceptible en el pequeño cuerpo y le abrazó por la espalda con suma delicadeza, acariciando con deseo los rojizos cabellos.


Solo podían escucharse los sollozos de la niña en la habitación y la respiración cada vez más agitada de la mujer, mientras la lluvia se intensificaba afuera, cómo un cómplice más. Las voces de Maddie decidieron llenar ese silencio, reclamando su premio, incitando a la mujer a moverse y aclamando gritos infantiles que llenaran el espacio, cómo cantos celestiales que serían apagados por la lluvia.


— Shhh No llores ¿Qué no lo ves? Vas a ocupar el mejor lugar ¡Estarás en el centro! Como el gran tesoro que eres.


La niña, en un momento de lucidez, intentó zafarse, escapar hacía la luz del exterior, a la seguridad de la lluvia y ver a sus padres, esos mismos que nunca fueron a recogerla a la escuela y salvarla de aquel final. Pero su impulso fue truncado por un corte profundo y limpio que atravesó su pequeña garganta, mientras sus nacientes gritos comenzaban a apagarse.


Siempre era fácil para Maddie desprender una pequeña cabeza de unos minúsculos hombros; cortaba con fuerza, sintiendo el carmesí líquido en sus manos, los movimientos bruscos del cuerpo que aun luchaba y el perfume intenso de ese cabello en sus fosas nasales.


Placer, profundo y puro placer inundaba sus sentidos, la adrenalina inicial ahora daba paso a un torrente adictivo de dopamina en sus venas y cuando el cuerpo cayó inerte al suelo, abrazó su nuevo tesoro contra su pecho.


— Rojo...Rojo...¡Rojo! Mi rojo... Mío... —repetía en leves susurros, hundiendo su rostro en ese cabello, interiorizando ese embriagante aroma, entrando en el más profundo éxtasis infernal y cantando sin descanso la canción infantil que Jane alguna vez tatareó en vida.


Cuando la madrugada llegó se encargó de eliminar todo rastro de Jane, dispersó el cuerpo por el pueblo y dejó lo único útil (a parte de su tesoro), para alimentar sus plantas; no existía mejor abono que entrañas de niño, según Maddie.


Tardaron semanas en encontrar algún rastro de Jane; un anciano encontró una pequeña mano en el hocico de su Gran Danés y las alarmas se dispararon ante la posible presencia de un asesino serial en el pacífico pueblo. Los más sospechosos fueron vigilados, vagabundos, alcohólicos, extraños recién llegados, pero la dulce Maddie siempre estuvo a salvo en su trono de dulce maestra. Nadie la tuvo en cuenta para algo tan atroz, porque un ser tan dulce no sería capaz de algo asi ¿Verdad? Tan solo fue llamada a testificar una vez dado a su vínculo académico con la occisa y el caso terminó cerrándose tiempo después a falta de pruebas.


Cada día Maddie observaba su trofeo mientras saboreaba sus brownies a la media tarde; Jane la miraba inerte desde su estante y le regalaba a Maddie la oportunidad de sonreír ante su posesión.


Todo parecía ser perfecto para la maestra, hasta que un lejano día lluvioso, un hombre de oscuros y ondulados cabellos apareció frente a su casa, enseñando su placa reluciente de agente federal. Ella, en todo su encanto tímido, le dejó entrar y lo invitó al más delicioso té de menta que había preparado en años.


— Señorita Johnson ¿Cuándo fue la última vez que vio a Jane White?


El hombre de oscuras cejas, tez pálida y facciones finas, reparaba con atención a la mujer; sus ojos claros se encontraban fijos en la sonrisa calmada su contraria y ella sirvió un poco más de aquel té antes de responder. Él anotaba cada palabra de la mujer en su gris libreta, se detenía a veces a observar tan pintoresca casa, mientras Maddie mordía de vez en vez una galleta que siempre acompaña su hora del té. Sin mucho problema, ella le había inventado una creíble historia, donde el hermano mayor de la niña la había recogido en su auto, ese mismo joven que hoy en día reposaba en una correccional por violencia doméstica contra la pequeña.


Su historia parecía creíble y tenía el beneficio de no ser considerada una sospechosa por los habitantes del pueblo, su actitud "impecable" le precedía. Pero aquel hombre de extrema seriedad se le hacía muy insistente en los detalles, dejándole ver poco a poco que él, tal vez si podría llegar a considerarla alguien de quien sospechar.


Una de las voces de Maddie interrumpió sus pensamientos, detonando lo obvio en ella.


«Él sabe lo que hemos hecho…»


Por un momento el terror asaltó su pecho, pero la seguridad de su casa le indicó que ella aún tenía el mando en este juego. Sin mucha espera ella le sonrió de la forma más dulce que pudo a aquel hombre y le ofreció un poco más de su té, detallando con interés aquel rostro masculino, por primera vez.


— Qué lindo cabello tiene usted, oficial.


«Se vería bien junto a Jane»


El hombre recibió el "inocente" alago con cierto nivel de ego y bajó su guardia ante la persona equivocada. Maddie le sonrió de nuevo, dispersando estratégicamente las dudas sobre ella y dirigiéndole a donde deseaba tenerlo. Se puso de pie y caminó grácilmente alrededor del hombre, hasta quedar a sus espadas. Tanteó sus hombros, siendo bien recibida y con dulce tono de voz pronunció las palabras mágicas.


— ¿Le gusta mi jardín? Dicen que allí puede florecer cualquier cosa, hasta usted.


Una sonrisa retorcida marcó el final de sus palabras, mientras la lluvia, en su rítmico caer, tatareaba para ella una conocida melodía. La lluvia ocultaba el crujir de Maddie partiéndose en pedazos, transformándose en sus voces, aquellas que saborearían siempre el placer más primigenio y bestial, saciando la sed de todo coleccionista ante los tesoros de su devoción, sin importar el costo.

12 ноября 2018 г. 20:19 10 Отчет Добавить Подписаться
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Об авторе

𝓜𝓮𝓵 𝓥𝓮𝓵𝓪𝓼𝓺𝓾𝓮𝔃 🎧Melómana🤘🌷 Escritora📖 Cosmonauta🔭🧐 Socióloga y Trabajadora Social💖🖖Geek/otaku🌸🎨Artesana e Ilustradora. Creadora de mundos incansable. Puedes encontrarme en Wattpad, instagram y Deviantart y Twitter.

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Sofía LeNéant Sofía LeNéant
Bonne nuit. Le agradezco por el miedo causado. Gracias sinceras. Disfruto el miedo. Merci
Ene Ene Ene Ene
Mel qué buena historia! Me dio miedo de verdad, ya no veré a las maestras de la misma forma
Betty Johnnes Betty Johnnes
Buenísima esta historia!
Martina  Gómez Martina Gómez
¡¡ Qué buena historia!!! De miedo total!!

Andy P French Andy P French
El mejor relato de un asesino que he leído (y escuchado) Bestiaaaaaaal!!
Ookami Ootoko Ookami Ootoko
Es, por lejos, la mejor historia corta de una psicopata que he leído. Mirá que la mina te deja casi sentir lo que ella siente con eso del cabello de los niños, vos te sentís incomodo pero la mina te vende tan bien lo que siente que terminas enganchado.

Lihuen Lihuen
Wow que relato escalofriante y tan bien narrado que me tuvo en suspenso todo el rato.

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